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El Culebrero “Señoooras y señooores, tengan ustedes muuy, pero muy buenos días”, decía siempre el culebrero. Y continuaba: “Vengo desde los lugares más lejanos y misteriosos de la selva amazónica; de aquellos lugares donde aún la civilización no ha puesto su pie. He sido enviado a ustedes por orden de mis ancestros. Soy el emisario que trae para ustedes la única, la más y mejor de todas las medicinas naturales que cura, que anima, que protege, que les da amor y porvenir”. Sin pausa, casi sin tomar aire, con la retahíla de un motivador profesional y con un público atento y dispuesto a divertirse, continúa la función: “¡Ya casi saco la culebra! Pero por motivos de seguridad me veo en la obligación de dar una esperita y mientras doy tiempo a la culebra para que se desarrugue, para que se desenrosque, mejor dicho, tiempo para que se adapte a los rigores del clima, a la mirada de los curiosos, a los olores mortíferos de los que no se bañan, les cuento que el ungüento traído directamente desde lo más profundo de la selva virgen del Amazonas, los va a curar a ustedes de todos los males que los aquejan, de aquellos que no los aquejan, pero que los están matando en silencio, y también de los males que no tienen, ni van a tener, porque después de muchas generaciones he recibido la bendición, la fórmula secreta del Taita, que la semana pasada cumplió ya 800 años, y que, según premoniciones, otros tantos en igual número le quedan por cumplir. Así, pues, que mientras la culebra se alista, paso a recoger una monedita que no empobrece ni enriquece a nadie; también recibo billeticos de los pequeños, de los medianos y de los grandes, monedas, anillos, cadenas y cualquier cosa de valor, así sea una finca abandonada; también recibo tarjetas de crédito”, dicen algunos más modernizados. El día sábado era también el día del culebrero. El día del grito “quieta, Margarita”, porque así se llamaban y aún se llaman CAICEDONIA, Un Centenario
El culebrero