El reino nuestro. Antología personal

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con frentes sin escollos, ojos limpios, labios amables, manos generosas como no puede haber entre los vivos. Y los ojos exudan restos de llantos viejos, y un calor suave alivia las entrañas mientras se abraza el alma con ternura aliviando sus llagas. Las flores se hacen vino con el aroma de una boca amante. Se hace tierno el dolor, compadecido. Nada más tierno que el amor que llega cuando no queda nadie.

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Era una pensión en el Madrid de los 70. En ella vivían señoritas de alterne. Iban por la noche a una carretera donde las pasaba a recoger el encargado de un club nocturno para llevarlas a su lugar de trabajo. Ese trabajo consistía en tomar copas con los clientes, pero nada más, decían. Siendo muy diverso su lugar de origen, todas tenían algo en común; una profunda humanidad. Era eso lo que les permitía conservar su dignidad a pesar de la sordidez de su trabajo.


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