Los castigos y las pelas 2

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Los castigos, las pelas 2 Padres e hijos recurrían a todos los medios para cumplir con el sagrado mandato. Los padres, el de educar a sus hijos, suministrar orden en la casa y criar buenos ciudadanos. Los muchachos por su parte, el de disfrutar al máximo el único momento de ser muchachos que les regalaba la vida; vivir el presente porque sin que nadie se los hubiese enseñado, sabían que todo tiempo futuro en la edad adulta habría de ser un rosario sin fin de preocupaciones; una lidia de nunca acabar. Los padres por su parte, siempre atentos a ejercer el control, y los muchachos dispuestos a embriagarse de la vida, de la distracción, del presente y del regocijo sin importar a veces el costo por padecer. Con frecuencia unos y otros en direcciones opuestas en el sano ejercicio de su condición, terminaban en el punto de colisión, porque cada quien desde su orilla se aseguraba de dar cumplimiento a su sagrada obligación: la de ser padre y la de ser muchacho. Los padres se ocupaban de crear todo tipo de control y los muchachos de inventar todo tipo de argucias para evadirlos. Era un tire y afloje; un juego al gato y al ratón. Cuenta un amigo matriculado en el pre kínder de la tercera edad, que una vez, aun siendo niño, se las dio de vivo y le salió el tiro por la culata; fue por lana y salió trasquilado. Cuenta, que un día cualquiera, llegó llorando a casa en busca de consuelo y en procura de que su padre vengara su desgracia. Fingía llorar a moco tendido y entre ahogo y ahogo casi sin respiración, notificó a su padre que el profesor lo había castigado injustamente. Su padre sin pérdida de tiempo se soltó la correa del pantalón y sin dar tiempo a explicación alguna le duplicó la dosis a la inocente creatura. Su padre le argumentó, y de una vez le dejó claro para el resto de su vida, que si el profesor lo había castigado era porque su comportamiento con toda seguridad así lo ameritaba. Segundo, que el profesor estaba CAICEDONIA, años 60, 70 y 80

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