Los castigos, las pelas

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Los castigos, las pelas La fórmula de oro de la pedagogía empírica de nuestros padres para con sus hijos era simple y llanamente la del castigo; mejor dicho la del rejo o la de la correa. La ecuación para ellos estaba resuelta: falta cometida, pela segura, y otra falta y otra pela, y así sucesivamente hasta casi perder la cuenta. Ni ellos se cansaban de castigarnos, ni nosotros de olvidar los castigos. No se cansaban de cumplir su sagrado deber de formar y dar ejemplo a sus hijos, ni nosotros de cumplir nuestro sagrado deber de seguir siendo muchachos. Así que cada vez que éramos desobedientes, o nos volábamos de la escuela, o no hacíamos las tareas, o nos demorábamos haciendo los mandaos, o nos agarrábamos a pescozones, o se infringía cualquiera de las numerosas faltas de un listado sin fin, sabíamos que cada falta tenía el precio fijo de un castigo, que se purgaba a punta de correazos. El castigo, las pelas o los correazos eran tan cotidianos como la misma arepa, la mazamorra, la aguapanela, la aguamasa, la parva, la cosecha de guamas, la chancarina o el minisiguí. Era normal que cuando uno transitaba por cualquier calle del pueblo, a cualquier hora del día o de la noche, desde cualquier casa, salía el lamento de algún muchacho o muchacha que en la agonía del castigo se le oía jurar a su papá y a su mamá que no lo volvería a hacer. Juramento que duraba lo que duraba la pela. Así fue que aprendimos a jurar en vano, porque en el brío de los años frescos habíamos desarrollado el habilidoso arte de olvidar rápidamente los castigos, y a lo último tan curados en estas lides que muchas veces se cometía la falta a sabiendas del impajaritable castigo. Los recursos para el castigo eran: nalgadas con la mano cuando era un castigo de una falta piadosa, la correa o una mata de verbena cuando era algo improvisado, y algo más institucional y doloroso según el mérito de la falta era un pedazo de rejo CAICEDONIA, Un Centenario

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Los castigos, las pelas by Marco A. Barrios Henao - Issuu