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La gran injusticia, págs

Se cuenta que, cerca de la Cordillera Pirenaica existía un poblado llamado “Berbusa”, sus habitantes eran gente humilde y sencilla que convivían pacíficamente. Subsistían a base de la agricultura de sus propias tierras y la ganadería.

En “Berbusa”, habitaban unas 25 familias que llevaban muchísimos años instalada en esas tierras. Los ancianos, soñando con que algún día Dios cambiaría sus vidas y preparara un futuro mejor para sus hijos, que algunos ya eran padres. Los padres, soñando con mejorar las condiciones de vida de sus hijos, preparándolos para el futuro. Y así transcurría el tiempo en el poblado y su gente.

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Hasta que un día, un grupo de jóvenes se reunió en asamblea y tomó una terrible decisión: expulsar del poblado a todos los ancianos. Los arrogantes muchachos declararon que los viejecitos se habían convertido en un estorbo para la comunidad, porque ya no tenían fuerzas para cargar los sacos de semillas y porque sus movimientos eran tan torpes que necesitaban ayuda, incluso para comer o asearse. Los arrogantes

Berbusa o Espumoso, es un pueblo de Aragón abandonado jóvenes eran incapaces de descubrir en los mayores sus conocimientos y experiencias, tan necesarios en ocasiones para afrontar las dificultades del pueblo.

Tan solo un chico de 20 años de edad, bueno y generoso, llamado Juan, vio que se estaba cometiendo una gran injusticia y se rebeló contra los demás: “¡Estáis locos!… ¡No podemos hacer esa barbaridad, les debemos todo lo que somos y todo lo que poseemos! Ellos siempre nos han ayudado y ahora somos nosotros quienes debemos cuidarlos con amor y respeto”. Desgraciadamente ninguno se conmovió y Juan tuvo que contemplar con estupor y horrorizado cómo los ancianos eran obligados a abandonar sus hogares.

Cuando los vio alejarse del pueblo con las cabezas agachadas y arrastrando los pies, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Sin pararse a pensar, echó a correr hasta alcanzarlos. “¡Esperen, por favor, esperen. Si me lo permiten iré con ustedes!”. El anciano de más edad sonrió y aceptó la propuesta en su nombre y en el de los demás. “Claro que sí Juan, tú eres un buen muchacho, y no como esos que han obrado haciéndonos una canallada. Agradecemos mucho tu compañía y toda la ayuda que nos puedas proporcionar”. Juan dijo: “siento que es mi deber, y les aseguro que lo hago con gusto”. Juan se puso al frente y los dirigió hacia un cálido lugar, rodeado de montañas y hermosos valles verdes. Tardaron varias horas, pero mereció la pena.

Y fue en ese momento que Juan les dijo: -

“Este es el lugar elegido para montar el nuevo poblado ¿No les parece perfecto?” El más anciano reconoció que la elección era excelente. El joven respiró hondo y llenó sus pulmones de aire puro. “¡Pues a qué estamos esperando, pongámonos manos a la obra!”.

Durante semanas Juan trabajó a un ritmo frenético, construyendo casas de barro, madera y paja durante el día, y fabricando utensilios de caza y pesca a la luz de la hoguera al caer la noche. Los ancianos, que poseían la sabiduría y experiencia de toda una vida, también ponían su granito de arena dirigiendo las obras. Gracias a los buenos consejos de los mayores y al gran esfuerzo de Juan, el objetivo se consiguió antes de lo esperado. Mientras tanto, en el otro poblado, los jóvenes tomaron el mando y todo se descontroló, principalmente porque ignoraban cómo se hacían las cosas y no había ancianos a los que pedir consejo. Esto era muy grave, sobre todo si alguien caía enfermo, pues los remedios a base de plantas medicinales solo los conocían los abuelos y allí no quedaba ni uno. Donde antes había paz y bienestar, ahora reinaba el descontrol, que se traducía en el caos.

Pasaron unos años y Juan se convirtió en un adulto sano y fuerte. Un día decidió expresarles sus sentimientos a sus amigos. “Queridos amigos, saben que soy muy feliz aquí, pero la verdad es que también me gustaría casarme y tener hijos. Como ustedes son como mis padres, quiero pedirles permiso para ir al poblado “Berbusa”, como le llamamos al pueblo de los jóvenes, quizás allí pueda conocer alguna chica”. El anciano mayor le dio una palmadita en el hombro y expresó su conformidad. “¡Por supuesto que tienes nuestra aprobación!” “Gracias, muchas gracias”, contestó Juan. Durante el viaje, sorprendido y emocionado, se decía a sí mismo: ”¡Oh cuántos años sin ver el lugar donde nací! Y al llegar al lugar se preguntaba, “¿por qué está todo tan sucio y destartalado? Me temo que aquí pasa algo raro”. Y en ese instante fue apresado por varios hombres y lo ataron a un poste de madera. El líder le gritó, “¡Juan te hemos reconocido!”. “Sois una panda de cobardes, faltos de vergüenza, soltarme ahora mismo”, protestó Juan. El jefecillo se rió y dijo, en tono burlón: “Juan, yo no soy tonto, mañana al amanecer, tendrás tu merecido”.

Los ancianos comparten su sabiduría con los jóvenes

Estaba a punto de desfallecer, cuando de entre las sombras, apareció una mujer joven de ojos negros sin hacer ruido, se acercó a él y le susurró al oído: “¿Quién eres tú?” Y Juan, también le contestó en tono bajito: “mi nombre es Juan” “Sí, claro, me acuerdo de ti, contesta la joven. ”Dime, ¿cómo te llamas tú?” -

“Elena” , contestó ella. La chica desató la cuerda que ataban las manos del joven. -

“Vamos a mi casa, allí estarás seguro”.

Llegaron a una choza pequeña y humilde. En ella estaba su hermano pequeño. “Hermanito, mi amigo va a ayudarnos a deshacernos de la gentuza que tienen a todo el pueblo dominado”, Juan, mirando a Elena junto a la luz de la vela, se quedó fascinado por la belleza de la muchacha, y le dice: “no entiendo porque aceptáis sus normas” “No, no las aceptamos, siempre van armados y nadie se atreve a enfrentarse a ellos”. -

“Pues creo que ha llegado la hora de poner fin a esta indecencia” . -

“¿Hermana, y yo qué es lo que tengo que hacer?” -

“Quiero que vengan aquí cuanto antes todos los vecinos”. Minutos después, decenas de personas escuchaban el discurso de Juan. -

“Amigos, éste era un pueblo próspero, hasta que un día, los jóvenes se hicieron con el gobierno y echaron a los ancianos, pero creo que todavía hay solución para ello; necesito que cada uno de vosotros coja una ortiga del campo. Ahora están roncando como leones, es nuestra oportunidad. Vamos a desnudarles y a esperar”. Cuando los individuos abrieron los ojos, se encontraron rodeados por más de cincuenta personas con una ortiga en la mano. Juan alzó la voz: -

“Hace años cometisteis una injusticia tremenda con vuestros ancianos, y habéis arruinado nuestro pueblo; si no queréis que frotemos vuestros cuerpos con ortigas, ¡reconoced el error y disculpaos ahora mismo!”. Los hombres se pusieron de rodillas y llorando como niños pidieron perdón entre lagrimones. ”A partir de ahora respetaréis a todas las personas mayores por igual y trabajaréis en beneficio de la comunidad”. El aplauso fue unánime. ”Gracias, pero aún falta lo más importante, que regresen los abuelos. En cuanto salga el sol iré a por ellos, espero que cuando vuelvan les traten con el amor y el respeto que se merecen”. Tres días después, los abuelitos entraron en su antiguo pueblo y fueron recibidos con aplausos, abrazos y besos. Se podía distinguir cómo, las hijas, ya mayores, abrazaban a sus ancianas madres. Juan logró enamorar a Elena y casarse con ella y también, con su actitud, les demostró a todos, niños, jóvenes y adultos, que lo importante son las personas y, por supuesto, los ancianos, para la vida de un pueblo como “Berbusa”.

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