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Episodio 6: Valeria López

Finalmente llegó el momento de montar el último episodio individual: el de Vale. Llegamos agotades. A las 7 de la mañana nos encontramos en la sala, con los ojos llenos de lagañas, dos termos de cafe negro y 1kg de criollitos. Es el combustible necesario para hacer funcionar la máquina. Este episodio tiene la particularidad de haberse construido a la par del resto de los episodios. Para poder materializarlo, fue necesario que hiciéramos un registro minucioso y detallista a lo largo de toda la muestra. Al finalizar el montaje de cada uno de los episodios anteriores, por unas horas nos transformamos en agrimensores del arte: delimitamos superficies, definimos áreas y determinamos límites de cada una de las obras en sala. Vale nos dirigía con rigurosidad en la toma de las medidas y referencias espaciales. El resultado es una infraestructura virtual de cada uno de los episodios, materia prima vital para componer el recorrido final.

Ese día el trabajo comenzó con la recolección de la explosión material del episodio de Aye. Cada elemento es guardado en su envoltorio de papel. Una vez que logramos vaciar la sala un nuevo big bang estalla y da lugar a una constelación en tonos grises sobre las paredes, el suelo y el techo. Se trazó un plano tridimensional de formas que se despliegan y lo toman todo. Son las sombras de todo lo que fue sucediendo en la sala, concentrado en un un solo tiempo/espacio.

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Cuando Vale termina de dibujar, nos toca entrar nuevamente en escena. Nuestra tarea consiste en enmascarar ese gran trazado. Nos sugiere que todos los bordes sean netos y limpios, no hay lugar para el error, el trabajo es de una precisión maquinal. Trabajamos al unísono, como engranajes de un dispositivo que se mueve sin dudar. En un rincón apartado del ajetreo de las cintas de papel que van y vienen, delimitan, marcan, se cortan y retuercen, Vale cambia de juego. Ya no es el cerebro de una máquina, ni directora de orquesta, ahora se transformó en una alquimista que sigue una receta secreta y milenaria. Un gran tacho plástico de pintura látex se convierte en el recipiente donde transmutar los materiales. Aglutinante y polvo de grafito se transforman en algo mucho mejor que el oro, una pintura brillante y opaca al mismo tiempo, según el punto desde donde se mire su superficie. Esta sustancia es la panacea que imposibilita el acceso a una imagen fija y abre un espacio de ausencia. Y como dice el viejo y conocido Byung Chul Han: lo ausente no desea nada, no se aferra a nada. Y eso permite que las cosas que se reflejan allí vengan y se vayan. Vale nos convida un poco de iluminación budista zen en el centro cordobés.

La densidad de los episodios se transforma en la densidad material de las capas de grafito que se van sumando una sobre otra, sobre otra, sobre otra, y dan cuenta de las superposiciones de las obras por medio de superposiciones de capas de materia. A través de esta operación, pone en evidencia la más sutil de las fuerzas: el tejido afectivo que une a Les templades.

Está bajando el sol. Llega la hora indicada para realizar la ceremonia final: primero colocamos el altar metálico de 25 cm de altura (extrañamente similar a una mesa) en el centro de la sala. Luego les 6 desenvolvemos la reliquia y nos colocamos alrededor. Hacemos una pequeña reverencia con nuestras cabezas para ponernos de acuerdo sobre cuándo comenzar. Inhalamos, nos agachamos, exhalamos, la tomamos por los bordes, inhalamos, damos un paso, después otro, exhalamos. En esa sucesión de inhalaciones, exhalaciones y pasos sincronizados, vamos avanzando lentamente hacia el centro de la sala donde, luego de exhalar largamente, depositamos con cuidado la pieza: una pintura sobre lienzo de 150 x 110 cm, hecha con pinceladas precisas y preciosas, en la que Vale tomó fragmentos de las obras del resto del grupo con los que trazó un mapa de relaciones que los potencian entre sí y se transforman en un gran escudo que nos reúne y nos protege.

Episodio 7:

Según Suely Rolnik, la cartografía (...) acompaña y se hace mientras se desintegran ciertos mundos —su pérdida de sentido— y se da la formación de otros: mundos que se crean para expresar afectos contemporáneos, en relación a los cuales los universos vigentes se tornan obsoletos.

En el Episodio 7, la muestra colectiva que está en construcción durante todo el ciclo, se vuelve evidente el trazado entre los elementos individuales que, al descontextualizarse, pasan a configurar un territorio común.

En este sentido, podemos pensar que este proyecto trabaja como una máquina: una pieza que funciona orgánicamente y en conjunto de una manera específica, con una idea particular durante un episodio, luego pasa a estar en otro lugar fragmentada, disfuncional, volviéndose parte de otro tejido, siendo un engranaje que da cuenta de una cartografía en construcción. En este punto, este aspecto maquinal toma su forma entre archivo y vaciamiento, entre sobrevivencia y obsolescencia, para reflexionar en torno a prácticas artísticas que abordan modos de producción dinámicos y sus potencialidades poéticas (Florencia Garramuño).

Como cartógrafes, inventamos relaciones que trazan vínculos entre las piezas más allá de sus sentidos primeros, proponiendo lecturas de cada una en relación al nuevo territorio en el que ahora se inscriben según un flujo de intensidades, escapando del plano de organización de territorios, desorientando sus cartografías, desestabilizando sus representaciones y al mismo tiempo (...) agotando el flujo, canalizando las intensidades, dándoles sentido (Suely Rolnik).

La selección de trabajos da cuenta, en algún punto, del carácter temporal y muchas veces fragmentario que se inmiscuye en nuestros procesos individuales, aunque éste se materialice o evidencie de maneras específicas en cada caso.

A través de la puesta en diálogo de las producciones individuales nos interesa pensar aquello que circula o desborda y que va más allá de la suma en un espacio. Entendemos que el montaje, como un trazado de elementos, hace que el conjunto pueda decir cosas que quizás no están inscriptas particularmente en una obra, pero sí en el diálogo, en la convivencia, en el choque, en el entre, en el dispositivo de exhibición pensado como una máquina que acciona, opera y se despliega en el hacer y en el tiempo. Estos espacios intermedios aumentan las posibilidades de sentido abriendo nuevos puntos de fuga que no están solo en los procesos sino en sus relaciones, en las lecturas, en lo que está por fuera pero a propósito de ellos.

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