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La poética del desmontaje

Lo que hacemos como gestos que extienden el ahora, que nos generan un cierto orden, un tiempo/espacio seguro y de disfrute, un refugio inmaterial, esos gestos de extrañeza de lo cotidiano, de metodologías, de acciones obsesivas, son todas formas de hacer nuestro presente más vivible.

Templades

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Nos preguntamos cómo promover una experiencia conjunta, vincular, afectiva y artística, en donde puedan entrar las individualidades sin hacer movimientos demasiado forzados. Podría ser conveniente pensar los procesos singulares como territorios y al trabajo grupal como un trazado, como el entre que tiene la posibilidad de expandirlos.

Ideamos un ciclo de siete episodios que suponen el ingreso al espacio expositivo del proceso de cada integrante del grupo. En una sala tienen lugar seis exhibiciones individuales, en formato de ciclo. A medida que estas presentaciones se van sucediendo, seleccionamos distintas obras, piezas y/o gestos estéticos para volverlos parte de una exhibición colectiva, montada en otra sala que aloja al Episodio 7.

Diseñamos como herramienta una curaduría compartida y rotativa, en tanto gesto que pueda volverse producción artística y poética en sí. Esta modalidad habilita, posibilita que todxs seamos curadorxs/artistas continuamente. De alguna manera proponemos una curaduría móvil y temporal que se aleja de la puesta de obra en el espacio de una vez y para siempre, y que potencia el sentido de un proceso de trabajo grupal o singular/ plural.

Episodio 1: Victoria Gatica

Hace varios años que Victoria viene juntando cajas de cereales Granix. Fue desarmando cada una de ellas y las volvió a armar pero al revés, con la estampa para adentro y el exterior del color marrón del cartón. Siempre dice que en esas cajas guarda sus proyectos (conocemos algunos de ellos), pero muy pocas veces las muestra abiertas. Las cajas podrían estar vacías sin ningún problema, y los 21 proyectos que Victoria dice tener archivados allí podrían no existir. Me entusiasma saber que tiene ese margen para jugar con nuestra mente y hacernos creer cosas.

Pero sí, los proyectos sí están. Prueba de ello es que cuando tuvo que trasladar las cajas desde su departamento hasta el museo, tuvo que contratar un flete. Si en cambio hubiesen estado vacías, no sé ella, pero yo las hubiese desarmado y apilado porque así ocupan mucho menos espacio, y las llevaba en un taxi o en bondi, que es mucho más barato.

Cuando le ayudamos a descargarlas del flete comprobamos que estaban llenas, eran pesadas y en algunos casos sentíamos que se movían cosas adentro. Hicimos un pasamanos con todo el equipo, desde la vereda hasta la sala del fondo. Cada unx caminaba unos cinco metros hasta pasarle la caja a la otra persona. La geometría de las cajas y la coordinación de los movimientos hacía que por momentos todo se parezca a una minga en la que se están descargando ladrillos a mano. Y quizá no es tanta casualidad, porque lo que Viqui quería hacer era, justamente, una pared. Un tapial en el que cada ladrillo es una caja de cereales.

De un lado de este muro ubicó un reflector que era el único foco de luz de la sala. Del otro lado, pura sombra, como si se tratase de un eclipse. La sombra nacía a los pies del muro y se extendía hasta el otro extremo de la sala, llegaba al zócalo de la esquina y subía en vertical por dos paredes contiguas.

El segundo flete que llegó también remitía a la construcción, pero esta vez la relación era mucho más directa. Era un camión grúa de Cormac que descargó un metro cúbico de arena a dos cuadras del museo, que fue lo más cerca que pudo estacionar. La tarea ardua fue mover toda esa arena desde esa esquina hasta la sala del museo, provistas nada más que de una carretilla y una pala. El flete llegó a las 10.30 aproximadamente; comenzamos a cargar carretillas como quince minutos después, y terminamos a las 19.30, con todo el apuro porque el museo estaba por cerrar. A diferencia del flete anterior, donde todxs participamos al mismo tiempo con un pasamanos, aquí, como teníamos una única carretilla decidimos repartirnos en turnos, pedimos ayuda a varias personas más y armamos turnos de dos horas por pareja.

Cada carretilla cargada entraba al museo por la rampa metálica para sillas de ruedas (la cual quedó un poco deformada para el final del día), atravesaba el hall y se volcaba en la sala donde estaba el muro de cajas, sobre una superficie que Viqui había preparado con nylon para no dañar el parqué y un marco con varillas de madera para que la arena no se desparrame. El suelo, donde se proyectaba la sombra del muro de cajas, quedó completamente cubierto con arena, como si la diferencia entre luz y sombra implicara, además, una diferencia de escenario.

Esta comparación con un escenario no es arbitraria, porque sabemos que Viqui tiene una pata en las artes visuales y otra en las artes escénicas, y lo que aquí aparece como una instalación, tranquilamente podría pensarse como una escenografía: una que no es un espacio para actuar sino que es protagonista en sí misma. Una escenografía para habitar y contemplar, un “territorio donde vagabundear”, según sus palabras. De hecho, sobre la arena se colocaron dos elementos que podrían ubicarnos espacialmente en una escena: un árbol muerto (que había sido parte de un trabajo anterior) y una mecedora de madera que Viqui lijó y pulió a mano.

Durante los días que duró el montaje, Viqui revisaba sus textos impresos. No como si fuesen un guión para su montaje, sino como piezas expositivas en sí mismas. Son en total 12 hojas A4 blancas, la mayoría impresas con tonner negro y algunas a color, con mucha presencia de verdes. Probó montarlas en el tabique que separa ambas salas, organizadas en una cuadrícula de 3 filas por 4 columnas, pero descartó la idea rápidamente porque el encuentro de impresiones verticales con apaisadas alteraba la regularidad de la cuadrícula. Probó montarlas en una única fila, las 12 hojas a lo largo, pero también lo descartó. Probó dejarlas abrochadas todas juntas sobre un pupitre (uno imaginario, porque en ese momento sólo había una silla), pero tampoco la convenció. Terminamos decidiendo que esos textos no deberían ser parte de la exposición porque sinceramente no le agregaban información a la muestra, sin embargo, quien tenga la posibilidad de leerlos alguna vez entenderá que de alguna manera esa escenografía tiene un alma imprimible.

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