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Episodio 4: Celeste Onaindia
Desarmar la muestra del Fede fue dentro de todo sencillo: siendo coherente con su manera metódica de trabajar, vino con folletos impresos con las instrucciones para embalar y guardar prolijamente cada una de sus piezas. Repartió uno para cada integrante del grupo y dejó algunos otros sobre una mesita por si llegaba gente a ayudar. Cada objeto estaba identificado en el papel con letras y números, a los que se les asignaba un sitio específico en determinada caja o valija, según su categoría. Esta bolsita va debajo de esta, esta va arriba de esas dos y estas otras atrás, pero de costadito.
Cele llegó un poco más tarde, con cara de culo (—digo, más de la habitual—) y puteando porque el fletero no había cumplido con el horario pactado. Ya ayer nos habíamos embolado colectivamente cuando supimos que no iban a poder meterse con la camioneta hasta la puerta del museo. Dejamos lo que estábamos haciendo y salimos en patota a buscar los materiales, medio a las apuradas porque justo a la vueltita estaba el flete mal estacionado, con las balizas puestas sobre la General Paz.
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El paquete de 16 tatames era un bulto un poco incómodo, pero también era una de las cosas más livianitas que había para llevar. Este le tocó a la Viqui, que la semana pasada se esguinzó un dedo en sus clases de yoga para docentes de la UNC. Al resto de las cosas nos las repartimos entre les que teníamos las manos sanas: una agarró una bolsa gigante con la lona para cubrir el piso, otra llevó los dos banquitos (uno por mano) y con la boca mordió el nudo de una bolsa con los tornillos y arandelas. Otra se hizo cargo de los lavatorios para las gárgaras, después de preguntar si estábamos seguras de que habían sido correctamente higienizados. Otra tomó los esquineros y los tensores con sus cubiertas, y la última alzó un paquete con las sogas, que estaban atadas con film stretch. Para cuando hubo que trasladar las placas de fibrofácil (cortadas en cuadrados de 1 m x 1 m, igual que los tatames), apareció un carrito con ruedas. Por suerte, porque ahora venía la parte pesada: las maderas, los cuatro postes de hierro y la estructura de la base, dividida en varios bultos de caños, bulones y tuercas.
Llegamos al museo. Con la excusa del dedito, la Viqui está de piernas cruzadas tomando mate en una esquina. Mientras algunas terminan de acomodar lo que habíamos dejado a medias del episodio del Fede, el resto barremos y desembalamos las cosas. La Cele saca un plano y empieza a darnos indicaciones. Bueno, primero que todo, no quiero que el ring vaya paralelo a las paredes, o sea, me gustaría que esté dispuesto como un rombo en la sala. Creo que tendría que ir más o menos por ahí. Entre todes nos ponemos a discutir si un poco más acá o más allá, medimos cuatro metros con pasos largos, decimos cosas como esta esquina llegaría más o menos acá, esta otra estaría sobre esta línea, ponemos marcas en el suelo dejando nuestras zapatillas como referencia, alguien más dice algo como no sé si me convence que el vértice frontal coincida con la línea imaginaria que forma la unión de estas dos aberturas, otra dice che, pero cuidado que si lo ponemos ahí va a quedar medio apretado con la pared de la izquierda y dijimos que tiene que poder rodearse. En eso llegaron un par de visitantes, que no entendían mucho la discusión y nos preguntaron por qué mejor no lo armábamos en vez de imaginar tanto en el aire. Tienen razón, el cansancio acumulado nos pone pelotudas.
Consideramos armar la estructura de hierro, pero pensamos que sería muy pesada para moverla por toda la sala hasta que decidamos la ubicación definitiva. Así que abrimos los paquetes de MDFs y distribuimos las “maderas” en el suelo. Armamos un cuadrado de cuatro planchas por cuatro planchas de lado.
Las giramos un poco para un lado, las giramos para el otro, buscamos el ángulo ideal de inclinación imaginando un sistema de coordenadas X/Y con las paredes de la sala. Empujamos todo un poco más atrás. Probamos las posibilidades de iluminación que nos dan los rieles instalados en el museo. Alguien se sube a la escalera y mueve los foquitos para probar hasta dónde tenemos la posibilidad de dirigir el haz. Coincidimos en que a la esquina del ring que se ubica más al fondo le va a faltar luz. Volvemos a mover todas las maderas un poco más adelante. Corroboramos que quede espacio suficiente para que lxs performers sonorxs instalen los equipos cuando sea el momento de su acción. Va a ser acá, esta es la posición.
Los caños de la estructura estaban etiquetados con liquipeiper. La punta A de uno tiene que unirse con la punta A del otro, la esquina B va conectada con el extremo B de otro caño, y así vamos armando el rompecabezas. Bulón, caño, arandela, tuerca, llave inglesa. Nos lleva un buen rato y varias puteadas de por medio, pero logramos terminar y acomodarla exactamente donde estaban tiradas las planchas de fibrofácil, que ahora suben un metro y medio de altura sobre el nivel del suelo.
Sacamos la bolsa con la lona, la desdoblamos entre cuatro y la acomodamos sobre las maderas. Algunas hacemos de estacas para sostener quietas las esquinas mientras otras se encargan de estirar bien la cobertura. Encontramos algunas piedritas. Aylén, por ser la más petisa –criterio que ahora nos suena raro pero que en ese momento pareció lógico–, se mete debajo de la lona y se desliza como un gusanito, nadando, en búsqueda de las piedras perdidas. Un poco más a la izquierda, dos centímetros más, no, no, un poquito menos, ahora andá con la mano 90° para arriba, un poco más arriba, unos 20 cm más, ahí ahí, AHÍÍÍÍ. Sacamos todos los residuos que generaban texturas indeseadas. Aylén vuelve sobre sus pasos, bueno, no serían pasos exactamente, sino eso que hacen las babosas cuando se arrastran. Ahora toca atar la lona a la estructura, cosiéndola con las sogas a través de los ojales. Mientras dos se encargan de esto, las otras cuatro recibimos instrucciones de Cele, que nos indica cómo y en qué orden colocar los tensores, las cuerdas y los espaciadores de cuerdas sobre los postes. Los dos rojos van acá y acá, los azules acá y acá, y los cuatro blancos van acá, ahí, ahí y allá. Cuando todo quedó fijado, nos repartimos las últimas tareas: poner los esquineros de goma espuma (acá el rojo, allá el azul y los dos blancos en las esquinas que quedan), las dieciséis cubiertas de los tensores, y acomodar los banquitos y los lavatorios para lxs jugadorxs.