La escuela y el saber

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La escuela y el saber Lejos de los centros de la ciencia, del arte y del progreso; lejos de París, de Londres, de Nueva York, de Roma, de Moscú, de Pekín de Madrid, de Tokio, etc., colonos, al inicio del siglo pasado, haciéndole el quite a la pobreza, se instalaron en este rincón de la geografía colombiana. Sobrevivir era el mandato divino en la rutina diaria y se cumplía al pie de la letra. Llegaron, construyeron, poblaron, cultivaron, cuidaron de su prole, y sin pérdida de tiempo, abrieron escuelas para que fuera el saber la guía del desempeño del grupo de hombres y mujeres que apostaban sus restos a una vida futura mejor. El conocimiento que nos llegó –y que aún nos sigue llegandoes un saber importado para ciudadanos tercermundistas, destinado a conservar el estado de la sociedad en que hemos vivido -estatus de atraso, por supuesto- Un saber sin pretensiones de reducir las distancia sociales, menos aún, sin pretensiones de protagonismo mundial. El ejercicio intelectual se nutría de lo que se aprendía en la escuela, de lo que decían los mayores y de lo que se predicaba desde el púlpito. Así, entre profesores primariamente calificados, padres con segundo o tercero de primaria y un sacerdote hablando en latín, el conocimiento del diario vivir y el de la escuela o el colegio era homogéneo, plano, indiferenciado; todos aparentemente importantes e igualmente desprovistos de sentido vivencial o práctico. Fuera de aprender a firmar, leer y escribir, sumar y restar, todo formaba una masa indistinta, simple, desprovista de la pasión que despierta el conocimiento cuando la razón y el afecto están comprometidos. Los avances de la ciencia y la tecnología cruzaban los cielos en portentosos aparatos de nombre constellation. No era para menos quedar deslumbrados ante estos asombrosos logros de otras culturas. Luego de mirar a lo alto estos prodigios creados CAICEDONIA, años 60, 70 y 80

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La escuela y el saber by Marco A. Barrios Henao - Issuu