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Primavera
Tiempo de descabalgar, cruzar el gran portón del silencio y encontrar acomodo sencillo frente al balcón. El valle saludará de verde, pidiendo permiso para pintar los colores de la primavera. Hay que extender la mirada a lo largo, no importa lo lúgubre de la estancia, lo agotador de la quietud. No hay espera, sólo esperanza. A la orilla del río, seguirá el agua lamiendo el tiempo, que volverá a reír con nosotros. Mientras, viajar con la imaginación, romper los sables en luchas con memorias entronizadas. Otras, vendrán a tomar el testigo. Porque lo que es seguro es que la mirada que atraviesa el cristal aguardará el reencuentro con su comunidad, con la vida.
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Verano
Vivimos en el discreto encanto del confinamiento. Sí, tiene algo de buñuelesco. Algo del “Ángel exterminador” entre encierros y rebaños de ovejas. Si no fuera por el encantamiento, nadie encontraría tantos aspectos de luz que recordar en este episodio. Pero los voy a echar de menos. El que más, el silencio. Al aplacarse los ruidos de eso que llamamos vida, ha emergido la fantasía sonora de los otros mundos que no somos nosotros. Cantan o evolucionan en otros planos ajenos que, ahora son manifiestos. Los sentidos se han sensibilizado y lo que percibimos nos produce un bombeo que transporta.
El silencio ha calado también hacia adentro, lo que unido al tiempo regalado, ha permitido bucear en mente y espíritu, ya me gustaría decir meditar, pero eso es más elevado. Tiempo y calma para leer, escribir, o pensar en la galaxia de gente que queremos y no cultivamos suficiente. El encierro y la tecnología han sido el abracadabra de tantas zonas oscuras que hemos recolocado.
No todo ha sido falta de libertad, ni opresión, ni desconexión. Es sábado y los pájaros cantores ya han comenzado su sinfonía del alba. Terminará la pandemia y estaremos de enhorabuena. Pero, ¡cuánto echaré de menos los silencios que hablan cuando vuelva esa normalidad que los amenaza!
Otoño
¡Taparos todo menos la mirada!
Perderé las sonrisas maduras del otoño, los labios que abren sus carnes para explotar en una risa. El eco será la única recompensa. Pero me quedarán los ojos que miran. Unos, emergidos de un mar cristalino, como aguamarinas que sueñan con bogar. Otros, más
verdes, penetrantes como el vórtice de un huracán, que te arrastran con fiereza a la aventura. Los más oscuros, que emanan vaho de café, para sentarse y alargar una conversación.
Todos los ojos hablan, atrapan, ruegan, confiesan y aman. ¡Dejadnos la mirada!

Invierno
La complejidad sin inteligencia se convierte en angustia. La sencillez es la proximidad a lo natural. Y no, la naturaleza no es sencilla, pero su armonía le dota de comprensión y profundidad.
Los días de pausa han sido una mirada hacia adentro, tiempo de reflexión y espera. Mientras la tragedia vestía de negro el ámbito social, la tierra ha tenido un paréntesis intenso de libertad.
Ya vamos a galope hacia el apaciguamiento de la invasión vírica. El silencio se vuelve ruido de nuevo, los motores se apropian del espacio urbano de nuevo, mascarillas y guantes de plástico van a parar al mar como otros residuos, de nuevo.
Hemos aprendido a respirar, a mirar limpiamente a la luz, a sentir el peso de los otros seres vivos en la vida. ¿Tendremos memoria para no perder la esperanza?