INFANCIA FELIZ, (Cuentos) ARMANDO ALMANZAR RODRIGUEZ

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Armando Almanzar R.

INFAN«:IA FELIZ



IN:FA.N~IA.

:FELIZ

Armando Almรกnzar Rodr/guez

SANTO DOMINGO, R. D. 1978

EDITORA "ALFA Y OMEGA"


Febrero 1978 Por: Armando Almánzar Rodríguez Impreso en la República Dominicana Printed in Dominican Republic Impreso por: Editora "Alfa y Omega" José Contreras No. 69, Tels. 532-5577/78 Santo Domingo Título Original; "INFANCIA FELIZ"


INTRODUCCION PRESENTACION DE INFANCIA FELIZ

Juan Bosch

El libro de Armando Armánzar que tienen ustedes en sus manos empieza con Infancia Feliz, que ganó el primer premio de un concurso de cuentos organizado en 7977 por la Casa de Teatro. Ganarun primer premio de cuentos no era novedad para Armando Almánzar porque habta ganado varios, dos de ellos en un mismo concurso, el que organizó la sociedad cultural La Máscara en el año 7966, y paraesos dios Almánzarera un principtante en el arte de dominar ese dif/cil género literario llamado cuento. En Infancia Feliz llama la atención el tratamiento que el autor le dio al tema: una historia contada mediante el monólogo de un niño en el que van insertándose unos cuantos diálogos de la gente del vecindario en que ocurre el drama, yesos diálogos cumplen Jo misión de proyectar hacia el 7


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lector el aspecto externo de la historia. Con ese artificio Almánzar convierte a su lector en el público, y tal vez sería más correcto decir que en la totalidad del público, que por esa razón pasa a ser más numeroso que las personas que se amontonan, haciendo comentarios, ante la casa donde han ocurrido los hechos que forman el relato. Infancia Feliz es un cuento a e ambiente urbano, lo que se explica porque Armando Almánzar nació en la capital del país y esa capital fue haciéndose ciudad a medida que él iba haciéndose adulto. La ciudad es ahora el asiento de por lo menos un millón de personas, y en eÍla hay barrios donde lo normal es que cada vecino tenga su automóvil ya veces en una casa hay más de dos. Lo que ha hecho el autor de Infancia Feliz para ganarse la vida ha sido siempre oficio urbano: vendedor de medicinas, visitador a médicos, burócrata en dependencias del Estado, publicista, prcductor de programas de radio y de televisión, crítico de cine. Su vida material se ha realizado en un encadenamiento de actividades que no conoció la gente de la qeneracton anterior a la suya, y al escribir un cuento como Infancia Feliz tenia que reflejar en él, como lo hizo, la atmósfera de esa vida material, que en fin de cuentas es la de seres propios de la sociedad urbana de un pats dependiente. Ofrecer a la observación y el estudio de las mujeres y los hombres sensibles ese reflejo, que viene a ser la sustancia misma de una realidad social


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en medio de la cual vive el autor, puede parecerles muy poca cosa a los que buscan la denuncia en la literatura, pero no es poca cosa porque sin necesidad de levantar acta ante la policfa de la Historia, Armando Almánzar presenta en Infancia Feliz una verdad tan sórdida que su cuento pasa a ser, al mismo tiempo que una obra de arte, una condena enérgica del tipo de sociedad en que se dan como plantas naturales padres borrachos, madres desnaturalizadas, amantes sin amor y niños abandonados que aprenden desde sus años más tiernos a ver el dinero como la imagen misma del poder y de la felicidad. A esa capacidad de describir de manera objetiva, colocándose fuera del drama, una verdad social en que todos vivimos inmersos pero pocos alcanzan a ver en sus verdaderas dimensiones, se agrega en el caso de Infancia Feliz el planteamiento del drama en dos niveles:' el externo, de que hemos hablado, que se adelanta y sale a la puerta del cuento a recibir al lector y orientarlo a fin de que no se pierda en sus vericuetos, y el interno, que hunde sus raíces más profundas en el alma confusa y adolorido de un niño. Esa manera no se habla usado hasta ahora, que sepamos, en la literatura dominicana. Para darle fin a este comentario hagamos dos preguntas y demosles una respuesta:

cPor qué escribimos lo que va a usarse como


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prólogo de este libro ciñéndonos nada mas que a un cuento? éEs que Infancia Feliz es el único cuento bueno del volumen? Es que en él se resume el libro hasta tal punto que éste se llama como él, y además para muestra basta un botón, según dice la muy probada sabidurfa de la lengua española, y el botón llamado Infancia Feliz es un cuento muy bueno. Santo Domingo, 3 de noviembre de 1977



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- j Qué manera de morir! - Hey, tú ... ¿ qué PC\Só ? - Mataron a una mujer a martillazos. - Vamos por aquella ventana, que se ve mejor. - Ya lo decía yo: algo tenía que pasarle con la vida que llevaba. ... No me gusta que ese maldito hombre ande todo el tiempo metido en casa parece un caballo con esa cara tan larga, Emestico no me devolvió mi pelota ese ladrón 0<:) me gusta que venga porque entonces mami no me saca a pasear como antes sólo anda con él todo el tiempo y después se queda en casa con él y los muchachos del barrio me relajan y me dicen que ese es mi papá nuevo y no es mi papá porque mi papá me quiere mucho y me daba mucho dinero cuando vivía con nosotros y yo se lo enseñaba a los muchachos para que les diera envidia porque a ellos no les dan tanto ahora me dá también cuando viene pera ya no vive con nosotros

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a Ernestico le vaya quitar mi pelota ese maldito ladronazo el hombre ese no es mi papá y no me dá dinero nunca es un maldito tacaño y yo no lo quiero no me lleva a comprar helados ni me trae dulces cuando papá viene borracho me dá más dinero me pa5a la mano por la cabeza y en tone se mete las manos en los bolsillos y saca much.is n. .nedas y me las dá todas y cuando se vá vuelvo y le pilo y como se le olvida que me dió porque está borra, ha vuelve y me dá también era así antes cuando vivía con nosotros ... - i Echense para atrás, dejen pasar! - A ver si ahora te dan un macanazo por andar metiendo la nariz donde no te llaman. - ¿ Qué cUándo? i Y qué sé yo ! Yo sólo se que la sirvienta la encontró tempranito en la cama. -Dicen que era una hembra la rubia ésa.

- ¿ y quién era? - Están buscando al hombre que vivía con ella. - ¿ El marido ? - ¿ Qué pasó, un choque? .. :El otro día vino papá y cuando le iba a pedir dinero se apareció el hombre ése papá lo miró y no hablaron nada pero no me dió dinero siguió mirando al otro y después se fué para la cocina a beber y yo fuí y le pedí dinero y entonces me tiró un pescozón el hombre se fué después que ]labló con mami y le dijo que la iba a matar si seguía viendo al hombre ése y mami chilló y pelearon y él le dió una trompada y ella lo arañó que todavía ayer tenía una cascarita en la nariz y otra en la frente y


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ojalá que papá venga cada vez que el otro hombre esté aquí para que peleen para que mami le diga que no vuelva yo no lo quiero no es mi papá y no me dá dinero papá se fué y mami salió detrás corriendo y le tiró una piedra cuando se estaba montando en el carro gritándole abusador y que no se apareciera más. por la casa el que no debe volver más por aquí es ese otro desgraciado que no es mi papá papá sí porque yo lo quiero y él a mi mami está muy loca porque le dice que no vuelva más. - ¿ Quién es éfle que viene con los policías? - Debe ser un pariente de la muerta. - Ya son las nueve de la mañana. tengo que irme. ~ i Quítense del medio! lVáyanse a sus casas, partida de come ojos! - Debe ser un médico. -Dicen que no la podían reconocer de tantos golpes que le dieron en la cara. - Imagínense: j C'on un martillo ! - Eso es lo que se llama un asesinato de bárbaros! ...una vez- que VInO abuelito de Puerto Rico me trajo unos juguetes muy lindos y me dió dinero ojalá que venga siempre lo que más me gustó fue el avioncito que volaba solo se manejaba a control remoto pero mami lo desbarató con el carro el otro día le pasó por encima me gustaba muchísimo pero casi ni lo llegue a usar por salir mami con ese hombre del diablo yo creía que no iba a venir más después que papá peleó con mami y al otro día ya estaba aquí metido otra vez y por la noche también se trancó con mami en el cuarto y cuando me dió


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sueño y quise entrar al cuarto estaba cerrado por dentro llamé a mami y me gritó que no jodiera la paciencia que me fuera a jugar para la calle ya todos los muchachos se habían acostado eran más de las nueve con quién iba yo a jugar prendí la televisión pero era una película muy mala de unos tipos hablando me puse a jugar en la sala con los fósforos del hombre y le rompí toditos los cigarrillos para que se fuña y entonces hice una pilita con los pedazos de cigarrillos y la caja de fósforos y hojas de periódico y le pegué fuego y se llenó todo de humo me reí muchísimo cuando mami y el hombre salieron en cueros corriendo del cuarto con las nalgas afuera le grité pero el hombre me dió un cocotazo que me dolió muchísimo todavía me duele un chin cuando me topo me fuí corriendo para donde mami y ella se metió en el cuarto y me dió una pela con la correa del hombre no me gusta ese maldito y a papá se lo vaya decir que estaba aquí desde que él se fué encuero con mami ojalá papá vuelva borracho otra vez para que me dé mucho dinero... - j Ahí viene otro carro de la policía! - N o, es una ambulancia. - A mi me da mucha lástima, pero más por el niño que por ella. - Ya verás, a lo mejor salen mañana en los periódicos con una elegante nota necrológica alabando las "virtudes de la difunta señora Cecilia Morales"... icómo si ya no la conociera todo el mundo! - Oiga... ¿ qué fué lo que pasó aquí? - Mataron a una mujer en esa casa. Dizque la


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despatarraron a palos y no se le en tiende ni la cara. - No, íué con un martillo, le dieron como veinte martillazos en la misma cara. j Se la dejaron como un majarcte l -- i Con la muerte no se juega! me dió mucha rabia cuando mami me rompió el avioncito con el carro el maldito hombre se rió y lo tiró después para arriba diciendo vuela vuela pajarito y mami se rió después me gritó pendejo porque yo estaba llorando papá se pasó muchísimos días sin venir porque estaba en Puerto Rico con el abuelito me puse muy contento cuando volvió con él me dijo que me iba a comprar otro avioncito pero parece que se le olvidó deja que vuelvan los muchachos a relajarme con el hombre voy a salir con el colín del sereno y van a ver lo que les vaya hacer yo sé donde está el colín esos fuñones se ponen a acechar a mami por las ventanas para verla encuera papá y abuelito hablaron con mami y abuelito le dijo que volviera con papá que dejara a ese hombre que no le convenía que por el bien del niño y el niño soy yo pero mami se trancó en su cuarto después volvieron los dos papá estaba borracho yo le iba a pedir. dinero entonces él se puso él gritar que la iba a matar y al hombre también y ojalá lo mate papá se cayó en la cocina y se cortó con un vaso roto abuelito se lo llevó en el carro y mami iba detrás gritando que ella hacía lo que le daba la gana que su vida era de ella y a papá no tenía que importarle lo que ella hacía pero yo lo que quiero es que haga lo que dijo abuelito porque ese hombre no es mi papá y oo.


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no me quiere mami le decía maldito borrachón desgraciado degenerado y después que se fueron ella se metió en su carro y comenzó achacarlo con la pared de la casa como si fuera pelota y los vecinos salieron corriendo ella por poco me pasa por encima con el carro como al avióncito a Don Luis lo tumbó por querer abrirle la puerta porque no quería salirse y yo gritando y gritando y llamándola la mamá de Quiquito me agarró y me llevó para su casa me dieron una pastilla yo no quería quedarme en su casa ella me dijo que me quedara que mami estaba enferma está loca no quiere a papá y quiere a ese maldito hombre del diablo para quedarse a vivir con él no me gusta es malo me da cocotazos y se ríe de mí me dice ñoño cara de loco ... - A mí también me da pena el niño, pero .... con la vida que llevaba Cecilia algo malo tenía que pasarle tarde o temprano. - j Ellos tuvieron la culpa! - j y el marido también ! Si no hubiera estado siempre borracho como un trompo no se hubiera divorciado y nada de ésto hubiera sucedido. - j No se peguen a la puerta! - María del Carmen, hija ¿ Y de dónde sales tú a estas horas? - ¿Cómo se llamaba la mujer? - Era una de la "J aig". - Chiqui me llamó por teléfono y le dijo a Juancho que me trajera. Imagínate, Quién se hubiera pensado ésto? - Vivía con un tipo. é


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- ¿ y Juancho no era amigo de Ricardo? -- iEso les pasa por putas! - No, era más amigo de Cecilia, igual que yo; a Ricardo le veíamos a veces en reuniones o en fiestas; la última vez que le vimos fué en la Embajada de España; él tenía su grupito ... tú sabes. - Sí, de borrachones. - ¿ Quién es el tipito del traje a rayas? - ¿ y andaba ahora por esos lugares con el amante? ¿La viste alguna vez en fiesta con él? - Tú eres loca! (. Y a ese tíguere lo iban a invitar a alguna parte? ... me dijo el abuelito que me iba a llevar a Puerto Rico dizque que allá se goza mucho que el colegio es muy lindo más lindo que e! de aquí donde yo voy que me iba a comprar otro avioncito allá no quiero ir a Puerto Rico no me gusta porque papá no va a ir al abuelito no le gusta darme dinero dizque porque los niños se ponen malcriados si les dan dinero y tampoco dulces porque se les dañan los dientes a mi lo que me gusta es jugar aquí con Quiquito con Luis Migue! con Panchín y con los del otro barrio y subirme a la matas del parquesito y que venga papá y me de dinero no voy a irme a ninguna parte aunque mami quiera ella es la que tiene que botar a ese hombre es muy mala conmigo se cree que que me va a engañar diciéndome que allá voy a estar mejor que voy a tener muchos amiguitos en un colegio muy grande y muy bonito que hay un circo con muchos leones y tigres y camellos y elefantes y no me voy y no me voy ...


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- ¿ y vivía sola? - No, tiene un runo pequeño; digo ... ! tenía! -- El que juega con fuego ... - Pero, ¿ Y por qué lo habrán hecho? - La verdad es que, aunque esté mal decirlo, Cecilia (que Dios la tenga en su Gloria) andaba acostándose con todo el que aparecía. - i Este mundo está perdido! - Sargento, i saque a esa gente de ahí! - Pobre Cecilia. .. - Ah sí ! Pobre ahora porque está muerta, ¿verdad? Pero antes, Iah! antes sí que era... - i Ay hija, deja éso, no seas así! - Dicen que todas las paredes estaban embarradas de sangre... ... si se creen que me vaya ir a Puerto Rico están muy locos la vez que el abuelito me llevó a ver al Pato Donald y al Ratón Mickey me gustó mucho pero no me voy a quedar para ir al colegio y quedarme a vivir con el abuelito allá yo no tengo amigos ni conozco a nadie ni va a estar papá porque él se va a quedar aquí no se por qué mami quiere que me vaya lo que quiere es quedarse con ese hombre para que entonces los muchachos me estén relajando diciendo que es mi papá nuevo no me voy aunque me den golpes mami lo que tiene que hacer es casarse otra vez con papá cuando estábamos desayunando le dije que cuando volvía papá a vivir con nosotros entonces ella me tiró encima un plato de "corn-flakes" con todo y leche me dió duro erf. la cabeza con él me gritó como una loca que ha mencionara más el nombre de papá y me


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trancó en el cuarto y por qué si es mi papá me sacaron cuando llegó el maldito ése y ellos se trancaron me dió mucha rabia porque los muchachos me relajaban cuando ellos están ahí encerrados dicen que él es mi papá porque le agarra las tetas y la ve desnuda le tiré una piedra a Luis Miguel la mamá vino a dar la queja y Cacana me jaló las orejas esa maldita chapa delante de los muchachos y entonces le caí atrás a Julito con el palo de trapear porque se rió de mi Cacana llamó a mami el hombre me dijo que iban a salir y que yo me quedaba en la casa por jodón y por eso rompí el vidrio de la ventana con el cepillo de mami para salirme me dieron una pela los dos y me trancaron en el "closet" muchísimo tiempo ojalá y se muera ese mariconazo mamá es una maldita también porque anda con él él no es mi papá que bueno que le boté los clavos que trajo el otro día para arreglar la ventana sólo pudo encontrar uno... - Si aparece algún otro que pueda dar declara. . Clones me avisa, ¿ Oíste éso? i Cómo si no lo supieran todo ya! Dicen que se acostaba hasta con el de la basura! - i Déjate de vainas, que esa mujer ya está muerta! - ¿ y qué van a hacer ahora con el muchachito? - A la sirvienta que no se vaya. - y a mis hijos, ¿ quién los va a atender, eh? - Con un martillo... i qué barbaridad! ~ ¿Era puertorriqueña la mujer?


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... ayer llegaran borrachos los dos y volvieran a trancarse en el cuarto a mi me mandaron a jugar para la calle dijo mamá que ya me habían comprado el pasaje para Puerto Rico que yo iba a estar muy contento allá con abuelito que iba a ir al circo que era muy bonito siempre sale con lo mismo donde quieren que vaya es al colegio y yo no quiera ir y le dije que se lo iba a decir a papá que yo no quería irme al colegio a Puerto Rico que quería quedarme con él a ella se le puso la cara raja me jaló las orejas me dolió mucho cuando me sacó para la calle a empujones y jalándome las orejas después se volvieron a trancar en el cuarto y pasó muchísimo rato me dormí en una mecedora Cacana me llevó para su cuarto me dormí en su cama después vino mamá y me cargó y me dijo "mi muchachito lindo que se va a portar bien con su mami y se va a ir contento para donde abuelito" el maldito hombre estaba ahí todavía pero se fué antes de que me durmiera otra vez cuando me desperté por la mañana mamá estaba durmiendo yo me levanté el hombre no había podido arreglar la ventana todavía porque el vidrio estaba igual y en el tocador el martillo que había llevado para arreglarla y mamá en la cama durmiendo esa loca que no quiere a papi y no me voy a ir a Puerto Rico por más que me diga porque ella no me quiere pero papi sí y no me voy y no me voy...



RECUERDOS. MEMORIA DE LO NUNCA SIDO

Caminaban sin prisa junto a las vitrinas atestadas de mal gusto sancochados por el húmedo calor de la mañana de septiembre cuando Rubén señaló con un gesto el ostentoso traje negro de rojas solapas y, con un airecillo socarrón supuestamente disimulado en los ojos, dijo: - Vaya! ¿ Qué te parece el trajecito para unas bodas? En nada se asemejaba a aquel que Damián había usado y, sin embargo, al observar el rimbombante aditamento recordaba el rostro de Lucía cuando, ya su esposa y toda hecha una indescriptible madeja de alegría y convulsivo nerviosismo, enfrentaba familiares y amigos con el vaporoso velo vuelto hacia atrás, centro neurálgico de innumerables abrazos y besos luego de concluída la ceremonia. Y la escena flotaba en su mente como vieja película, los autos con los motores zumbando en es25


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pera del bullicioso grupo, la abuela de la flamante esposa llevada casi en andas por sus hijos toda chorreada de lagrimones, el inesperado tropezón de Lucía que por poco lo echa todo a perder ( y también, en ese preciso instante, algo proferido por la maldita vieja chismosa amiga de sus padres - Eso es señal de mala suerte! - ), los chistes de los amigos y Lucía con el zafado taco en la mano izquierda y tirando de él con la derecha hacia el interior del auto. Asomo con sumo cuidado y observo con atención. El soldado, el infante de marina, se mueve un poco, tal y como lo esperaba; ha sido apenas un ligero balanceo, pero sus anchos hombros pueden verse sobre la comisa de la lejana azotea. Ya tengo la distancia calculada así que no falta sino afinar con calma la puntería y apretar el gatillo. Al escucharse el disparo del antiguo pero potente "mauser" varias palomas brotan en callado revuelo sobre la espalda que se dobla hacia la derecha y desaparece. Sé muy bien que no se ha ocultado: tiene que estar muerto o, por lo menos, muy mal herido. Es otro asqueroso yanki invasor menos, otro de esos que, a juzgar por las noticias (que nacen en su misma patria), nunca han muerto, porque dos frentes para que mueran los Peter y los John es demasiado, y por eso nadie muere en Santo Domingo sino en Viet-Nam, donde ya es costumbre vieja. -Dime, Rubén Alguna vez te ha sucedido pensar. .. recordar detalles o hechos que no te hayan ocurrido antes? é


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Y, naturalmente, lo difícil sería encontrar algo sobre lo cual Rubén no supiera o creyera saber, permitiéndole de inmediato romper los no muy seguros diques de su apabullante locuacidad. Por eso, no bien había terminado de expresar Damián aquella pregunta, allí estaba el amigo inundando el ambiente con una luenga retahíla de nimios relatos referentes a momentos pasados en esquinas saludando a individuos ya antes saludados en el mismo lugar, o comidas con repetidos ladridos de perros de similares manchas o cartas dos veces escritas y dos veces introducidas en el mismísimo buzón junto a aquella misma señora de la marca en el rostro y diez tomos más si alguien se hubiera tomado la molestia de copiar y editar la interminable chorrera de sandeces. El problema para Damián consistía en cómo explicar al amigo ( o a quien fuera, en caso de que osara contarlo a otro) lo que en verdad le sucedía. Debía ser difícil que alguien entendiera su caso puesto que él mismo no lograba explicarse lo que sucedía: que podía estar muy tranquilo leyendo, caminando o hasta durmiendo y, de repente, durante fracciones de segundo, sin preparación previa y sin mediar transición alguna, comenzaba éso.. el recuerdo, pero un recuerdo muy peculiar puesto que no le pertenecía, un momento de vida pasada que a él, precisamente a él, nunca le había sucedido . ¿ Cómo explicar algo así? ¿ Cuál habría de ser la reacción de quien le escuchara decir que recordaba incidentes que nunca le habían sucedido, cosas que ni siquiera le habían contado ni había


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visto en películas ni leído en diarios o libros o revistas? Poco le importaba a Rubén el hecho de que su amigo no hiciera caso en tanto proseguía desbordado y con aire doctoral encenagado en una despeluñada teoría Rosa Cruz sobre encarnaciones anteriores con un cúmulo de detalles que tomaban más confusas las pretendidas aclaraciones. Sin embargo, Rubén sabía que era imposible recordar lo que no se conocía y Dam ían también estaba seguro de lo mismo por más vueltas que diera a la reencarnación, y en especial le constaba a Damián que no había vivido los episodios de la revolución de abril, que esos incidentes no formaban parte de sus vivencias puesto que no se encontraba en el país cuando sucedieron, y por ello no resultaba factible que los recordara. Pero sí recordaba. y no se trataba de breves y fugaces imágenes de noticiarios, o de notas y análisis sobre los hechos acompañados de fotografías que informaban sobre el conflicto bélico, y ni siquiera del documental (de unos 25 minutos) tan interesante y bien planteado sobre el mismo tema. No era nada de eso que recordaba conscientemente como era natural que pudiera hacerlo en especial por su condición de periodista, porque era función propia de su trabajo estar informado para relacionar pasado y presente y extraer de dicha confrontación adecuadas y productivas conclusiones. No se trataba de algo así. Cuando se recuerda algo visto en una sala de cine, aunque ese fragmento complemente con amplia información sobre el mismo


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asunto y se conozcan al dedillo sus interioridades y bases más íntimas, aún así no se puede pensar en ello, recordarlo, tal y como si lo estuviera reviviendo. Es imposible imponer la presencia vital de la persona que recuerda en el seno de aquello tan ajeno, hacerla partícipe de esas pasadas acciones, fundirla con los verdaderos protagonistas de aquellos sucesos. Y, a pesar de su razonamiento, la mente de Damián rugía colmada de bélicos quehaceres, captaba en detalle conversaciones y encuentros con desconocidos seres a quienes trataba como amigos, nítidas refriegas iban y venían y él participaba al igual que los demás, sin empacho, temor o extrañeza como si fuera -lo más natural que una persona como él disparara a soldados norteamericanos, que matara e hiriera, él.. ..que nunca en su vida había disparado un tiro lY hasta risa le producía esa posibilidad, o le Hubiera producido de no estar ya más que mortificado por la molesta recurrencia de los inusitados recuerdos. Y se repetía que si por lo menos hubiera estado en el país para esa época, si hubiera visto aunque fuera de lejos algunos atisbos de los hechos, tal vez entonces podría achacar lo que le sucedía a una manifestación inconsciente de culpabilidad, a ocultas reacciones de su mente ante la sofisticada elegancia con que supo esquivar una participación activa. Mas, era evidente que nada conseguiría diciendo eso a Rubén, tanto como que había sido un disparate haberle interrogado sobre ello aunque fuera


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en forma superficial. -Nos vamos a dividir en grupos y cada grupo tomará por una de las calles que bajan al muelle. Recuerden que si no disparamos todos a un tiempo nos pueden joder, así que no se vaya nadie alante y, a las dos y cuarenta en punto, icandela! Entendido? -Y, équé pasa si los yankis han puesto centinelas en alguna parte antes del depósito? -No se preocupen, que ya eso ha sido chequeado; vamos. - ... antes se burlaban cuando hablábamos de miles de turistas; pero ahora, ésos que antes se reían se convencerán, tendrán que convencerse cuando adviertan que los hoteles no dan abasto, que no aparecen sitios donde meter a los visitantes extranjeros. Lo que necesitamos de ustedes es que insten a la ciudadanía a cooperar disponiendo de casas o habitaciones para alquilar por su cuenta, con el fin de poder alojar a todos cuando lleguen. Hoteles, habitaciones, turistas yankis, soldados yankis y el Director General de Turismo acodado alií, sobre la balaustrada de la galería exterior del Alcázar de Don Diego. Cierto que era un buen lugar para acomodarse, en especial cuando se daba el frente al río y se admiraba el paisaje. De seguro que los ilustres codos de Doña María de Toledo habían precedido en más de una ocasión a la chaqueta de "corduroy" del funcionario que, a pesar de lo mucho que había hablado, nada dejaba en la mente del muy preocupado Damián, quien é


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seguía tratando de salir de los preliminares del enfrentamiento armado en los cercanos muelles y en vano de olvidar la posible presencia de centinelas en lugares no previstos y por él no conocidos sin poder dedicarse al trabajo que como periodista debía realizar. -Sr. Director, écree usted que realmente será necesario disponer de casas particulares? ¿No le parece que a los turistas podría resultarles desagradable eso de tener que convivir con familias desconocidas? -Agáchate, agáchate! Mira, me parece que allí hay uno! -¿Dónde? -Allí, a la izquierda, cerca de aquel palo... fíjate, fíjate, ahora se está moviendo! -¿Cuál es la actual capacidad habitacional de los hoteles en Santo Domingo? -No puedo moverme: me dieron en las piernas.... iAyúdame, no me dejes aquí! En sus tiempos de Nueva York Damián había leído numerosísimas crónicas sobre la revolución y escuchado docenas de relatos de testigos presenciales y de muchos que se decían partícipes reales de los hechos o de personas que los habían escuchado de otros yesos otros de otros más, y todo eso unido constituía una muy abundante información sobre lo acaecido en ese entonces, tanto que podría haber escrito un volumen completo sobre la guerra, aunque sin la certidumbre de que todo fuera cierto. Pero, lo sabía, eso no significaba que pudiera recordar hechos tal y como si los hubiera


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vivido. Lo que recordaba era similar a lo leído o escuchado sobre la revolución cubana, acerca de Fidel en la Sierra Maestra, un tanto más vívido en su memoria que lo recordado de sus estudios sobre la conquista de Méjico o la lucha por la independencia frente a los haitianos de su propio país. Todo eso que acudía a su mente eran meras palabras, imágenes disecadas en celuloide sobre sangre y muerte en Santo Domingo y no vivencias ni detalles precisos; por eso sabía que no era recordar lo que experimen taba, puesto que no podía hacerlo con tal lujo de pormenores. Y tampoco se trataba de una actividad onírica puesto que nada soñaba y ni siquiera dormía al sobrevenir aquello (no podía haber estado durmiendo ahora frente al Director General de Turismo y en tre sus compañeros de la prensa). Sin embargo, era como si recordara aunque de sobras estuviera consciente de que no podía hacerlo. Y, así y todo, continuaba recordando o lo que fuera como si tal cosa. Lo empujó contra la pared y el sargento, con los ojos desorbitados reflejando intenso terror y la sangre manando de la boca yel hombro izquierdo, juntó sus manos en actitud suplicante gritando, más que diciendo: ~No me mate, señor, no me mate, mire que yo nunca le hice mal a nadie! --Cállese, maricón, si no quiere que le parta el culo a patadas! Segurito que no gritabas cuando tenías tu fusil en las manos, eh ? - Yo nunca he matado a nadie, se lo juro! é


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a ese pendejo! Lucía era una mujer inteligente, suspicaz y paciente, pero, a pesar de tan sobresalientes cualidades, el problema de Damián escapaba a sus posibilidades. El había intentado explicarle lo que le sucedía y, como siempre, tremendo batiburrillo había formado con sus palabras (algo que, por demás, resultaba natural ya que ni él mismo cornprend ía lo que le estaba sucediendo y no podía concentrarse cuando intentaba organizar sus ideas, como tampoco lo conseguía para hacer sus más rutinarias tareas periodísticas), dejándola más confusa que antes.

y es que incluso se percataba de que hasta la simple lectura se hacía pesada y farragosa, que no lograba adelantar y las líneas esquivaban sus ojos, debiendo tomar sobre ellas una y otra y otra vez hasta que un punto, una mayúscula o alguna palabra en particular le llamaba la atención haciéndole comprender la estúpida reiteración y nula comprensión de lo supuestamente leído. ~El Capitán Espinal mandó a soltar a todos los guardias que estaban presos, ellos prometieron que irían derechito para sus pueblos, que no pelearían contra nosotros de ninguna manera ni aunque les obligaran; y, como andamos tan escasos de comida... - y a los heridos, (también soltaron a los heridos? -A esos con más razón. Y hasta hubo uno que preguntó por tí y quería saber tu nombre; claro que no se lo dijimos, por si acaso; era un sargento


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herido en el brazo izquierdo .. ésabes>, aquel de la cicatriz en la fren te. "Ni siquiera se dió cuenta de la llegada de los dos hombres; parecía como si hubiera perdido la facultad de ver o de oir.". Eran palabras de Dostoyevski las que leía y puede que no anduviera muy equivocado al pensar que, meditando sobre Raskolnikoff, estudiando para la creación de aquel formidable personaje, el escritor tuviera en mente un caso con ciertas características parecidas a las suyas, aunque luego lo desviara hacia diferentes derroteros sicológicos. Damián pensaba en aquel Raskolnikoff, fundiéndole con el hombre de la cicatriz en la frente y sus pensamientos eran un desequilibrado pandemonium del cual no surgía el providencial hilo de Ariadna que le permitiera desenredar la apretada y enloquecedora madeja. La turbulencia cerebral le sumía cada vez más en la confusión, ya no sabía a ciencia cierta si pensaba en algo de Dostoyevski y en un siniestro cicatrizado o si esos pensamientos eran puro reflejo o trasplante de algún endemoniado trasgo que los robaba por él o para él. ¿Pensaba o era aquello qUe" pensaba recuerdos impuestos por otro insertos en su mente? Las palabras del hombre de la cicatriz le había impresionado hondamente y no alcanzaba a discernir el porqué le herían con mayor intensidad que lo demás "recordado". Cuando volvía sobre ellas tumultuosas ráfagas de imágenes superpuestas atravesaban su mente de parte a parte sin dejar huellas conscientes, eran como dibujos subliminales, ésos que pueden provocar ansiedad, sed,


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temor, hambre o inquietud sin que quien todo ello experimentaba pudiera conocer su causa quedando abandonado, fundido ala vaguedad de un deseo, a la incertidumbre de un algo que se busca sin saber por qué. Se detuvo a comprar cigarrillos y, mientras encendía, miró con cuidado a su alrededor; desde varios días antes una peculiar inquietud le dominaba, sentía la impresión de que alguien le vigilaba; a lo mejor eran tonterías, pero, por si acaso, lo mejor que podía hacer era no descuidarse. Después de todo, nadie sabe cuando le tienen el ojo encima hasta que ya es demasiado tarde. Volvía, volvía siempre como ritornello, como cuento de nunca acabar. Y, durante esos lapsos, équé sucedía, que le pasaba a él? La vida, el ser, la conciencia de sí mismo, todo eso que constituye el ente pensante y viviente que se supone somos no podía ser objeto de semejantes vaivenes y manipulaciones, estar apareciendo y desapareciendo, esfumándose y retomando a la realidad. Era obvio, no podía recordar lo que a otro le había sucedido. Por ende, si no era posible hacer eso, entonces no era él en realidad quien recordaba; y si no era él quien recordaba y sin embargo lo hacía, necesario era llegar a la conclusión de que, durante dichos lapsos, alguien le sustituía. Lo justo entonces era pensar en una especie de socías, un "doppelganger" matarife entusiasta de los disparos y la guerra, ser alucinante e incorpóreo y, sin embargo, real, real por lo menos durante esos fugaces instantes durante los cuales le sustituía


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ya que ofrecía manifestaciones de vida: recordar, pensar, piensa, pienso, luego existo, se decía Damián, temiendo en sus adentros suyos o ajenos aquello que de él se servía para probar su existenCIa.

-Mira, ¿por qué no vas a donde un siquiatra? Cuando ya un buen amigo, persona que, a pesar de ser poco ilustrada y nada brillante en su inteligencia de todos modos era paciente y comprensivo, llegaba al extremo de estallar atreviéndose a decirle palabras de ese tenor, era porque el asun to alcanzaba graves matices. Le tenía atosigado al pobre de Rubén y, aunque al principio éste se dcsh aela en prolongadas respuestas y enmarañadas explicaciones, llegó el momento en qm~ comenz() a rehuirle. Y lo peor era que el propio Damián, de tanto buscar aclaración al intríngulis, ya andaba a tontas y locas confundiéndose, atragantándose perturbado, dislocado en su afán y, al no encontrar asidero, al tener que aferrarse a disquisiciones sin base real y objetiva, al quedarse flotando en una nebulosa de absurdos retornaba al punto de partida y todo era la serpiente que muerde su propia cola. Estaba comenzando a aceptar su locura a falta de otra solución. Después de todo, la locura es una enfermedad como otra cualquiera y las enfermedades tienen cura. Pero la dimensión inquisitiva no posee límites y por eso pasaba sin transición de una a otra y a otras más, y recordaba aquello de que el orate es incapaz de advertir su trastorno y lo acepta como parte de su normalidad, en tanto los demás marchan


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a la deriva porque no marcan su propio paso, y por eso mismo sab ía que no estaba loco puesto que es taba conscien te de que algo fuera de lo común (no podía haber encontrado mejor eufemismo) le sucedía aunque no pudiera conocer los porqués de ello. -Ahí está, ahora estoy seguro, es él y me viene siguiendo desde hace un buen rato !Maldita sea! Tanta gente, tan grande esta maldita ciudad y tenía que toparme con ese hijo de puta Suerte que ya no es guardia, aunque.... córno diablos voy a saber si no es un calié? Andar vestido de civil no es garantía de serlo y más aquí, donde hay más de ésos que uniformados. Debe tenerme rabia el desgraciado, como la tendría cualquiera a quien le hubieran dado un balazo y encima un culatazo en plena bcmba. !Y a ese tenía que soltar el pendejo de Espinal! Si por mí hubiera sido todavía estuviera encerrado y pudriéndose ... o peor que eso. Tendré que largarme en un carrito de concho a ver si me le pierdo. -El suyo luce un caso de desdoblamiento de personalidad, aunque, en realidad ..bueno, hjese lo que sucede: mi especialidad es más bien la teoría, Damián; mucho me gustaría poder ayudarle, pero, para serie franco, lo mejor que puedo hacer es aconsejarle un siquiatra práctico, algún clínico que conozca. A consultar a un siquiatra clínico le enviaba, y tal y como se manda a alguien a cambiar de camisa. Lo que no sabía el "teórico" era que Damián le había abordado porque le tenía a í

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mano en la redacción del periódico, porque le conocía de saludarle cuando traía los artículos sobre siquiatría y porque calculó que podría tratarle por eso con mayor rapidez y, claro está, de gratis, como buen "colega" de prensa. Porque otro problema, aunque muy material, era que Damián no ganaba tanto dinero como para pagar siquiatras; la profesión de periodista y el ser un adicto a Kafka, Sartre, García Márquez o Dostoyevski no produce ni nunca ha producido dividendos que puedan calificarse de lujosos. Sin embargo, no quedaba más remedio que encaminar sus pasos en dirección al clínico porque, de no hacerlo así, corría el inminente riesgo de pasarse la vida trasegando las morbosas lucubraciones de cerebro en cerebro en tanto se convertía en tiro al blanco de feria para los dardos de sus amigos y conocidos o debía transformarse en perfecto ejemplar de anacoreta para evitarlo. Porque, por otra parte, tenían toda la razón en burlarse. Rubén, por ejemplo, no podía acostumbrarse a las intrincadas preguntas o al alelamiento improviso en que caía Damián, se había hartado de buscar respuestas o de que no le pusieran atención cuando al fin ere ía andar por buen camino al contestar. La misma Lucía a pesar de lo mucho que amaba al marido, ya le miraba de reojo y recelaba de sus actitudes y movimientos, siempre estaba en guardia esperando por algo peor. Y lo que más le molestaba a Damián (ya que lo otro tenía que aceptarlo como natural, dada su particular condición) era el hecho de que, desde que abandonaba el hogar, ella corría al


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teléfono a contarle los más m mimos detalles a la madre y cuando se refería a sus "excentricidades" la otra ripostaba c on un "loco como una cabra", como harpía graduada que era la muy maldita, y que cuando sonaba el teléfono y él respondía, la vieja bruja se negaba a hablar con él, prefería colgar y llamar de nuevo hasta que lo tomaba la hija. Damián lo sabia y, aunque para hacerle la maldad se apresuraba a levantar el receptor cada vez que sonaba, ella insistía y llegó al colmo de decirle en una oportunidad que no respondiera, que "ella no hablaba con locos". Todo eso, naturalmente, agriaba la vida marital de Damián convirtiéndola en vaciadero de frecuentes discusiones y continuas acechanzas. Mas, como sabía que su esposa le amaba y él, por supuesto, también la adoraba, hacía lo indecible por sobrellevar los múltiples problemas en espera de que el "práctico clínico" los resolviera de una vez por todas. No puedo pasarme la vida escondido, encerrado en una casa para evitar que ese maldito cabrón de la cicatriz pueda atraparme en una calle. Además, tengo que ganarme la vida; es imposible que deje que me boten del trabajo después de tanta brega que me dió conseguirlo; y puede que el tal tipo ni ande detrás de mí; aunque sea el mismo sargento, puede que no me haya reconocido, que simplemente me haya pasado cerca, como pasan otros tantos cientos y miles todos los días, y que mi imaginación me esté jugando una mala pasada. De cualquier manera, tengo


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que andar ojo avizor, porque lo que sí es seguro es que hasta al más listo lo dejan tieso en medio de la calle antes de saber porqué. -¿Qué te sucede, Damián? Tienes los OJos más colorados que un tomate! Frente a su máquina de escribir pensaba en que ni con el mejor maquillaje al estilo "Hollywood" podría disimular las muchas noches sin dormir, los paseos por la casa buscando qué hacer, cargando una y otra vez sobre lo mismo sin conseguir nada positivo, vuelto "tío vivo" entre inútiles pastillas, noria de ajenos recuerdos, soporte de la angustia... -Oye, será mejor que sueltes la sábana y vayas donde Reyes; me dijo que quería hablar contigo. Apenas disimuló una burlona son risilla al decirle aquello y luego reptó entre los escritorios haciendo ligeras señas a los demás, cuyas maquinillas estaban mudas como en espera de la reacción de Damián; pero éste ni siquiera levantó la cabeza de lo que hacía hasta el momento en que se dirigió a la oficina del Jefe de Redacción. -¿A qué no sabes quién te habla? El asunto empeoraba para Damián porque, por menos que quisiera, tendría que explicar su problema a Reyes y hacerle comprender que se trataba de algo serio, que precisaba de ayuda profesional urgente. -Ni te lo voy a decir, mariconazo! Pero yo sí sé quien eres tú y lo que haces y donde vives, y no te vayas a creer que se me ha olvidado el balazo


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que me diste ni los dientes que me tumbaste. Ya verás, ya verás lo que te tengo guardado, buen cabrón! -¿Con quién hablabas, Damián? ¿No te dijeron bien claro que estaba esperándote? Ven, vamos a la oficina del director. Damián dejó el teléfono y cammo Junto al de Redacción entre las miradas de los demás periodistas percatándose de que, tal y como iban las cosas, también el director del periódico se enteraría de lo suyo. El fajo de artículos por él escritos y rechazados por la redacción reposaba en el amplio escritorio del director y la mirada de éste sobre Damián, quien aguantaba como podía el vapuleo sencillamente porque ellos tenían toda la razón en sus argumentaciones, porque en los escritos aparecían disparates de muy diversa Índole que no se les hubieran escapado ni al mensajero del, diario. Corría el riesgo de ser despedido y esa posibilidad le aterrorizaba porque entonces no contaría ni con su miserable sueldo para atenderse con el siquiatra. Por eso se humillaba y trataba de explicarse aunque todo era inútil ya que ningún caso hacían a sus "cosas de locos", recibiéndolas con la condescendencia de quien habla con un niño.

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Ahora sí que me jodí !AhÍ está el maldito negro, ya sabe hasta donde vivo. Porque no va a ser casualidad que esté en la misma esquina de mi casa y sobre todo que se plante en ella como un mojón. Qué hacer? Si tubiera mi "mauser" no é


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pasaría un minuto más ahí parado, pero ni un maldito cuchillo tengo y segurito que él sí anda armado, ese maldito hijo de puta! , -Damián, vamos a olvidar lo pasado; fíjate, te tengo un trabajito fácil. Si se cree que vaya salir como un imbécil nada más que para dejarme matar le caerán telarañas ahí parado esperando a ese cabronaso. Lo más seguro es que no se atreva a hacer nada aquí; es probable que esté aguardando a que salga para seguirme y sorprenderme en algún lugar solitario, y éso porque no sabe que me he dado cuenta de su presencIa. -¿Qué te pasa? Deja ya de estar en la luna y atiende a lo que te digo! El vozarrón del encargado de redacción le había sacado de quicio llevándole a la realidad de tener que asistir al velorio de un estudiante asesinado esa misma mañana. No se atrevía siquiera a insinuar que no deseaba ir o que cubrir sucesos como ése no entraban en su especialidad, que él no tenía por qué sustituir a Cabrera. Le estaban ofreciendo otra oportunidad, tal vez la última, y por eso no opuso resistencia aunque le atemorizaba el hecho de que el tal velorio sería en la noche y se esperaba violencia, los compañeros del muerto de un lado, la policía del otro, y su misión era espera,.r hasta que algo sucediera. Y nada bueno podía ocurrir en tan apartado lugar y con un clima tan cargado de tensión. Ese cabrón no se aparta un instante de la esquina. ¿Será posible que no coma ni duerma? Si me


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diera una oportunidad desaparecería en menos que canta un gallo y nadie me vería más por estos lugares ni en pintura, así tenga que llegar hasta la frontera. Bueno, no me queda más que esperar, tarde o temprano tendrá que moverse de ahí. Eran las dos de la madrugada y la mayor parte de los asistentes al velorio se había retirado; para suerte de Damián nada había sucedido, apenas dos policías fueron vistos por los alrededores y, si andaban los secretos (lo más probable) I nada hicieron para provocar disturbios. - Lo mejor que podemos hacer es irnos, Damián. No te parece? La voz del fotógrafo le hizo respingar, tan ensimismado estaba. Claro que eso era lo mejor, pero la parte fea del asunto estribaba en que el irse significaba separarse de la compañía de Donoso y los demás asistentes; y el hogar del fotógrafo, lo sabía, estaba en las antípodas del suyo. Este es mi chance, se ha ido el muy maldito. Por suerte tengo todo listo y así puedo largarme por la esquina opuesta a buscar un carro público para poner tierra de por medio, no vaya a ser que se arrepienta. Lo único malo es que, a semejante hora en la noche, encontrar un carro es toda una empresa. Damián se percató de que, con la preocupación del trabajo y la de tener que marcharse solo como alma en pena de tan alejado lugar, sus peculiares recuerdos le habían abandonado o, por lo menos, que poco caso les había dedicado, y esa circunstancia le resultaba esperanzadora. Tal vez el único é


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remedio a su perturbación consistiría en acostumbrarse a vivir esa doblez mental sin hacerle mucho caso, sentir la embestida de "éso" y no preocuparse; "1et it be", como dirían los viejos "Beatles": si no puedes derrotar a tu enemigo, únete a él; total, pensaba, no es más que una especie de machacón recordar anecdótico, rumiar viejas películas, novelas leídas durante la adolescencia o cuentos o cosas por el estilo aunque esas películas o novelas o cuentos nunca hubieran sido vistas o leídos o escuchados. Pero aún así esa podía ser una solución al problema, no conceder al asunto la trascendencia que hasta el momento le había dado, hacerle caso omiso, tomarlo a chiste hasta que, a lo mejor, llegaran a disiparse en el seno de la indiferencia, tal y como se olvida a una mujer aunque se la haya amado demasiado, a un amigo íntimo o a la propia Madre tarde o temprano; aunque a decir verdad, tendría que ser por completo insensible, vivir en las nubes o convertirse en cibernético ente para poder restarle importancia a aquello que de él se adueñaba, para no hacer caso a tan tumultuoso alud de pensamientos, de recuerdos que se hacían presentes o desaparecían para retornar, para volver una y otra vez y siempre como ahora, el individuo de la cicatriz parado allí delante tangible, horrendo en su perfecta manifestación... -¿y ahora, mi compadre? Vamos a ver si todavía le dura la guapeza de antes, éeh? Reminiscencias, recuerdos, memoria de lo nunca sido... todo creado por la locura de Damián,


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productos del prolongado desquiciamiento, suyos, ajenos, como se produjeran o lo que fueran,tendría que soportarlos durante el resto de su existencia puesto que era imposible ahuyentarlos y porque -era cada vez más evidente- no podía dejarlos de lado como una carga molesta. Imposible no prestar atención a tan vívidos recuerdos, intentar apartarlos cuando adquieren el macizo contorno en apariencia objetivo del gigante negro de la cicatriz en la frente que se regodea mostrando el afilado puñal, imposible cuando se acerca o parece acercarse, imagen fantasiosa y grotesca de otro mundo, dimensión o mente, espejismo, delirio casi palpable que debía arrancar de su pensamiento al sentirle pegado a su cuerpo con su aire enloquecido de vetusta y deteriorada cinta de terror, ser incorpóreo que parecía tan real como la calle donde asentaba sus propios pies paralizados, como la pared que le impedía retroceder, como la falta de aliento que oprimía su pecho, el largo puñal que levantaba, el terror que le arropaba todo entero, el dolor lacerante, la sangre que manaba a chorros largos y oscuros, oscuros como aquel negro, oscuros como la noche que ya le impedía recordar. ... al fin



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acordaba: de los picoteas, de los tragos, del dominó, del brusco ondular de las caderas de Feliciana, del respirar hondo cuando llegaba al espasmo, de los trabajos buenos o malos, del aire y la luz. Y, si se negaba a olvidar su deseo de venganza, lo hacía únicamente para conservar un refugio que le sirviera aunque fuera para no volverse loco de remate. Aunque tenía que estar loco para seguir vivo, vivo pero borrado en aquella oscuridad, vivo sólo para él y el maldito ceboso de afuera, vivo para nada, con la triste finalidad de continuar allí tragando su propia mierda. -Me largo, negro- gritó el carcelero abriendo el tabique- Qué pasa con la cantina? ¿No quieres volver a comer, negro del diablo? Oteó la oscuridad asomado a la abertura y esperó; luego, como nada sucedía, extrajo una linterna del bolsillo trasero y enfocó hacia el interior del calabozo. -Pero si se ha guindado el maldito negro !-Y, soltando la linterna, sacó las llaves y abrió la puerta; recogió la linterna y entró, iluminando de cerca el colgante cuerpo de Chago; adelantó una mano para tocarle y, de improviso, las pendientes piernas se levantaron en su dirección y le atenazaron el cuello, haciéndole caer con violencia cuando el negro soltó la tubería que cruzaba el cielo raso hasta llegar a la llave. Sin zafarle las piernas del pescuezo, Chago golpeó repetidas veces la cabeza del carcelero con la cantina hasta que le pareció que no se é


EUSEBIO Y LA BUENA VIDA

La ciudad esplendente, mazorca de maíz de puro embarrada de sol, vibraba en su centro vital, docenas y docenas de muchachas revoloteando por las calles, posándose frente a las vitrinas bien provistas, sus piernas desafiantes escurriéndose de las mini-faldas agitadas por la brisa mañanera y, guión en medio del conjunto, discordante y absurdo en toda aquella armonía; él, Eusebio. Eusebio-guión, Eusebio-paréntesis que caminaba y caminaba sin que nada a su alrededor le importara y por eso seguía como si nada existiera dejándolo íntegro a las ávidas miradas de los jovenzuelos y a la curiosidad "Kodak" de los ocasionales turistas. Sin embargo, aunque nada de aquello le interesaba, sí le resultaba penoso advertir como en ocasiones su presencia llamaba la atención; lo notaba en las ojeadas burlonas y en aquel tan poco discreto echarse a un lado a su paso, y le golpeó 49


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en lo más hondo provocándole infinita rabia la voz del muchachón que graznó con aire suficiente y socarrón lo de "Tíguere, se le están riendo los zapatos!", con la consiguiente catarata de carcajadas brotando del grupete en la esquina. Cierto, apenas eran un recuerdo de zapatos los de Eusebio y no podía decirse que el pantalón y la camisa estuvieran en mejores condiciones, dada la colección de remiendos exhibida por el primero y la tela clareante y a punto de deshacerse de la segunda, víctima de tan numerosas lavadas que antes de la próxima de seguro pedía su jubilación. Pero no siempre le hab ía ido tan mal a Eusebio; durante una época todavía recordable pudo salir radiante del Instituto "Duployé" con el flamante título en "cartonite satinado" acreditándole como genuino experto en el arte de jeclear sobre una descascarada momia "Underwood". y si a eso se unía su segundo teórico aprobado y los ligeros conocimientos de contabilidad escamoteados con disimulo en la susodicha escuela comercial en tanto aguardaba turno para golpear como galeote la maquinilla, podía llegarse a la conclusión sin temor a error de que le esperaba un "brillante porvenir". Mas, a partir de aquella mañana en que, muy orondo y meciéndose dentro del traje prestado, había participado en la ceremonia de graduación, sus pies debían haber recorrido tantos o más kilómetros que un auto de alquiler con diez años de experiencia continua.


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y nada había cambiado hasta el momento de las minifaldas y la chanza a costa de sus zapatos. Durante la época del título, por supuesto, Eusebio y sus miradas habían sido para las muchachas, se había embebido en ellas y recorrido con delectación parsimoniosa curvas y deliciosas protuberancias haciéndole incluso el esfuerzo a los piropos. Suyas habían sido también las vitrinas quedando como hipnotizado ante hermosas camisas y acampanados pantalones, y llegando su osadía al colmo de admirar trajes y chaquetas deportivas. Porque para aquel entonces todo le pertenecía, todo había sido suyo inmerso en el vapor de su calenturienta esperanza recién estrenada, suyo en los febriles cálculos de distribución equitativa del primer sueldo: Docientos pesos. Doscien tos pesos que, cuando le dolían un poco los pies consentía en rebajar a ciento setenta y cinco por aquello de la prisa. Pero no menos. y si el "no menos" alguna vez se fue al diablo había sido forzado por las circunstancias: luego de la remendada inicial de los zapatos tuvo que dar un suave empujón a la tal cifra llevándola a ciento cincuenta. Y cuando una noche sus ojos tropezaron con sus pies advirtiendo el anormal y doloroso crecimiento que reclamaba más territorio que el normalmente dispuesto por los remendados, no tuvo más remedio que descender de nuevo y esta vez hasta el redondo CIen.


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En resumen, que todo seguía igual para Eusebio con excepción de su atuendo, sus pies y, por supuesto, su estómago. Por eso ahora ya no miraba las elegantes vitrinas como durante aquellos días ni le llamaban la atención las hermosas y bien formadas muchachas; por eso ni siquiera se ocupaba de entrar a oficinas y tiendas a preguntar si precisaban de un mecanógrafo, vendedor, ayudante de contabilidad o hasta un simple imbécil capaz de envolver paquetes o empujarlos de aquí para allá, o un mensajero o lo que fuera o quisieran darle por humillante o rastrero que pareciera, porque ya estaba más que cansado de que le miraran de reojo o le despacharan sin siquiera un par de formulismos, de que le pasaran papeles para llenar como buscando un modo de sacarle de en medio, de que le dijeran, sin reparar en gran medida si de un hombre o un mono se trataba, "Llene eso y déjelo ahí, nosotros le avisamos... " ¿y dónde demonios podían avisarle? ¿Acaso imaginaban que él podía creer que cuando necesitaran a alguien le enviarían a buscar a su casa? Por eso la ciudad era el amarillo del sol, las calles y avenidas desiertas o rebosantes de vida, las muchachas hermosas y sus ropas vistosas o los andrajos apenas cubriendo huesos, la basura y las joyas y la risa y el llanto. Y nada importaba a Eusebio. y el día que le encontramos, a pesar de que continuaba su tediosa rutina, algo consiguió sin embargo sacarle del marasmo. Una cascada de


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zapatos inmovilizada tras límpido cristal desfilaba frente a él cuando la brisa se quebró en un disparo, y un disparo es algo que, necesariamente, puede y debe llamar la atención a cualquiera. De momento no supo que hacer. Algunos amigos le habían contado hechos referentes a la casi olvidada revolución del 65, hechos que él había comentado y narrado a su vez a otros, circunstancias y experiencias que, de tanto pasar de bocas a oídós durante años, se fundían en leyenda escurriéndose gran parte en la negrura del olvido y el desconocimiento para emerger a ratos con inusitado vigor en las ajadas voces de amargados testigos y partícipes. Contaban sobre armas y las formas de utilizarlas, sobre muertos y heridos señalando con dramático efecto casi ocultos agujeros de balas y remiendos que señalaban el impacto de obuses y cañones; más, los cuentos y el recuerdo inasible de un guardia borracho disparando su ametralladora muy cerca de sus piernas de niño constituían las únicas experiencias de Eusebio en materia de guerra. Por eso iRD$29.99! iRD$23.99! iRD$19.99! iFANTASTICO: RD$9.99! ¡FUEGO: iRD$4.99! y frente a todo ello Eusebio estático, petrificado como quien espera que algún zapato salga a protegerle. Tres hombres salieron a escape del cercano edificio señalado por un enorme rótulo como Banco Industrial, dos de ellos armados de ametralladoras, el otro portando una pistola de respetables dimensiones.


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Muy posible hubiera resultado que Eusebio no moviera un sólo músculo, tan aterrorizado se encontraba; sin embargo, los hechos que siguieron fueron más que suficientes como para hacerle salir de su parálisis. y al cambiar por fuerza de posición todo lo demás empezó a cambiar también para él.

Los hombres armados apuntaban hacia el interior del banco desde la acera cuando, desde un punto impreciso situado cuatro o cinco casas más arriba del lugar de la acción, surgió una ráfaga de fusil-ametrallador cuyas balas dieron en todas partes menos, al parecer, en el lugar donde se concentraban los pandilleros, y cuando una de esas balas pasó sobre su cabeza dejando zapatos sin precios y tienda desprovista de límpidos cristales, la estatuaria actitud de Eusebio pasó a mejor vida lanzándose nuestro hombre cuan largo era en plena cuneta casi debajo de un auto allí estacionado. Los balazos menudeaban y a Eusebio se le figuró que estaba viendo otra vez aquella película de guerra en la que los yankis batallaban con los japoneses en la playa mientras sobre todos volaban aviones y estallaban las granadas disparadas por la flota. Desde el Banco Industrial (hasta el momento la única víctima visible del tiroteo era esa "C" que algún balazo había desprendido) alguien respondía los disparos de los asaltantes y, mientras, uno de ellos, el de la ametralladora que estaba más a la izquierda, corrió como gato escaldado hasta alcanzar el auto bajo el cual ocul-


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taba su derruída anatomía Eusebio, parapetándose allí y disparando tanto o más que el joven Anthony Quinn de la mencionada playa de Guadalcanal (que así se llamaba el filme recordado). Eusebio creyó llegada su última hora al sentir como el individuo caía sobre él con todo su peso. Cerró los ojos y se encomendó a todos los santos y a su madrecita santísima en tanto el otro no hacía más que quejarse y resoplar y los disparos proseguían a más y mejor. A lo lejos resonó una sirena y el improvisado jinete de Eusebio se movió con cuidado, arrodillándose luego sobre las corvas de su "caballo". Jadeaba y gemía por lo bajo afanosamente, ahora medio de bruces sobre Eusebio, pero hizo un esfuerzo para levantarse cuando, envuelto en el traqueteo de los disparos, un auto frenó junto a él. -Corre, súbete, qué vienen más! El individuo, despacio y haciendo grandes esfuerzos, terminó por separar sus rodillas de las espaldas de Eusebio y se aproximó a la abierta portezuela del auto de donde surgieron unos brazos que tiraron de él con violencia hacia dentro. De inmediato las llantas chirriaron de nuevo y sólo quedó una estela de disparos y vidrios desmenuzados. Lo único que había visto Eusebio desde su "aventajada" posición durante aquellos segundos que para él habían sido horas era unos zapatos en mucho mejor estado que los suyos. Pero luego de la partida del auto pudo advertir otro detalle: su mano derecha cubierta de sangre, y con ese


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detalle surgió el presentimiento atroz de su próxima muerte inmerso en crueles dolores, aunque el presentimiento se esfumó casi de inmediato al observar, muy cerca de su rostro, tan cerca que tuvo que moverse hacia atrás para precisar forma y tamaño, dos pequeños paquetes, cada uno de ellos un poco más reducido que su mano. y cuando al fin logró identificar dichos paquetes de golpe y porrazo comprendió que todo iba a cambiar para él. Porque eran dos fajos de billetes todavía primorosamente precintados. Los disparos habían cesado mientras tanto y una avalancha de curiosos floreteaba alrededor de la entrada del banco. Algunos ayudaban a sacar una pareja de heridos en tanto la mayoría preguntaba y comentaba. Numerosos policías habían llegado y se movían afanosos entrando y saliendo sin mucha organización cayendo pronto en cuenta del frustratorio hecho de que, a pesar de los muchos testigos, nadie había anotado la placa del auto en el cual se habían escabullido los cacos. Sin ninguna .intención precisa, varios de los curiosos y un par de policías se acercaron al lugar donde todavía estaba Eusebio y éste, casi instintivamente, introdujo los fajos en sus bolsillos con rapidez de carterista profesional. -Aquí hay un herido Vociferó un policía. -Vamos a llevarle al hospital; llamen un auto, rápido! Pero Eusebio no estaba herido ni golpeado y ni siquiera adolorido, y por eso se apresuró a le-


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vant arsc haciéndoles saber a sus amables auxiliares la novedad de su perfecto estado de salud. En realidad en ese particular momento, con todo un enjambre de policías y guardias y hasta uno que otro marino merodeando por el lugar, lo único que le interesaba era que se fueran con su amable solicitud a las antípodas, eliminando así cualquier posibilidad de investigación hacia su persona. Varios pálidos y muy sudados empleados del banco se acercaron en aquel instante y entablaron conversación con un Coronel que estaba justo frente a Eusebio. El más gordo señaló algo en dirección a la entrada del banco y luego, para suerte de Eusebio, el oficial caminó junto a todos los demás en la dirección señalada. Nuestro hombre comenzó de inmediato a desplazarse en sentido contrario. No podía darse el lujo de esperar por un interrogatorio o a que le condujeran a las oficinas de la policía como testigo de los hechos. De las preguntas podían pasar al registro con suma facilidad y los dos fajos quemaban su piel como tizones. El grueso de los investigadores y empleados, seguidos muy de cerca por los mirones, se había corrido hasta alcanzar la puerta por la cual habían hecho mutis los asaltantes. Frente a la tienda de calzados varias personas examinaban los destrozos causados por las balas con aire de desconsucio. Pero ~I Eusebio ya nadie le prestaba atención y por ello r.orncnz.o a moverse más de prisa, alejándose de lodo lo que le oliera a policía. Pronto alcanzó la siguiente esquina y, luego de una última


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mirada, tomó la calle transversal acelerando la marcha. Ahora sí podía ir directo a su casa, Porque ya todo había cambiado para él. y los sueños retornaron a partir de aquel momento. De nuevo imaginaba escenas propicias junto a hermosas muchachas, soltaba piropos y requiebros a coquetas jovencitas cuando ellas le miraban sin disimulo su bien plantado traje deportivo, corregía su lenguaje tomándolo más afectado e indirecto, entraba en tiendas de postín y compraba camisas pan talones y chaquetas deportivas en tanto los empleados se desvivían por atenderle, y otra vez las muchachas a su alrededor, bien vestidas o bien desnudas para estar con él, muriéndose por él, viviendo para él, y él como si tal cosa. Las avenidas y las calles asfaltadas quedaron atrás y con ellas la tranquilidad del buen vivir y la calma de lo estable y seguro. Una bullanga rítmica y alegre rompía el mismo amarillo del sol ahora multiplicado en mil colores caminantes de aceras y asfalto agujereado, en adornos sin fin y sudores sin cuenta. y en el centro los secretos billetes de Eusebio erizados de miedo y esperanza, el temor por el rostro disfrazado de "qué calor y no empujen" y el sobresalto ante el aullido del megáfono y su "lo nunca visto" tan siempre oído y más visto y el brinco ante el encontronazo con el jabao de los peines cuya rodilla fue a dar directa sobre el bulto indisoluble que formaban los billetes y esa


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mano suya que nunca más había sacado del bolsillo desde el instante en que intuyó que alguien más podía verlos además de él. Porque el problema para Eusebio no consistía en la simpleza de ocultar y llegar a su meta; existía además la certidumbre de que aquellos barrios turbulentos estaban plagados de policías vestidos de civil, de que los secretos eran casi tantos como los viandantes comunes y corrientes, y por ello nunca se podía saber a ciencia cierta si una mano rozante llegaba por casualidad o por disimulo. Y la mirada inquisitiva del billetero ¿calibraba sus posibilidades de compra y nada más? ¿y el de las naranjas en la esquina con el cuchillo brillante de puro afilado? ¿y el parado en la esquina como buzón.... sólo para piropear nalgas protuberantes y senos temblorosos? ¿y qué pensar de los choferes de autos públicos de tan turbia fama? ¿y los espejuelos oscuros del vendedor de los mismos, la paciencia de jumento del de las revistas usadas, lo increible del de los perros de "raza" a cinco pesos cada uno, los de jobos y ganchos para la ropa, de semillas de cajuil asadas y rolas y prendas y "arreglo relojes y pulseras" y "llévese las cucharitas de mesa" o "un encendedor para estufa de oportunidad"? Por eso el dinero aquel andaba más sudado que el mismo Eusebio y más engurruñado que su corazón y todavía faltaba barrio como para perderse un cobrador veterano. Pero aún así las temblequean tes piernas alcanzaron otro barrio más, de tan miserable menos


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frecuentado, y la "residencia" oficial de nuestro hombre en el "multifamiliar horizontal", nombre conferido por sus habitantes a la cuartería encharcada en el sinuoso callejón con una entrada aparente y cien salidas imposibles de encontrar para quien no fuera asiduo. En el cuartucho, sobre el camastro plegadizo, frente al anafe del rincón y la silla del otro la mesa en el medio y la nada en el resto, cualquiera hubiera podido imaginar una rapidísima erupción de papeletas para el gozoso examen de lugar, luego de tanto rato y camino de sudor y susto. Sin embargo, nada de eso sucedía y con razón: docenas de agujeros aguardaban para entregar el secreto al bullicio cercano. Por eso, por vez primera en su vida, Eusebio intentó la vana tarea de eliminarse de la vista pública usando trozos de periódicos viejos a manera de tapones y, luego de varios minutos (y acostado de espaldas a los que aún no había podido tapar por la escasez del material noticioso), extrajo los dos fajos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para no chillar cuando saltaron ante sus ojos las papeletas de cien pesos cada una. Se levantó de un salto, los fajos de nuevo en el fondo del bolsillo, sus ojos tratando de "periscopear" en busca del curioso o del "secreto". Después, otra vez sentado y en apariencia calmo, contó los billetes sosteniéndolos junto al pecho: cada L~o, cien papeletas, cien papeletas de cien, veinte mil pesos en total. Es posible que muchas personas no consideren


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ésa una suma increíble, pero para alguien que hasta ese día era completo desconocedor del color de las papeletas de cien, era de esperarse que la amarillenta visión le resultara anonadantc a más de increíble. Por esa razón ya Eusebio ornaba renovados impulsos y masticaba las pal.: is que habría de decir a la hermosísima chica j loa la cual se detendría en aquel su rclucic» automóvil deportivo amarillo y negro, y pensaba que no tendría que buscarlas, que ellas le buscarían a él desde que le vieran al frente de semejante "nave", que se ocuparía apenas de parar a su lado sin decir palabra ni volver el rostro y sólo eu:'n<1o estuviera en marcha hablar ía para decirles del "casettc " a elegir en tanto llegaban a un restaurante y les servían sin bajarse, "Martinis ", "BloodyMarys", lo que fuera, no tenía que preguntar precios y la chica allí, pasmada ante su seguridad, nada más que esperando que el auto arrancara para no detenerse h asta el "rno tcl" Y la cama y ella desnuda frente él los espejos, desnuda en espera de que él terminara de ducharse o tomar otro trago de whisky y luego ... Pero todo eso sería más adelante porque, mientras tanto, ni soñar en salir del lugar. Primero habÍ<J que encontrar un escondite seguro para el dinero ya que no podía andar con tal carga encima. El problema era que, a decir verdad, la "casa" no estaba como para ocultar algo con seguri dad: de la cama al an afe y de la silla a la mesi ta todo era tan frágil y liviano que hasta a un inválido le resultaría fácil cargar con el "ajuar" completo y


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dando un solo viaje, así que, luego de descartado el muy carcomido cielo-raso porque las planchas de zinc sostenidas por palos atravesados apenas dejaban huecos suficientes para hormigas y avispas, no quedaba sino el piso de madera; entonces, ayudado por un trozo de hierro que guardaba precavido como "arma defensiva", desclavó una tabla, metió el dinero debajo y volvió a ponerla en su lugar a puros taconazos. El aspecto del cuartucho cambió al virar la posición de los tereques con el fin de colocar la cama encima de la encubridora tabla. Y esa noche durmió algo pero no con el "sueño de los justos", que lo suyo fué un mero rodar sobre sí mismo (no había espacio para rodar hacia otra parte) pensando en su inusitada suerte, en sus camisas transparentes, en sus pantalones a rayas y sus chaquetas "sport" y zapatos relucientes sobre medias de nylon. Porque era evidente que había tenido mucha suerte. Mas, los nervios no le dejaban gozar tranquilo de sus sueños devolviéndole a una perturbadora realidad. ¿No sería tal vez demasiada suerte? Si a él se le conociera como individuo acostumbrado a trabajar y cobrar los fines de mes, como persona que gastaba en una que otra oportunidad en bebidas, ropas o mujeres, a nadie le extrañaría que un buen día desapareciera del barrio para surgir por otro paraje diciendo que le habían tocado unos cuantos décimos del premio gordo. Pero, en su condición normal, si salía a la calle exhibiendo una sola papeleta y de cien, el vecindario entero rastrearía sus pasos alborotando a más


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y mejor y, por mucho que intentara evitarlo, esos oídos que tanto esquivaba captarían la señal; de ahí a conocer el origen de su inesperada fortuna apenas mediaba un suspiro de pura lástima, porque luego YA el camino a la cárcel sería ancho Y seguro. En otras palabras, que estaba hasta las narices en un enorme lío nada más que por "falta de costumbre" en lo que a poseer dinero se refería. Cuando un consuetudinario "tíguere" amanece "forrado", única Y natural es la respuesta ante la natural interrogante sobre la procedencia del tal "forro": era dinero robado. El infeliz nunca hereda. Claro que Eusebio no había robado, que nunca lo había hecho durante toda su vida, pero, a fin de cuentas, ¿ de dónde salía el dinero? Era robado, como tal figuraba. La gente del banco, la policía, la guardia, los marinos, la prensa, todos daban por seguro que aquellos veinte mil pesos estaban en manos de los asaltantes Y entonces, si él los tenía, para los "fines de lugar" él venía a ser uno de los ladrones o, por lo menos, un cómplice oculto que no había participado de manera activa. Esas deducciones saldrían a relucir si le descubrían con el dinero encima. Y no tendría más que sacar una de a cien a pasear para que tuviera docenas de sabuesos tras su pista. y los sueños cambiaban a marchas forzadas. Pasaban a gran velocidad por su mente distintas formas de cambiar los billetes: dirigirse a bancos lejanos de su barrio (y del banco robado,


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naturalmente), a tiendas apartadas, a otro pueblo. y otra preocupación antes siquiera de imaginar solución a la inicial: los billetes de alta denominación son anotados por su numeración, esa era una práctica corriente (que conocía a través de un episodio de TV que viera donde un amigo), por lo que desde que llevara alguno a cualquier lugar lo confrontarían con la lista que ya debía haber sido distribuída. Y lo harían más de prisa al observar su aspecto, tan poco congruente con billetes de ese tipo. Nadie creería que no era uno de los ladrones ni que el dinero le había llovido del cielo y por eso la amarillenta certidumbre de los fajos surgía fatídica mezclándose a su borrosa persona y el auto, los moteles, "Martinis " y whiskies y desnudos se evaporaban, no quedando lugar en su mente o sus sueños para nada de ello ni para el espléndido empleo (porque, ante su prosperidad, las antes cerradas puertas se habían abierto y ya enfrentaba empresarios y percibía jugosos sueldos que acrecentaban su primitiva fortuna), los rayados pantalones o las camisas transparentes y charolados zapatos. Todo se había volteado como mesa cubierta de vasos y botellas sobre el borracho de siempre quedando sólo los cascajos y el miedo. Siempre existía la posibilidad de largarse con viento fresco dejando el dinero allí, bajo la tabla; pero, conociendo el barrio y su gente, desde que pasara dos días sin regresar el palacio sería tomado por asalto y pronto encontrarían su dinero,


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con lo cual todo se sabría y de inmediato le buscarían y no para nada bueno. Y peor sería salir con los fajos y tirarlos en cualquier sitio, porque podrían verle y, al percatarse de lo botado, ipso facto sería un perseguido. Y podían esperar, simplemente esperar, ambos, él y su "dinero, conviviendo en paz mientras se calmaba el avispero, y esa hubiera sido la mejor de las soluciones de no ser por la memoria, por el recuerdo de los rostros de los curiosos observando el suyo luego del tiroteo, por la memoria de ellos que en cualquier momento podrían recordar su extraña presencia ensangrentada en el lugar donde había estado uno de los asaltantes y relacionarle, tomarle por cómplice abandonado y, claro, denunciarle. y si algo así sucedía en un periquete averiguarían la situación de su morada y tanto él como su dinero pasarían a buen recaudo. Yeso no sería lo peor sino lo que luego vendría; porque nadie creería la historieta de que él estaba allí por casualidad y simplemente recogió lo dejado caer por el verdadero asaltante; tan a cuento sonaba eso que hasta él mismo comenzaba a dudar de su veracidad. Mas, como era lo único que podía confesar cuando le interrogaran, como nada podía agregar puesto que nada más había pasado, entonces pasarían de las simples preguntas a la tortura, y ya se veía atado de pies y manos a una silla en tanto la pareja de forzudos y arremangados policías insistían en sacarle una verdad inexistente puesto que era la de ellos, y él repite que repite la fábula extraída de la prístina verdad y nadie


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aceptándola y ellos dale y vuelve a darle con chuchos y macanas burlándose de su absurda verdad y tratándole como secuaz que era, y que dónde está el resto del dinero escondido, y que dónde se encuentran refugiados sus compañeros, y que dónde consiguieron las armas, y luego de convertirle en estropajo a puros golpes vendría el juicio casi como un descanso y sería el único condenado "directo y en vivo" y pasaría veinte años vociferando inocencia y su imposible verdad y recibiendo más golpes propinados "por si acaso y se le ocurría decir la verdad" y de pesadilla en pesadilla remontaba alturas quijotescas saliendo héroe por carambola; porque llegaban a admirarle por su "extraordinaria resistencia ante los golpes sin decir ni pío" (el pío que sus captores deseaban, porque de los otros no había cuenta), por su "inimaginable asimilación ante la tortura", por la "increfble fidelidad para con sus cómplices" puesto que nada sobre ellos decía y nadie podía imaginar que si nada confesaba era porque no podía y por eso pasaba días y semanas soportando rebencazos sin "soplar" ni dejar de resistir. Lo malo del asunto es que habría de ser un héroe reventado, y que su heroicidad sólo sería conocida por los torturadores. Amanecía y con el sol el colorido bullicio afloraba de nuevo y nada que pudiera ayudarle a salir del mal paso había surgido en la conturbada mente de Eusebio. Algo debía hacer o decidir y pronto, no era asunto de quedarse allí en espera de que le atraparan con las manos en la masa. Fuera del


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cuartucho, más allá de la cuartería y el barrio, en avenidas y callejones, en plazas y edificios de oficinas públicas y privadas, en restaurantes y hoteles, la muchedumbre hervía de guardias, policías y "calieses" que pasaban a cedazo la ciudad y asechaban con disimulo. y Eusebio, sin siquiera asomarse, lo sabía. Pensó en quemar el dinero, no tenía más que tomar un fósforo y ... adiós veinte mil pesos !Sin embargo, con los vecinos tan cerca que podía oírles respirar, a cualquiera de ellos podía ocurrírsele que comenzaba un incendio y entonces correría a investigar, gritaría cual poseso ante el supuesto peligro y él estaría perdido. Por eso deschó la idea, temeroso, y continuó devanándose los sesos tratando de encontrar alguna solución menos arriesgada. y la solución más aceptable surgió de pronto, una solución tan simple que tal vez por ello no se le había ocurrido: devolver el dinero! nadie que fuera un verdadero asaltartte pistola o ametralladora en ristre habría de dirigirse a la policía a devolver lo robado con tanto esfuerzo y para ser detenido. Eso era, recurrir a la "franqueza", ir donde ellos y contarles exactamente lo ocurrido, y también que había pensado quedarse con el dinero pero que luego no había podido vencer los escrúpulos de conciencia, que la honradez había triunfado al final a pesar de la misérrima condición en que se encontraba. Añadiría lo del deseo de cooperar con la Justicia y, como tapa al pomo, la impactante revelación de que podía identificar a los asaltantes o, por lo menos, al que tan cerca había tenido. Declaraciones como ésas caerían de perillas a los desorien-


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tados investigadores puesto que poseían utilidad práctica, sin contar con el hecho del dinero recuperado. Las mutaciones mentales de Eusebio eran vertiginosas; a saber: no bien terminada de tramar su "brillante" solución retomaban pan él fama y fortuna, todo cambiaba de nuevo. La primera plana de los periódicos, dedicada a él. Las informaciones en detalle con luminosos pormenores acerca de su "lucha de conciencia" y su "honesta pobreza", para él. Los editoriales repletos de consideraciones filosóficas sobre la "eterna lucha entre el bien y el mal", para él. y con su popularidad, como es natural, llegaba la fortuna, fortuna embadurnada de alabanzas y requiebros de parte de los numerosos amos de la industria que disputaban los servicios de "un hombre como ése", de un ser tan "inusitadamente honesto", tan "difícil de encontrar en estos tiempos", y que se había preparado "a fuerza de tesón y sufriendo mil y una amarguras". Flotando en sueños salió encaminándose a su glorioso destino; lo único que por momentos le hacía retornar a la realidad era el furtivo contacto con los billetes y la vocecilla que le susurraba el necio refrán "Más vale pájaro en mano ... ", y el temor subsiguiente que le hacía de inmediato arrepentirse de ese tan sólo pensar en volver a las andadas peligrosas del dinero conservado y, vencida la tentación, retomaba a su onírica gloria presentída. Mas, sin embargo, fue en una vaga ramificación del sueño donde encontró otra vía más directa


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para alcanzar el triunfo total: dirigirse a la policía en efecto, pero no a la comisaría de barrio hacia donde se encaminada, sino al Cuartel General: pediría audiencia al mismo Jefe. de la policía. y es que, por una parte, no resultaba muy seguro confesar ante vulgares policías muy capaces de "dar primero y preguntar después" no bien soltara lo del dinero, y por otra, al jefe del cuerpo del orden' le gustaría so brema-rera salir glorificado en la primera página de los diarios como "solucionador" de tan complicado caso. y allí, al pensar en los periódicos, sobrevino otra mutación en Eusebio. Claro, si los periódicos podían disputarse la primicia de semejante noticia de parte del jefe policial, acaso no dedicarían todavía más espacio (y con ello más para Eusebio) si la recibieran ellos directamen te? Hasta puede que alguno de ellos le pagara por la exclusiva, y ahí se veía otra vez Eusebio recibido por el mismo director' o por el dueño de algún diario importante, rogándole que le cediera la historia con "carácter de exclusividad", ofreciéndole dinero por la tal odisea, deshaciéndose en elogios que luego quedarían plasmados en tinta y colores, y protegiéndole con el secreto de la información en tanto él así lo quisiera, para luego transportarle al Cuartel General de la, Policía, donde el mismo comandante en jefe de la institución, y recomendarle como "hombre honrado" a carta cabal, como "ser único en su insobornable sed de Justicia", y por supuesto, estaría defendido por el periódico y por la poderosísima opinión pública. é


Después de un acontecimiento de tal resonancia sería identificado cuando paseara por las calles, los padres harían volver la cara a sus hijos para que le vieran señalándole como ejemplo viviente de virtudes, y los sacerdotes le tomarían de tema en sus sermones, y tal vez hasta el mismo presidente de la nación se interesaría por su rarísimo caso al recordar que no podía dejar un centavo fuera del alcance de su mirada sin que desapareciera en los bolsillos de sus "hombres de confianza". La amplia avenida hormigueaba al sonar el silbato de las siete de la mañana. Mientras miles y miles de personas a pie, en automóviles o autobuses se encaminaban a sus trabajos y el sol comenzaba a calentar poniendo en ebullición las espaldas de los vendedores ambulantes encorvados sobre bamboleantes y atestados triciclos, en una esquina próxima al vespertino "La Nación" dos policías conversaban entre sorbo y sorbo de "frío-frío", el más joven recostado contra una pared con la ametralladora colgando del hombro, el otro parado junto al carro del "friero". El joven succionaba el vaso de papel por el fondo en vano intento de impedir el escape del sirope de franbuesa cuando fijó su atención en el desarrapado individuo que se había detenido de golpe frente a él y su compañero al desembocar de la calle transversal. Y puede que no le hubiera hecho caso de no ser porque, a más de parar con brusquedad inusitada, se había quedado allí como clavado mirándoles con los ojos como atornillados de tan


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fijos, las piernas temblando y la mano en el bolsillo donde se apreciaba un bulto que comenzó a parecerle sospechoso al policía. El sirope escurrió sin trabas en tanto el joven miraba al compañero y luego nueva vez al individuo de la extraña actitud para entonces soltar un -Hey, équé carajas le pasa?- casi sin intención precisa y de inmediato dejar caer el "frío-frío" sorprendido ante la carrera emprendida por el tipo. Así fue como los dos policías fueron ascendidos a sargentos por su "sagacidad en el servicio", su "destreza y habilidad investigativa" y probado su valor ante la presencia del peligroso criminal".

y fue así como los nervios y los sueños de Eusebio se deshicieron y esfumaron envueltos en el polvo amarillo de sol de una mútil carrera.



PARA ESO SON LOS AMIGOS

A Jaime y Tomás se les consideraba, más que simples amigos, inseparables -y no "familia", puesto que a los amigos se les elige y eso es algo que no sucede con los familiares, inevitables desde el mismo arranque de la vida-o Y sucedía así porque, desde la más temprana edad habían permanecido juntos, entrañablemente unidos. Por esa razón se consideraba extraño que una persona como Jaime, siempre tan comedida y risueña, hubiera sido el autor de aquellas palabras, y se pensaba que pudo haberse expresado en otra forma, o haber seleccionado mejor sus palabras, utilizando sutilezas o elegido un momento más oportuno, y sobre todo, que debió evitar la presencia de extraños para decirlas en caso de que tuviera necesidad u obligación de hacerlo. Aunque, eso último no, por supuesto, porque una cosa piensa el burro ... y Jaime precisaba de público, ne75


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cesitaba que el efecto de sus palabras fuera mayor, más contundente por ese buscado y calculado detalle. Ahora bien, tantas lamentaciones luego de consumado el hecho resultaban más que hueras e inútiles. A decir verdad, Jaime había logrado su propósito, había conseguido lo que en lo más profundo de su ser anhelaba. Y sólo con observar aquella expresión en el rostro de Tomás cuando le habló (Te aseguro, Tomás, que estas palabras que vaya decirte me dolerán más a mí que a tí mismo), sólo con recordar los colores sucedieridose del violáceo al lívido en aquel preciso instante en que, s ílaba tras SIlaba, envolvía al amigo con la suave morbosidad de sus frases, ah leso habla sido más que suficiente para Jaime y le había convertido en uno de los seres más felices sobre la faz de la tierra. Y, analizando con calma la situación, hurgando en aquella doble vida de años y años, incluso podría llegarse a la necesaria conclusión de que pala Jaime lo hecho había constituido una imperiosa obligación, de que en verdad tenía que llevar a cabo algo decisivo para, de esa manera, poder quebrar el invisible hilo que le mantenía unido cual cordón umbilical a Tomás. Estaba harto, completamente anegado por la estúpida superioridad que Tomás, como sin desearlo ni intentarlo, en esa forma tan magnánima y paternalista que le caracterizaba, dejaba caer a su paso anonadándole, aplastándole, haciéndole reventar de recóndita rabia, de eruptante rencor.


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Pero había otro problema: por profunda y sincera que fuera su indignación, por justo que fuera su resentimiento" de ninguna manera podía Jaime darse el lujo de permitir que se hicieran públicos. No podía delatarse frente a Tomás y ante el resto del mundo porque el justo desarrollo de su plan se malograría con dicho conocimien too Por esa razón, sintiera lo que sintiera, sin importar lo que sucediera, siempre se les seguía viendo (.. pero es necesario que te diga la verdad... ) juntos por todas partes y, quienes les frecuentaban, a menudo escuchaban como Jaime apoyaba los razonamien tos de Tomás, le observaban actuando como el amigo de siempre, aceptando de buen grado sus preferencias, sus gu~tos en materia de mpas, comidas, artes o deportes. Y por la misma razón esos relacionados, y en especial los más íntimos, nunca advirtieron nada en particular relacionado con la estrecha amistad, nada en absoluto que alterara la suave monotonía de su normal afinidad. Tomás continuaba, .udo el ser casi per recto y Jaime un perfec lo -- yeso era lo que más le molestaba-- doble del amigo, su sombra, su retrato animado, reflejo apenas tridimensional en el luengo espejo de la vida contidiana. Era así y siempre había sido así a los ojos de la gente que les circundaba, ni la más ligera protesta de parte de Jaime, nunca una disensión por pretextos mayores o menores, la razón siempre de Tomás y el otro ante él inclinado aunque incubando recuerdos y malestares sobre el pasado siamés, sobre las empolvadas palabras de olvidados maestros Sigan el ejemplo de Tomasito, hagan como él, imí-


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tenle !-, puesto que había sido el niño modelo de la escuela primaria -¿ Cómo es posible que no puedas portarte como Tomasito? Fíjate en él, tan estudioso y correcto, el primero en el curso, mientras tú, siempre tan levente, buscando líos y con tan deplorables calificaciones! -. Y recordaba] aime a su madre, nada menos que a su propia madre endilgándole monsergas cada vez que encontraba oportunidad propicia, lo cual era frecuente, con frasesillas bien calculadas por el estilo de - ¿Por qué no serás como Tomasito ? -, o, para variar ¿ Qué habré hecho yo tan malo como para merecer un castigo semejante?, y en su mente saltaban nítidas cual calcomanías animadas la furia y la envidia de aquellos días amontonándose sobre los recien tes y similares. Y, sin embargo, aquellos días y su rabia desbordante no pasaban de ser el inicio, el germen de algo interminable e insufrible. Para] aime la época del bachillerato había significado un demorado viaje ocupando él ese inicuo rol de apagado rastro del luminoso cometa que era, por supuesto, Tomás, viaje empeorado por el penoso esfuerzo que implicaba arrastrar postergados exámenes completivos de julio a septiembre y de septiembre a diciembre para alcanzar, a' duras penas y ya bien empezado el siguiente grado, al compañero que, entre tanto, había disfrutado a plenitud de libres y maravillosas vacaciones sin ningun tipo de preocupaciones, repletas de regalos admirables, sin tener que enfrentar los agrios rostros de los miembros del jurado


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que recibían a los "quemados" como retrasados mentales trataran.

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SI

a meros

La situación descrita no varió un ápice al hacer ambos su en trada a la Universidad. Allí, en las aulas, bibliotecas y corredores de tan respetable institución, Jaime se había constituido en apéndice de Tomás, algo como una (..necesito abrirte los ojos ... ) molesta e inextirpable hernia que, con inaudito esfuerzo, sorteaba, siguiendo en pos del meritorio amigo, la aparatosa y profusa huella de Magna Cum Laudes, becas, diplomas, títulos y satisfacciones. Y, mientras reverberaba el incesante coro de alabanzas por parte de profesores, decanos y rectores, en tanto las más encantad~ras muchachas -Qué buen mozo ese Tomás!-, -Le aguarda un gran porverrir l->, -Tan inteligente y bien plantado ... es lo que se llama un buen partidor-le ensalzaban y práctica e impúdicamen te se le ofrecían en aras a su infinita superioridad, Jaime esperaba agazapado, permanecía al acecho abonando sus maquinaciones, sintiendo crecer en su interior la hirvien te lava del aún soterrado volcán. El ejercicio de la profesión - Porque Jaime había llegado a hacerse abogado a pesar de los pesares constituyó la normal continuidad de la vida anterior de los amigos: la oficina, el bufete de abogados que con tan increible celeridad adquirió fama y fortuna, era dirigido, fiscalizado, regenteado y llevado en andas con magistral capacidad, seriedad y destreza... por Tomás, naturalmente. Y allí, entre todos aquellos que trabajaban, Jaime, por


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supuesto era la sombra que medraba y que, gracias a las distinción de ser el í¡;timo", el "amigo de toda la vida", resultaba sindicado como "brazo derecho" o "segunda voz al mando", aunque no alcanzaba a mera reverberación en tono menor de la hegemónica, rebote apenas resonante de sus salomónicas decisiones y sin poseer méritos para ello, se comprende, llevado allí, aupado hasta esa posición tanto en la oficina como en la misma profesión y dentro de la sociedad cual (... después de todo, para eso son los amigos... ) metálica viruta captada por poderoso imán, tan mal encajado que cualquiera podía advertir el fiasco, su condición de válido, de favorecido y casi mantenido por aquella tan particular lealtad, por aquella bondad proverbial. A nadie le causó extrañeza que Jaime y Tomás conocieran y enamoraran a la vez a María Luisa. Como tampoco pudo causar sorpresa a nadie - lo contrario sí hubiera sido, más que excepcional, imposible - que ella, tan hermosa como gentil, tan fina, educada, virtuosa y delicada en su trato, terminara casada con Tomás. ¿Podría haber importado el hecho de que Jaime hubiera salido con ella tantas y hasta más veces que Tomás? ¿o que la hubiera besado tanto y a pleno gusto de ella? ¿Acaso podía considerarse a Jaime como un " porvenir" ? Claro que no, y por ello ninguna posibilidad, por leve que fuera, podía esperarse de inclinación por parte de la hermosa hacia el sa téli te, puesto que demasiado pesaba la presencia del planeta. Nunca hubo posibilidad de


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elección, todo estuvo decidido principio y, mientras tanto, sólo bella un juego para pasar el rato, ferentes sensaciones sin arriesgar Así sucedió, pues.

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desde el mismo llevó adelante la para degustar dinada, nada más.

Y, captada ya María Luisa, formando parte inconmovible del áulico desfile eternamente encabezado por Tomás, aquel último detalle devino en la siempre tan mencionada gota desbordante, en pretexto y punto de apoyo necesario e insustituible para la muy oculta y madurada venganza de Jaime, en aquello que (... nadie mejor que tú lo sabes... ) durante tanto tiempo había buscado para sacarse de encima la tomasina piel, lo procurado para librarse del gollejo maldito que le impedía respirar, ser él mismo y solamen te él. Que el bendito, cariñoso y leal Tomás, ese único sostén de Jaime, ése que le profesaba más cariño que el tenido por un, hermano haciéndole partícipe "ad vitam" de sus beneficios, ése que sobre Jaime había proyectado su bien hechora sombra (... soy tu amigo, tu compañero de toda la vida... ) resultara t~ explosivo en un determinado y fugaz instan te de su apacible existir? ¿Que su reacción al comprender y aceptar la verdad de las palabras y el cínico alcance que poseían fuera tan primitiva y violenta como nunca nadie pudo esperar de persona como Tomás? é

Nada de eso había importado aJaime. y por eso estaba satisfecho, feliz y contento


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hasta el último suspiro al verle alejarse desconcertado, destruido a la postre al advertir que se había visto obligado a llevar a cabo una acción tan diametralmente opuesta a los prInCIpIOS de toda su vida. Sí, incluso la (.. tu esposa te engaña, Tomás, y aquí tengo las pruebas ! ) muerte llegaba de manos de Tomás, al igual que todo en su vida. Mas, en cambio, no más Tomás para él, no más Tomás para nadie ni para nada!



13 ES MALA SUERTE

Muchas veces había sido advertido y, sin embargo, de todos modos se había dejado sórprender y allí estaba, metido en el camión como un verdadero imbécil. Remigio, quien muy mal lo había pasado unos pocos días antes, le había explicado con claridad acerca de lo que sucedía, sobre el peligro que significaba descuidarse al andar por los barrios mientras la situación se mantuviera tan explosiva. Pero ahí estaba el camión en plena marcha y él dentro junto a muchos otros que, posiblemente, tampoco sabían qué habrían de hacer, hacia dónde se dirigían o cualquier otro detalle aclaratorio. Aunque, para ser fiel a la verdad, no podía ocultar las vagas sospechas que le asaltaban desde el instante mismo en que brotaron, provenientes de la parte trasera del vehículo militar, las palabras¿Quieres ganarte unos cuartos? -del individuo de la

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oscura gorrita. No podía ocultarlas pero, en cambio, sí hacía desmedidos esfuerzos por olvidarlas o desecharlas porque, cuando el hambre aprieta, nadie tiene demasiados deseus de meditar o calcular posibles consecuencias. En el camión y dejando aparte a los guardias, la mayor parte de los ocupantes, algunos sentados, los más en pie aferrados a las barandillas o al travesaño del centro, llevaba colgada del rostro la misma hambreada expresión de Adriano, expresión que matizaba la mustia esperanza vergonzante que había llegado con el llamado- ¿Quieres ganarte unos cuartos?- Unos pocos de civil, media cuerpo hacia fuera, dejaban escapar su aquiescencia pagada a cheque con reiterados y estentóreos gritos de adhesión a gobierno y gobernantes, partido y sistema, mientras, en calles y aceras, las consignas y reclamos eran recibidos por miradas huidizas y pasos apresurados que se hundían en callejones, puertas y escaleras. Pero, más a menudo de lo que hubiera preferido Adriano, el apresuramiento temeroso y evasivo era roto por otros gritos, voces alzadas en airada protesta. Y los "mueran los traidores" y "abajo los rompe-huelgas" colmaban de nuevo su mente con los pensamientos que con tanto esfuerzo intentaba en vano rechazar: la certidumbre del ~ro decretado por los estibadores del puerto, y el hecho de que él iba a "ganarse unos cuartos". Inútil resultaba el anhelo de achacar su situación al hambre y mucho menos al tonto subertugio de que desconocía el motivo por el cual había sido lla-


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mado. En su fuero interno sabía muy bien a qué atenerse yeso le mortificaba, le escocía como sal en herida abierta. El camión proseguía la marcha cuando, de improviso, un fuerte golpe retumbó en su carrocería y, circundados por el áspero chirrido de los frenos, los guardias y algunos civiles se arrojaron a la calle y corrieron hacia la esquina que recién acababan de pasar disparando sus fusiles los primeros, dejando a un lado gritos y consignas al tiempo que hacían buen uso de sus "herramientas de trabajo" los otros, como perfectos "obreros" que eran. Durante un larguísimo par de minutos los disparos menudearon aunque, bien mirado, era inútil el gasto de plomo y pólvora puesto que no se percibía alma viviente por todos los alrededores. Adriano conocía a la perfección a los civiles que disparaban. Siempre había podido distinguir a la gente de esa catadura cuando caminaban por las calles de su barrio, cuando se detenían en las esquinas o bebían cerveza en las barras en aparente actitud de descuido o fingiendo estar muy ocupados discutiendo sobre política o deportes. Cuando advirtió que regresaban de la infructuosa batida cayó en cuenta de que había perdido un tiempo precioso. Le hubiera sido fácil escapar del vehículo aprovechando la confusión y el hecho de que los militares estuvieran ocupados. Aunque una intentona de esa naturaleza requería, claro está, buenas piernas para sostener la carrera y él ya no estaba como para tales menesteres. Pensando en la debilidad de sus piernas recordó los lejanos días del golpe militar, la lucha en los


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barrios, la labor de los obreros en todos los frentes, la posterior invasión de las tropas norteamericanas bajo el "humanitario" lema de "salvar vidas" y la ciudad en pie de guerra. Para aquella época había estado muy activo y nadie podría nunca restarle mérito a sus actuaciones. Pero, trece años habían pasado desde aquel entonces y, aunque no podía decirse que trece años fuesen una eternidad, para él habían sido más que suficientes. De haber sido años normales, de haber podido decir que durante ellos el trabajo no había faltado, pues serían trece años y nada más como hubieran sido para cualquier hijo de vecino. Pero, por el contrario, habían sido los años de la cárcel y los golpes y el hambre, tanto de todo y cada uno como para repartir entre un regimiento completo. Durante ellos le habían cobrado y con creces su período de actividades revolucionarias,' su participación en la lucha, todo. Por eso ahora era un hombre gastado, apenas sombra de lo que había sido, algo así como un fusil viejo, mohoso, inservible. Por eso, cuando escuchó las palabras -¿Quieres ganarte unos cuartos?- su única respuesta fué un crujido de tripas y el temblor de las piernas, la mudez repentina, la subida al camión con la cabeza gacha y la amnesia repentina. De nuevo inició la marcha el vehículo y con el rodar recomenzó la letanía gobiernista encabezada por el jabao de la camisa azul cuyas precauciones y disimulos habían quedado en la esquina de los disparos puesto que ahora llevaba la enorme pistola en alto. Se acercaban al mar y las calles atiborradas


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de escombros eran más abundantes. Los restos de pasados enfrentamientos eran evidentes: piedras, palos, trozos de gomas quemadas e infinidad de insólitos objetos diseminados hacían que el recorrido se tornara dificultoso e irregular. En algunas ocasiones tuvieron incluso que detenerse para que los guardias bajaran a recoger y apartar obstáculos lo suficientemente grandes como para impedirles el paso. Uniformes y fusiles pululaban alternados con los consabidos "obreros" de camisa por fuera y su esfumada condición de "agentes secretos". Por una callejuela se cruzaron con un in feliz a quien arrastraban tirándole de los pies. Aquel cuerpo ensangrentado dejó a Adriano el recuerdo de sus días de lucha y su temor presente encrespado y aplastante. y allí estaban ya: centenares, miles de cajas de los más diversos tamaños y, frente a ellas, varias filas de camiones del ejército y la policía aguardando. Les hicieron bajar y fueron distribuyéndoles, cuatro por cada camión-Dos pesos para cada uno por cada camión que llenen!-, en tanto los civiles armados y los guardias y policías merodeaban vigilando los alrededores. Con la primera caja sobre su espalda pensó en el vecino del frente, en Clo do, preso desde hacía más de siete meses dizque por organizar-los preparativos de la huelga, de esa misma huelga de ahora, y en la mujer, Ede1mira, muriéndose en el hospital público sin poder atender a sus hijos que andaban repartidos por barrios y campos mal viviendo de la caridad de otros que tampoco podían.


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Pensó en que nadie le llevaba a Clodo ni un miserable pedazo de plátano por temor a quedarse haciéndole compañía. A la tercera caja, luego de comprobar que eran conservas en lata lo que contenían, lo cual explicaba su tremendo pcso, consiguió sustituir a CIado por su propia imagcn y se vió a sí mismo entonando un regocijado coro futurista junto a triunfantes huelguistas, celebrando unidos y alborozados el final de la lucha que tanto había costado. Pero no era más que un sueño, un sueño simple y anodino con el que trataba de borrar el dolor producido por el muy objetivo peso de otra caja, apenas a la mitad del primero de los camiones, un sueño para espantar su propia hambre de meses y la realidad de los fusiles y las camisas por fuera que al fin y al cabo se impusieron de nuevo ahuyentando sus fantasías, dejándole con el cansancio y la vergüenza. El sudor frío llegó cuando sumaba diez y seis pesos y el dolor en los músculos le atenazó a partir de los diez y ocho. Le parecía que no podría más, que muy pronto tendría que abandonar el trabajo y, sin embargo, continuó sumando peso sobre peso. Faltó poco para que le imprimieran una culata en la cabeza a los veinte y dos por dejar caer la caja de tumo y no tuvo ojos para ver como guardias y policías se empujaban por atrapar las desparramadas latas de conserva que rodaban sobre el suelo. A poco de iniciar los vein te y cuatro pesos tuvo que detenerse: no podía resistir el dolor, el agitrrotamien to de los músculos, la flojedad de las piernas


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y la Qué pasa, viejo muerto de hambre? ¿Te estás cagando?- sequedad en la boca. Pero los insultos del guardia se le fueron a la cabeza jun to con un resto de pasado remoto y tuvo que hacer un gran esfuerzo para quedarse callado. Ocul tó la mirada de odio en las rajaduras del pavimen to y aceptó otra caja sobre la espalda. Tenía que continuar, debía ganar lo más posible en ese trabajo ya que nadie podía saber cuando habría de aparecer otro, cuándo volvería a ganar dinero otra vez, de la manera que fuera. De todas formas, con lo ya hecho estaba marcado para siempre ante sus amigos. Estaba en la veinte y seis, faltaba poco para completar el camión número trece cuando se percató de que había ganado más dinero durante esos minutos que duran te los sie te pasados meses. Los músculos del estómago le temblaron al recibir otra caja. Abrió los ojos tratando de disipar aquella masa danzan te de cajas y hojas secas y camiones y uniformes. Dió un paso, a duras penas otro, mas ya el siguiente se convirtió en un jadeante deslizar que apen,L~ pudo detener para quedar inmóvil, estático. Era imposible con tinuar e, incluso, le resultaría mejor dejar caer la caja que portaba. Las burlas del guardia colmaron su men te y avanzó un paso, breve y oscilan te, jun to a la cuchillada que le llenó el pecho hasta lo más hondo. Cuando cayó, la caja fue con él hasta queda como empotrada en tre su espalda y su cabeza. Pero Adriano ya nada sin tió. -é



CINE DE EV ASION

-Bueno, compadre, menos mal que ésta parece una película de aventuras y no de esas con más problemas que los que tenemos en la casa. La única respuesta a las palabras de Herminio fué un lacónico "ujú " de parte de Dario, quien, con movimientos automáticos. hacía descender a buena velocidad el contenido de una funda de rositas de maiz. Ambos, compañeros de butaca ahora, de farras y ocasionales trabajos durante años, estaban casi solos en la amplia sala apenas iluminada por la luz que reflejaba la pantalla. El viejo bigotudo con saco y "Corbata tres filas más atrás a la derecha parecía reclamo publicitario de tan estático frente a las cambiantes imágenes. Dos o tres parejas podían vislumbrarse en las filas junto a la pared del fondo y, como era de esperarse, no estaban muy interesados en la cinta de "aventuras", como la llamaba Herminio. Otros cuatro o cinco espectado95


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res aislados completaban el cuadro de desolación para cualquier empresario del ramo cinematográfico. Entre tanto, en la pantalla, un joven forjado a puro maquillaje asomaba sobre la barandilla del enorme barco de pasajeros y su mirada tropezaba, " como al azar", con la de una hermosa y bien torneada muchacha quien de inmediato volvía el rostro para que el galán no advirtiera el marcado interés que se adivinaba en sus ojos. Y muy probable sería que el joven no pudiera advertir su interés por la rápida maniobra, pero, en cambio, cualquier cinéfilo avisado sí sería capaz de adivinar el inminente romance que entre ellos sobrevendría. - Buena hembra la tipa, ¿eh? Un nuevo "uju' de parte de Darío y la cabeza del viejo de atrás y a la derecha alterando su estatuaria vigencia en tanto un ligero revuelo estremecía las filas traseras ante la inopinada presencia de otra pareja y, en especial, de la traidora linterna del acomodador que la precedía. - Lo malo de estas malditas películas es que hasta el más bobo adivina lo que va a suceder; no aparecerá nadie más buen mozo que Franco Nero, para que le quite la muchacha y quien se atreva a meterse en el medic>" al final se lo lleva el diablo por malo que sea ! -- i Ujúl - y la bolsa de rositas de maiz continuaba perdiendo peso y consistencia en tanto Darío se hundía cada vez más en la butaca. Nada en especial, apenas la pura inercia les había impulsado a penetrar en la sala de cine. Ni si-


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quiera sabían qué filme se exhibía ni el tema que trataba; simple y sencillamente, al terminar el trabajo que hacían juntos en la constmcción del nuevo edificio del Banco Central pasaron cerca de aquel lugar y bastó un imperceptible gesto de parte de Herminio para que entraran sin detenerse a pensarlo. Algún buen analista de las complejidades de la men te hubiera podido encontrar muchas explicaciones a dicha conducta y, aunque es posible que no acertara con exactitud, generalizando hubiera dado en el blanco al decir que ambos tenían numerosos problemas y que aquella sala oscura constituia una especie de refugio, una evasión momentánea que deseaban eternizar incoscien temen te. Porque si Herminio deseaba olvidar a sus dos hijos enfermos junto a los plei tos de su mujer sin añadir lo mucho que ya debía de médicos, medicinas e internamiento y lo esmirriado del cheque que habría de recibir para solventar todo aquello, aparte del gasto normal de la familia, Darío ni siquiera quería pensar en la cara de la esposa luego de la llamada telefónica recibida de la "Dulcinea" que le había informado, sin demasiados prolegómenos, sobre insultos apechugados aespuertas y proferidos por la legítima, por desgracia ya más que enterada del "romance ". Por esos motivos estaban allí, en tanto Franco Nero discutía con el individuo de la cicatriz en la barbilla y los ojos siniestros y luego le propinaba el par de pescozones de reglamento para comenzar a


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"dar vida" a la película. Y, claro que eso no podía quedarse así! Porque el tal siniestro era poderoso como siempre lo son los malos (al igual que en la vida real, con la diferencia de que en el cine los poderosos malos por lo común pierden de los débiles buenos), y por eso a nadie le extrañó que, a poco de hacer mutis el Franco, el villano fuera rodeado por otros patibularios y todos comenzaran ipsofacto a planificar el "mutis-perpetuo" de ese que, para su mala suerte, nunca habría de desaparecer. - ¿Qué vas a hacer cuando se acabe la película? - y, .. caramba, eso quisiera saber yo ! Un tipejo de rostro ratonil bostezó estruendosamente y del grupo de muchachoncs junto a la pared de la izquierda salió un más estruendoso "que hambre!" recibido con aplausos por el resto, en tan to Darío arrugaba la funda vacía de las rositas desaparecidas de maíz y la arrojaba sobre las filas de asien tos en dirección a la brillan te pan talla y las piernas desnudas de la "star" tumbada sobre un "couch" en cubierta, el Nero a su lado con aire displicente como sabedor de que, por mejores piernas, que ella tuviera, él devengaba la cifra más elevada en el presupuesto fI1mico. En la pantalla interna de Herminio se unieron las estupendas piernas de la "sexy" y la barriga rotunda de su esposa y el sabido y muy pensando detalle de que no podía dar a luz de no ser con cesárea, y el otro detalle complementario referente al costo de la operación en cualquier cl ínica y su tremendo suspiro casi hizo estallar el coro juvenil de la iz-


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quierda: Franco Neronunca tendría semejantes preocupaciones; era un tipo que aunque estuviera casado, con tanto dinero encima podía darse cl lujo de tener todas las mujeres que quisiera, y mujeres como ésa que ahora le acomp aiiaba , hembras de "película", como se dice corrientemente, y sin pensar ni un instante en barrigas ni cesáreas ni cuentas de hospitales. Hay gente que nace con suerte, se decía, mientras él, a pesar de que, en cierto modo, hasta se parecía algo en el perfil al Iamos ísimo Franco, de meras ilusiones nunca habría de pasar y tendría que hundirse hasta el fondo de la libreta de apuntes de algún usurero para salir del problema de la operación para entonces comenzar a preocuparse por el " módico veinte" que le endilgaría el prestamista. Pero a Franco Nero en nada le preocupaba la cesárea de la esposa de lIerminio; bastantes problemas tenía ya con el fuego que intentaba apagar en la bodega del transatlántico, incendio que, como habrán adivinado, había sido arteramente provocado por los "malos" y que, como también cualquier neófito hubiera podido augurar, separaba al "bueno" de la hermosa, en aquel instante tan lista para quemarse como pollo en barbacoa. Ye! asunto se le puso peor al divo cuando e! par de rufianes cayó en cuenta de que podría extinguir las llamas a tiempo y en tonces in ten taron colaborar con ellas empujando los millones que representaba la piel de Ne ro hacia e! infierno de mentirillas, con resultados tan previsibles como decepcionantes porque, luego de convertir al primer atacante en


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piltrafa lista para hornear, el segundo pareció como que recordaba una cita importan te y desapareció dejando el campo libre para efectos de "heroico salvamento" y "besos enfebrecidos", preludios rutinarios de la "ardiente pasión" de la pareja.

y Daría que no, que imposible, que esa mujer había estado trabajando con ellos durante más de dos meses pero que, imposible, si todos sabian lo puta que era, que le preguntara a Herminio, que si no confiaba en él y que cómo era posible que se llevara de chismes baratos, de gente interesada nada más que en destruir matrimonios, que de seguro Milena andaba en eso, esa maldita hipócrita siempre loca por hacer pelear a todos porque no aguantaba que su marido se le hubiera ido con otra. Pero bien sabía que nada de eso daría resultado y que aunque inventara más excusas que términos tenía el Diccionario de la Real Academia estaba hundido hasta el cuello en aquel lío de mil demonios y todo por una estúpida que no podía compararse ni de lejos con la tipa de la película, porque, si por lo menos tuviera un euerpo como el que se gastaba la bella de la pantalla entonces valdría la pena el pleito y hasta el adios definitivo, aunque hómo diablos podía él pensar en una mujer como esa? Cuando ni siquiera Herminio, que siempre había sido buen mozo ( y que, por cierto, de perfil hasta se parecía un poeo al tal Franco Nero), podía levantarse una hembra, eómo podría él, a quien señalaban precisamente por feo. y cuando el buque estalló por culpa del fuego


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iniciado por los villanos, si bien muchos en ese instante cobraron finalizando su tarea de actores de reparto y relleno, una parte arribó a la isla desierta para continuar ganándose lo suyo y casi no habría necesidad de aclarar que quienes alcanzaron la isla fueron el " bueno" y su chica... seguidos de los villanos, de la mayoría de los villanos puesto que apenas el despilfarrado hab íase asado en la bodega del buque; así pues, el nuevo escenario "virgen" de cartón-piedra y árboles plásticos acogió en su seno a la ya semi-desnuda hermosa y su galán y al villanaje en pleno, y ambos bandos establecieron sus baterías sin más armas que su ingenio y su valor, aunque el Franco luchaba con trampa: de parte suya estaban el guionista y el director del filme. En la parte más oscura del patio de butacas, atrás y pegado a la pared, resonó una bofetada y junto al estampido que casi hizo volver el rostro al mismo Nero salió la doncella ultrajada seguida por varias docenas de ojos y la risa generalizada, ruidos alusivos y chacota de parte de la temida ala juvenil, alborotada como panal de avispas. A decir verdad, los únicos que no reían eran He rminio y Daría, demasiado ensimismados en su tarea de intercambiar problemas con el Franco diegético y su chica. ~N o

comprendo que espera para desnudarse esa pendeja; total, sería lo único interesante de la película. Por encima del "ujú" de turno Daría observó el


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perfil de su amigo y cncon tró evidente el parecido con Franco Ncro ; esa con Iirmacion le bastó para pasar un buen rato compadcciendose a sí mismo a la vez que envidiaba a l Icrrn in io , porque, bien pensado, a quien él se parecía era al maldito villano de la cortada en la barbilla yeso, se comprende, no le dejaba muy bien parado. Luego de pasar bajo las rugientes aguas de una catarata, Franco y Denise ( que así era el hombre de la hermosa) cayeron extenuados en la hasta ese momento oculta cueva, ella casi desnuda y descamisado él (aunque de seguro los espectadores no se tomarían mucho trabajo examinando el atuendo de Ncro con aquella fémina tan evidente), ella abriendo los ojos para encontrarse con los azules de Ncro y cayendo en sus brazos como estaba planificado porque ya había pasado la etapa de los besos y entraba en acción la parte para morbosos y por eso los dos solos en la cueva, rodeados román cica mente por la vaporosa cortina formada por el agua de la catarata y las húmedas paredes del lugar y la débil iluminación y los camarógrafos y luminotécnicos y el director y sus ayudantes y los encargados de sonido a más de unos cuantos curiosos "orejcros" amigos del productor como "invitados especiales" para dar inicio al muy esperado número de "sexo fuerte" con abundancia de senos y muslos y leves ráfagas de pubianos vellos para aderezar el conjunto por aquellos de los eternos incon formes que si no pueden ver todo luego no recomiendan la cinta.


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Dario pensaba en su esposa y en la amante y viendo aquel armonioso desplante anatómico no tuvo que hacer gran esfuerzo comparativo como para colegir que, aún entre las dos, no alcanzaba ni para la pierna izquierda de la seductora Denise Por eso se levantó en procura de otra funda de rositas que habrían de servir de chivos expiatorios. - ¿ A dónde vas, Dario? Su error fué hacer la pregunta en voz alta pero demasiado tarde se percató de ello; del grupo de la izquierda brotó de inmediato un -A hacerse la P... !que mantuvo la sala retumbando y convulsa durante un larguísimo par de minutos y, cuando ya parecía haberse calmado el tumulto, el retorno a su sitio de Daría reinició el bullicio y el florido repertorio de frases y palabrotas que consiguió remover al estático viejo de su butaca. Herminio entre tanto se había refugiado en la acción cinematográfica, acariciaba su barbilla, tocaba su nariz y su frente mientras observaba con detenimiento a Franco Nero abismado en aquel parecido que se le hacía cada vez más obvio y enfurecido porque, siendo similar al actor, por los menos en lo físico, no disfrutaba de ninguna de las tantas ventajas de que hacía galas su socías, y sí de las numerosas desventajas que, por supuesto, ni imaginaba el otro. Un famoso artista de cine, popularísimo y millonario, no tenía más que levantar un dedo y ya le estaban sirviendo aunque ni ganas tuviera de comer o beber; un individuo en la posición de Nero, con sólo dejarse ver, tenía las puertas de cualquier establecimiento comercial del mundo abiertas de par


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en par; y ni pensar en las hermosísimas mujeres que incluso podía darse el lujo de despreciar por simple saciedad, mujeres del tipo de esa Denise que mantenía a Darío escandilado en su asiento. Y, sin embargo, tal vez si estuviera en Londres o París lo más probable es que le tomaran por Nero, se decía; y de inmediato se esfumaba hasta el sueño porque nunca podría estar en ninguno de aquellos distantes lugares. ¿Acaso había dudado alguien de la destreza, el arrojo, el valor a toda prueba y la felina agilidad de Franco? Muy bobo habría de ser quien así lo hiciera. De los tres secuaces del "malo" líder, ya dos estaban fuera de combate, el primero momificado bajo toneladas de rocas de cartón, el segundo pasado de parte a parte por la temible trampa indígena producto de una idea que al oído del "bueno" había susurrado un ancestro caribe. En el vado de la pantalla Denise y Franco hacían disfrutar a los espectadores con los "emocionantes mamen tos" perifoneados por la publicidad al intentar el cruce de un profundísimo abismo de mal dibujado fondo inalcanzable colgando de una cuerda en tanto el restante secuaz aparecía en la abandonada orilla armado de tremendo cuchillo de utilería y, claro, se dejaba ver muy bien para que, con una sola mano, el colgante símbolo del macho le alcanzara con la improvisada honda precipitando hacia los miles de pies de profundidad del precipicio real al maniqui con la sacrificada ropa del villano de reparto, y de nuevo los agradecidos ojos de la "sexy" prometiendo lo que ya había brindado y los espec-


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tadores deseando que cumpliera lo más rápido posible ésa y cualquier otra promesa del mismo tenor. -No se puede negar que Franco Nero es buen actor y, además, que se arriesga para ganarse los cuartos ! Cualquiera no se atreve a colgarse en un lugar así ¿Tú lo harías? - Yo no soy Franco Nero ni me parezco a él, hazlo tú, a tí es a quien se parece. Le pareció advertir un retintín de envidia en la voz de su amigo. Claro, Daría no podía negar la semejanza que existía entre él y el actor, como tampoco podía negar, se dijo por lo bajo, su parecido con el villano, yeso de seguro era lo que le tenía algo amoscado. ¿Qué haría él en un caso como el presente de ser en realidad Franco Nero ? Viendo al más listo y fuerte de lo malos, al jefe de la cicatriz en la barbilla aguzando una vara recta y larga, pensó que debía hacer lo mismo para defenderse; en igualdad de condiciones un tipejo como Daría nunca podría enfrentarse a él. El rollo de papel higiénico atravesó la sala desde el lado izquierdo hasta aterrizar cerca del viejo que ahora dormitaba; a su paso, el improvisado cometa dejó una estela blanquecina que flotó suavemente hasta caer sobre las butacas. A pesar de su apariencia de daguerrotipo las palabrotas proferidas por el anciano nada tenían de antiguas cuando se incorporó a apostrofar a los guanajos apandillados en tanto las carcajadas brotaban de todos los rincones. El acomodador hizo un anémico esfuerzo por imponer el orden dándose un paseo con el haz de luz de la linterna precediéndole junto al grupo de mozal-


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betes pero, en cuanto retornó la oscuridad, las burlas apabullaron hasta las palabras de Franco, quien por muy poco se ve frustrado en su intento de advertir a la chica que se escondiera mientras afilaba una larga vara recién tronchada de un árbol en espera del líder "maloso", ya entrevisto por el héroe desde lo alto de unas rocas. - Ya lo decía yo: tenía que conseguirse un arma igual para que pudiera realizarse un duelo en toda regla! -Diantres! No dejas ver la película con tanto parloteo! Pero Herminio sabía perfectamente el porqué Daría estaba molesto. A nadie le entusiasmaba parecerse al "malo" porque los malos siempre pierden en tanto el bueno ganaba de cualquier manera y además se quedaba con el dinero y con la muchacha bonita. No era negocio estar en contra del "héroe" en una película de aventuras en especial cuando era Franco Nero quien encarnaba al susodicho. Y él , Herminio, era casi un doble exacto del tal Franco Nero. Por eso, en la pantalla, lanzó una última mirada a la hermosa que, con los ojos iluminados por el terror y la admiración, dizque se ocultaba tras unas rocas en previsión de la evidente proximidad del villano. Siempre debía contar con tretas sucias; por suerte, él conocía bien a fondo a ese tipo de individuos; algo tenía que traerse entre manos cuando osaba desafiarle a campo abierto y en igualdad de condiciones.


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El viejo, que ya no dormitaba, había cambiado de lugar colocándose cerca del fondo por aquello de los "cometas higiénicos" y ese desplazamiento no cayó nada bien a los emparejados de los contornos; el acomodador, sentado, ve ía también la película jugueteando con la linterna en tanto Daría, algo molesto aún con Hcrminio, arrugaba la funda de rositas haciendo una pelota que arrojó, como antes, por encima 'de las butacas delanteras. Muy pronto comprendió Herminio el porqué de la tranquilidad y osadía de que hacía galas el villano: tras él, cauta y solapadamente, se deslizaba el secuaz a quien todos creían ahogado en el torrente del precipicio. ¿Cómo diablos no se había matado después de semejante caída? No era momento como para dedicarse a esa inútil investigación. Dos hombres, uno armado de aguzada lanza, el otro con un cuchillo, le amenazaban, y terna que hacer uso de toda slf habilidad si quería salir del pa~o con vida. Daría bostezó con satisfacción y Herminio no pudo menos que reconocer en que tenía muy buenos motivos para estar contento debido a la ven taja que le daba la superiodidad numenca. Franco Nero se movió con cautela en espera de los movimientos de sus contrarios. Atrás alguien abrió la puerta y un ruido de conversaciones penetró en el local durante varios segundos. Nunca habría de saberse si Iué éso o la piedra lanzada por Denise lo que hizo volverse sorprendido al secuaz; el caso es que Franco Nero


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aprovechó el !úgaz instante de descuido para saltar a sus espaldas rodeándole el cuello con su brazo izquierdo a la vez que enfrentaba al líder con la lanza, arroj ándosc sobre él de inmediato; el resultado de aquel atrevido lance fué todo un villano empalado en el arma de su propio córi.p licc. -- Ajá! Ahora es cuando ésto se va a poner bueno! Pero la expresión de Darío hizo fruncir el ceño a Herrninio , porque, aunque había conseguido deshacerse de uno de los atacantes, con la maniobra su lanza se quebró dejándole prácticamente inerme; mientras, el villano se apresuró a recoger el abandonado cuchillo que pertenecía al muerto. - No te entusiasmes demasiado, Dario , no todo está perdido. La tensión aumentaba y hasta los jovenzuelos enmudecieron mientras uno de los emparejados de la pared del fondo mandó callar al acomodador que, desde la entreabierta puerta, llamaba a alguien fuera del campo de acción cinematográfico. Los ojos de la Denise se abrieron desmesuradamente. Nadie hacía caso del canto de los pajarillos en la fronda. A nadie le importaban la brisa que soplaba del mar o las rositas de maíz en tanto Franco Nero desliz ábase con felina suavidad en turno al filo que centelleaba bajo los rayos del sol. Dar i'o se inclinó hacia delante con lentitud mientras Hcrrninio encogía los músculos en tensión. De pronto, con un rapidísimo salto, se lanzó de espaldas al suelo lanzando los pies sobre el bajo vientre del villano y haciéndole caer cuan largo


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era; de inmediato se dispuso a brincar sobre el caído, mas, al tratar de hacerlo, resbaló sobre la afilada vara que para su mala suerte allí había quedado y cayó a su vez; apenas tuvo tiempo para detener el cuchillo sujetando el brazo de su oponente, y ambos rodaron sobre el suelo confundidos. Denise, fascinada por el espectáculo, se acercó poco a- poco a los dos hombres y el mortal abrazo, con lo cual casi hace fracasar el esfuerzo de Franco que había conseguido propinar una tremenda trompada al asesino arrojándole hacia atrás y a los pies de la chica, a quien de inmediato atrapó su inicuo oponente tomándola de los largos cabellos rubios y apretando su garganta con el cuchillo. Herminio qucdó estático, paralizado dc horror y sin saber que hacer ante la imprevista situación. Al parcccr todo estaba perdido. El malvado estaba en libertad de hacer lo que quisiera, protegido como se encontraba con el divino cuerpo de su encantadora Dcnise. Pcro decidió hacer un último intento para salvar a la chica y ajustar cuentas con aquel miserable. Se movió con lentitud hasta alcanzar una rama larga y horizontal que cimbraba a la altura de su cabeza; entonces miró hacia la pareja como al acaso c hizo una señal de inteligencia a Denise y cuando le pasaban justo al lado, gritó un "ahora" a la vez que saltaba apoyándose en la rama; ella, advertida, se dejó caer en el momento preciso en tanto el héroe caía con todo su peso sobre el cuerpo dcl malvado. Daría había dado un respingo al suceder aquello


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y el viejo lanzó un chillido de sorpresa que fundió con varios "ajá" y "ahora es, papá!" que surgieron al unísono junto con otras ininteligibles expresiones de regocijo de! grupo de la izquierda e incluso del fondo. Rodaron por tierra, e! cuchillo pugnando por herir y la mano sujetando tensa e! brazo armado. Hubo unos segundos de espectación cuando el afilado instrumento se aproximó a milímetros de los ojos del héroe. Todo se detuvo, hasta las respiraciones y las manos bajo las faldas y escotes hasta que, con un supremo esfuerzo, la mano rué separando poco a poco el arma golpeándola luego contra el suelo varias veces hasta hacerla rodar lejos. Y el resto resultó fácil, por supuesto: con la rabia acumulada ante el peligro corrido por su dama, el buen mozo protagonista rodeó con sus manos e! cuello del villano y apretó sin compasión. Envuelto en los rayos del sol poniente y en una sentimental melodía que adquiría tonos triunfa1cs con suave certidumbre, Herminio se levantó buscando a Denise. La tomó de la mano y se unieron en un beso interminable. Las puertas del cinc estaban abiertas y las luces iluminaban gradualmente la sala mientras marchaban sin prisa hacia la playa y el bote. Los muchachos de! lado izquierdo alborotaban tirándose pelotas de papel y corriendo por el pasillo y el viejo les seguía con la vista maldiciéndoles en voz baja. Herminio y Denise eran apenas un borroso pun-


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to en el horizonte mientras la cámara subía y se alejaba y el acomodador trataba de despertar a Dar io tocándole el hombro, sacudiéndole luego, y la palabra F!N borruba todo.



CONSPIRACION

La luz direccional del auto ennegrecía la noche en su brillante intermitencia; como tantos otros debía haber pentrado allí sin percatárse de que era un "cul-de-sac" y no una calle común y corriente; sin embargo, lo normal era que apenas advertían su equivocación, retrocedieran en la misma entrada o, en caso de haber avanzado más de la cuenta, dieran vuelta sin detenerse en el fondo. Pero en esta oportunidad no había ocurrido así: el auto, luego de alcanzar el límite (justo frente a las ventanas del hogar de Ricardo Pellerano), se había detenido, encendidas las mencionadas luces direccionales, para luego mantenerse con ellas titilando durante todo un par de largos minutos; sólo entonces había retrocedido hasta desaparecer en la bocacalle. Acaso trataba de ubicarse? Sería tal vez una simple demostración de paciencia de parte del é

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conductor? A Richardo Pcllcrano nada le con venclan aquellas respuestas y por ello, a pesar del pegajoso calor veraniego, a pcsar de la avanzada hora de la noche, continuaba dando vueltas y vueltas en la habitación del segundo piso cavilando sobre el ex t raño inciden te, hilando diversas posibles explicaciones, tratando de situarse en la mente del desconocido autor de tan inusitada acción para analizar probables reacciones ante una situación como la observada. Eran casi las dos de la mañana y su inquietud aumentó al asaltarle una idea: ¿y si aquello hubiera sido premeditado? ¿y si se trataba de una señal convenida de antemano, una clave para algún residente de aquel cerrado lugar u otro cercano? Si era ése el caso, él, por su parte, se encontraba en posición aven taj ada respecto a los conjurados: ninguno de ellos, ni el autor de la señal ni quien o quienes aguardaban para recibirla estaban al tanto de que alguien se había percatado del juego. Deb ían ser terroristas, gen te opuesta al gobierno en espera de la madrugada para asesinar indefensos policías, para reunirse a tramar robos de bancos, secuestros y toda suerte de atropellos y desmanes; lástima que por más esfuerzos que había realizado, el rostro del conductor seguía Siendo un completo misterio, un oscuro borrón. El cuadrafónico concierto de sapos se detuvo de golpe al escucharse un grito sofocado y, tan de inmediato que parecieron surgir al unísono, un disparo. A toda prisa, Ricardo Pcllerano se colocó junto a las persianas y observó las casas


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del vecindario buscando el origen de los sonidos y aguardando por más, por otro disparo, gritos, pasos, luces encendiéndose, el golpeteo de ventanas o puertas al abrirse de improviso, en otras palabras, las reacciones que suponía occurrirían luego de lo escuchado. Pero nada sucedió. Corrió escaleras abajo y salió como una tromba, deteniéndose en la acera; de no suceder algo más, de no surgir otro indicio, aunque fuera un simple ruido más; le sería imposible ubicar la procedencia de los anteriores. Pero los sapos cantaban ya de nuevo. Titubeó caminando de un lado a otro alcanzando las entradas de las casas cercanas, gruesos y turbios nubarrones hacían más oscura la noche y muy poco era lo que lograba distinguir, ya que ninguno de los vecinos dejaba luces encendidas en el frente; en realidad, la única residencia iluminada en el "cul-dc-sac" era la de Pcllerano, y la única que lo estaba noche tras noche; desalentado, retornó a su habitación, donde continuó paseándose, furioso consigo mismo. Sin embargo, muy a pesar de su frustración, las cosas se iban aclarando: en efecto, lo del auto había sido una señal convenida de antemano y, como respuesta o contrapartida a dicha señal, habían surgido el grito y el disparo; en otras palabras, la entrada y las luces direccionales fueron correspondidas poniendo en ejecución un macabro plan criminal, de muerte; porque alguien tenía que haber sido asesinado o, por lo menos, herido; puede que de haberse escuchado el grito y nada más lo hubiera podido acha-


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car a tonterías femeninas ante una cucaracha o un ratón y, si un disparo únicamente, a algún descuidado limpiando el arma o un borracho divirtiéndose; pero aún así, pensaba Ricardo, resultaba un tanto ilógica la idea de limpiar armas a esa hora de la noche. Golpeó la pared con el puño a la vez que rechazaba tan estúpida hipótesis: algo terrible tenía que haber sucedido. Pensó en la posibilidad de un drama familiar, un marido celoso, la sospecha o certidumbre del amante; imaginó también ladrones sorprendidos en el acto; pero tuvo que ir rechazando dichas teorías porque, aunque fueran aceptables en principio, en un detalle muy sencillo eran objetables: en el supuesto caso de que cualquiera de ellas hubiera ocurrido, éiba a permanecer todo en calma luego del disparo? Matar o herir a alguien y luego irse a dormir como si nada hubiera pasado era algo inconcebible. Mientras más vueltas daba al problema más le convencía una respuesta: la trama política, el complot para eliminar a alguien pero, aceptado éso, otro complejo intríngulis vislumbraba: Quién podía ser la víctima? Ahora le disgustaba y enfurecía el haber sido siempre tan desconfiado y huraño con los vecinos, el haber mantenido la distancia para con ellos durante los meses que allí había vivido, porque se daba cuenta de lo muy poco que acerca de ellos conocía, a pesar de que no eran más que nueve familas. Por esa razón tenía que ubicar con exactitud é


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el lugar de procedencia de los siniestros ruidos; de otra manera, y dada la señalada escasez de conocimientos ciertos sobre los residentes, sobre sus nombres, preferencias políticas y otros detalles de ese tenor, le sería casi imposible llevar adelante deducciones certeras. En lo que al aspecto económico se refería, siendo las construcciones en conjunto del "cul-de-sac" hechas en serie, suponía un nivel de clase media acomodada para los residentes, y eso al parecer eliminaba la posibilidad de secuestros para pedir rescate en dinero. De los nueve vecinos équé sabía en realidad? En la casa número uno, en la esquina y a la izquierda, vivía una señora rubia, viuda o divorciada, con un niño pequeño; era descartable puesto que no ofrecía características como para ser víctima de un atentado político; en la esquina opuesta, frente a la rubial una pateja con dos o tres chicos (si algo había en el barrio que siempre resultó molesto a Ricardo era la profusión de muchachos fuñenda a todas horas, metiéndonse en su patio, alborotando e impidiéndole vivir en paz); por cierto, que el marido era dominicano pero la esposa era cubana y ese podía ser un buen detalle: una cubana en otro país significaba anticastrismo, anticomunismo, corrientes ideológicas en pugna, y por ende tenía que prestar especial atención a dicho matrimonio. La casa del número tres estaba desocupada o, por lo menos, no se veía a nadie en ella a hora ninguna; la cinco habría que descartarla ya que, tratándose de una familia que comprendía desde


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mnos de meses hasta una vieja harpía que disfrutaba espiando noche y día, no resultaba aceptable pensar que sucediera algo fuera de lo común y no se formara tremendo alboroto; la siete la ocupaban dos viejos, en apariencia un matrimonio tranquilo, pero el anciano era embajador sin funciones o tenía un cargo político en el partido del gobierno, resultando entonces factible como presunta víctima. En tanto cavilaba, Ricardo Pellerano había salido otra vez a la acera y paseaba con parsimonia frente a las casas de los vecinos, pero la mala suerte no le abandonaba: una ligera llovizna comenzó a caer entusiasmando a los sapos; continuó, como quien no quiere la cosa, con su paseo, maldiciendo a la Naturaleza su molesta intervención, mas al rato, en vista de que la intensidad de la llovizna aumentaba convirtiéndose ya en lluvia franca, se vió en la necesidad de retornar a su hogar. El vecino más próximo a Ricardo era croupier y lo normal era que llegara a su hogar de madrugada; no daba la impresión de ser una persona relacionada con la política; jugar a las barajas o a los dados era una actividad que ofrecía múltiples posibilidades en relación con la violencia, pero de difícil conexión con la política y, por ende, con lo sucedido en el lugar, por lo que podía desechar la casa número diez; pero en la siguiente residía un militar, teniente o capitán, tipo escandaloso y vulgar que no dejaba pasar día sin armar una bullanga infernal con el toca-discos poniendo la más infame bachata imaginable, sin contar con la muy


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eficaz ayuda de los hijos, la esposa y el maldito perro; tanto el oficial como su mujer daban la impresión de ser campesinos con ínfulas y nada más: pero, siendo miembro de las fuerzas armadas, habría que tenerlo en cuenta. En la casa marcada con el seis debía residir un vendedor, visitador a médicos o especie parecida, en vista de lo mucho que salía de la ciudad y siempre armado de maletín, y tampoco, como la rubia de la esquina o la familia numerosa, ofrecía posibilidades como para catalogarle de sospechoso en el presente caso. Ricardo .Pellerano decidió esperar la mañana siguiente para continuar la investigación; nada más podía hacer por el momento puesto que no disponía de suficientes datos como para informar a la policía; tenía que procurarse más detalles, ubicar al herido o al muerto, o por lo menos la casa donde había sucedido el hecho en cuestión, para entonces hacer sentir el peso de la Justicia a los complotados. Las pocas horas de oscuridad que restaban las pasó deambulando inquieto entre la habitación del segundo piso y la cocina; había preparado café y de cuando en vez hacía una pausa para beber un trago; se sentía intranquilo porque había recordado que le faltaba 'una casa, la cuatro, y que por más que lo intentaba no lograba recordar quién vivía en ella; su ignorancia le ponía frenético; en las circunstancias en que se debatía la Humanidad un hombre como él no podía darse el lujo de fallar, debía estar siempre en la avanzada de la


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eterna lucha por la Libertad y la Democracia y, precisamente por ello, si en esa casa residía un agitador, un traidor, un comunista u otra alimaña por el estilo y él no estaba al tanto, muy bien podrían triunfar en sus criminales planes y todo por culpa suya, por su culpable descuido. Antes de que los primeros rayos de sol penetraran en el "cul-de-sac ", ya Ricardo estaba fuera armado de trapos y una cubeta llena de agua; era posible que los vecinos se extrañaran al verle lavar el auto a horas tan poco frecuentes, pero eso no le importaba, necesitaba estar allí para observar quiénes salían y, en especial, quiénes no salían. Una tras otra, las residencias circundantes comenzaban a adquirir vida; ventanas y puertas se abrían y una que otra sirvienta afanaba con la escoba; entró un camión repartidor de leche con el escándalo de costumbre; el croupier había hecho aparición apenas una hora antes yeso hacía pensar que no resultaba probable que hubiera sucedido en su casa lo de la noche anterior ya que había confirmado que no estaba. Con los trapos en la mano, el improvisado lava-autos caminó hasta muy cerca de la número cuatro preguntándose quiénes la ocuparían, y luego regresó despacio al auto observando la casa del oficial, en la cual no se notaba movimiento alguno. -Buenos días, Sr. Pellerano! La voz de la vieja del siete le tomó tan desapercibido que por muy poco no cae sobre el cubo del agua; cuando se recuperó de la sorpresa respondió como mejor pudo aparentando naturalidad.


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-Muy buenos días, señora. - Trabajando temprano, éeh? Y la señora écómo está? Por fuerza tendría que eliminar a la entrometida vieja de la lista de sospechosos, aunque bien podía resultar que la hubieran dejado salir precisamente para evitar sospechas, manteniendo al esposo como rehén entre tanto; después de todo, era político y gobiernista, podían tenerle atado, incluso tal vez podía estar herido y la salida de la vieja serviría para disimular posibles suspicacias; pero 10 cierto es que se la veía muy normal y tranquila, demasiado normal y tranquila como para estar pasando trance tan duro como el que imaginaba. Transcurridos dos o tres minutos escasos tuvo que eliminar a los viejos de la lista de posibles al verles a ambos juntos y serenos muy emperifollados con aire de dirigirse a misa. El sol comenzaba a calentar la sudorosa espalda de Ricardo Pellerano mientras, en cuclillas sobre la hierba del jardincillo delantero de la casa, hurgaba la tierra con' una pequeña pala; eran casi las siete y media cuando el cubano de la esquina salió y, tras él, [a esposa tocada con una bata, los chicos uniformados y bien peinados y, automáticamente, les hizo desaparecer del rol de presuntos sospechosos, lo cual era toda una pena porque aquello de ser exiliado antícastrista prometía mucho en 'circunstancias como las presentes; de nuevo le asaltaba la idea de que en la número cuatro podía estar la solución del problema; no sabía quiénes la habitaban, nunca les había visto, mas, precisamente


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ese detalle le hacía sospechar: muchas ganas de pasar desapercibidos debían tener puesto que ni siquiera había podido advertir su presencia, y nadie con la conciencia limpia tenía por qué ocultarse ante la vista de los demás; debía buscar la manera de acercarse a esa casa sin que resultara demasiado obvio, tenía que idear algo para saber a qué atenerse respecto a tan intrigante lugar. En eso estaba cuando el panadero se detuvo en la esquina y la rubia salió con una bandeja; de inmediato Ricardo vió la solución puesta para él como por mandato divino y se encaminó hacia el vendedor; durante el camino no hizo más que llamar al individuo, pero a la vuelta, luego de saludar a la señora y adquirir una enorme telera, hizo como que se le caían unas monedas justo frente a la entrada de la cuatro y, en tanto las recogía con lentos movimientos, se regodeó observando el foco de sus sospechas. Entonces recibió una de las más dolorosas decepciones esperables: había un auto en la marquesina y el maldito auto tenía un letrero pegado a la ventanilla trasera, un letrero que decía, simple y sencillamente: RECIEN CASADOS. Por eso parecía que nadie habitaba la casa, por eso nunca había visto a sus ocupantes, porque, era evidente, estaba vacía, reservada para después de la boda, y luego habían llegado los flamantes esposos y allí estaban ahora, trancados a piedra y lodo disfrutando de su luna de miel; claro que el reconocimiento de todo aquello no excluía la posibilidad de que se tratara de una mampara, de que


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matrimonio y luna de miel no fueran más que una añagaza para despistar y la pareja resultara un par de conspiradores; cierto, era excelente disfraz lo de "recién casados", algo original que revelaba inteligencia, pero él no era ningún tonto y conocía los muchos trucos del enemigo; por si acaso, se dijo, debería tener en cuenta la cuatro. La mañana transcurrió sin mayores novedades; cercanas las doce tuvo que abandonar la tarea del jardín; no podía con el dolor de espaldas y, además, ya no restaban plantas para llevar del patio trasero al jardín; entonces recostó una silla del auto y se dedicó a leer el periódico. A las tres de la tarde vió salir al oficial de la ocho pero no advirtió otros signos de vida en la casa; una hora después salió la señora del vendedor o agent~~ de seguros o visitador a médicos o lo que fuera, yeso sí que le llamó la atención: era de suponerse que un vendedor debía salir a trabajar para ganarse la vida y, sin embargo, quien salía era la esposa; había gato encerrado en eso; nada de raro tenía que saliera el oficial y la esposa perma.. neciera durmiendo o haraganeando, pero que una persona que se gana el sustento en la calle no saliera era algo demasiado fuera de lo común, por lo que decidió poner más cuidado en adelante con la seis. Caía la noche y la cuatro, la de los recién casados, segu ía como si el tiempo no hubiera transcurrido, cerrada y en silencio. Regresó la mujer del vendedor, entró de prisa y cerró la puerta tras


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ella con algo de violencia. Nada del oficial, cuya esposa todavía no se dejaba ver. Observando alternativamente los lugares que tenía por más sospechosos, Ricardo Pellerano se paseaba fumando sin cesar; ya no dudaba, la respuesta al intríngulis tenía que estar, por obligación, en una de esas tres casas: la del oficial, la de los recién casados o la del vendedor; pero con esos datos tan poco concluyentes todavía no podía probar nada y por ello le resultaba imposible suministrar información a quienes estaban en el deber de terminar con todo aquello, lo cual le mortificaba porque sentía que estaba perdiendo tiempo, un tiempo precioso durante el cual aquel foco de corrupción y degradación, aquel nido de enemigos de la Patria, del honor y Dios podía extender sus fatídicos tentáculos y, como un cáncer, hacerse imposible de extirpar; pensar en su momentánea impotencia frente a aquellos enemigos de la Democracia le escocía haciéndole sentirse incómodo y nervioso, y aunque sabía a ciencia cierta que tarde o temprano daría con la guarida de los infiltrados de ideas y consignas extrañas, no soportaba el sólo pensamiento de no poder hacerlo en ese mismo instante; además, saber que habitaba en un lugar tan aislado junto a toda una manada de vendidos a poderes foráneos sublevaba su sentido del patriotismo y encendía su sangre de luchador incansable en contra de todo lo que significara comunismo, fidelismo o marxismo. El desbordado hilo de sus reflexiones fué roto


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de improviso por un estrépido de bocinas, silbidos, voces y risotadas que le hizo volver en la cabeza sorprendido; un nutrido grupo de jóvenes de ambos sexos descendía de varios automóviles frente a la número cuatro, todos corrían y alborotaban a más y mejor casi ante las narices de Ricardo, quien mientras eso sucedía se había aproximado al lugar y, en tan to algunos golpeaban la puerta, todos cantaban a voz en cuello unas burlonas estrofas que parodiaban la marcha nupcial. A los pocos segundos les abrieron y, en medio del fogoso tropel que se había formado en la entrada, apenas pudo Ricardo distinguir las cabezas de los dueños de la casa asaltada, de inmediato eclipsadas por el arrollador aluvión de juerguistas. Otro chasco: había que eliminar la posibilidad de que la número cuatro fuera el foco de la traición; por supuesto que restaban el vendedor y tal vez el oficial, en especial este último, quien podía haber asesinado a la nunca vista esposa en un arranque de celos o algo por el estilo; pero, como de todas maneras continuaba creyendo que lo sucedido era un acto terrorista, el vendedor era su meta, seguía siéndolo porque se negaba a considerar el asunto como un vulgar crimen pasional. Además, sólo una razón podía haber para que la esposa saliera y él permaneciera enclaustrado: se quedaba porque debía vigilar al posible secuestrado, quien debía estar herido. La incertidumbre respecto al caso le sacaba de sus casillas, así como también su insuficiencia en materia de investigación; si se decía celoso guardían de los intereses patrios debió


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prepararse para serlo desde mucho tiempo antes aprendiendo los resortes del espionaje, el arte de los disfraces, la lectura de claves y el manejo de armas de todo tipo para, de esa manera, acometer las tareas más arduas. Y, observando el hogar del vendedor, otra duda la asaltaba: En caso de que hubieran advertido sus inquisitivas actividades, ¿no estarían ya pensando en eliminarle para evitar riesgos innecesarios? En efecto, muy posible resultaba que eso hubiera sucedido, y por ello tomó la determinación de redoblar su vigilancia para que no le tomaran desprevenido; sería un duelo de inteligencias, se dijo, un combate entre el Bien y el Mal en el cual él, teniendo a Dios de su lado, triunfaría. La noche pasó sin mayores incidente: los mismos sapos croando cuando los de la improvisada fiesta del cuatro al fin desistieron, la misma quietud en el barrio, y Ricardo Pellerano, sentado frente a su casa, velando con un libro y una taza de café como mamparas. Pero fué una noche perdida, una vigilia sin consecuencias fructíferas puesto que nada pudo añadir a lo ya conocido. En la mañana, sin embargo, algo sucedió que proporcionó renovado impulso a su febril y subrepticia actividad; nadie habíase levantado aún en el lugar cuando él lo sintió: un inusitado olor lo arropaba todo, un penetrante olor a podredumbre, a carroña. Tal vez por esa razón, y 4 pesar de lo temprano de la hora, los vecinos comenzaron a asomar mostrando asco y curiosidad en sus semblantes.


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A Ricardo aquello le venía de perillas: era eVIdente que el molesto tufo a podrido estaba haciendo que los vecinos se levantaran más temprano que de costumbre y salieran sin tomar precauciones. Intuyó que el culpable tendría que salir también o, en cambio, que quien no saliera precisamente por eso debía de ser el culpable, porque nadie rehuye una actitud normal si no tiene algo que se lo impida, y en este caso sería la necesidad de permanecer escondido o vigilando. Así que,al fin, tantas horas de estrecha vigilancia tendrían beneficio. Ya antes de las ocho de la mañana el nauseabundo olor era imposible de no tenerse en cuenta, se introducía por paredes y poros, no había lugar vedado para él pues se colaba pesado, penetrante, pegajoso y casi palpable hasta por los más inimaginables resquicios. Como es natural, la mayor parte de los vecinos salió y, aunque muchos habían marchado a sus trabajos como de costumbre, los restantes formaban apretados corrillos de los cuales brotaban confusas opiniones, palabrotas, maldiciones, gritos airados y muecas de asco y desagrado. Cómodamente instalado en la entrada de su casa, inexorable, Ricardo observaba satisfecho. En el bullicioso grupo la esposa del vendedor era una de las que más hablaba y gesticulaba, pero el esposo seguía sin dar señales de vida, por lo que Ricardo veía confirmadas sus sospechas respecto a la pareja: en una situación semejante resultaba demasiado obvia la ausencia. Los viejos santurro-


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nes ya no lo parecían tanto, a juzgar por su avinagrada expresión, y la mujer del cubano hubiera escandalizado a un burdel completo con sus palabrotas y aquella entreabierta bata que hacía desviar las miradas del oficial entre disimulados bostezos. Hasta los recién casados se movían en el centro del grupo cambiando impresiones y tomando muy en serio su rol de matrimonio; llegó el momento en que pareció iba a romperse el grupo, pero, en el momento en que la mujer del cubano cerraba su bata ante una mirada algo más insistente que las anteriores de parte del oficial, la puerta de la casa de éste último se abrió con violencia y salió la señora como una trombaBueno, yo no se a dónde diablos me vas a llevar, pero lo que sí es seguro es que aquí no me voy a quedar tragándome este maldito bajo!-, trepó al auto y se. encerró subiendo los cristales; el marido, encogiéndose de hombros, hizo un ademán de despedida al grupo para luego meterse también en el auto y partir. Ahora Ricardo sabía que no se engañaba: el supuesto vendedor y su esposa eran los complotados, los agentes de la conjura internacional, ya que eran los únicos que restaban como sospechosos; pero sabía que aún conociendo todo eso no podía probar nada, que nada haría con llamar la policía puesto que no disponía de detalles tangibles; mas, tarde o temprano darían un paso el falso y entonces tendría las pruebas para denunciarles y hacer fracasar la conjura. Pero debía intentar algo más directo y definitivo y, con ese


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propósito en mente, decidió tratar de. ganarse la confianza de los demás vecinos, en especial de los más cercanos a los traidores, el oficial o los recién casados, cuyas casas flanqueaban la de aquellos. Mucho le molestaba el tener que mezclarse con semejante gentuza, mas, pensó, algo tenía que sacrificar en aras del deber. A medida que el disco del sol ascendía y el calor arreciaba el pestilente vaho se hacía más y más insoportable; resultaba .difícil respirar porque las espesas miasmas apenas daban paso al oxígeno vital. La mayor parte de los vecinos se había marchado luego del mediodía y otros, encerrados, no daban señales de vida. A eso de las tres una furgoneta del Departamento de Sanidad hizo su aparición y varios empleados fueron de casa en casa pidiendo permiso para registrar en jardines y patios; al advertir que tocaban y en algunas casas no les respondían por la sencilla razón de que sus moradores estaban fuera, Ricardo decidió hacer caso omiso del timbre y los golpes a su puerta; después de todo, calculó que era una inútil pérdida de tiempo el tener que ocuparse de los de sanidad porque tendría que abandonar la vigilancia. Cerró pues casi del todo sus persianas y continuó oteando el panorama. La esposa del vendedor salió cuando tocaron y les permitió entrar por la puerta del callejón que daba al patio; ese era otro indicio sospechoso: no dejó que entraran a la casa. Al rato salieron sin dar indicios de haber encontrado nada fuera de lo normal; luego, como al parecer no pudieron


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hallar la causa del mal olor, se marcharon del barrio con las manos vacras ante el desaliento de los vecinos. Al caer la noche los improvisados emigrantes retomaron al redil para, de inmediato, encerrarse en sus moradas en vano intento de escapar de las pestíferas emanaciones que calaban paredes, puertas y ven tanas cual si fueran fina gasa. El "cul-de-sac" completo apestaba como campo de batalla luego de varios días de cruenta lucha. Con las luces apagadas como medida de precaución, Ricardo miraba el hogar del vendedor desde su ventana; le era difícil porque estaba a la derecha comenzando la entrada del "cul-de-sac" y por ello apenas divisaba la puerta de entrada, mientras la del callejón quedaba oculta por completo. Eso le preocupaba, como es natural, porque, en caso de que, como esperaba, se produjeran subrepticios movimientos nocturnos, sólo podría captarlos cuando los sospechosos alcanzaran la acera. Durante esa noche ni siquiera se escuchó el canto de los sapos, ahuyentados tal vez por el nauseabundo olor. A la mañana siguiente la actividad reinició entre los vecinos; poco a poco fueron formando grupos y sus voces sonaron excitadas menudeando las maldiciones; Ricardo decidió poner en ejecución su plan: tratar de unirse a quienes estuvieran cerca del hogar del vendedor; salió a la acera haciéndose el desentendido, desplazándose con discreción y len ti tud hacia la me ta dese ada.


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Frente a su casa, el oficial discutía con el recién casado, el croupier y las esposas del vendedor y del cubano, quienes le escuchaban con atención intercambiando miradas mientras tanto; la mujer del vendedor se volvió con muy escaso disimulo y miró casi de frente a Ricardo, quien advirtió que el croupier la tiraba de la manga como advirtiéndole; sin embargo, a pesar de la señal, también los atrás del grupo le miraron. Los viejos de la siete se cruzaron con Ricardo que se había devuelto no bien recibió la andanada de miradas; parado frente a su casa. de nuevo pudo advertir que, no bien integrados al resto, también los viejos le asaeteaban sin muchos tapUJos. Nadie podía imaginar lo que pensaban los vecinos; sin embargo, bien sabía él que luchaba contra fuerzas poderosísimas integradas por hombres muy preparados e inteligentes, eficientísimos en su diabólica tarea. ¿Qué podía estar sucediendo entre los vecinos? Era muy posible que la mujer del vendedor estuviera instigando a los demás en contra de Ricardo, aunque también podía haber otros implicados en la conspiración y no sólo la pareja de la seis. Un escalofrío de terror le sacudió al pensar eso: muy bien podían estar tramando su desaparición con toda frialdad protegidos por la seguridad que proporciona el contubernio unánime en caso de que fuera cierta la posibilidad que intuía, que fueran varios los cómplices, y él, careciendo todavía de pruebas para denunciarles


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se encontraba inerme y cercado por los conjurados. El grupo se movió en dirección a la número cinco; todos entraron y Ricardo pudo advertir que varios de ellos asomaban a las persianas y cuchicheaban entre sí con cierta agitación y, al parecer, sin importarles demasiado el hecho de que pudieran ser vistos. Casi media hora más tarde, en tanto Ricardo lavaba de nuevo el auto, observó, sorprendido, que un patrullero de la policía entraba al "cul-de-sac" y avanzaba con lentitud hasta detenerse frente a la marquesina de la cinco. El grupo brotó de golpe del interior de la casa, y en tanto dos agentes permanecían algo al margen, el oficial de la policía fué rodeado y abordado por los vecinos. Podía ver con claridad como el Capitán del ejército y la esposa del vendedor llevaban la voz cantante en la conversación; incluso advirtió cuando aquella maldita mujer señalaba en su dirección tratando de ocultar el gesto, y como el policía se volvía a su vez a mirarle. Una rabia inmensa le invadió al comprender lo que sucedía: era evidente que la maldita conspiradora (o los conspiradores) había fraguado un plan en su contra, y que él se había dejado sorprender como un imbécil. Debió actuar antes que sus enemigos, debió lanzarse a la acción en lugar de quedarse allí pensándolo y perder un tiempo precioso buscando pruebas. Ahora el enemigo atacaba y él no podía enfrentarle porque de nada disponía para ello. Se había confiado tanto que ahora estaban a la ofensiva y él, perdida la ventaja


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inicial, acorralado como ratón en trampa. Los dos agentes se movieron con sigilo situandose cada uno a un lado de Su casa. El oficial de la policía, entre tanto, se desplazó sin prisa, mirando hacia todas partes con vaguedad, hasta alcanzar el borde mismo de su jardín, dedicándose entonces a dar pataditas a las hierbas y arbustos. Los vecinos, cada vez más numerosos y excitados, avanzaron también y, de ellos, tal y como lo esperaba, fué la esposa del vendedor quien se adelantó, deteniéndose justo frente a él. -¿Cómo se siente, Sr. Pellerano?- y, sin aguandar una posible respuesta- ¿No tiene nada qué hacer? Al observar los rostros de los vecinos, los movimientos de los policías cada vez más próximos, y al oficial que rodeaba su auto tras él, ya no le cupo duda alguna: no podían haber sido embaucados todos por aquella mujer, por hábil y astuta que fuera; ésa no era la solución, la respuesta a lo que había sucedido y estaba sucediendo; no eran ella y el marido únicamente los conjurados ya que el asunto revestía aún más importancia de la que en principio le había concedido: todos, todos formaban parte de la gigantesca conspiración, todos eran agentes comunistas infiltrados en .el gobierno, en la policía, en las fuerzas armadas, en el seno mismo del pueblo. Era un enorme gusano que poco a poco roía su pobre país pudriéndole inexorablemente, y él, allí, atrapado, en sus manos, ya nada podía hacer para evitarlo...



NEGRO A OSCURAS

El eco de los pasos del carcelero dejó de rebotar entre las paredes cuando el gordo y sucio individuo se detuvo frente a la sólida puerta, al final del corredor, -El chao, negro!- y vociferó mientras abría un. estrechó tabique situado a la altura de su rostro y colocaba en la abertura una cantina En la masa aparetujada de penumbras, Chago escuchó y de manera mecánica se dirigió hacia el agujero; estaba tan acostumbrado a elló que en forma casi infalible sabía cuando llegaría el ceboso aquel con su vozarrón, lo más aproximado a un ser humano que había entrevisto en meses y meses; sabía también que comería las inmundas piltrafas de la cantina porque ya no le afectaban ni el sabor indefinible de aquella mezcla de podridos desperdicios ni el vaho de su propia mierda que ya formaba costra adherida con firmeza al 139


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pISO de cemento; empezó a comer, pues, sin ver nada de lo que ingería, como tampoco podía ver nada de lo circundante, como tampoco nunca lo había podido ver, salvo el ligerísimo atisbo del día en que allí le habían introducido de un empujón. -Desenrrolla la bemba para poder distinguirte, maldito negro! Poco a poco había aprendido a no hacer caso a los continuos denuestos del tipo de fuera, como había aprendido de memoria los vericuetos del cababozo; no sabía como era nada de aquello que le rodeaba; detalles como colores, aspectos, belleza o fealdad le eran desconocidos, pero sabía donde estaba todo, conocía cada grieta, desnivel, rugosidad, sequedad o humedad, alturas y distancias, aunque, si por distancias era, no tenía por qué preocuparse, y en cuanto a variedad, menos: su universo se reducía a cuatro pasos normales para ir de una pared a otra, alcanzando la puerta, tres pasos si era entre las paredes perpendiculares a esa misma puerta (claro, puesto que era la única), y la distancia de sus pies hasta el cielo raso que alcanzaba con la mano sin empinarse; y, entre esas paredes, una llave de agua a la altura de la cintura al fondo, un inodoro que debía tener años sin tragar nada, y una tabla empotrada en la pared lateral, frente al lavamanos" tabla que alguna vez llevó una colchoneta encima; el piso descendía en declive hacia el centro del mundo donde un agujero permitía la salida del agua y, por suerte, también de la mayor parte de


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todo aquello despreciado por el inodoro, convirtiendo así el duro cemento en una tan resbaladiza superficie que más le valía pasársela trepado en la tabla. -A ver si .tragas de prisa, negro; mira que, si no, mañana tendrás que comerte tu misma mierda! Que el tipo no se andaba con juegos cuando eso decía era algo que podía confirmar su hundido estómago, el cual había experimentado más de una vez lo que significaba tardarse demasiado comiendo; en tanto introducía la cosa aquella en la boca con los dedos, se acercó a la puerta y echó una ojeada hacia el pasillo, observando como el carcelero se disponía a leer el periódico aproximando un banco a la bombilla más cercana; mas, cuando ya estaba casi sentado pareció adivinar su presencia y se incorporó de nuevo, cerrando con violencia el tabique. Fundido en el calabozo, Chago recordó la luz. Mientras duraron los días de la luz, aunque nadie podría decir que Chago había sido muy afortunado, por lo menos deambulaba como chivo sin ley y podía caminar de aquí para allá sin apenas importarle dónde estaban los tales aquí o allá yeso cuando le venía en ganas; conseguía uno que otro picoteo y hasta se echaba su parrandita y no maldecía su suerte porque la Feliciana le tuviera derrengado con sus caderas de bruscos movimientos y las grandes y apretadas tetas, así que, aunque tuviera sus épocas malas (o peores) y no pudiera decir que se daba la gran vida, aún así era su vida y la disfrutaba como podía.


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Puede que por aquello de los días malos había creído ver el cielo abierto cuando Mingo se fué a morir a su pueblo dejándole el puesto de jardinero en casa del Coronel; y, ¿cómo no se le iba a abrir el cielo a Chago si para ese preciso entonces tenía siempre calientes las comidas, dormía como un pachá en el cuartito del patio, le daban pantalones, camisas y zapatos usados a cada rato y encima le pagaban treinta pesos a finales de mes? llmagfnense l Eso aparte de que el trabajo no era gran cosa: desyerbar un par de veces al mes, mantener el jardín bien limpio, regar a diario (y con los aparatitos aquellos todo se iba en abrir las llaves y dejar que el agua saliera), trasplantar una que otra matita, cortar flores para la casa y unas cuantas otras tonterías que en ocasiones se pegaban como ayudar a limpiar la casa, cargar tereques, hacer mandados, lavar el auto grande del Coronel y el chiquito de la señora..•• Pero todo eso era pan comido para Chago, negro joven de cuerpo flexible y musculoso, y se hubiera podido pasar la vida entera en ello sin fruncir el ceño. Hasta que, un buen día (o un mal día, desde el punto de vista del negro), llegó el nuevo juego de aposento que había traído el Coronel de los Estados Unidos; y cuando el camión con los tereques para estrenar se metió en la marquesina el Coronel estaba todavía en el cuartel y fué la señora quien los recibió, o, diciendo las cosas con propiedad, la señora Margarita los recibió, pero fué


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Chago quien tuvo que echarse al hombro la cama vieja, el tocador, los gaveteros, las mesitas de noche y todo lo que apareció en la habitación que de repente parecía el depósito de una casa de empeños, en tanto los guardias del camión metían los nuevos y los instalaban en los precisos lugares indicados por doña Margarita. Sin embargo, cuando se fueron con todo y camión, parece que ella no estuvo conforme con la disposición del conjunto y, vuelta con Chago moviendo el inmenso tocador reluciente para la esquina derecha, dále con el gavetero frente a la cama, y la cama bajo la ventana, y tras ella la mesita y la otra mesita y sobre las mesitas las lámparas, y espera que ahí no me gusta, y mueve para acá y Chago muy interesado, pero no precisamente en cómo había quedado la cama o cómo se veía el tocador, sino en la bata de la señora, más y más abierta mientras más y más mandaba, dejándole ver tanto como sólo a la Feliciana le había visto y, no bien quedó la cama en un dizque preferido lugar, allí encima estaba la dueña y ya sin bata, tan en cueros y tan puta tirándole del brazo como perra en celo. Allí, en la cama nueva, comenzó la mala racha de Chago; por supuesto que a él le gustaba la mujer y le llenaba hasta el tope que ella le llamara su macho de hombre y le pidiera llamarla Magi, y era un placer que nunca se cansara de hacerlo, tanto qu~ hubo ocasiones en que tuvo que trabajar de noche porque el abandonado jardín se le plagaba de malas hierbas y el agua de los aparatitos lo inundaba todo y luego da e que dale


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para disimular el lodazal y que los muchachitos no se pusieran como él con tan to fango en el patio; claro que era como para contarlo aquello de meterse en la enorme bañera redonda rebosante de agua caliente, los dos desnudos, a retozar como perro y perra, a echarse espuma y tirarse esponjas y agarrarse las nalgas, y luego, encuerecitos como estaban, meterse de cabeza en aquella sabana de cama con el friíto del aire acondicionado, y estarse allí desbaratándose hasta que ya no podían más, para salir después con unos pesos en los bolsillos a echarle plantes a la Feliciana los domingos, aunque tuviera que jurarle a la señora por lo más sagrado, por su madrecita santísima, que nunca se le iba a salir ni una palabra, ni un suspiro de la vidota que se estaba dando, so pena de no ser llamado por ella más nunca ni para cambiar una bombilla. Tanto gozar y, sin embargo, ese había sido el comienzo de su mala suerte. Porque un buen día de esos tantos, cuando estaban en lo mejor de una de esas locas encaramaderas inventadas por ella, resonaron en el pasillo unos escandalosos tacos y, lo que siguió a continuación, dejó a Chago como quien vuelve a nacer: la señora Margarita se puso en pie sobre la cama, desnuda como estaba, miró para todos lados con los ojos brotados y en seguida dió tremendo salto, agarró la bata del suelo, se la puso por encima y empezó a chillar como si del entierro de su madre se tratara, desgarrando a puros jalones la


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pobre bata que quedó hecha una verdadera lástima. Y, cuando al fin el Coronel entró como un desmadre del Yuna, nada: que Chago ésto, que Chago aquello, que violencia y ella la pobre, que estupro, que "enloquecido por el sexo, peligroso, sádico, lujurioso y brutal", y muchísimas otras imputaciones por el mismo estilo, para que de inmediato se pasara a las patadas y los culatazos del otro estilo, a que "te saco los sesos de un tiro, desgraciado", y la doña que no, "que no traigas la desgracia a casa por un maldito negro de mierda", y después el acabóse: la cárcel y todos los guardias del mundo dando golpes hasta con escritorios y sillones, el calabozo y Chago, cuando se cansaron de darle, mas parecido a la mamá de Feliciana que a él mismo de puro hinchado que le habían dejado, el agujero aquel y la voz del Coronel por última vez -A ese negro cabrón no me le dejen ver más una luz, cualquiera que sea !-,y la oscuridad, y los pies podridos por el agua que siempre chorreaba y su misma orina y la mierda que nunca se iba por el inodoro que no funcionaba, y el anémico tabique en la puerta, para él más brillante que el sol cuando se abría, y nada más. Así y todo, Chago recordaba la luz. Y cuando recordaba se le volteaba todo lo muy escaso que alojaba en el marchito estómago y soñaba con el Coronel en el suelo tendido con la cabeza abierta, y con la señora Margarita pidiendo perdón como una loca, y él con su machete en la mano de nuevo acostado en la enorme cama, la


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mujer sirviéndole comida, arrastrándose sobre los mosaicos como rana y suplicándole que no la matara, y él dándole cintura hasta dejarla desmantelada para después ahorcarla con sus manos desgraciada puta ysinve rguenza. Mas, ya había perdido la cuenta de los meses que tenía en el hediondo agujero, tantos que ya ni siquiera le sacaban como antes para propinarle su cotidiana tanda de macanazos, de varazos en las plantas de los pies, de culatazos por los cojones y los dientes (puros recuerdos; ahora su baca estaba más sumida que la de una vieja de noventa), tantos que ya no hacía caso del ceboso de afuera, tantos que la cara de Feliciana se le iba borrando de a poquito cuando trataba de vivir de nuevo en la oscuridad la luz de antaño, y la que aparecía era la señora Margarita, y con la cara de los señora resbalando por todas las paredes y el piso y el cielo raso el odio rezumaba como la humedad y le llenaba hasta tal punto que parecía no caber en el lugar, hinchado de rencor como vejiga. -Dice el periódico que hay grupos que quieren tumbar el gobierno, negro; te gustaría eso, eh? Pues mira que no te conviene porq,ue si lo tumban y yo me largo o me matan... te morirás de hambre antes de que alguien te encuentre! Lo sabía, no le gustaba admitirlo pero sabía que era muy cierto lo que decía el maldito ceboso; aunque se estuviera muriendo de las ganas de desquitarse del Coronel y, más todavía, de la requetédesgraciada de su mujer, bien sabía que tendría que olvidarse de todo aquello de lo que ya ni se é


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movía; luego, con mucha calma, se incorporó salió al corredor. y si casi no podía caminar no era precisamente porque estuviera impedido en lo físico; no, lo que pasaba era que había perdido la costumbre de caminar erguido y a la luz. Horas después, en la noche, yacía tumbado tras unos arbustos en pleno jardín de la casa del Coronel. Le había resultado relativamente fácil salir de la prisión luego de meterse en las ropas del ceboso, a pesar de que le sobraba tela en cantidad; tal vez nadie estaría aún enterado de la fuga y por ello no se apresuraba, se tomaba su tiempo; el Coronel no - había llegado todavía y la maldita mujer ya estaba en su habitación, de puta como era lo corriente, desnudándose con la ventana abierta y la luz encendida, frente a la misma cama de entonces, junto a la misma mesita de noche, las mismas cortinas y el espejo que tan desnudo le conocía. En silencio se deslizó hasta alcanzar aquella ventana por donde en tantas ocasiones había pasado por la "Magi" requerido y, sin aguardar más, penetró de un salto con el revólver del carcelero empuñado. La cara de la señora Margarita, su intensa palidez cuando cayó, desnuda como andaba, sentada en la cama, sus ojos desorbitados por el miedo y las manos temblándole como gallina recién descocotada, ya era más que buen pago por su negro agujero, sus tandas de golpes y sus podridos pies y la memoria de sus-dientes; pero fué aún mejor cuando la ató como a un andullo, le tapó la boca ahogando


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sus tartarnudeantes súplicas y la poseyó una y otra vez, y cuando le metió el cañón del revólver moviéndoselo dentro como si fuera molinillo, o cuando la colgó de la gran lámpara con la cabeza para abajo y se le guindó de las tetas para mecerse. ¿y después? No tenía importancia. No había después, ni luego ni mañana, sólo ahora. Ahora que el negro volvía a la luz.



POMPA

-Ven a hacer bombitas con nosotros, Felipe. Pero Felipe se consideraba muy mayor para dedicarse a oficio de tan poca monta como era aquello de soplar pompas de espuma de jabón a través dc una pipa de plástico; por eso desdeñó a sus hermanos menores -¿Qué se creen? ¿Qué soy un carajito como ustedes?- y les abandonó al sol en el balcón, las fugaces iridiscencias de las pompas circundándo1cs. El único problema consistía en que no podía librarse de ellos con facilidad: salió de la casa y, cuando regresó, ahí estaban los muy tarugos tal y como si el tiempo no hubiera transcurrido, empeñados en la sublime tarea de gastar media pasta de jabón al día; las pompas flotaban profusas a merced de los devaneos de la brisa marina, ondulando sobre el segundo piso -Fíjate hasta donde llegó aquella !-sin que los pulmones de 153


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los chicos flaquearan un instante- Ay! Le va a pegar en el sombrero a ese hombre!- ni sus labios se hartaran del sabor a jabón- A que las mías llegan más lejos !-o sus dedos pudieran acumular más arrugas producidas por la humedad. Por eso tal vez (aburrimiento, nada que hacer en un determinado instante o un ligerísimo sentimiento de envidia ante el gozo de los pequeños) terminó por armarse, con gesto que fluctuaba resbaloso entre el desprecio y la anuente superioridad, de una de las pipas-Toma la mía, Felipey lanzó unas cuantas pompas, aunque, antes de que las primeras tomaran altura, turbado y corrido, ya iniciaba apresurada retirada ante la mirada y la sonrisa de una muchacha que cruzaba la calle. Sin embargo, fué en ese preciso y fugaz momento cuando vió y escuchó por vez primera. Por supuesto que en aquella oportunidad Felipe no comprendió lo que en realidad sucedía; no podía comprender y era natural que así fuera. Había visto una escena y escuchado voces, algo así como una criada tendiendo ropa recién lavada y una señora (la esposa del vecino de la izquierda) diciéndole que asegurara las piezas con ganchos para que no las tumbara la brisa. Eso había visto y oído o, por lo menos, eso creía ya que nada podía asegurar y tampoco barruntaba qué podía significar. - Devuélveme la pipa! El insistente reclamo del hermano quebró su ensimismamiento, lanzándole a un lugar retirado y


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a un inútil intento de explicar aquello que conservaba en su mente., imágenes y voces discurridas como fugaz escena fI1mica pasaban y se repetían machaconas de manera casi tan nebulosa como la inicial e iban borrándose a pesar de sus esfuerzos, escapaban sin que él pudiera aclarar el hecho, sin que pudiera llegar a nada positivo, definido. Sólo existía un precario punto de apoyo en el cual ni siquiera trataba de insistir: la débil relación entre la sonora visión y las pompas, relación que podía resultar ilusoria y decepcionante puesto que no ofrecía asidero, pero que le atenazaba y atraía sin que pudiera colegir por qué. Retornó al balcón y examinó los contornos con cuidado. Allí estaba la ropa tendida tal cual la había visto, las piezas prendidas con sus respectivos ganchos, la sirvienta retirándose en ese instante. Entonces, era cierto, o por lo contrario lo que creyó ver y escuchar era precisamen te verdadero porque en realidad lo había visto y escuchado con sus propios ojos y oídos, que pudo haberse asomado como ahora lo hacía y sólo después creyó había sucedido en otra forma. Pero, si todo había ocurrido así, ¿por qué entonces la sorpresa? Le parecía recordar que cuando ocurrió estaba junto a la puerta y Carlitas en la esquina del balcón, así que hubiera tenido que hacer un esfuerzo digno de saltimbanqui para poder ver lo que sucedía sobre el techo contiguo. Los dos chicos continuaban dale que dale con las pipas, y Felipe, aunque envuelto en un mar de confusiones, no lo pensó más y reclamó de nuevo


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su derecho a soplar y crear frágiles esferas; con el jarro de agua coronado de espuma en la mano y la pipa en la boca, sopló como si en ello le fuera la vida, sopló y aguardó mientras las pompas reman taban sorteando alambres eléctricos, cornisas y postes del alumbrado deshaciéndose en silenciosos estallidos. Nada sucedió. Los chicos celebraban cuando una que otra pompa alcanzaba más altura de lo normal o cuando, tomadas por la brisa, lograban sortear la calle -Ujule! No sabes hacerlas grandes! -y sobrevolaban los techos cercanos; abajo, el trajinar cotidiano proseguía inmutable, los autos se desplazaban con perezoso ritmo adelantando a los ciclistas y pedalean tes vendedores en triciclos atiborrados de verdura y fruta, y en tre todos ellos descendían suaves y ondulantes algunas de las pompas de Felipe, caían y desaparecían dejando una casi imposible huella de humedad. Alivio o decepción? ¿Qué sentía en realidad en su interior ahora que ya nada esperaba y se aprestaba a devolver la pipa? No tuvo tiempo de discernir entre aquellos sentimientos como tampoco lo tuvo para devolver la pipa al hermano: de nuevo había sucedido, ahí estaba la imagen, su imagen ahora silenciosa porque veía la azotea y la ropa y los ganchos pero a ninguna persona, veía y ahora estaba seguro de no estar en la esquina del balcón, veía cuando de repente todo estalló, desapareció de súbito "en el mismo silencio en que discurría en una eclosión de fragmentos é


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de azotea, trozos de sábanas y toallas y alambres, cielo y nubes. Rompió el hilo de sus pensamientos la voz del hermano de nuevo a la carga reclamando su pipa, y sin pensar la devolvió; ya no importaba porque estaba seguro: las fugaces imágenes y las pompas estaban íntimamente relacionadas, de eso no cabía ninguna duda. Por eso no discutió con el pequeño, porque no podía ya atenerse a una pipa prestada a ratos: tenía que conseguir una para él. y la tarde fué corta para Felipe y su recten estrenada pipa. Más o menos a las cuatro los niños fueron conminados a bañarse y se retiraron en medio de encendidas protestas porque tenían que dejarle como dueño absoluto del balcón, como único proveedor de pompas en el cielo de la vecindad. Las horas pasaron y la oscuridad fué adueñándose de todo, algo que lamentó en lo más hondo puesto que la pompante visión no parecía surtir efecto en las sombras. Luego de unos cuandos esfuerzos inútiles abandonó el puesto y se encerró en su habitación, guardando el jarro y la pipa en lugar seguro. Pensó en todo aquello que había visto durante las horas en el balcón, durante aquel lapso que tan breve se le había hecho: los hijos de Don Emilio jugando al parchés acostados en el suelo, la sirvienta del tercer piso del frente pegándole al más pequeño -¿Qué te estás creyendo, muchachito de micrda?- de los niños, la familia del segundo viendo --Tienes que apresurarte, Batman !-TV,


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los de la planta baja- Van a matar al embajador si no llegas a tiempo !-también, así como un brevísimo atisbo de una muchacha, unas cuatro o cinco casas hacia arriba en su misma acera, desnuda bajo la ducha gesticulando -Estoy aquí, aquí para quererte !-y cantando, y una señora flaca y nariguda plantada ante la mesa cual soldado -No eres más que un poquita cosa, un mosquita muerta, un blandito, un... -mirando con aire de comérselo vivo a un individuo bajito, gordo y fofo que se encogía en su silla más y más. Cierto: Había visto y escuchado todo eso y más y se sentía contento en medio de su todavía perdurable asombro, y sin embargo no estaba satisfecho, no se encontraba conforme a pesar de la novedad; había algo que no le gustaba: la rapidez, la vertiginosidad con que perdía la visión, el hecho de que las pompas apenas pudieran viajar unas cuantas docenas de metros, de que no alcanzaran más allá de las casas vecinas y, todavía peor, que cuando algo comenzaba a interesarle, izas! ahí estallaban y el placer se iba al mismísimo infierno. y el problema consistía en que, al parecer, eso no tenía remedio; total que eran sólo pompas y no caj as de cartón o botellas de refresco como para pretender que se mantuvieran en el espacio per secula seculorum. A la mañana siguiente, todavía con el desayuno en la garganta, ya estaba en el balcón instrumentos en ristre, los hermanos flanqueándole, uniendo sus pompas a las suyas en un desfile de pastas de jabón que comenzaba a escamar a la madre. Sólo que


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las pompas de los chicos eran ciegas y mudas, que ellos disfrutaban la pureza de su ingenuidad en tanto él soplaba para buscar y encontrar quién sabe qué cosas, aunque, por supuesto, nunca el rostro burlón de su padre ni su aún más burlona frase: -Cualquiera diría que te están pagando por hacer eso! Dos sirvientas colgando ropa en otra azotea -Anoche estuve en el cine con Toña ,Y el muy propasao loco por meterme las manos~ lY tú, ¿no te dejaste? -Una anciana en su mecedora mirando a través de la ventana. Muchachos jugando parchés de bruces en el suelo. La misma vieja en la misma mecedora y luego una señora inclinada lavando el baño -N o quiero que salgas tanto con ese mangansón, ¿no ves que sólo quiere manosearte?-. Y .... vuelta a la vieja de la mecedora !Dos mujeres conversando en un balcón -Pero ese muchacho no se cansa de estar ahí de pendejo tirando bombitas!- Ya empezaban los chismes y las habladurías yeso era algo que Felipe esperaba; bueno, para algo tenían que servir las jamonas y su única venganza consistía en poder verlas y escucharlas sin que ellas lo advirtieran, en saber que podía verlas hasta en el inodoro a lo mejor (o a la peor!) . Muchachos jugando, mujeres trabajando, viejas sentadas y muchísimas otras tonterías, siempre lo mismo y con el agravante de que comenzaban a chismear sobre su actividad; todo hacía pensar que estaba condenado a aquella estúpida rutina


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con sus ineludibles reiteraciones y su fugacidad desesperante. -¿Todavía sigues con eso, chichí?- La mirada y el tono de la voz de su padre nada bueno presagiaban. Ya todos habían comido cuando él regresó del trabajo, casi a las dos de la tarde, y al encontrar a Felipe firmemente acantonado en la esquina del resbaloso balcón circundado de pompas se le quitaron los deseos de comer; hasta los pequeños se habían cansado y andaban por otros rumbos y otras actividades. Por suerte, estaba demasiado cansado como para prolongar demasiado la rabieta y prefirió darse un duchazo; de todos modos, el interpelado se hizo el bobo y continuó en su empeño. Y es que tenía que aprovechar esos preciosos instantes durante los cuales la brisa era casi imperceptible, y por ello, las pompas se mantenían más tiempo con vida haciendo que sus atisbos se prolongaran adentrándose en los inocuos secretos de la vecindad, Esa noche, en tanto pasaba lista en su memoria a las pasadas visiones sonorizadas, empezó a tomar cuerpo la idea: conseguir que las pompas fueran más duraderas, que resistieran más sin estallar extendiendo así su radio de acción; eso era indispensable para evitar las infinitas repeticiones de las mismas nimiedades que preveía; tenía que buscar la manera de alcanzar otros territorios, de encontrar nuevas y más interesantes posibilidades para la fantástica ultra-visión y audición de sus pompas. Tenía que haber alguna forma de alargar


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la vida de las frágiles esferillas para interrumpir el círculo vicioso en que le tenían y que no podría soportar mucho más. Decidió, aún corriendo el riesgo de perder tiempo, comenzar a hacer experimentos en base al elemento básico de las pompas, o sea, la mezcla de jabón yagua. Al día siguiente, uniendo la acción al pensamiento y luego de un remedo de desayuno dió inicio a la tarea. -Si cuando regrese del trabajo te encuentro aunque sea cerca de ese balcón haciendo bombitas como un mariconcito, ya verás ... - Estaba claro que no podría continuar haciendo sus experimentos con la requerida calma y concentración, así que decidió rehuir la presencia de su familia y buscar un centro de operaciones que estuviera fuera del alcance de sus chismosos hermanos, de las sonrisitas hirientes de las muchachas que pasaban bajo el balcón, de los regaños de la madre y de la' escoba de la sirvienta. Pensó en irse a algún paraje desierto certa de los acantilados, pero hubo de rechazar la idea al recordar la fuerza del viento y, además, el hecho de que nada podría ver por tratarse de un lugar desierto; por eso, luego de mucho meditar, decidió irse al techo con el bien surtido equipo que para el caso había reunido. Si las pompas compuestas de agua y jabón resultaban frágiles en exceso, tal vez añadiendo un poco de mucílago podía lograrse mayor resistencia; la idea parecía buena pero resultó un fracaso desde el principio puesto que no pudo ligar el mucílago. Agua, jabón y almidón diluído mezclaron bien, pero no produjeron nada positivo en conclusión.


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Luego sal y azúcar y un tanto de harina... nada, Con harina y café. Con almidón y sal. Azúcar y almidón. Café y azúcar. Con varios y todos juntos, más adelante con canela en polvo y leche y, pasado el sistemático saqueo de la despensa familiar, apenas si pudo obtener que una solitaria pompa sobrepasara la esquina, éxito de pura mo fa puesto que le ofreció la mezquina visión de un pulpero pesando habichuelas. -Baja de ahí a comer, Felipe, mira que te vas a enfermar de tanto coger sol! Cuando al fin se dignó descender sus padres le observaron preocupados -Dime qué es lo que te sucede, Felipe; (~necesitas algo? qu ieres dinero para ir al cine o para alguna otra cosa? ~y sus hermanos cuchichearon y rieron a hurtadillas entre bocado y bocado- El chich í quiere hacer más bombitas! Quicrcs que te regale una mamila, Felipito?mientras la comida se prolongaba. hasta la desesperación robándole minutos que juzgaba preciosos; tenía que proseguir, en cualquier momento encontraría la solución -- Ustedes se callan, jeringones ! Felipe, por favor, atiende a lo que te dice tu padre, mira que es por tu bien!- y no era cosa de pasarse horas en la mesa. Esa noche no pegó los ojos. Aunque de sobras sabía quc las dichosas pompas no eran efcctivas en la oscuridad, continuó los experimentos llevando a cabo mezclas cada vez más complicadas; nada veía cuando una que otra pompa ascendía pasado el hueco de su ventana, pero podía seguirlas con la vista y calcular el tiempo que tardaban en é

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estallar, a pesar de que muchas se perdían en la noche antes de su final; sentado junto a la cama continuaba su febril actividad -Acaba de apagar la luz y acuéstate, Felipe !~con el variado y renovado arsenal que subrepticiamente había reunido: polvo de tiza, Bay-rum, miel de abejas, loción para después de afeitar, betún, líquido para encendedores, Real-Kill, cerveza, CocaCola, aceite, vinagre... llevó a cabo pruebas y más pruebas uniendo todos y cada uno de dichos materiales con los ingredientes primitivos, alternándolos, mezclándolos por pares, por tríos.... todo fue inútil, no obtenía resultados -No quiero tener que repetirte que apagues la luz y te acuestes, Felipe 1- ni siquiera parcialmente positivos, no lograba dar consistencia a las pompas en especial para que resistieran encontronazos o viajaran a distancia incólumes, y al fin hubo de ceder a las cada vez más agrias amenazas de sus padres y acostarse. Por supuesto que no pudo dormir ni un segundo atormentado por su obsesión de vencer el tiempo y el espacio con su maravillosa capacidad de perccpción independiente y móvil; las luces del amanecer le sorprendieron inclinado ante el improvisado atanor, mezclando y derritiendo, -Ese muchacho tiene que estar loco ! Felipe, baja de ahí a desayunar! - hirviendo, soplando y derramando, siguiendo el curso de sus pompas con la vista, viendo a través de ellas sin que nada significativo encontrara en lo visto, nada fuera de lo corriente y desesperante, la cuadra de su hogar auscultada


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ya de esquina a esquina y cada techo, cada azotea, cada pieza de ropa tendida, sala, comedor, cocina o dormitorio aprendidos de memoria. recogiendo para su placer (¿?) multitud de frases anodinas que brotaban de ajadas señoras en bata de dormir -Pásame la mantequilla- y hombres ojerosos en pantalones de piyama -Mira a ver si tiraron el periódico- y criadas untando rebanadas de pan -Despierta a los niños que ya es muy tarde! - y niños cepillándose los dientes -¿Por qué no será hoy domingo?- y muchachas pintándose las uñas; en resumen, el alud de las cotidianas imbecilidades. Por fuerza tenía que superar esa limitación, salir aunque fuera de los encogidos límites del vecindario; pero no lograba encontrar la solución, sus experimentos seguían fracasando uno tras otro, las pompas arrojándole en plena cara, COn saña inaudita, los ridículos misterios de los hogares de la cuadra, misterios que muy bien podían consistir en el esmero de actriz de cine con que pintaba sus ojos la jamona de la esquina, en el acto sudoroso y jadeante de abrocharse la bragueta frente al inodoro por parte de Don ]ulián -Esos huevos están casi crudos 1-, en ver los. dientes de la eterna vieja sobre la mesita de noche -No quiero ir a la escuela, mamá!- o a la vieja eterna sin dientes sobre su cama -Ya ésto es el colmo, Genarina !Ahora mismo vaya buscar al Dr. Fajardo, y si hay que internar a Felipe, pues lo interno! No quiero locos ni idiotas en mi casa, carajo l L, Por lo menos, aunque no le daban el resultado apetecido, sus pompas le servían de cómplices


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advirtiéndole la conspiración que sobre él se cernía. Tenía que apresurarse ahora que sabía que era muy escaso el tiempo restante antes de que su padre cumpliera la terrible amenaza. Pronto no podría continuar los experimentos y era posible que ni siquiera le permitieran hacer las pompas corrientes. Consumiéndose en su ansiedad continuó mezclando y añadiendo, alternando y combinando materiales, cambiando unos por otros, sustituyendo y tomando a mezclar; el sol estaba ya alto y todavía nada parecido a lo buscado encontraba y los nervios apenas si le dejaban trabajar con tino en tanto centenares de pompas recorrían las cercanías ofreciéndole un centuplicado panorama de su mini-universo. ~Baja un momento, Felipe, no me hagas subir a buscarte, hazme caso !-Intentó una última desesperada mezcla empleando dos ingredientes que hasta ese crucial instante no -Ahora verás cómo subo y te bajo por los cabellos!- se le había ocurrido utilizar o no había creído imprescindibles para lograr sus propósitos. Su padre se acercaba pero a Felipe eso le tenía sin cuidado. No podría alcanzarle, nunca podrá hacerlo ahora que se eleva, que asciende con rauda suavidad, con una rapidez que va en aumento a medida que la brisa del mar le toma de través. Y Felipe vé y escucha todo cuanto sucede, en las calles que circundan su antiguo hogar, en los barrios cercanos y lejanos, en la ciudad y en el campo, todo lo vé y lo escucha sobre los mares y las tierras, discurre ante sus ojos abismados el


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suceder en cada Ínfimo rincón del globo, se descorren poco a poco las cortinas del pasado, los espesos velos del futuro, el tiempo y el espacio son suyos ahora, el Cosmos abre sus puertas y se hace uno con él, todo es suyo porque todo es él, él, quien puede verlo y escucharlo en un segundo que es la Eternidad, en un instante infinito creado por sus pompas para siempre resistentes porque su sangre y sus lágrimas las han hecho eternas ...



KING-KüNG

.... el caso es que no puedo dormir, que la maldita pesadilla me atrapa no bien cierro los ojos, que en fin, puede que le parezca una tontería, pero bueno, es que no deseo pasarme la vida soñando con un gorila que me acorrala en una habitación para lu~go, por más que trato de evitarlo, terminar apretujándome en uno de sus gigantescos puños, por desgarrarme entre sus dientes.. y, fíjese, no es la pesadilla en si y nada más, es ... en ella, durante ella... no sé, parece como si supiera que de eso se trata, de una pesadilla que comprendo va a terminar y que, en verdad, nada habrá sucedido, que todo se habrá esfumado cuando despierte. Además, no es el asunto del gorila lo único que me atormenta, el temor al terrible animal y a lo que ha de ocurrir...existe además esa sensación de asfixia, de estar arrinconado, inerme, impedido de moverme, de no poder escapar ni hacer 169


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nada eficaz para evitar lo que sucede y habrá de suceder. ... es la angustia, el terror ante la impotencia en sí.... aunque, claro, también estoy consciente de que sobrevendrá el dolor, ese inmenso dolor cuando el maldito gorila hinca sus dientes en mi pecho, siempre en el pecho, y es un dolor que no siento como simple producto de un sueño o como algo pensado o imaginado... es real, tan vívido y más insufrible que cualquiera que pueda recordar en mi vida pasada, la pierna quebrada al caer de la ventana, el tumor abierto a sangre fría por equivocación, dolores tan agudos que siempre han permanecido latentes en mi mente y, sin embargo, nada comparables al soñado presente, nunca tan laccrantes.. El problema que encaraba el Teniente Detective Ernesto Carrasco era la imposibilidad de aceptar todas esas boberías que escuchaba como realidades, como detalles aceptables y verídicos; si le hubieran suministrado una grabación hecha por un político planificando en forma pormenorizada su futura labor, u otra hecha por un estudiante para su plan de estudios, o hasta otra de un cirujano, un médico cualquiera que analizara en ella los síntomas de algún paciente, ninguna duda opondría, y no lo haría porque, aún suponiendo que en cualquiera de ellas se incluyeran datos equivocados, omisiones o posibles digresiones, de todas maneras lo que en todas se trataba tenía por fuerza que ser objetivo; en cambio, tratándose de la cinta grabada por un siquiatra con las respuestas de uno de sus pacientes .....


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qué pensar de todas esas necias divagaciones? Porque sólo podía expresarse de esa manera, nadie sino un desquiciado mental podía lanzar tal sarta de disparates; y sin embargo, allí estaba Carrasco, plantado cOmo el "Pensador" frente al grabador, escuchando una y otra vez aquellas palabras, porque, fuera quien fuera la persona que las grabara, era lo único a su disposición a lo que pod ía llamarse pista, Pero de tanto volver sobre lo mismo e! Teniente Carrasco sentía que se le obturaba e! entendimiento y entonces optaba por recorrer la habitación metódicamente, escudriñando palmo a palmo muebles, objetos de adorno, instrumentos y rincones como si esperara de alguno de ellos e! brindis espontáneo de esa salvadora pista que le habría de conducir a la solución del caso. ¿Qué podía haber sucedido en aquel reducido lugar? ¿qué escondía aquel recinto tan celosamente a sus ojos? Algo tenía que haber pasado por alto y ese algo estaba allí, después de todo, nadie puede desaparecer sin dejar rastros. Comenzó a repasar de nuevo su libreta de notas: la grabación tenía que pertenecer al último paciente, a Augusto José Lara puesto que si algo seguro (si a eso se le podía llamar seguridad) tenía era que Lara había sido el último en hablar con el siquiatra ya que e! siguiente, Rodolfo Escalante, según declaró, había llegado a las seis y treinta, y la recepcionista ya no estaba; la tal recepcionista dijo haber informado un poco después de las seis luego de informar al doctor los nombres de los próximos é


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pacientes. En otras palabras, durante esos minutos debió llegar Lara. A Carrasco le molestaba el tener que utilizar términos tan hipotéticos: "debió llegar" Lara, pero nadie podía dar fé de ello. Pero no era eso lo que en realidad le mortificaba; llegara quien llegara, el asunto podía ser sencillo de no ser por una insólita circunstancia: la puerta del consultorio estaba cerrada por dentro, tuvieron que forzarla cuando llegaron a investigar. Otros detalles complementarios aparecían en las notas del Teniente: Escalante, cansado de aguardar y tocar y, en vista de la inutilidad de sus esfuerzos, se había marchado llamando luego al doctor a su hogar, donde la esposa le informó que no estaba; claro, la esposa llamó al consultorio y nadie le contestó; un par de horas más tarde, nerviosa ya, informó a la policía. Y allí estaba Carrasco ahora, la puerta derribada y el consultorio desierto, el doctor que no aparecía por ninguna parte y Lara, su posible último paciente, esfumado también, puesto que su familia le buscaba desde antes de que la policía hiciera contacto con ellos en procura de informes. Conclusión no demasiado trabajadosa para Carrasco: ambos, el doctor y Lara, debían estar en el consultorio o haberse reunido luego de partir la recepcionista, y ambos había desaparecido luego, cada uno por su lado o juntos. Pero la puerta del consultorio estaba cerrada por dentro yeso era algo que no se podía obviar. ¿Qué había sucedido antes de llegar Escalante?


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La cabeza de Carrasco parecía mezcladora girando locamente ante tal cúmulo de suposiciones y datos sin fundamento; no podía decidirse por alguna explicación puesto que no ofrecía lógica ni asidero posible ninguna de ellas: que el doctor y Lara nunca se habían encontrado y cada uno de ellos desapareció por su cuenta... pero de todos modos no aparecían y persistía el misterio de la puerta cerrada por dentro; que habían partido juntos... a dónde? ¿y la puerta? é

Todo iba de mal en peor para el confundido detective; pensó en la posibilidad de la ventana como salida y se asomó por ella observando el panorama: cinco pisos hacia abajo, paredes lisas sin ningún tipo de adornos, y apenas un tubo de desagüe desde el distan te callejón para alcanzar la azotea, tres pisos arriba. Habían registrado el callejón pulgada por pulgada previendo el caso de que el loco hubiera arrojado al doctor y luego se hubiera lanzado él mismo; pero el lugar, salvo la basura y otros objetos que siempre aparecen én lugares como esos, no registraba huella alguna de caída de cuerpos ni de nada. Carrasco pugnaba por desechar conclusiones absurdas, el uso de paracaídas o que doctor y pacien te fueran consumados atletas y descendieran como monos por el tubo del desagüe, pero la combinación de factores resultaba demasiado para él y reconocía que nunca había enfrentado un caso semejante.

y por eso no le quedó más remedio que sumergirse de nuevo en la ofuscante grabación; si la voz


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del paciente era la de Lara, alguna pista encontraría. -Fíjese, doctor, no soy ningún tonto, me parece que poseo cierto grado de cultura y educación que sobrepasa el promedio normal ; en otras palabras, lo que quiero decirle es que no me asusto con simples sueños; me parece que lo de soñar noche tras noche con un gorila debe tener alguna explicación, que ha de tener sus raíces en algún problema de la infancia ahora revitalizado o multiplicado en el subconsciente quién sabe por qué razón. -Sí, es muy posible, y es interesante y beneficioso que sea usted mismo quien de esa manera lo piense; mientras más consciente está una persona sobre el origen de un problema más pronto deja éste de serlo. Dígame: Qué piensa usted que puede haber originado sus pesadillas? ¿ Recuerda é

algo, algún suceso en particular en su pasado que pueda vincular a esos sentimientos de angustia, de asfixia y terror? -Sí, aunque... es que, bueno, es una tontería, ésa no podría ser la única causa porque... es que es algo tan..tan sin verdadera importancia que no creo haya podido provocar tales reacciones, en especial pasados tantos años. -Pero usted lo recuerda, ahora mismo lo tiene presente en su memoria, así que, aunque no lo considere así, cierta importancia debe tener; ¿por qué recordarlo si carece de importancia? Vamos, cuénteme lo que sea. -Bién, mire..siendo yo muy pequeño -tendría


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unos cinco o seis años-, mis padres me llevaron al cine porque no tenían quien se quedara en casa conmigo; la película que pasaban era "KingKong".... ¿ha oído hablar de ella, doctor? -No, creo que no; pero continúe, siga contándome. -"King-Kong" cuenta la historia de un cazador que atrapa un gigantesco gorila en una remota isla y lo lleva a Nueva York para exhibirlo. El gorila se escapa y escala un rascacielos y en una de las habitaciones encuentra a una hermosa muchacha que había participado en la expedición; al verla a través de la ventana la bestia introduce su peludo brazo y la atrapa, subiéndose luego con ella empuñada hasta el tope del edificio para luego sostener una batalla con aviones y caer a la calle ... iclaro que antes había soltado a la muchacha! Todos charlaban animadamente y el salón era un derroche de luces; sin embargo, sentía esa vaga sensación de inquietud que le invadía poco a poco pero con seguridad. Nadie podría explicarle el por qué de esa inquietud, pero, ese Augusto José Lara que participaba de la cordial reunión la sent ía, la experimentaba en lo más hondo; era una sensación de opresión, como la que se sentiría estando encerrado en una habitación estrecha y de muy baja techumbre, húmeda y calurosa, oscura y pegajosa, en la cual no circulara el aire. Pero el otro Augusto José Lara sabía ya que era otra pesadilla, conocía todo lo que habría de sobrevenir y lo iba viendo como


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quien presencia por segunda vez un filme, y reconocía cada paso, recordaba cada ínfimo detalle o movimiento, y por ello se angustiaba, se sofocaba buscando una salida, un escape ante la inminencia de la situación, aunque de sobra sabe él mismo que todo habrá de proseguir como siempre, fatídico, inexorable, inevitable .. Por eso continúa la animada conversación en el vistoso lugar, y Augusto reconoce a sus más íntimos amigos, a su esposa que conversa con Alberto quien debe estar aprovechando el instante para evitar el baile, a Rafael, probablemente inmerso ya en algún "fabuloso" negocio con el empingorotado individuo con quien habla, a Emilio GarcÍa Riera (y Augusto se pregunta qué diablos hará o representará un crítico de cine mejicano en una reunión como ésta, a sabiendas de que sueña) y, sorprendido, alegre ante su inesperada presencia (cientos de veces reiterada, de memoria aprendidos sus gestos, su franca sonrisa al verle), dejando de lado la vaga, incierta inquietud (no hay por qué estar inquieto, se dice el Augusto protagonista), se acerca al amigo crítico con la intención de saludarle y presentarle a Emilia y a Alberto y les presenta (no sabe en qué consistirá, pero, en sus sueños nunca escucha palabras, nada más ruidos v una apariencia de conversaciones, algo así como un confuso murmullo; es como en las películas mudas... no, no mudas: desprovistas del don de la palabra, pero comprensibles por completo de todos modos) y hablan y beben; pero en esos instantes ya la turbación es mayor en Augusto,


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siente como se InICIa el ahogo junto con la indefinible sensación de estar flotando en una profundidad de aguas tranquilas sabiendo que pronto no podrá respirar. .. y eso lo experimentan ambos, el Augusto protagonista de la pesadilla, el Augusto que sabe es una pesadilla, y la angustia es palpable, acogotante, y, de repente, el salón, antes tan bullente y vistoso, ha quedado vacío, todos han partido dejándole solo, horriblemente solo en el salón ahora a oscuras, abandonado y a sabiendas de lo que ha de venir, sabido por él, que sueña, barruntado por él, manifestación de ese sueño, solo, nervioso, asustado, sofocado y a oscuras aguardando .. Mientras más escuchaba la grabación más se convencía de que eran divagaciones, sueños de un loco rematado; se recostaba del sillón del doctor y volvía sobre lo mismo: -O ésto no ha de servir para nada o saldré más loco que el mismo loco, pensó, mientras sacudía la cabeza; en la habitación a oscuras recordó el título que había obtenido luego de tantos estudios: "Graduado en Investigación policial analítica"... y casi le producía risa porque se sentía como un imbécil; estaba cansado y tenía un hambre terrible; decidió interrumpir el trabajo y enviar por un emparedado. Pero comer no devolvió al Teniente la perdida intuición, se sentía naufragando en un océano de confusiones y lamentaba que le hubiera tocado "en suerte" aquel caso en vez de estar en su hogar bien arrebujado con su esposa; había perdido las


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esperanzas de que la maldita pareja de desaparecidos surgiera de improviso, borrachos, muertos o como fuera; sería mucho más fácil investigar las causas de la muerte de cualquiera, de qué murió, quién le mató, siempre que existiera el cadáver; pero el asunto del doctor y el paciente no ofrecía asideros posibles: ni causas, ni motivos, ni vivos, ni muertos, ni cadáveres ni nada, apenas un hecho constantado: la desaparición, que había dos personas desaparecidas, esfumadas sin que nadie supiera cómo ni por qué; y luego el grabador y la cinta con aquella conversación, con el endiablado orate narrando imbecilidades a su loquero, y una habitación, un consultorio tan ordenado y nítido que podría decirse que nadie nunca lo había utilizado, todo en su lugar, todo como si nada hubiera sucedido y la puerta cerrada por dentro como si nadie hubiera salido. Para Carrasco aquello era la locura y, aunque se movía en la habitación, aunque buscaba posibles pistas escudriñando los más insólitos rincones, en su fuero interno sabía que no estaba más que matando el tiempo porque no sabía qué hacer; observó de nuevo la ventana, la única salida posible, la calle oscura allá abajo, el techo distante, el tubo de desagüe ... y tiró de sus cabellos con desesperación. -El caso, doctor, es que la impresión que recibí al ver esa película fué tremenda; aunque habrá notado que no precisé detalles argumentales, las imágenes del gorila, de "King Kong" en la oscuridad de la selva, la efigie de su rostro horripilante observando a la muchacha que sostenía


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en la zarpa, sobre todo aquella escena de su brazo .introduciéndose a través de la ventana del altísimo rascacielos, de aquel brazo hirsuto que avanzaba a través de la habitación para atrapar a la infeliz como una mosca, tirando de la cama donde yacía desmayada, esos detalles en sí los conservo nítidos, viven en mi memoria, son algo perenne, insoslayable, tanto que cada noche creo estar de nuevo frente a la pantalla de aquel cinito de pueblo, pálido, menudo, indefenso y paralizado de terror, los pantalones por completo mojados, el estómago revuelto, la boca abierta aguardando un grito que nunca caba de brotar, noches y noches aguardando y despertando, "King-Kong" frente a mí, enmarcado en la ventana, su brazo peludo avanzando, la misma angustiosa sensación, reiterando lo que sentí aquella noche en la butaca de la salita de cine... -Y, dígame, nunca ha dejado de soñar eso desde que vió la película? -Pues.... no, no exactamente; después de unas cuantas semanas, tres o cuatro, tal vez más, los sueños fueron haciéndose más esporádicos, casi podría decirse que desaparecieron de tan escasos. é

- Y ahora tiene otra vez la misma pesadilla.... édesde cuándo se ha manifestado de nuevo? -Desde que anunciaron el filme en el periódico hace varios meses; iban a pasarla por TV y, no sé, no puedo explicar el motivo, pero ..hasta cancelé un compromiso que tenía para quedarme en casa y así poder verla.


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-Entonces, la vió otra vez. -Sí, completa, de cabo a rabo, fascinado, tan atado a la mecedora como si estuviera en una sala de cine, sin levantarme un instante, sin beber un refresco, ni agua siquiera, sólo fumando, fumando sin parar empapado en sudor.. iAh! Es bueno que le diga algo: había apagado todas las luces de la casa, algo de lo que no me percaté hasta que terminó la proyección. -Caramba, i qué peculiar! Bien, mi querido amigo, ya conocemos, en apariencia, la causa directa, objetiva de esos angustiosos sueños; ahora viene la parte más difícil: tenemos que rastrear la relación que existe entre esa película, los sueños y la realidad, el eslabón o eslabones que unen dichos factores, o sea, el porqué sueña continuamente con el susodicho gorila, con ese.. cómo dice que se llama? - "King-Kong". - Eso es, con "King-Kong". Eso es lo que debemos escarbar en las profundidades de su mente: el porqué no puede aceptar un vulgar truco cinematográfico como lo que es, un muñeco, o un hombre disfrazado o lo que sea, siendo usted una persona inteligente y culta que sabe muy bien, incluso, lo que le sucede. -Quiero recordarle que cuando ví por vez primera la cinta no era una persona inteligente y culta, sino apenas un niño, y, además, que cuando volví a verla, como ya le expliqué, tampoco la enfrenté de una manera racional puesto que en ningún momento pensé en trucos cinematográé


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ficos; para' mí que durante esos minutos estaba muy lejos de cualquier concepto que se asemejara a inteligencia y cultura; mas bien podría compararme con un primitivo indígena enfrentado a su totem, atávicamente hipnotizado ante un poder superior, superior y real.. lhorriblernente real!. -Sí, por supuesto; pero, como es natural, su imaginación y su subconsciente trabajaban en ese momento y no su preparación intelectual y su inteligencia normal, yeso es lo primero que debe reconocer. .. Buscar una salida en aquella oscura masa gelatinosa era inútil, Augusto lo sabía aunque de todos modos él, como personaje central de la pesadilla, lo intentara de mil y una manera con ilógicos y torpes movimientos. Sus ojos se dirigen hacia la única ventana, hacia la única posibilidad de escape, y en esa dirección mueve desmañados los pies que parecen cubiertos de goma" de mascar y los siente pesados y lejanos como si fueran de otro, hacia esa ventana a pesar de que adivina y conoce el resultado, el desgraciado e inevitable resultado. Logra acercarse y, entonces... Iall está! Sus ojos brillantes, enrojecidos alrededor de las negras, inmensas pupilas, la espesa pelambre rodeándolo todo, el ronco y hondo gruñido reverberando hasta alcanzar su aterrada infancia, el hirsuto y largo brazo penetrando a través de la abertura... Y Augusto retrocede, lenta, viscosamente en tanto la garra avanza, la gran garra abierta, la oscuridad total, los ojos desmesurados y la descomunal boca babeante, rugiente, y el salón, antes tan amplio, concurrido í


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y acogedor, ahora encogido, simple habitación estrecha con una cama a sus espaldas con la que tropieza y cae, y el grito, aquel su aullido de años y él sabe que es un sueño y desea despertar pero sus huesos crujen cuando la zarpa gigante se cierra, el lacerante dolor de la mordida, el desgarrar de músculos y los huesos que se quiebran, todo en una sola, única inmensa desesperación.. El consultorio, iluminado apenas por la lámpara del escritorio del doctor, lucía mucho más en desorden ahora que el Teniente Detective Carrasco hab ía registrado hasta su más ínfimos rincones. Decidió escuchar la parte final de la grabación aunque fuera por última vez; todavía no podía afirmar que la voz fuera del desaparecido Lara, mas, sin embargo, había algo en aquellas palabras que le llamaba la atención, algo indefinible que le intrigaba... eran meros sueños, e indudablemente sueños de alguien que estaba muy mal, que tenía un problema interno por resolver, pero.. había algo raro que no lograba precisar; era posible que fuera su propio estado de ánimo, que estuviera tan cansado que, instintivamente, buscara algo para dar por zanjado el caso: aún así, dió marcha atrás a la cinta y buscó con calma la parte que deseaba escuchar procurando fijar la atención, estar alerta para captar aquello tan incierto que le preocupaba alertando sus instin tos de cazador. -Entonces V en definitiva, tenemos que partir de la película del gorila y de sus pesadillas para encontrar una relación, por extraña que parezca, entre todo ello y algo de su vida real, de lo coti-


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diana en su pasado; no le parece? -Este... sí, creo que sí, es posible ... é

-N o es asunto de posibilidades: tiene que existir algún aspecto en su vida que le molesta y que usted rehuye tal vez sin darse cuenta, un no se qué temido en forma subconsciente y que se manifiesta y brota a través de esas mortificantes pesadillas. ¿O es que considera normal temerle a un gorila de película? -No, por supuesto que no, pero..pero es que eso no es todo, es que...hay algo más, otros detalles que...que me hacen sentir mal, que empeoran mi situación y me impiden coordinar las ideas hasta ahora mismo, a pesar de que estoy frente a usted tratando de resolver mis problemas. - ¡Ah! Bien, creía que me había contado todo; a ver, équé es eso otro tan molesto que no me había dicho? -Es....son otros sueños ...tengo pesadillas de otro tipo, diferentes a las del gorila, aunque existe relación entre unas y otras. -¿Otras pesadillas? y .... ¿sin el gorila? -Así es, en esas otras "King-Kong" no aparece, pero, repito, existe relación entre unas y otras, son como una continuación o, para expresarlo mejor, la que no he contado viene a ser como un complemento de las otras, y, desde luego, me resulta tan intranquilizadora como aquellas. Un complemento; un complemento de sus rcc.urnn tcs pesadillas con el gorila. Muy bien, vamos a rxaminar eso, cuénteme su... éso, el complcmcn t o ; puede resultar muy importante para


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completar y determinar su cuadro, su síndrome siquiátrico. -Es como si despertara en la cama de improviso, el sudor corriéndome por todo el cuerpo, las sábanas empapadas, tembloroso, aterrorizado, todavía lloriqueante ante la visión real de "KingKong" como quien dice a la vuelta del párpado, la claridad inundando tranquilizadora (¿ tranquilizadora?) la habitación. Entonces, según me parece, me visto en unos minutos, salgo a la calle porque es imposible permanecer en cama, en aquella habitación tan cercano a la ventana desmesuradamente abierta, y alcanzó de prisa el sosiego que para mí representa el tráfico normal callejero en procura de un taxi que al fin ocupo, dándole una dirección sin escuchar mis propias palabras al individuo de la sucia cachucha roja. La brisa de la mañana penetra por las ven tanillas y refresca, despierta la adormilada mente de Augusto José Lara. El taxi se detiene, paga al conductor y se encamina hacia el vestíbulo del elevado edificio de apartamentos. Una sensación de asfixia unida a cierta leve inquietud le invade al cerrarse la puerta del ascensor; parece que pasan horas mientras asciende, mas al fin sale a un pasillo iluminado con suavidad y avanza hasta llegar a una puerta que abre y, al entrar, penetran con él, aumentadas, magnificadas, la turbación y la asfixia; frente a él aquella ventana horriblemente abierta y la profunda, angustiosa sensación de impotencia; sabe que no puede salir, que no puede volver atrás y quisiera hacer algo, escapar, gritar, evitar todo eso, y sabe que es una


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pesadilla y como lo sabe quiere despertar pero es imposible y se queda, permanece y habla, y cuenta de nuevo sus pesadillas a ese Doctor Contreras de sus pesadillas ....



UN JUEGO PARA MATAR EL TIEMPO

Considerado por sus conocidos como persona fría, calmada y calculadora, de esos que no se alteran por minucias, allí estaba, sin embargo, convertido en perfecto manojo de nervios y al borde del colapso. No era para menos: durante los dos últimos meses podían contarse con los dedos de una mano los días durante los cuales la oficina (y todo el resto de la ciudad, por supuesto) no había sido azotada por los apagones. Las horas muertas se sucedían arropadas por el agobiante calor del verano, horas durante' las cuales el trabajo era prácticamente imposible y el rendimiento del otrora próspero negocio languidecía con lenta seguridad. y Martínez ya no resistía aquel estado de cosas, desesperaba en su impotencia; le resultaba insufrible advertir como todo se venía abajo sin que nada pudiera hacer para impedirlo; 189


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dejaba correr la vista sobre el modernísimo equipo oficinesco: Acondicionador de aire, maquinilla de escribir, calculadora, foto-copiadora y hasta el afilador de lápices... eléctricos, una hermosa colección de artefactos eléctricos y tan inútiles y silenciosos como objetos de museo. La muchacha avanzó en su dirección y él, de manera poco menos que automática, sin esperar la pregunta, musitó el acostumbrado -Sí, como no, Miriam, vaya, no se preocupe- porque aquello era algo tan normal como los mismos apagones. y équé otra cosa podía hacer una secretaria en situación como esa? pues, lo mismo de siempre: irse al restaurante del "Pent-House", dos pisos arriba, a tomar algún refresco y escapar del sofocante calor. Ya le tocaría el tumo a Martínez cuando ella retomara, era una rutina muy bien practicada por ambos. Después de todo, en días como esos las llamadas de los clientes, tan afectados como él por los apagones; eran tan frecuentes como el filete en cantina. Y, a pesar de los pesares, siempre hubiera sido posible que Martínez enfrentara la situación con algo más de serenidad... i de no ser por el endiablado calor lPero , para la época en que había elegido aquel elegante apartamiento del décimo piso como trinchera permanente de su floreciente negocio, no le había pasado por la mente que alguna vez pudiera dejar de funcionar el poderoso acondicionador de aire y, como el local estaba preparado ex-profeso para el "eficiente" sistema de


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refrigeración, ahora, en lugar de oficina de lujo.tenía una verdadera trampa apenas ventajosa para gordos, un baño "sauna" forzado y sempiterno, pegajoso y asfixiante. y reventaba de impaciencia minuto a minuto. Como tantas otras veces deambuló a través del lugar yendo a dar al marco de la ventana, de esa malhadada ventana que había perdido su primitiva función puesto que, en aras del mil veces maldito sistema de refrigeración había sido empotrada, herméticamente cerrada para (y era como para morirse de risa) "impedir la salida del aire frío". Mientras observaba a través del cristal añoró el viento que adivinaba circulando arremolinado combando lejanos árboles en tanto hurgaba con los dedos bajo el cuello de la camisa y aflojaba el nudo de la corbata, soltando luego los botones en la pechera y las mangas de su camisa en vano intento por escapar de la sensación de opresión y del húmedo vaho cada vez más pesado y o fuscante. Retomó al escritorio tomando el teléfono (total, era lo único que funcionaba) y marcó un número. La mecánica y helada vocecilla repitió la hora exacta varias veces antes de que atinara a colgar de nuevo mientras la mirada le resbalaba sobre la pared. Alguien llamó a la puerta y Martínez brincó embargado de esperanzada alegría al pensar en un cliente, en la rota monotonía de la mañana que ello significaba, en conversar aunque ello ni siquiera supusiese ventaja pecuniaria -¿Es aquí donde trabaja Cabrerita?- y todo se fué


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al mismísimo infiemo con la pregunta del mensajero que en un santiamén vió desaparecer junto a sus fcstinadas esperanzas Estaba allí en su pequeño mundo como en un traje de buzo ardoroso y ajustado, prendido a esa inercia que le robaba el deseo y aniquilaba inquietudes mientras en vano intentaba sustraerse, desembarazarse de la pesada opresión que le aplastaba y volver a ser él, el Martínez de sus días enérgicos y decididos; pero sabía que no podría, que todo era en vano y no le quedaba más que volver a la ventana cuidando de no pisar las líneas que formaban los mosaicos a esperar por Miriam y enfilar de nuevo hacia el único posible paisaje, las azoteas, la selva de antenas de TV, la ropa tendida, las ventanas abiertas y su envidia por ellas, los hombrecillos secándose el sudor y las mujeres abanicándose y uno que otro árbol columpiado por la brisa anhelada y negándose resuelto a desaparecer en los resquicios de la avanzada de asfalto y concreto, y el silencioso entaponamiento allá, bajo el inane semáforo de la esquina alejada, todo un panorama que, de haber sido "disfrutado" a menudo por Renoir o Gaya, muy seguro que en la actualidad no figurarían el Impresionismo y las "Majas" en el acervo de la cultura occi den tal. Oruga cabizbaja, Martínez resbaló lento hacia el escritorio hurgándose las ventanillas de la nariz con el índice, reiniciando la batalla contra el sudor con el pañuelo y alisando sus apelmazados cabellos en tanto abría una gaveta y observaba con deteni-


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miento los binoculares que Miriam había guardado allí luego que el Sr. Carvajal los dejara olvidados. Los tomó en sus manos y, ya frente a la ventana, sintió la extraña impresión de ser un "voyeur", un ''peeping-tom'' o, como diría cualquier hijo de vecino, un vulgar "orejera". Pero Martínez sabía que eso de otear el vecindario con los potentes anteojos no tenía nada de particular y mucho menos de pecaminoso. No era más que una entretención, un juego para matar el tiempo. Por eso colocó el artefacto frente a sus ojos y el árido panorama brincó, magnificado. Ya no hubo selvas de antenas y ropa tendida sino metálicas, oxidadas varillas y arrugadas y lánguidas perneras envolviendo acariciantes ruborosas faldas y sostenes y "panties". El dril se distinguía del casimir, el tan en boga "fuerte azul" del inevitable "polyester" siete pisos más abajo. Varios niños retozaban en una piscina de material plástico cuatro pisos 'a la izquierda al mismo nivel y un muchacho pecoso bañaba un pastor alemán poco más allá en la misma dirección. Todavía más a la izquierda surgió una azotea decepcionante por desierta y luego la vieja que rascaba con furia sus brazos se hizo presente como última nimiedad del recorrido sector.En el lado derecho lo primero en surgir fué el grupo de los tres jóvenes recostados a la sombra y que, en apariencia, estudiaban, a juzgar por los libros en sus manos y en el suelo, unos siete pisos hacia abajo, y luego otro perro, de turbios antepasados si por su aspecto se cole-


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gía, dos pisos encima atado a una antena, y el aterrado rostro de un hombre justo bajo seis filas de ventanas. Martínez había respingado de sorpresa al percatarse de aquello de lo que aún no estaba seguro. Movió sus binoculares buscando el lugar donde había pescado el rostro de tan inusitada expresión adornado y, aunque eh principio creyó que lo había perdido o se trataba de alguna mera figuración, a los pocos segundos ya lo tenía de nuevo en foco: se había desplazado hacia el borde de la azotea y, trepado en el pretil asomaba sobre la calle lejana y bulliciosa. Era evidente que estaba nervioso y muy asustado y no cesaba de mirar atrás como buscando algo que Martínez, desde su puesto de observación, todavía no lograba captar. Qué era lo que tanto terror infundía al individuo? En ese preciso instante su rostro adquirió una lividez pánioa y se debatió como en procura de algún posible refugio. En la calle, docenas y docenas de vehículos proseguían su marcha como si nada estuviera sucediendo, y miles de personas circulaban encerradas en sus propios problemas. Arriba, el pequeño y regordete individuo hizo un postrer intento de atraer la atención de la masa indiferente y luego retrocedió, paso a paso, guardando precario equilibrio sobre el estrecho reborde, hasta alcanzar la esquina cercana al edificio contiguo. Desde la derecha, un tipejo achaparrado avanzaba en su dirección en tanto hacía señas a un é


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compañero que avanzaba desde la izquierda para que cortara el paso por el lado opuesto. El primero, de profuso bigote y sombrerito de alas cortas, hizo un además en dirección a la pistola que portaba el otro en obvia indicación de que no la usara. En el pretil, el regordete volvió a gritar y a hacer ademanes con los brazos en dirección a la calle. mas, por supuesto, la altura y el bullicio tornaban inútiles sus esfuerzos por llamar la atención. Sus perseguidores se movieron hacia él con deliberada lentitud, el de la chacabana blanca con un puñal en la mano, amenazante, cerca, cada vez más cerca, tanto que casi podía tocarle. El otro se aproximó también mientras los ojos del acorralado hombrecillo giraban enloquecidos. El puñal hizo un rápido amago hacia el estómago y el regordete del pretil ya no pudo retroceder más y cayó envuelto en un escalofriante alarido. Tomando apenas el tiempo necesario para echar una rápida ojeada hacia donde había caído el infeliz, los otros dos retrocedieron desapareciendo en un instante por el hueco de la escalera. Agitado, convulso y tembloroso por la profunda impresión que le había producido la vista de aquellos hechos, Martínez llamó de inmediato a la policía, algo que, como es natural, no pudo hacer antes, sugestionado, fascinado por la funesta secuencia. A los pocos minutos subieron a su oficina un Coronel y dos agentes de la policía y entonces, a borbotones, narró, congestionado de indignación, todos los pormenores del suceso que había pre-


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senciado aunque repitiéndose y equivocándose a cada instante. El Coronel, un mestizo alto y fuerte de rostro duro y marcado por una sonrisa de cortesía profesional, miró a través del cristal de la ventana; luego, con calma, tomó los binocutares y escrutó con detenimiento en la dirección que Martínez señalaba, una desierta azotea en esos momentos, como era de esperarse. Mientras los agentes aguardaban (el moreno cercano a la puerta parecía querer sacarse los sesos a través de un oído con la punta de una sucia llave), el oficial tomaba las cosas con suma parsimonia: jugueteó con los binoculares, observó de nuevo las azoteas añadiendo el cielo a su pesquisa, depositó el artefacto sobre el escritorio deteniendo la vista en el reloj de la pared y chequeando el suyo de paso, revisó por tercera o cuarta vez (Martínez había perdido la cuenta) la cédula de identidad de un nerviosísimo Martínez que, para sus adentros, pensaba que, si por la muy particular actividad de aquel oficial era, los asesinos llegarían con facilidad a Alaska en tanto cualquier cosa se decidía y el cadáver desaparecería ante el ataque de los insectos. -Debe haber caído en algún patio interior..según su versión de lo sucedido; si hubiera caído en la calle la gente se habría dado cuenta desde hace mucho rato.- dijo el Coronel ofreciendo una "brillante" demostración de lógica -Lo mejor que podemos hacer es dirigirnos a esa azotea donde dice usted que sucedió todo; a lo mejor ahí encontramos algo que nos dé una pista de lo que supuestamente sucedió- Había


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un dejo de duda en las palabras del oficial, mas, sin embargo, a Martínez le pareció lógica y valedera la idea de ir al lugar de los hechos. Si en realidad el cadáver estaba en un patio interior nadie podía haberlo visto y sólo desde el lugar por donde había caído se le podría localizar. Luego de cerrar su oficina (Miriam no había regresado aún), Martínez pensó que hubiera sido mejor llamar antes a la secretaria para avisarle sobre lo sucedido y pedirle que se quedara a tomar las llamadas y atender lo necesario. Algo le molestó no haberlo hecho y hasta pensó en pedir a los policías que le aguardaran en lo que lo hacía, pero desistió. Después de todo, si él mismo se sentía molesto ante la lentitud con que actuaba el Coronel y tanto insistía en la gravedad y urgencia del asunto... équé pensarían si por su culpa se retardaba más?; En la calle, la decisión del Coronel ordenando a sus subalternos esperarle en el auto en tanto subía el cercano edificio robusteció su pasada impresión de que no concedía mucho crédito a la historia. Pero eso no le importó: era cuestión de tiempo, de escasos minutos el poder demostrar la veracidad de su narración. Pronto estarían en el lugar exacto y allí, sin lugar a dudas, encontrarían el cuerpo del asesinado. El viento arremolinó sus cabellos y le enroscó la corbata sobre el rostro cuando emergió al aire libre desde el tunel de la escalera a la azotea. Aún dentro, el Coronel ataba los lazos de sus zapatos en tanto él, sin aguardarle, observaba los alrede-


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dores para ubicarse. Caminó a buen paso en dirección a la esquina cercana al próximo edificio encontrando durante el trayecto unos espejuelos tirados en el suelo. El hallazgo le hizo saltar de satisfacción: aquel hombre, el asesinado, los usaba, eso lo recordaba perfectamente. --Mire Coronel mire lo que encontré! Al volverse para comunicar al oficial la valiosa pista encontrada se extrañó al comprobar que todavía no había salido de la escalera. No resultaba muy lógico que estuviera aún atándose los lazos de los zapatos, pero, se dijo, ya habría de salir, y continuó la marcha hacia la esquina precisada. Y, en efecto, allí estaba el cadáver, encentrado en un charco de sangre que parecía extenderse aún, justo frente a un destartalado velocípedo y a una mugrienta colchoneta -Coronel, Coronel, ivenga, aquí está, aquí está el cadáver!V olvió corriendo en dirección al hoyo de la escalera hasta quedar a pocos pasos, al detenerse de golpe, del sombrerito de alas cortas y el bigote profuso. La chacabana, que en realidad no era blanca sino de un verde desteñido por las muchas lavadas, avanzaba hacia él por el lado opuesto, algo más alejada. No podía ni soñar con alcanzar el hueco de la escalera ya que ellos estaban mucho más cerca. El sombrerito y el bigote se movieron poco a poco mientras Martínez retrocedía hasta tocar el pretil con sus tacones. A lo lejos, allá abajo, los autos, la multitud, el bullicio cotidiano e imposible. Hizo desesperadas señales con los brazos y aulló con todas sus


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fuerzas aunque de sobras sabía que era inútil. El puñal avanzó hacia él y tuvo que esquivarlo. Al caer, justo en el momento en que el grito rompía su garganta, le pareció advertir que, desde una alta ventana, alguien observaba paralizado de terror. ...



LA NOCHE ESCURRIDIZA

La sirena del auto patrullero taladró el aire enrarecido de la habitación de Amaldo haciéndole encogerse en la cama, sus manos oprimiendo las sienes con violencia; pasado ya el sonoro tormento, su cuerpo se relajó de nuevo y, con lentitud, observó la hora en su reloj pulsera. - IDiantres! Las nueve y media y no he escrito una letra del maldito artículo.- Se incorporó y, ahogado en bascas, avanzó casi a tientas hacia el cuarto de baño. Era en momentos como ése que Amaldo Salazar añoraba un empleo común y corriente con su horario normal, su escritorio normal y un jefe odiosamente normal. Pero, como él mismo, para su propia "comodidad", se había dedicado a escribir artículos especiales para periódicos y revistas, ahora se veía en la perentoria necesidad de cumplir al pie de la letra sus compromisos... y había un hueco esperando por él, por sus "impresiones de 203


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la ciudad el sábado en la noche", en el matutino del lunes, un espacio en blanco que no podría darse cllujo de olvidar. -Mis impresiones de la ciudad un sábado en la noche... lmicrda! Si le llevo al jefe de redacción mis "impresiones" con Fifi y los otros no me dejan publicar una letra más en toda mi vida ni en un semanario del pueblo. - Se dijo al lograr al fin safarse del inodoro y salir del baño.- Tendré que recurrir a mi fértil imaginación... dónde estarán mis lentes? -La cabeza le pesaba como si tuviera un quintal de papas encima, en especial cuando se inclinaba por todos los rincones buscando sus espejuelos; al principio no le preocupó el hecho de no encontrarlos; de todos modos, no sería esa la primera vez que los dejaba en algún estrafalario lugar al regresar a su apartamiento de una turbulenta farra; pero luego de repasar muchas posibilidades, de escrutar hasta debajo de los asientos del auto y a través del recorrido completo que, supuestamente, habría usado la pasada noche al volver, comenzó a enfurecerse consigo mismo . . El dolor de cabeza incrementaba a medida que su rabieta crecía y por ello optó por sentarse y pensar las cosas con la mayor calma posible; como era ya evidente que los espejuelos no estaban en el apartamiento, trató de recordar los incidentes de la pasada juerga para, de esa manera, dar con el perdido rastro; recordaba "El Embajador" y la mesurada cena, luego el espectáculo de "La Fuente" y los proemios de la alcohólica agitación y, por último, el apartamiento de Fifi, a Marilyn y a é


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Leandro,. y la volcánica culminación de aquellas horas - ¿Cómo diablos pude venir manejando desde donde Fifi ? -, una pantagruélica orgía de la cual lo último que podía recordar era el "striptease " de Marilyn y el subsiguien te baño de vodka que le había suministrado Leandro. Aunque no lograba recordar lo sucedido luego de éso ni tampoco la hora de su regreso, como era obvio que hab ía sido la casa de Fifi la úl tima etapa durante el báquico recorrido, decidió enfilar en esa dirección sus pasos con la esperanza de encontrar los espejuelos. Durante el camino a casa de Fifí, como siempre le sucedía mientras sufría la resaca, Arnaldo se sintió preocupado por sus continuas borracheras, por el hecho de ni siquiera poder recordar lo sucedido durante horas completas; estaba arruinando su vida, no conseguía pasar de sus malditos artículos periodísticos y los propósitos tan reiterados de escribir una novela tantas veces pensada y mentalmente estructurada, no soportaban una simple llamada telefónica de Fifi, la invitación a una bebentina, la promesa de un sancocho y un par de litros de ron o whisky. Y estaba tan convencido de su falta de voluntad que sonrió cuando cayó en cuenta de que se estaba prometiendo, una vez más, dejar de tomar y de dejarse sonsacar por los amigos. Parqueó junto a la acera frente al edificio de apartamientos; al bajar del auto vió como la puerta del balcón de Fifi estaba abierta de par en par -Debe estar durmiendo la borrachera todavía- y pensó


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que si un ladrón en traba allí lo más probable es que, aunque no llegara a robar nada, lo pasaría más que bien, ya que la "política" de Fifi era "Si entra un ladrón, ¿para qué se va a poner a robar si yo duermo desnuda?". Comenzó a subir los escalones como de costumbre, de cuatro en cuatro, pero al primer salto desistió al sentir como se le balanceaba la cabeza y el dolor aumentaba. La puerta de entrada del pequeño apartamiento del segundo piso estaba abierta -Está más loca que nunca- pensó Arnaldo, y penetró esquivando un par de botellas que vigilaban la entrada. No se ocupó de pasar al dormitorio trasero sino que, de inmediato, comenzó a revolver en la sala en procura de sus espejuelos. Sobre el estante no se encontraban, aunque sí había varias botellas y, milagrosamente, tres vasos haciendo equilibrio unos sobre otros, como esperando la renovación de la bebentina para perder posición y forma; el entarimado donde estaba el toca-discos chorreaba el agua de antiguos bloquecitos de hielo, pero nada de espejuelos por ese lado; en el suelo, cubierto de discos desnudos y de forros de ésos y otros discos, Sonia Silvestre, Diana Ross, ceniceros, más vasos, platos y platillos usados... nada; buscó debajo de los sillones, movió el pesado sofá-cama y retrocedió de un salto: allí, tras el mueble, estaba Fifi -Pero miren a esta maldita loca... - y su impresión de que podía estar durmiendo apenas duró una fracción de segundo; tenía los ojos abiertos y una expresión que de ellos y de los labios le colgaba sumamente extraña, como si hubiera estado por


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pasar de la risa al miedo sin alcanzarle' el tiempo ni para eso. Amaldo sintió como las bascas le inundaban de nuevo y arrojó una carga que tenía más de miedo y sorpresa que de antiguas comidas y bebidas; se sentó sin saber que hacer; no cabía duda de que estaba muerta, pero, ¿qué podía haberle sucedido? Tal vez un ataque al corazón, una congestión. Observó de nuevo el cadáver haciendo un gran esfuerzo para mantenerse sereno y pudo advertir que estaba desnuda, el rostro amoratado y - Diantres! il~ mataron, la asesinaron! - una media de mujer estrechamente apretada al cuello; pensó en llamar a la policía y se incorporó buscando el teléfono con la vista, más, antes de encontrarlo, volvió a mirar el cuerpo de Fifi, titubeó y se movió luego hacia la puerta - La asesinaron, nadie sabe quien diablos fué y aquí estoy yo solo con el cadáver... ¿y voy a llamar a la policía? [Mejor me largo y que la encuentre otro ! - saliendo a toda prisa sin cerrar tras él siquiera. Respiró aliviado cuando se vió otra vez en el auto avanzando sin saber hacia donde; trató de pensar con más calma en la complicada situación; estaba seguro de que le llamarían cuando encontraran el cadáver, y debía sopesar con sumo ciudado las respuestas que habría de dar a los investigadores porque, aún cuando supieran sobre su estrecha vinculación con la víctima, lo mejor para él era que ignoraran su temprana visita. Marchaba despacio envuelto en sus pensamientos cuando de repente dió un respingo y su auto por un tris no se sube a la aceí


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ra: acababa de recordar sus espejuelos, en la confusión había abandonado la búsqueda y debían estar allí, en casa de Fifi, y ya no había posibilidad de recuperarlos; tuvo que detenerse, tan aterrado se sentía; maldijo varias veces ante su necedad: ahora sí que la policía le buscaría a él directamente antes que a nadie más, puesto que dispondrian de una inconfundible pista. Comprendió que sólo tenía una oportunidad de salir con bien del asunto, tenía que recordar los detalles completos de la pasada noche para saber a qué atenerse, repasar todos aquellos acontecimientos para dar con la pista precisa, necesaria que le permitiera salir con bien de la investigación que sobrevendría, y en la cual el sería el principal sospechoso. Arnaldo sintió su cerebro a punto de estallar: no acertaba a franquear el muro de sombras que le había impuesto su borrachera; volvía y volvía sobre lo mismo, "El Embajador", "La Fuente", la juerga en el apartamiento, el "Strip-tease" de Marilyn y Leonardo rociándola con vodka; le parecía recordar que había salido en el auto a comprar cigarrillos, pero no estaba seguro de si había sido antes o después del impúdico baile; incluso ve ía, como entre brumas, los bigotes de manubrio del individuo que le vendió los cigarrillos, las calles danzando ante sus ojos bizqueantes, las pros ti tutas silbando cerca del parque Independencia y, vuelta a la reunión, al desnudo, al vodka; aquellas escenas constituían el exacto límite de su conciencia, el resto era una masa vagarosa en la que,


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durante fugaces instantes, le parecía que penetraba, y entonces el destello de un semáforo podía estar situado tanto antes de salir de donde Fifi como después; el sonido de un cercano frenazo le hizo vivir un segundo escaso de ilusiones al atrapar una imagen de la esquina próxima a su casa y un auto de alquiler que le esquivava, pero eso fué todo, lo demás era inútil. buscarlo en el enmohecido pozo de su mente, no podía discernir si había partido an tes o después de Leandro o Marilyn, junto a ellos o con uno cualquiera de ellos, no podía pensar y el dolor de cabeza era insoportable. Entonces pensó en Leandro, en Leandro y sus cuentos de muchacho, de como se entretenía matando los infelices gatos que se introducían en el patio de su casa, de como efectuaba experimentos con lagartos vivos, de como amarraba trapos encendidos a la cola delos perros; no podía dejar de pensar en Leandro y sus declarados malos instintos, mas, a la vez, recordaba perfectamente que cuando su amigo narraba esas historias, él era el primero en celebrarlas, en regocijarse con ellas, yeso significaba que sí era cierto que nunca había hecho ninguna de esas bestialidades, tal vez se debía a simple falta de ocasiones propicias, ya que tanto le divertían contadas por otro. Trató de pensar en otra cosa y se dirigió a su hogar; la ciudad bullía y el calor aumentaba paulatinamente; el mediodía estaba cercano y debía tomar una decisión, hacer algo en su favor antes de que sucediera lo inevitable; al llegar decidió llamar a Marilyn con el fin de sonsacarle algo con


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disimulo; sus dedos alrededor del teléfono, fríos y crispados, le llamaron la atención y tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para marcar el número de la muchacha en tanto ahuyentaba nebulosos sentimientos de culpabilidad; el timbre resonó en la distancia y, aunque esperaba cualquier cosa, P?r mala que fuera para él, le tomó por sorpresa éso de que le mandaran a la mierda sin mediar saludos por haberla despertado "tan temprano", aunque, claro, lo peor no fue dicho exabrupto sino lo que vino después, lo que consiguió sacarle a Marilyn luego de abundante e inútil cháchara sazonada de palabrotas y bostezos -¿Que a qué hora te largaste? iEso lo sabrán tú y ellos! Y ya no recuerdo que, con la mojada que me dieron se me metió un maldito dolor de cabeza que tuve que irme, Ibuen pendejo! Colgó el teléfono tras los últimos improperios mientras su propio' dolor de cabeza brotaba impetuoso golpeando como apisonadora sus sienes: ahora sabía algo, pero se sentía peor; ahora las dudas y las sospechas comenzaban a tomar forma; Marilyn había salido y él, Leandro y Fifi habían permanecido en la casa, así que, irremisiblemente, uno de ellos tenía que ser el asesino, ya que no tenía razones para dudar de la explosiva reacción de la molesta "stripper". Sentado aún frente al teléfono,I Arnaldo se sorprendió observando sus manos; las bajó, mirando de reojo,. pálido, como si alguien más estuviera observando y pudiera adivinar sus pensamientos y, como para rechazarlos él mismo, pensó en llamar a


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Leandro pesando con cuidado cada una de sus palabras: si el amigo resultaba ser el verdadero culpable, trataría de ocultarlo por todos los medios a su alcance; si no lo era, cualquier desliz suyo le resultaría sospechoso a Leandro cuando se enterara del asunto, si es que ya no lo sabía; incluso podría delatarle a la policía para congraciarse y, poniéndose delante, evitar sospechas en su contra. Al llegar a ese punto Arnaldo se revolvió con furia: si Leandro resultaba no ser el asesino..el sólo pensarlo le convertía en el hombre más desgraciado sobre la faz de la tierra: excluído el otro, sólo restaba él como posible culpable; pudo haber sido un acto inconsciente, pensó, un impulso estúpido de un ser enceguecido por el alcohol; trató de imaginarse ante el mundo como un reo, la gente señalándole, apartándose a su paso; miró sus manos, los abultados tendones en las muñecas, los nudillos blanquecinos por el esfuerzo de la mano que aún sostenía el teléfono, recordó como se vanagloriaba de la fuerza de sus manos y tiró de un golpe el teléfono; confundido, recordó su idea de llamar a Leandro y levantó una vez más el auricular, pero, luego de un breve titubeo, lo retomó a su sitio y salió de la casa con rapidez. Condujo como un autómata a través de las calles y avenidas sin dirección fija; el sol caía a plomo y chorros de sudor le corrían por todo el cuerpo mientras diversas escenas de la noche anterior le asaltaban repitiéndose incesantemente, interrumpiéndose, como una película al romperse, siempre


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en el mismo lugar y momento: la salita de Fifi y el baño de vodka. Se preguntaba si habrían encontrado ya a la muchacha, si se habrían percatado de la presencia de sus espejuelos y de la libreta de teléfonos con su nombre tan claro, con todas sus letras; no le sorprendió encontrarse sentado en un banco del malecón observando las evoluciones de una barcaza en el puerto, las subidas y bajadas al compás de las olas de un botecillo de pescadores, sus manos quebrando un palo recogido quién sabe donde; tornó a meditar sobre la única posibilidad que le restaba: llamar a Leandro, conseguir que se delatara, y condujo de vuelta a su casa. Pasaban ya de las dos de la tarde; hacía más de tres horas que había estado en casa de Fifi y nada había sacado en claro hasta el momento. Giró el volante hacia la derecha para tomar la calle donde residía, y dos cuadras antes de llegar a su destino advirtió un auto de la policía estacionado justo frente a su casa; el miedo y la confusión le atenacearon; sabía que, dadas las circunstancias, sería a él a quien se dirigirían en primer lugar, aunque sólo fuera para informarse, aunque ni siquiera le tuvieran por sospechoso; pero, de cualquier manera, había mantenido la ligerísima, quimérica esperanza de que eso no sucediera, de que, por un insólito milagro, su nombre no surgiera a través del discurrir de las investigaciones. Mas, allí estaban ya, le esperaban y él no podía saber con qué intenciones ni nada de lo que en efecto sabían o sospechaban. Por éso la rápida decisión de rehuir el encuentro para tener tiempo de hacer


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esa llamada, para llegar a sostener esa conversación con Leandro, Viró de nuevo entonces en la esquina anterior a la cuadra de su invadido hogar y condujo directamente hacia una cercana cafetería en pos de un teléfono público. Algo marcado se sentía cuando penetró al casi desierto local, estaba pálido y macilento y sus dedos, esos dedos gruesos y fuertes que le infundían pavor al mirarlos, resbalaban en los orificios de los dígitos; cuando al fin consiguió marcar el nú-nero de Leandro el timbre repicó sólo una vez. ~¿Arnaldo? Menos mal que eres tú ... había pensado en llamarte pero no me decidía... es que... tengo que hablarte urgentemente ....no, por teléfono no... eso es vamos a encontrarnos en algún sitio... dón de? Bien, en seguida salgo para allá. Salió sin cerrar la puerta. A esa hora el tránsito era escaso y pronto alcanzó la autopista de circunvalación que llevaba al Jardín Zoológico y ya en ella aceleró con brusquedad. El auto se deslizó a gran velocidad y, al tomar una curva dió de manos a boca con un enorme camión que estaba detenido casi en medio de la vía. Entre miradas angustiosas al reloj, observó las muecas y cabriolas de aquel estúpido chimpanché. Por un instante llegó a pensar que se mofaba de él tras las rejas y sus puños se crisparon hasta el dolor. é



EV ANESCENCIA

No puedes dormir y lo que más te molesta es la certidumbre de que durante todo el resto de la maldita noche tampoco podrás, de que pasarás horas y horas cual condenado dando vueltas y más vueltas yeso, unido al infernal calor, significará una especie de purgatorio individual para tí. Pensándolo bien y repasando con calma los hechos sucedidos, tal vez lo mejor que pudiste hacer en una situación como esa fué presentarte y hacer la denuncia. Por supuesto, a tan altas horas de la noche no es ningún juego meterse en enredos de justicia. De seguro hubieras amanecido en medio de mil y tantas averiguaciones, buceando en el papeleo y las investigaciones, identificaciones, registros y quién sabe cuántas otras estupideces: que si estabas seb'Uro, que si podías precisar el lugar exacto donde se produjeron los hechos, que si podías afirmar que de un Mayor se trataba. Puede 217


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que de lo demás no tanto, pero de eso último sí estás plenamente seguro: era un Mayor del ejército. Siempre te has vanagloriado de tu buena vista y, aunque no la tuvieras; ni tanta se necesita para reconocer esa profusión de adornos en el quepis y en las solapas que destellaban bajo las luces del auto. De todas maneras, debiste ir de inmediato, ya hubieras salido del engorroso asunto y ahora no estarías dando vueltas en la cama como un imbécil. Piensas ir en la mañana? Mala cosa. Date cuenta de que cuando al fin puedas llevarles al lugar aquel tal vez no reste ni una miserable mancha de sangre. Por otra parte, ¿cómo enfrentarás el hecho de no haberte presentado desde el mismo instante en que ocurrió todo? Resultaría encantador salirles con algo como "no me presenté anoche porque el Mayor me estaba persiguiendo", lo aceptarían a pié juntillas y es probable que hasta te rindieran honores militares. Titubeas. Ahora piensas en que no tienes ninguna obligación en presentarte y muy bien puedes quedarte en cama con toda comodidad sin que nadie se entere de lo sucedido. Pero se trata de un asunto de conciencia y lo sabes: nadie puede forzarte a hacer nada, a informar eso que viste, nadie. Si lo haces será porque comprendes que se trata de un deber, porque no puedes permitir que un asesino quede impune, porque ya lo has hecho todo bastante mal al postergarlo y, repito, sin que nadie tenga que empujarte. Te quejas (yen eso puede que tengas razón) é


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porque te sucedan cosas como ésas y por culpa de unas cuantas horas de chismes y sandeces. Mas, es que sólo a tí se te ocurre lo de aguantar hasta las dos de la mañana hablando necedades con individuos como el tal Miguel Joaquín, tan embebido en aquel airecillo de suficiencia como héroe de episodio de TV -Era un pleito demasiado difícil para un abogado de librito como ese animal de 50to!- decía el Perry Masan rebosante de fras ecill as de cajón muy estudiadas y repasadas para impresionar a los admiradores de ocasión -Imposible, imposible ganar el caso con tan flojo planteamiento, presentándolo a la defensiva. De haber sido yo...- maravilloso, de haber sido él. tan eficiente, tan listo, tan hábil y tan apoyado y aupado por el suegro y su alto cargo en el gobierno, detalle que conoces como lo conoce todo el mundo y por eso no le hacen caso y, repito, sólo a tí se te ocurre juntarte con semejante ralea. Miguel Joaquín y su sapiencia. Miguel Joaquín y su destreza como abogado ... lbah! Pero si ni siquiera es capaz de conseguir por sí mismo los casos, si se los envían desde el despacho aquel y resueltos de antemano porque sus defendidos nunca pueden perder y él, Miguel Joaquín, no tiene más que hacer el loro en estrados y luego estirar la mano para cobrar Bien, nada de eso es noticia y menos para tí que no eres novicio en cuestiones de tal naturaleza; así es como se vive en este país y lo raro es encontrar una excepción, o, en otras palabras, alguien como tú, que mejor mueres de hambre antes de


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mezclarte en la generalizada vagabundería. 0, ¿acaso no es cierto lo que digo? Claro, pasas momentos agradables en compañía de esas personas, lo cual no puede negarse, pero .... fíjate, si Miguel Joaquín es el perfecto valido y la fatuidad encarnada, ¿qué me dices entonces del compañero, del "untado" Jaime? ahora sales con que a ése le calaste a fondo desde el mismo día en que le conociste, que no es más que un mero payaso, ser todavía más asqueroso porque es como sanguijuela adherida a rémora, el lacayo de Miguel Joaquín, el tipo que le sirve para reir, para quitarle el polvo de encima y enjugarle el sudor. Definitivamente, no debes volver a esas reuniones de gobiernistas desvergonzados o, por lo menos, si por fuerza mayor tienes que volver tratarás de regresar más temprano y no a las dos de la mañana como si estuvieran resolviendo asuntos de vital importancia en vez de llenarte la cabeza de alas de cucarachas. No estás muy seguro de tus decisiones. Al parecer has olvidado los minutos y las horas transcurridos yeso no debe ser. Simplemente imagina que se te hubiera reventado una goma o le fallara el motor a tu vieja cafetera al salir de casa de Miguel Joaquín. Hubiera sido algo como para que te arrepintieras durante toda la vida, puesto que reside en los quintos infiernos. Porque esa es otra: Si tienen deseos de reunirse, estupendo! Pero, ¿por qué hacerlo en la casa de quien vive más lejos? El tal Modesto posee tremenda residencia y sabes que está solo en estos días, la esposa en Miami o í


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quién sabe donde, y un "cuadrafónico" que mete miedo a disposición de la concurrencia. En fin, que podrían alternar, unas veces en casa de Modesto, otras en casa de !\1iguel Joaquín, otras en la de J aime ... sí, ya sé, no tienes que recordarme nada; es cierto que de llegarse al acuerdo de alternar, tarde o temprano llegaría el instante en que te mirarían como diciendo: Y a Ignacio, ¿nunca le toca a Ignacio? Y entonces caerían en cuenta de que nunca han estado en tu casa. Y entonces sabrían. Y quedarías muy mal, en claro y perfecto ridículo. Y nadie desea que algo así le suceda. Porque, en fin, ¿res invitarías a la habitación trasera de la "moderna y lujosa" pensión de Doña Clara? Se acomodarían a perfección mientras tu radio de pilas esparcía música por todos los cuatro metros cuadrados y el aire calurosamente acondicionado Ics envolvía cual mantecosa caricia. En efecto Ignacio, sería tremendo papelón el tuyo. y ahora que recuerdo, cierta vez llegaste a pensar en que si estuvieras casado tendrías casa y podrías recibir como ellos. Pero la ilusión se te fué al cuerno desde que hiciste los cálculos preliminares: sólo a un ser inmerso en la más pura fantasía se le puede ocurruir algo como eso; apenas puedes mantener el cacharro y el vicio del cigarrillo y sueñas con casa y esposa. Que, ése te escurrieron los sesos con el calor? Precisamente por estar pensando hace un rato en disparates como ésos, por andar cavilando sobre lo beneficioso que resultaría conseguir algún


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"amigo" bien relacionado para abrirte las puertas de la "suerte" en los vest íbulos del tan hasta el presente alejado gobierno fué que te extraviaste al salir de la reunión. ¿Recuerdas? Claro que recuerdas. No sabes a dónde has ido a parar en la oscuridad luego de tres o cuatro esquinas tomadas más bien a lo loco. Das marcha' atrás en procura del punto de partida y todo resulta peor, no sabes si vas o vienes, no puedes situarte y los puntos de referencia se disuelven en las sombras de la noche y de los tragos. Pasado un buen rato logras localizar una esquina que te resulta familiar y el descubrimiento te alegra tanto que apenas te importa la presencia del tremendo charco que anega la calle casi por completo. Pero luego sí te llega a preocupar cuando sientes el agua lamer los costados del mero recuerdo mecánico que es el auto, tanto que al pensar en la posibilidad de que se apague y quede allí varado cual yate sin palos te preparas mentalmente para dormir en el lugar, ¿qué otra cqsa podrías hacer a esa hora y sin saber absolutamente nada de mecánica? Sin embargo, tienes suerte. Enfilas la nariz del auto y bordeas la laguna con sumo cuidado teniendo en cuenta la acera cercana, avanzas un tanto más empleando un cambio de fuerza y luego, casi con miedo, aceleras con brusquedad y ya estás fuera de peligro. Sobre terreno seguro y orientado ahora manejas con aire de Juan Manuel Fangio mientras maldices ochenta veces a Miguel Joaquín como si la recién


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transcurrida hubiera sido tu primera visita a su casa. ¿A quién se le ocurre habitar en lugar tan alejado de la civilización? La respuesta es obvia, Ignacio: a quien posee mucho dinero y puede darse el lujo de construir una enorme residencia con un gigantesco patio alrededor, a quien posee un automóvil tan grande y potente que no tiene por qué fijarse en charcos o baches, a quien no tiene prisa por llegar a ninguna parte ya que todo lo tiene asegurado sin esfuerzo. A Miguel ] oaquín, por supuesto. Y, qué diablos es eso, Ignacio? Pues mira que es un poste del alumbrado y casi en el medio de la vía. Se necesita una imaginación maquiavélica para hacer algo como eso: justo al pasar la curva encuentras el poste y tan arropado por el frondoso algarrobo que la luz que se supone difunde la bombilla permanece allí arriba, enredada entre hojas y ramas. Aún no respuesto del enfrentamiento con el casi invisible poste del alumbrado escuchas un disparo. y no es asunto de mera conjetura: sabes que se trata de un disparo y no de la explosión de un motor o de algún cohete y, por si acaso dudabas, al pasar la ligera curva que ofrece la arbolada calle de los agujeros y el fango y los postes encentrados en la vía allí está la pistola causante del estampido. Pero lo peor, Ignacio, no es la formidable 45 en sí, sino el individuo que la sostiene con el cañón hacia abajo, y la sangre que mana de la cabeza del otro, de ese otro tendido en medio é


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de la calle con los ojos muy abiertos y un brazo entero metido en un charco , y el automóvil verde aceituna detenido junto a ambos, el vivo y el muerto, y luego ese brazo del vivo, naturalmente, que levanta de nuevo la pistola y apunta. y a quien apunta es a tí , Ignacio. Al parecer estás vivo para algo, porque al disparar, o, mejor dicho, al accionar el gatillo nada ha sucedido, sólo el gesto de furia y la repetición iden ticarnen te inútil del acto. Despiertas del aletargante terror y aceleras con violencia y suerte p01que, con toda seguridad, tu viejo auto nunca había sido impulsado así en años y sin embargo salta y corre como la tan mencionada exhalación. Pudo asesinarte como al infeliz allí tirado. Son asesinos y lo sabes, todos ellos, no tienen piedad ni sentimientos. Dios sabrá por qué nimiedad habría matado al pobre individuo. Y ésa es la gente de Miguel Joaquín, esa gente que frecuentas sin saber por qué, ya que no sienten como tú, ni piensan ni actúan como tú porque son reaccionarios de tomo y lomo, porque no tienen conciencia y lo único que les interesa es el dinero. Pero lo cierto es que no debes perder tiempo pensando tonterías y olvidando al oficial y su pistola 45 que a estas horas debe estar tratando de localizarte. Corre, pues, y no pienses. Yeso hiciste ya que era lo más prudente en el momento. Aunque en lugar de volver a casa y encuevarte debiste haber ido de inmediato a la policía. Ahora te excusas aduciendo que recibistes una impresión tan fuerte que perdis te por cornple-


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to el tino y por eso, de manera automática, tomaste el camino a casa sin parar un segundo, los ojos en el espejito retrovisor aguardando por unas luces poderosas y el estómago sube y baja ante los impulsos de un terror tan inmenso como nunca habías imaginado pudiera sentirse. Eso es natural y al analizarlo lo comprendes. Pero ¿y después? ¿. Por qué no fuiste un rato más adelante? ¿y por qué no te incorporas ahora mismo y vas derecho al cuartel de la policía? Dices que el mal ya está hecho, que mejor vas mañana temprano y explicas todo como puedas. ¿Por qué te suceden esas cosas, Ignacio? A tí, precisamente a tí a quien siempre todo te sale mal y vives afanando por no meterte en líos tenía que sucederte algo tan fuera de lo común, tan comprometedor y peligroso. Está bien, conforme: mañana temprano irás a la policía y contarás lo sucedido con pelos y señales. Podrás hacerlo porque recuerdas todo a perfección. Lo harás porque eres abogado y ese acto forma parte de tu eterna lucha por la Justicia. Sabes que no sería ético permitir que hecho tan cruel e inhumano permaneciera ignorado y sin castigo. Eso bien podría suceder si lo hubiera presenciado Miguel Joaquín u otro de los miles de adulones "lame-sacos" del gobierno, o alguno de la misma calaña del asesino. Pero no sucederá contigo, Ignacio, porque no eres de esos. Así que, en tendido: mañana temp rano irás.


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APARECE CADAVER ACRIBILLADO A PUI'iALADAS EN INMEDIACIONES DE LA AUTOPISTA DUARTE Insisto: debes levantarte ahora mismo a poner la denuncia. Deberías levantarte ahora mismo pero no es posible, ya has decidido hacerlo en la mañana. Eso sÍ, bien temprano. Pero, ¿Acaso no hiciste lo mismo luego de suceder el hecho de marras? Te detuviste durante unos instantes, ya bien lejos del lugar, estando ya seguro de que no te perseguían, y dudaste. Apenas unos segundos, pero dudaste sobre lo que tenías que hacer. Mejor pasas de nuevo por el sitio aquel antes de dirigirte a la policía. No conoces el nombre de la callejuela y harás tremendo papelón si vas a denunciar algo sin poder ubicar con precisión el lugar donde sucedió. Sí, tienes que hacer eso y, además, meditar con calma sobre el suceso, recordar los detalles exactos antes de intentar referirlos. Tienes que refrescar la memoria analizando con cuidado los más mínimos pormenores para que luego no surjan puntos flojos en el relato. y en la próxima oportunidad, cuando siquiera sugieran asistir a una reunión en casa de Miguel Joaquín mandarás a todos a la mismísima mierda. N o tienes por qué andarle atrás a esa sarta de charlatanes y lambiscones. De no ser por la estúpidas habladurías de esos reaccionarios ahora estarías en tu casa y no metido hasta el cuello en tan endiablado problema. O sea, que estabas indeciso, Ignacio.


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DESCARGAN POR FALTA DE PRUEBAS OFICIAL ACUSADO DE MATAR DOS HOMBRES A BALAZOS Lo que más rabia te produce es el saber que, aunque una cosa así le sucediera a Miguel Joaquín e incluso luego se atreviera a contarlo a la policía, con el apoyo que tiene nada le sucedería. Pero, es evidente, tú no eres Miguel Joaquín y a tí sí puede sucederte lo peor. Por eso piensas en algo que desde mucho rato antes luchabas por sacar a tIote: Vas a declarar y el asesino se enterará de tu declaración y de tu nombre. Hay algo que debe darse por descontado: en esa clase, en una organización como esa, todos se apoyan los unos a los otros y lo más probable es que, antes aún de que hayas finalizado tu declaración, ya hayan llamado al "intcresado" para informarle de ello. Y tú le viste la cara y eso podría llamarse ventaja, pero no sabes su nombre mientras que, desde el instante en que te presentes a hacer la denuncia, él sí estará en posición de identificarte, verá tu rostro, conocerá tus señas particulares} tu dirección, todo sobre tí. Sí, en 'eso tienes razón, Ignacio: sabrá más sobre tí que tú mismo. En realidad, piensas, nada sabes acerca del asesino aparte de que es Mayor ¿Mayor? No podría haber sido Coronel? Tantas insignias y tan parecidas las unas a las otras. No eres experto en asuntos de grados militares, puedes estar equivocado, haber confundido barras y laureles y todas aquellas guindalejas. Puede haber sido hasta un é


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simple capitán y tu miedo haberle ascendido en el momento. No creo que te hayas equivocado, pero, piénsalo bien, Ignacio, ério estabas fatigado, nervioso y asustado cuando aquello sucedió? ¿No estabas, incluso, algo borracho todavía? Para no confundirte encontrándote en semejante estado tenías que ser un verdadero super-hombre, un héroe cinematográfico y, lamento tener que decirlo, estás muy alejado de tales categorías humanas en cualquier sentido. Te sientes disgustado contigo mismo? No tienes por qué; después de todo, nadie tiene la culpa y tú menos que nadie de la falta de una solución al caso. Recuerda que como quiera que sea, la gente corriente no anda enfrentándose todos los días con disparos y cadáveres. Resumiendo, Ignacio, que faltarías a la verdad si afirmaras que era un Mayor o un Coronel o cualquier otro rango que señalaras. No estás seguro en absoluto de lo que viste ni tampoco de cómo son las insignias correspondientes a cada rango. Para tu propia seguridad, lo mejor que puedes hacer cuando declares es omitir referencias de ese tipo ya que se reirían de tí cuando empezaras a divagar tratando de responder las preguntas enfiladas con sagacidad en esa dirección. Sí, será mejor que narres el suceso sin agregar apelativos de ninguna especie, tal y como lo observaste: un hombre tendido en el suelo, el otro en pie a su lado con una pistola o un revólver en la mano équé sucede, Ignacio? ¿Ya no sabes si era pistola o revólver? Escuchaste un disparo y viste a un é


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oficial con un arma. En lugar de certeza puede que exista deducción: quién no sabe que los oficiales usan pistola como arma de reglamento? Tal vez por eso pensaste que era una pistola sin en verdad precisarlo, sin identificar el arma. Deducción, encadenamiento de factores y no constatación afirmable y segura como cuando alguien se detiene con calma a observar un detalle y afirma luego que vió u oyó talo cual cosa. Eso podría convertirse en otra falla durante el interrogatorio, Ignacio, no te parece? Claro, desde tu punto de vista, porque, de no andar muy equivocado, antes estabas seguro de que era una pistola, pero... Mas lo peor será lo del muerto. ¿Que había un cadáver tirado junto al auto? Resbalarías ante un sola y simple pregunta: ¿Acaso se detuvo a comprobar si aquel individuo estaba realmente muerto? Y de inmediato cargarían con otra de lugar: ¿No se encontraba usted algo borracho, asustado y nervioso en aquel instante? Y tendrás que admitir éso, y que no sólo no te detuviste sino que escapaste como alma que el diablo lleva. Bien, Ignacio, es cierto que todo sucedió muy de prisa, tanto que cómo podías asegurarte de si estaba muerto o no? Tienes toda la razón en dudar sobre ese particular. é

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NOMBRAN JUECES A EX-MILITARES Algo has decidido, Ignacio: te diriges a la policía con tu historia a cuestas porque, de todos


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modos, eres hombre de honor. Sólo que, bueno, que antes de llegar quieres cerciorarte de eso que anoche sufriste y recorres de nuevo las callejuelas de tu mala suerte. Aquí está la calle que tomaste al doblar, no cabe duda, pero no está el charco, no lo encuentras por ninguna parte a pesar de que era enorme. En esta esquina tuviste que doblar por justa obligación y por ello lo menos que debías encontrar es el agujero, aceptando que el agua se hubiera secado o filtrado. Aquí hay un agujero aunque no parece ni sombra del que recuerdas. y la calle no está en tan mal estado como te había parecido, no hay muchos baches. Una ligera curva pero no el algarrobo sobre el poste del alumbrado, y ahora resulta que son varios los postes en medio de la calle con lo cual pierdes un buen punto de referencia. Debes seguir adelante, tal vez sea en la próxima cuadra. O puede que en la anterior. y si continúas así, Ignacio, puede que en ninguna. EL CADAVER ACRIBILLADO A BALAZOS Y ATADO DE PIES Y MANOS DE UN HOMBRE JOVEN FUE HALLADO. Has dado tres vueltas a la maldita manzana, has recorrido los alrededores palmo a palmo y nada encuentras que pueda encuadrar con lo visto durante tus malas horas. O con lo que creíste ver, porque estás de sobras confuso y no sabes a qué atenerte. -¿Se puede saber qué hacía usted a las dos de la mañana por ésos parajes?- Cuando


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surja esa pregunta y respondas la verdad la siguiente será, de seguro, -¿Había bebido mucho?- Y luego -¿No se le habrían subido los tragos a la cabeza? -y todavía más -¿Acostumbra encontrarse a menudo con asesinatos?- Claro que no habías bebido tanto como para estar borracho, aunque No estuviste mezclando ron con whiski? En ocasiones resulta peor beber unos pocos tragos mezclados que muchos de una sola bebida. Y ahora recuerdas como te recriminó Modesto porque bebías muy de prisa. Puede que no fueran muchos los tragos, pero, tan cansado como estabas, con tanto sueño como tenías, a lo mejor estabas medio adormilado cuando creíste ver aquello del revólver o la pistola y el cadáver y el bendito oficial Ignacio, en verdad lo crees así? é

é

NINGUN ASESINATO POLITICO HA SIDO RESUELTO NI SUS CULPABLES CONDENADOSDURANTELOSA~OS

TRANSCURRIDOS DEL PRESENTE GOBIERNO. Entonces dime, Ignacio, se puede saber a qué diablos era que ibas al cuartel de la policía? Suerte para tí que estuviste aquí antes, porque de no haberlo hecho, suponiendo que te hubieras librado de problemas luego de tantas tonterías, aún así hubieras quedado muy mal. Y por cierto, con lo deteriorada que marcha tu situación, con tan escasos y poco importantes casos que logras defender (j y algunos de ellos tan mal perdidos, é


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Ignacio!), tanto que estás llegando al colmo de tener que convertirte en chiripero, y encima imagínate que estuvieras mal mirado por guardias y policías .... lserfa el acabase! Has comprendido que de esa manera no se adelanta y que tienes que buscar la forma de progresar. Es factible que Miguel Joaquín pueda conectarte con el "tutumpote" de la Compañía Industrial, y si lo consigues, otro gallo cantará. Debes hablarle de eso cuando hagan la próxima reunión, tienes que pensar en tu porvenir, en las infinitas posibilidades que aguardan a la vuelta de la esquina si sabes, sólo si sabes escoger el camino apropiado, y por supuesto, antes has de olvidar de una vez por todas esas necedades de asesinatos y oficiales y cualquier otra burrada producto de malas noches y de alucinaciones de borracho. Menos mal, ya encontraste la salida de este laberinto y puedes regresar. Por supuesto, das por cierto el hecho de que si hubieras podido comprobar siquiera algún detalle por mínimo que resultara en relación con el molesto asunto, si hubieras encontrado la más ligera porción de certidumbre de que lo imaginado o soñado había sido real, de inmediato lo hubieras dicho y gritado a todo pulmón esa misma noche, tomándote apenas el tiempo necesario para llegarte a la autoridad y sin esperar o calcular posibles complicaciones para con tu persona. Ahora recién caes en cuenta del por qué no lo hiciste así, ahora te lo explicas todo, las razones


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de tus dudas y de la indecisión. Tus profundos escrúpulos de conciencia te llevaron a pensar que las turbadoras visiones habían sido tan reales como la luz o el aire. Por suerte tuviste tiempo para comprobar que no eran más que una vulgar pesadilla, un enojoso y delirante sueño de borracho. Por suerte resplandeció la verdad. Y, claro, ese fué el motivo para que no presentaras tu denuncia. Nada había sucedido. ¿Te resta alguna duda, Ignacio?



ASALTO

En el amplio y concurrido vestíbulo del banco habían resonado (y con suficiente potencia y autoridad como para amedrentar a cualquiera) unas palabras y sucedían unos hechos de ésos que por lo general son catalogados como "de película" y, a pesar de ello, a ninguno de los allí presentes se le había ocurrido pensar que formaban parte del rodaje de alguna cinta de "gangsters. - ll'éguense a la pared, rápido! y es que todos en el lugar, desde el gordo que sudaba ante la ventanilla de giros, pasando por la señora encargada de la limpieza paralizada como por algún misterioso rayo aún no inventado con el cubo de agua colgando de la mano derecha, hasta llegar a la señorita de la ventanilla de cheques viajeros y su nada planificado deslizarse hasta el suelo con los ojos en blanco, todos 237


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sab ían que, para su desgracia, estaban frente a un verdadero asalto, frente a un grupctc de individuos calificables con el de sobras conocido "aspecto patibulario" portando ametralladoras y pistolas que, sin duda alguna, no contcn ían balas de fogueo. y en el grupo de los sorprendidos y luego aterrorizados, figuraba Porfirio Pimcn tel, quien, en tanto los bandoleros evolucionaban con destreza que probaba lo bien que hab i'an estudiado plan y local, se maldecía pensando en su pésima fortuna porque aquellos desgraciados habían aguardado no sólo a que él llegara sino también a que retirara sus doscientos pesos, por lo que, cuando se los quitaran (como de seguro lo harían), habr i'a de ser él y no el maldito banco quien lo" perdiera. Si Porfirio Pimentcl hubiera sido un acaudalado ganadcro, un industrial o, sobre todo, un miembro de alta jerarquía dentro del tren burocrático estatal, en momentos corno ese simplemente aguardaría a que el asunto pasara sin mayores preocupaciones; pero aquellos doscientos pesos significaban algo as! como dos mil horas de trabajo para conseguir ahorrarlos, dos mil horas tirando números jorobado como camello y parte más que substancial de Jos seiscientos treinta y dos con cuarenta que había sido su capital. El gerente del banco introducía dinero en las fundas que le h ab Ian entregado los ladrones y a Porfirio se le ib an los ojos tras tantas y tantas verdes y crujientes papeletas pensando en la


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pendeja de su mUjer que tanto hab ia insistido en sacar aquel dinero de! banco por aquello de que "la pobre Mat ildita no se iba a quedar sin su fiesta de los quince" y todavía ni sab i'a cómo diablos se hab ía dejado convencer por su tono lastimero. Uno de los indiv iduos se aproximó a la scnora nacl de aire petulante y le arrebató la cartera de un tirón pidiéndole luego los aretes y la pulsci> y, cuando ella se neg{l a entregar sus prccio s.is pertenencias, todos rezaron en silencio porque empezó a sol t ar unos chillidos de marrana perseguida al aferrarla e! otro por el hombro '0 mcrcr!e la pistola casi dentro de la boca; por suerte la [laca se ablandó ante el gesto "persuasivo" y soltó hasta el anillo de matrimonio, con lo cual se calmó el furioso asaltante. Los chillidos a Porfirio le recordaban a su El Irida y sus constantes reclamos de dinero, la c.m t ilcna insoportable que pasaba del mencionado toniro lastimero a los insultos de diferentes matices "- ; Porque en tu familia nunca hayan tenido roce social no vas a convertir a tu hija en una samur.i. t acanazo I "; no hab ía quien soportara una cant alc t.a así durante años, sobre todo cuando reservaba lo mejor y m ás florido de sus diatribas para servirlo bien sazonado ante familiares o visitas. m ic-n t ras la hija se pintaba las uñas que era lo 10'llico que en apariencia sab ia hacer aparte de Ill(OIHO,lr las nalgas y enseriar las tetas cada vez que .lp.11 1°,\ cu alquicr monigote con menos de cin(\leI11,1 ,11°\1lS por los alrededores. (OC


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-Cuidadito con moverse, ieh! En realidad los únicos que se movían eran ellos, los enmascarados, mientras los demás, aparte de lo que les indicaban que hicieran, más parecían esculpidos allí que otra cosa, y para Porfirio la orden no resultaba molesta puesto que moverse era lo menos que había hecho durante todo su vida: diez y nueve años llevaba en el mismo sitio, diez y nueve años frente a la puerta del mismo Sr. Méndez, bajo el mismo techo y entre las mismas paredes, junto a tres escritorios destartalados y recordando otros tres de los cuales él había dado cuenta, más tantos sillones que ya había perdido la cuenta. Tal vez si el grupo de ladrones pasara dos o tres días en "Colón Méndez y .Cfa." podría captar el justo sentido de la "inmovibilidad" y comprendería a ciencia cierta que en la época vigente nadie puede "moverse" contando con trescientos treinta y cinco pesos al mes sin' los respectivos descuentos. Cuando le sacaron al gordo sudado el reloj del bolsillo con todo y leontina a Porfirio, luego de apurar la sorpresa de comprobar que todavía alguien pudiera usar relojes de bolsillo y leontinas , le vino a la mente ése que era "como un padre YO para todos en la Compañía", Méndez, quien le había entregado un reloj de oro en ocasión de la fiesta aniversario del negocio por sus años de servicio abnegado e ininterrumpido, soltándole lo de que "era un honor representar a la "Colón Méndez y Cía." al hacerle entrega de ese presente que, en su consideración, poseía más valor que todo el dinero que pudiera ofrecerle por sus inapre-


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ciables servicios... ", confundiendo a seguidas el vahído que experimentó ante la tremenda decepción (Porfirio esperaba un suculento cheque) con la emoción profunda resultante del obsequio y del reconocimiento en sí, sin contar con que luego cayó en cuenta de que el dichoso reloj apenas tenía un baño que más parecía de gato del cantaleteado "oro de 18 kilates". -No se ponga nerviosa, doña, mire que puede resultarle mucho peor. Pero a la infeliz le temblaban las piernas como canquiñas y tenía que aferrarse a la reja de la ventanilla de pagos para sostenerse mientras les tocaba el tumo a los doscientos pesos de Porfirio Pimentel, quien al ver como desaparecían en un saco plástico, caviló sobre la pérdida recordando su presunto destino y el hecho de que, por lo menos, con el robo se libraba de la bendita fiesta, del primer vals de la quinceañera y de las miradas desdeñosas que viajaban certeras desde los ojos de los familiares de Elfrida hasta su viejísimo traje negro cada vez que se armaba alguna fiesta familiar como la proyectada. Con los brazos bien levantados y mirando de soslayo cómo se alejaba el saco plástico con su dinero, se preguntaba si realmente Elfrida habría de desistir cuando supiera el destino de los doscientos pesos; la conocía, no existía quien la hiciera volverse atrás y menos por dos o trescientos "miserables" pesos, y menos estando en juego el "honor familiar"; ella nunca cejaría con tal de no quedar por debajo de los vecinos, así que, sin esforzarse, adivinaba la que


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se le venía encima. Se abrió la puerta del banco e hizo su entrada un señor con cara de abogado y un cheque en la mano derecha que cayó al suelo al levantar los brazos despavorido; de un empujón le enviaron junto al resto de los "comensales" con muy mala suerte para el gordo sudado, a quien le fué a dar encima haciéndole perder el equilibrio. La brusca caída produjo un movimiento pendular en la apretujada fila rematada de la arboleda de brazos enhiestos que a su vez provocó miradas furibundas y ruidos de cerrojos montados en las armas, pero el asunto no pasó de ahí. Porfirio podía intentar una solicitud de préstamo con Mcndcz apoyándose, precisamente, en el hecho del robo, aunque esperar que se lo concedieran resultaría más difícil que sacar agua a una piedra. A pesar de que "no sabía cómo retribuir los importantísimos servicios que prestaba a la compañía", de inmediato solicitaba algo a Méndez éste le remitía donde Colón ya que "esas decisiones no eran de su incumbencia", y resultaba que al otro al parecer tampoco, con lo cual se llegaba a la conclusión de que nadie en el negocio decidía nada como no fuera rebajarle el sueldo a alguno o despedirle y, cuando de aumento de sueldo se trataba, parecían puros siameses, porque a cualquiera de ellos que se abordara soltaba la misma amenazante historia "¿Aumento de sueldo? Pero de seguro que usted no se ha dado cuenta de la terrible situación por la que atraviesa la compañía. Suerte que todavía no nos hemos


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visto en la necesidad de reducir el personal, aunque de seguir las cosas como van, o se hace eso o nos veremos en la obligación de rebajar los sueldos"; y así, de manera tan sutil, salían siempre del apuro, no obstante conocer Porfirio la verdadera situación de la firma y saber ellos que él lo sabía. - ¡Pasa ese saco para acá! Les había salido una fiera la muchacha del escritorio junto a la oficina del gerente; cuando se negó por tercera vez a entregar su anillo de bodas a todos se les formó el consabido "nudo en la garganta" y con disimulo se apartaron un poco del foco de atención, en especial cuando el de la careta de Mickey Mouse la empujó y el empleado que junto a ella estaba se metió en medio de ambos en actitud amenazante (debía ser el marido), y durante fracciones de segundo sólo se escucharon las fatigosas respiraciones de los enfrentados hasta cuando se escuchó un "deja la vaina y ven para este lado" y fué como si les hubieran quitado un saco de cemento de encima. El talego lleno de dinero donde resposaban los doscientos pesos de Porfirio le llenaba los ojos en tanto le seguía por doquiera lo trasladaban; nunca había pensado en tanto. dinero junto como el contenido por aquel vulgar saco de plástico, tanto que debía ser mucho más que lo por él ganado durante toda su miseriosa vida; pensaba que aquellos individuos pronto se marcharían de allí repletos de dinero, cargados con docenas de miles de pesos como recompensa por unos cuantos minutos de "trabajo", mientras él, tan honrado, puntual,


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responsable y laborioso a carta cabal, si resultaba afortunado, tendría una pensión de noventa o cien pesos al mes; Méndez podía tenerle en reserva alguna triquiñuela para lo de pre-aviso y cesantía luego de tantos años de servicio continuo. En realidad, la vida de Porfirio Pimentel era como una noria: vueltas y más vueltas siempre haciendo lo mismo y con el "acompañamiento musical" de Elfrida, hasta que llegara el día en que el artefacto dejara de funcionar y ya, acabado, muerto, interrumpido el eficiente proceso cotidiano -levantarse después de mal dormir para desayunarse peor, aguantando el ceño y la diarrea oratoria de la esposa, salir corriendo para la oficina, doblarse allí cuatro horas para entonces retornar a la misma mierda al lado de la "sufrida consorte", leer por encima un periódico desbordante de malas noticias haciendo como que no escucha y correr de nuevo al escritorio y a la cabeza inclinada frente a los "señores" durante otras cuatro horas y de vuelta a la casa y a la cena y a la TV y a la cama y a dormir lo más de prisa posible para escapar de al!?lma manera a la catarata de esa "cara mitad" que ya era entera puesto que prácticamente había hecho desaparecer la suya-se librara de todo y tal vez hasta con gusto. - IAsómate y mira si el carro está ahí! Pronto se irían con todo ese dinero y con los doscientos de Porfirio, con los doscientos de la fiesta de Matildita, que no era tan mala la pobre, pensaba, sólo que, con semejante maestra ¿qué podía resultar? En realidad, pena era lo que sentía


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por la hija, pena porque la sabía fea y desprovista de gracia a la infeliz y porque presentía que nunca llegaría a levantarse un marido ... aunque la madre también lo era (lo de "era" porque fea ya no se le podía decir a la Elfrida sino.. ihorrorosal ) y aún así había aparecido un pendejo que cargó con ella y con todo y ceremonia religiosa, y la pregunta que ahora se hacía Porfirio era en apariencia muy simple: ¿Por qué diablos se había casado por la iglesia? Por indeciso y estúpido se encontraba amarrado por partida doble a aquello que le hacía un genuino esclavo: a un empleo sin posibilidades ni futuro, y a una energúmena parlanchina. -Cuando salgamos ya saben lo que tienen que hacer. El que parecía el líder del grupo se movió ligeramen te hacia la puerta de salida. Un sollozo contenido se escuchó y el individuo giró con rapidez buscando su origen: la señora encargada de la limpieza seguía con el cubo en alto pero se notaba que estaba a punto de estallar, sus sollozos no eran sino el preludio de un ataque de nervios. Como por si acaso, un flaco tocado con gorrita se desplazó hacia su derecha alej ándose un poco del cubo, y Porfirio rogó a todos los santos del cielo que no se fuera a formar un lío por tan estúpida causa. Aquellos hombres iban a repartirse todo ese dinero, le tocarían decenas de miles a cada uno y podrían pasarse la vida, si así les daba la gana, sin trabajar, yeso era lo que mortificaba al cariacontecido Pimentel, en tanto lo único que


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a él podría tocarle sería una sesión continua de meses de la cháchara incesante de Elfrida, que a partir del presente suces<? tendría material para burlarle aún más de lo que siempre lo hacía. ¿Sería posible tanta mala suerte? Nunca había podido sacarse una rifa ni encontrarse un miserable peso extraviado; en verdad, si hay gente que nace para fuñirse, Porfirio Pimen te! era uno de esos, y en parte se debía a su profundo miedo a todo lo que significara cambio, a que la inseguridad le dominaba, y por eso recordaba que cuando Andrés le ofreció participación en e! negocio que se proponía montar no se atrevió a dejar el tan detestado empleo. De eso habían pasado ya casi nueve años y Andrés se encontraba en próspera situación económica, tenía su casa propia y un flamante auto mientras él... lmierdal -¿Terminaron ya? Tal vez Porfirio tuviera razón en sentir miedo porque no bien intentaba algo, cualquier cosa que fuera, mal le salía, por lo cual su mujer se regodeaba en decir y repetir que estaba azarado, que tenía un "fucú" encima y permanente. El asaltante con la máscara de Pluto tuvo que hacer un buen esfuerzo para levantar el saco que le había tocado; era un tipo flaco y bajito y a las claras se notaba que apenas podía con la carga y la pesada ametralladora, un Fal que le hacía parecer enano. Yeso dió que pensar a Porfirio, se le llenó la cabeza con la idea de que a lo mejor podía aprovechar un descuido del pequeño que tan cerca estaba y tumbarle el arma; por supuesto que


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también existía la posibilidad de que le fallara el intento y recibiera un disparo por estar de entrometido, pero no dejaba de medir las posibilidades que tenía: si el arma caía al suelo podía suceder que los demás no se arriesgaran a formar un escándalo y escaparan dejando las cosas tal y como estaban. Y, cuando eso pensaba, lo que atraía a Porfirio no era el mero hecho de tratar de recuperar su dinero ni nada por el estilo sino algo muy distinto y que vagaba por su mente ocupando cada vez con más fuerza el cúmulo de sus pensamientos. Destacarse, sobresalir, que todos supieran que había sido el único del grupo animado por la suficiente decisión como para enfrentar a los asaltantes, que se le reconociera su audacia y su foto apareciera en los periódicos en primera plana con palabras elegantes subrayando su valor. Esas ideas ganaban terreno en Porfirio, tanto que llegaba a pensar que no le importaría mucho salir herido de la empresa puesto que eso daría mayor brillo a su gloria. y luego de eso ya nunca más se atrevería Méndez a tratarle como a un vulgar infeliz, ni tampoco Elfrida sería capaz de burlarse y menoscabarle. y brincó enloquecido en dirección a Pluto y su arma. Esa noche, sentado ante la TV en su mercedora, Porfirio Pimentel leía las noticias de los vespertinos y su arrugado rostro era el espejo anímico de las frases que enfrentaba. "Cuando los asaltantes recogían el dinero y


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se aprestaban a escapar, uno de los clientes del banco presentes, el Sr. Porfirio Pimentel, empleado privado, tropezó al hacer un movimiento brusco con un tiesto de flores y al caer empujó a uno de los maleantes, provocando con la inesperada acción el espectacular tiroteo a raíz del cual resultaron muertos dos empleados del banco así como la Sra. Herminia Salgado. Entrevistado en el lugar del hecho por este reportero el Sr. Pimentel adujo que "no pensó en crear ningún problema, que fué una desgraciada víctima del nerviosismo reinante en el momento". Porfirio no levantaba la vista del periódico. Se había refugiado tras el desde que llegó a su hogar luego de abandonar la comisaría y hubiera preferido que tuviera mil páginas. Pero los ojos de la esposa parecían capaces de perforar las entintatadas hojas y, por supuesto, su voz lo inundaba todo. Era como siempre había sido. Era como siempre habría de ser para Porfirio Pimentel luego de perder su única y postrera oportunidad. Y, lástima, pensaba, había sobrevivido.



LAPSOS

El de Sara y Luis Ernesto era uno de tantos matrimonios de clase media acomodada cuya existencia discurría amodorrada en muelle placidez. Y, puede que precisamente por esa característica ninguno de ellos cayó en cuenta de lo que aquella vez sucedió o, por lo menos, muy poco caso le hicieron. Sólo tiempo después llegaron a percatarse de su significado y comprendieron que ese había sido el comienzo de todo. Estaban sentados en la sala en la noche de un miércoles de abril 'dejando pasar, más que viendo, un aburrido programa de TV; Sara lanzaba palabras á todo vapor comentando los incidentes de la pasada reunión con sus amigas y Luis Ernesto, pues.... era de suponerse que escuchaba. Más adelante lo único que él pudo constatar al observar la perpleja', y algo nerviosa expresión que reflejaba el rostro de su esposa fué el hecho de que el tal 251


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programa había terminado y lo sustituía una película en la cual el atildado abogado de siempre peroraba (también como siempre) a más y mejor frente a los aletargados miembros del jurado. Entonces se enteró Luis Ernesto de que Sara le había estado hablando en tanto él a pesar de sus ojos muy abiertos y fijos en el televisor, nada respondía ni daba signo de alguno de hacer caso; naturalmente, al principio ella sólo atinó a sentirse ofendida por el menosprecio de que era objeto y optó por pagar con la misma moneda; pero al persistir el estático y obstinado silencio, insistió en hablar y ser correspondida, le llamó varias veces por su nombre y sólo cuando se acercó más al petrificado rostro, rayando ya el indeciso borde de la histeria, pudo advertir que el esposo reaccionaba. Ni él ni mucho menos ella supieron qué había sucedido durante aquel tan mortificante lapso, como tampoco lograron nunca saber lo que sucedió durante los sucesivos; por supuesto, Sara no tragó en aquella oportunidad la explicación de que no existía precisamente eso, una explicación, y adujo que su cara mitad se burlaba y que no deseaba escuchar su conversación, que era indiferente a sus problemas y muchísimas otras conclusiones que a cualquier esposa puesta en semejante trance le hubieran resultado lógicas y válidas. Por desgracia, un no muy lejano futuro se encargó de probar, en forma irrebatible, que estaba total y radicalmente equivocada. A pesar de lo inusitado del caso, con todo y que


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levantó roncha en el lado femenino de la pareja y por encima de los comentarios a que dió motivo (y que eran externados por Sara con cierto dejo de resquemor durante los primeros días, luego con ligera sorna), el incidente llegó a caer en el olvido. Después de todo, con lo que generalmente se pasa por TV cualquiera tiene derecho a alelarse. Sin embargo, a mediados de mayo (exactamente el día 17) sucedió de nuevo y en esa oportunidad de una manera mucho más evidente. Durante la tarde, Sara y Luis Ernesto, cansados de nada hacer, habían quedado en ir al cine esa noche; él se fué al baño en tanto ella arreglaba el sempiterno desorden de su gavetero, y aparte del simple hecho de abrir el grifo, lo único que él pudo asegurar después, al recobrar la conciencia, era que se encontraba parado bajo el chorro de la ducha y tenía (otra vez) frente al suyo el rostro ahora resueltamente aterrorizado de su esposa. Según pudieron constatar, había permanecido más de veinte. minutos bajo el frío chorro hasta que Sara, harta de esperar, había entrado encontrándole allí impertérrito como si estuviera posando para un pintor de mojados desnudos. A partir de esa tarde ya ambos sabían a ciencia cierta que algo extraño sucedía, aunque, como es natural, ni siquiera imaginaban en qué podía consistir aquel insólito comportamiento. y resultó muy de esperarse el hecho de que a la mañana siguiente hicieran turno en la antesala de un médico especialista en enfermedades de los nervios, lo más aproximado al "padecimiento" que


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pudieron barruntar. El buen señor, luego de muchas preguntas (algunas de sobra impertinentes), de reiterados gestos de mal disimulada extrañeza e incredulidad y de una segura incomprensión del problema peor disfrazada, salió del paso con unas pastillas y varios exóticos potinges "para esos nervios del señor tan excitados y tensos", más la promesa de otra visita (y otro suculento pago) para la siguiente semana. Luis Ernesto no sabía a qué atenerse: "Nervios muy excitados y tensos?". ¿Por qué diablos debería estar tenso y excitado?, se preguntaba, y le apoyaba Sara diciendo que no podía encontrar razón alguna para ello en su vida cotidiana, que si algo ponía nervioso a su marido era precisamente el "asunto ese", por lo cual lo de los nervios era resultado y no causa. y cualquiera en posición de conocer a la pareja con alguna intimidad podía corroborar lo que ellos aducían para no aceptar el diagnóstico: Luis Ernesto era profesor a tiempo completo en la Universidad del Estado yeso implicaba muy respetables ingresos, más que suficientes como para que pudieran vivir en forma regalada. Tampoco tenían problemas entre ellos que pudieran afectar la estabilidad y continuidad de su unión, ni familiares molestos que intrigaran o metieran mecha en su felicidad, por lo que su matrimonio era un remanso apenas alterado por las intrascendentes discusiones típicas de su estado, y si no tenían hijos, no significaba ello que fueran incapaces de tenerlos sino que, de mutuo acuerdo, habían


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decidido dejarlos para más tarde en pro de un disfrute pleno de su amor. ¿Entonces? "Nervios tensos y excitados.... " Era como para que ambos estallaran de risa, cosa que en efecto hicieron. Lo único malo en medio de esa franca alegría fué que no tuvieron demasiado tiempo para disfrutarla. Porque Luis Ernesto tragó pastillas y sorbió menjurjes vigilado de cerca por Sara y a instancias de ella, ya que decía, tomando las cosas con calma, que "no se perdía nada con probar después de todo". Mas, en el ínterin, un buen día la rosada pastilla de las doce meridiano se le deshizo en la lengua sin ser tragada en tanto se encontraba "ido", dejándole un sabor a rayos en la boca y un humor de todos los demonios enquistado. y apenas habían transcurrido cuatro días desde la pasada. ocurrencia, la del doctor y los "nervios" y sus pastillas, cuando sucedió de nuevo. Comprendieron entonces que "eso" habría de continuar y, muy probablemente, cada vez con mayor asiduidad y frecuencia. Examinando con atención los hechos cayeron en cuenta de un detalle que hasta ese momento había pasado desapercibido a los dos: todos los "escapes" habían ocurrido dentro de la casa, y por ende llegaron a la conclusión de que en dicho lugar había algo que en apariencia afectaba a Luis Ernesto; por eso, a pesar de lo mucho que les gustaba y convenía su hogar por numerosas razones, decidieron mudarse a un apartamiento amueblado.


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Se mudaron, pues, y Luis Ernesto lo estrenó quedándose fijo frente a la puerta de entrada no bien hubieron alcanzado a cerrarla terminado el traqueteo del traslado. Es fácil imaginar como se devanaban los sesos buscando alguna explicación, por descabellada que fuera, al insólito fenómeno, tanto que fueron a dar a la brujería, conocida por los entendidos en la materia con suma rimbombancia como "parasicología". Así una tarde lluviosa y pesada, luego de vencida la reticencia de Luis Ernesto, penetraron al "sagrado recinto" de un "recomendado" por una amiga de Sara que les recibió con untuoso ceremonial haciéndoles titubear cuando se refirió a "los problemas del señor", aunque más adelante se sintieron incómodos cuando agregó que dichos problemas se debían a la "mala influencia de esa otra mujer india que deseaba quitarle el marido a la señora", para luego pasar a que "también sus problemas económicos salían de lo mismo, de un trabajo que les había mandado a hacer esa mujer, y que ellos podían desbaratar haciendo otro más poderoso para lo cual ella (la "parasicóloga") necesitaba muchos materiales costosos porque casi no se encontraban", y ellos dejarla con un palmo de narices cayéndose del "caballo" o como le dijeran a la tal necedad que les habían puesto en frente. Aquello, que tanto les hizo reir en su oportunidad, apenas resultó un ligero escape en el maremagnum de sus preocupaciones; en vano hacían


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esfuerzos mancomunados buscando atrapar siquiera vestigios de lo sucedido en la mente de Luis Ernesto durante los "lapsos"; él escarbaba en su interior desde el instante en que volvía en sí y nada en absoluto encontraba, logrando única y exclusivamente dolores de cabeza y el progresivo aumento de su sensación de angustia e impotencia. Parecía imposible penetrar en aquella densa nada. Pensaban y analizaban (y aquí habría que traer a cuento el hecho de que tanto Sara como Luis Ernesto eran personas de cultura e inteligencia por encima del nivel promedio) y no surgía explicación alguna que pudieran relacionar con los acuciantes "escapes". Por ejemplo, aunque determinado individuo no advierta conscientemente que está durmiéndose, al despertar sí le es fácil percatarse de que ha dormido. Por lo común se pierde el conocimiento luego de pasar por un determinado malestar, luego de recibir un golpe (algo muy determinan te, por supuesto), de ser narcotizado u otra circunstancia por el estilo; pero todas esas formas de inconsciencia poseen un factor común: al recobrarse, el afectado puede recordar lo acaecido de manera normal. Y en cuanto a la pérdida de la memoria, se decían, podía considerarse como lo más parecido a los ataques por aquello de que nada recordaba de lo ocurrido, pero la amnesia (así como tampoco los demás casos comparados) no implicaba un estado de absoluta inmovilidad como los que sufría Luis Ernesto. En fin, que ni Sara ni Luis Ernesto, ru, por


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supuesto, el mencionado especialista en los nervios, así como tampoco otros especialistas que fueron desfilando con el correr de los días, pudieron aproximarse en lo más mínimo al esclarecimiento del enigmático caso. y el llamado "caso" se presentaba cada vez con mayor frecuencia provocando en los esposos una angustia que iba en aumento porque con cada aparición más se prolongaba, abarcando en cierta oporni dad (la décima sexta o décimo séptima, ya habían perdido la cuenta) desde el instante de comenzar a cepillarse los dientes en la mañana hasta la hora del almuerzo, por lo cual Luis Ernesto perdió el desayuno y el dinero pagado a otro "especialista" a quien nunca vió ni escuchó a pesar de haberle tenido en frente durante casi dos horas, y que salió de su hogar con el airecillo de suficiencia con que todos disimulaban su absoluta incapacidad para hacer algo eficaz. Le dió a la pareja entonces por pensar en la posibilidad de que a él le afectaran los espacios cerrados, que se tratara de una extraña especie de claustrofobia puesto que todos los "lapsos" habían sobrevenido mientras se encontraba en el interior de la casa o del nuevo apartamiento, y por ello comenzaron a planificar con miras a pedir vacaciones y mudarse de nuevo al campo o a una playa; de todas maneras la opción, aún cuando no resultara buen remedio, para ellos significaría descanso a partir del momento en que les librara de ciertos desafortunados enfrentamientos y su inmediata y desagrable secuela de comentarios y


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subrepticias acechanzas, como aquel con el cartero, quien, muy servicial, se encargó de distribuir por todo el vecindario, a más de sus consuetudinarias cartas y paquetes, la mu y adornada versión oral de la inusitada rigidez de minutos de un Luis Ernesto que miraba al trasluz el sobre acabado de recibir, con el resultado inmediato del casi ininterrumpido y malicioso desfile de vecinos cuyos deseos de hacer "vida social" a expensas del matrimonio despertaron de golpe y porrazo, hasta que la suertuda (t omando en cuenta sus muy particulares deseos) de Doña Emelinda pudo atrapar in fraganti al esposo en el acto interminable de verter toda una botella de leche desde el ya desbordado vaso hasta el piso de la cocina, según supo luego Sara cuando el chisme giró en redondo retomando a su lugar de origen. De manera que hacían los necesarios aprestos para alejarse de tanto curioso impertinente cuando una imprevista variante (aunque esperada de tan temida) de los "escapes" les hizo, si no desistir de sus propósitos, por lo menos perder las esperanzas de que la tal mudanza hacia el aire libre y el sol pudiera ser la solución del asunto. Retomaban en la noche de un plácido paseo en auto por las afueras de la ciudad (más que paseo era una escapada terapéutica del habitual enclaustramiento) cuando, llendo el esposo al volante, sobrevino otro "lapso". Por suerte, en el preciso instante en que se iniciaba alcanzaban un semáforo e iban despacio, por lo cual el auto estaba casi detenido cuando Sara, al intuir lo que ocurría,


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cruzó la pierna izquierda sobre las ya inertes de Luis Ernesto y acabó de frenar; luego, con la calma adquirida a fuerza de costumbre, tiró del cuerpo petrificado hasta pasarlo al lado suyo, tomó el volante y condujo de regreso al hogar. Lo fastidioso del asunto se produjo al llegar, puesto que Sara tuvo que simular que ambos entraban dejándole a él allí abandonado en la oscuridad hasta que se recuperó; es de imaginar que si hubiera intentado cargarle desde la marquesina hasta la puerta del frente tan insólita escena habría proporcionado suculento banquete de comentarios a la malsana curiosidad vecinal. Cuando al fin obtuvo Luis Ernesto sus vacaciones se mudaron a una solitaria casita en una playa bastante alejada de las tradicionales rutas de veraneo. El dejó de manejar, dado el peligro que representaba la aparición de un repentino "lapso", y sólo salía cuando estaban completamente seguros de que nadie andaba cerca. Nadar era algo vedado, por supuesto: ¿Qué tal si se le "escapaba" a Sara en medio de las olas? Tampoco podía Luis Ernesto darse el lujo de alejarse demasiado de la casa; Sara era joven y fuerte, pero, tendría que convertirse en levantadora de pesas si tenía que transportarle desde lejos hasta el aislado refugio a cada instante. A pesar de los pesares estaban más tranquilos, ya que, por lo menos, atrás quedaba la marea de "voyeurs" que les asediaba en la ciudad (aunque un buen día se les apareció el tan "fraterno" Don Arturo con la familia completa... total, que les


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encantaba la playa en pleno invierno!); pero, por otro lado, aumentaba la preocupación ante la repetición cada vez más frecuente de los "ataques" y el hecho evidente de que se hacían más prolongados, tanto que, durante los dos días que precedieron al desenlace, el infeliz de Luis Ernesto apenas permaneció consciente algo más de tres horas de cada veinte y cuatro.

y con ello surgió la pregunta de lugar: si los "escapes" eran cada vez más numerosos y duraderos, si se alargaban tanto que apenas dejaban resquicios entre sus apariciones, alegaría acaso el momento en que ya no hubiera "lapsos" sino uno, único, indivisible y permanente? La amarga certidumbre de tan nefasta posibilidad les sobrecogió de terror; tratando de aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir, Luis Ernesto discutió con Sara las providencias que debería ella tomar en caso de tener que enfrentar el hipotético (¿hipotético?) caso; las extrañísimas peculiaridades de la "enfermedad" no daban alternativas a elegir; por más que vigilaran y estuvieran al'ertas no había forma alguna de saber si un "lapso" habría de ser permanente o no, y por lo tan to sólo restaba esperar. Pero un problema traía otro, porque esperar en condiciones como esas podía implicar que ambos (o por lo menos ella, puesto que para el afectado esperar, vigilar o acechar no eran términos aplicables: él no hacía nada, simplemente estaba) pasaran la vida entera al acecho de algo que podía


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ser que nunca. ocurriera, o que luego de en efecto ocurrido nunca pudieran constatarlo arropados en la inmensidad de la otra espera. Por esas razones, y haciendo caso omiso a sus lágrimas, hizo Luis Ernesto admitir a Sara lo inútil de aquella actitud de pasiva vigilancia ante una insegura reacción, retomo o como se la quisiera denominar; pasado eso, ya no le fué tan difícil hacerla aceptar un compromiso: que si él pasaba una semana sumido en el aletargamiento se fuera a vivir a casa de sus padres e inventara alguna excusa para explicar su ausencia en beneficio de los ancianos; luego, en caso de que un día cualquiera volviera a su estado normal, muy sencillo le resultaría comunicarse con ella. Así, aunque aturdidos por la angustia, continuaron la oprimente vigilia, ella inmersa en sus habituales tareas de ama de casa y ocasional changadora, él tratando de conservar la ecuanimidad durante los cada vez más escasos minutos de lucidez que le permitían los penosos "lapsos" Hasta una tarde cualquiera cuando Luis Ernesto sorprendió a su querida Sara llorando a escondidas y al intentar decirle algo consolador quedó con la boca abierta (lo cual significó un problema suplementario para la esposa por aquello de las moscas) y la mano acariciante a la altura de los cabellos de la esporádica cara-mitad. En la actualidad Sara reside con sus padres, a quienes ya no sabe que historia contar para justificar la desaparición del esposo. ¿ y Luis Ernesto?


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Muy bien, encerrado en la casita de la playa cuya puerta principal tiene una cerradura que abre por dentro y por fuera aunque él nunca ha usado su llave y Sara, siempre tan abnegada, ha tenido que cambiarle varios mosquiteros desgastados por el tiempo y la brisa marina. Por lo demás, se encuentra en perfectas condiciones, casi tal como estaba aquella noche de un miércoles de abril cuando todo comenzó sin que de ello se percataran.



EL RINOCERONTE DE ALFONSO CARVAJAL

Su nombre era Alfonso Carvajal y no podía creer que el rinoceronte corría directo hacia él. y si no podía aceptarlo era precisamente porque resultaba imposible desde cualquier punto de vista introducir algo como éso en su vida. Y, sin embargo, allí estaba y podía distinguirlo con esa absurda precisión de lo que no debía ser, bien centrado en el amarillento polvillo de tundra ecuatorial que levantaban sus pesadas patas. Eso: un rinoceronte, oscuro recuerdo de antediluvianos monstruos que se dirigía hacia él (porque la marcha del animal era evidente mientras Alfonso en cambio no se sentía seguro de nada) con precisión digna de artefacto de relojería. Hay quienes sostienen que el Hombre, al encontrarse en trance mortal, cuando alcanza ese fugaz instante durante el cual ya nada es vida ni es muerte, puede recordar toda o por lo menos diver267


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sos episodios importantes de su vida. Una ininterrumpida sucesión de escenas desfila cual imágenes cinematográficas llenando la mente del todavía indeciso ser reproduciendo hechos que, en circunstancias normales, sería muy difícil, si no imposible, rememorar y que, aún pudiendo hacerlo, le tomaría demasiado tiempo. Pero, por supuesto, ese no era el caso de Alfonso Carvajal porque él no se encontraba en trance de muerte y esa constituía una de las pocas cosas que en aquel momento podía afirmar sin temor a llevarse un chasco. Sí, cierto, tenía que contar con el rinoceronte. Mas ese mismo detalle de la formal precisión con la que distinguía el rinoceronte era lo que le permitía el lujo de la íntima seguridad que experimentaba, lo que impedía que un ciego terror le embargara y, por el contrario, dejaba que su mente y su cuerpo reaccionaran con calma haciéndole observar al monstruoso bicho con atención no desprovista de un dejo de buen humor. Porque, ¿cuál habría de ser la razón para que un i~dividuo como Alfonso Carvajal, burócrata consuetudinario, incomovible ser sedentario de planas costumbres tan alejadas de lo aventuresco y trotamúndico como ostra del record de velocidad de la milla, se encontrara sembrado en la salvaje ruta de todo un rinoceronte bicorne? Lo cierto es que debía existir alguna explicación para tan insólita figuración, pero, mientras aparecía, el rinoceronte continuaba acercándose, y ya


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de manera notoria, al muy confundido Alfonso Carvajal. Podía escuchar con claridad el monorrítmico retumbar de las graníticas patas sobre la s'lperficie arcillosa. La diminuta y cimbreante cola, ridículo aditivo para semejante masa, golpeaba la sólida y poderosa grupa. A su alrededor el panorama no ofecía a la vista nada digno de relevancia salvo el hecho de que podía haber sido trasplantado completo de cualquier vieja película de Johnny "Tarzán" Weismuller, aún cuando ya fuera de público conocimiento que el Africa tarzanesca era más californiana que el Golden Gate: árboles escasos de especies desconocidas (especialmente desconocidos para Alfonso Carvajal) tan experto en botánica como veterano de viajes espaciales sobre una desolada llanura, luego de un abrupto promontorio rocoso que borraba la línea del horizonte y encima aquel sol tan brillante, amarillo y definido de comercial para la TV. y el avance vertiginoso y ligeramente bamboleante del rinoceronte que continuaba inexorable. Podía ser todo aquello un sueño y en realidad esa constituía la única explicación aceptable de que disponía hasta el momento: el molesto resultado de alguna comida a deshora. ¿Qué diablos había estado comiendo Alfonso Carvajal la noche anterior? Acaso había estado bebiendo? Mas el problema se hacía más intrincado y en la cabeza se le formaba un bochinche de todos los diablos cuando trataba de establecer una clara diferenciación entre cenas y comidas. Recordaba cuando é


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el marranazo de Calcaño formó fiesta para celebrar los cuatro décimos del gordo que le tocaron en suerte; aquello había sido la de no te menees, todos salieron sin que nadie supiera quién llevó a quién o cómo llegó cada uno a su respectiva morada. Pero eso había sido el domingo y ya habían pasado... cuántos días? dos? o solamente uno? Podría ser que estuviera sufriendo de un repentino ataque de amnesia, que hubiera pasado mucho tiempo a partir de lo que lograba recordar y luego hubiera viajado a algún lejano país con la mente desolada de cercanos antecedentes y los ojos repletos de irreconocibles presentes. Esa podía ser una explicación. Pero, había que ser muy optimista para imaginar a Alfonso Carvajal en Africa. ¿Qué posibilidades tiene un personaje como ése de salir de su lar nativo? No era profesional ni poseía bienes de fortuna y los pocos familiares dispersos que tenía estaban todos en su país' y tan arrastrados como él, a más de carentes de cualquier tipo de influencias sociales o políticas. Cierta vez Alfonso estuvo inscrito en la Alianza Francesa (era la época de sus doradas aspiraciones) y obtuvo una beca para estudiar en Francia, beca que duró exactamente el tiempo que se tomaron en verificar el nombre del verdadero ganador. un Alberto Carvajal que ni familia lejana resultó ser del ya frustrado y burlado, y _tan breve fué dicho lapso que no alcanzaron ni a entregarle el pasaje. No se podía pensar en becas, pues, así é

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como tampoco en premios ganados en épocas más recientes. Afonso Carvajal no era un ganador. Pero lo que inquietaba a Alfonso no era precisamente el pasado sino el rinoceronte, un rinoceronte muy actual, demasiado obvio como para no hacerle caso, en exceso presente como para buscarle en el pasado. Porque ciertos y presentes y ya muy perceptibles eran los bufidos del ungulado mastodonte, y su ojillos que no denotaban odio sino mas bien una ciega determinación propia de máquina mortal cuya única meta es continuar adelante hasta sacarse de -en medio cualquier estorbo. y el necio y solitario estorbo era Alfonso Carvajal, con todo y lo burócrata y puede que precisamente por sedentario, ese Alfonso Carvajal que divagaba sobre cenas y comidas y atiborradas tripas y aguardaba paciente el final de la pesadilla porque era incapaz de imaginar otra cosa, porque se aferraba a sus antiguos sueños desbordados de gorilas, panteras y leones de utilería extraídos de amarillentos filmes que fueron sustituídos luego por aquel primer león visto y temido en el zoológico tantas veces transplantado a noches de sábanas sudabas de miedo y pesadas de orina. Pesadillas recurrentes, signos de inseguridad, vestigios de traumas infantiles, presente evenescente fruto de inquietudes sexuales nunca bien satisfechas (o nada satisfechas), cualquiera de esas explicaciones o aun todas reunidas podían ser la causa de lo que sucedía. Ya se le notaba el temor en el escozor peculiar


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y molesto que le invadía, temor que trataba por todos los medios de quitarse de encima diciéndose que no podía experimentarlo sin existir una verdadera y objetiva motivación y que el rinoceronte no lo era. ¿No lo era, en verdad? Entonces. ¿por qué la sensación de miedo? Bien, el miedo que sentía no se producía por aquella presencia monstruosa, sino por la posibilidad de que pudiera ser real, algo que, por más vueltas que le diera y por espléndidas que resultaran sus piruetas mentales, venía siendo lo mismo aunque un poco más disimulado. Allí, esperando équé demonios podía hacer para distinguir entre lo tangible y lo irreal, entre lo cierto y lo falso, entre lo imaginario y lo objetivo? ¿Cómo diferenciar el rinoceronte, suponiendo que fuera irreal, de algún otro verdadero? ¿ y si fuera lo contrario?; El mundo de Alfonso Carvajal estaba conformado por oficinas repletas de máquinas, calles asfaltadas, avenidas bordeadas de restaurantes y de matas de cana en ordenadas hileras y el Caribe sempiterno azul y calmado con esporádicos desplantes de locura, y nada de eso podía vincularse a aquellos ignotos árboles con las rocosas colinas de fondo y el sol publicitario colgando encima embarrándolo todo de amarillo como el polvo que eruptaba el suelo pisoteado y los enloquecidos ojillos que tan claro distinguía ya a medida que, supuestamente, el tiempo discurría. No se podía establecer un punto de contacto entre ambos mundo s. Pero tam-


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poco era posible negar alguno, cualquiera que fuera. Parecía bastante viejo el rinoceronte, aunque, claro, para llegar a esa conclusión sólo tenía como punto de referencia al Ser Humano: una infinidad de arrugas, superpuestas y resecas, formaba filas alrededor de los ojos y sobre la nariz. Las recias placas que cubrían el cuerpo vibraban a cada paso cuando -chocaban con el suelo estrerneciéndolo frente a un Alfonso Carvajal trémulo y desencajado. Porque resultaba natural que tuviera miedo, que el terror fuera apoderándose de él y sacudiéndole a ritmo de espasmódicas pisadas mastodónticas. Delirio, pesadilla o lo que fuera, el hecho resultaba demasiado obvio: a pocos pasos de su cuerpo la bestia ingente amenazaba, yeso al único a quien no podría producirle miedo sería a un J ohnny Weismuller yeso porque de veras nunca tuvo frente a un rinoceronte enfurecido su delicada personalidad artística. Podía resultar que en cosa de segundos recuperara la consciencia, despertara, se librara de aquellas oníricas imágenes que le confundían y perturbaban. Pero, en tanto eso sucedía (si acaso sucedía), lo que experimentaba era justamente natural, considerando la situación. i Un trance mortal! De nuevo le sacudía esa idea. Si Alfonso Carvajal hubiera sido un actor de cine, un diplomático, un millonario, cazador, turista empedernido o siquiera vulgar marino mercante ya podría andar a caza de un pasado impregnado


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de los resobados pelos y señales porque personajes de esas características sí eran suceptibles de vivir episodios como el narrado y, partiendo de dicha premisa, entonces se podría afirmar o por lo menos suponer realidad. Mas, naturalmente, Alfonso Carvajal no era ni tenía nada en común con Jean-Paul Belmondo, Kurt Waldheim, Paul Getty o Pelé. Alfonso Carvajal era simple y sencillamente él, un burócrata cuyo mayor distanciamiento de las costas de su país natal se había producido a nado ..y.tampoco podía decirse que fuera muy experto en esa materia. Por eso pensó que no debía preocuparse puesto que el asunto, por real que pareciera, no podía ser otra cosa que una molesta alucinación, un mal sueño. Total, se dijo, las pesadillas son así, e incluso si tenía peor suerte podía prolongarse y prolongarse haciéndole pasar el mal rato del rinoceronte alcanzándole, del dolor lacerante producido por el terrible cuerno fibroso atravesándole el pecho hasta brotar por la espalda. y tal vez entonces y sólo entonces despertaría. Tímidos e inseguros son siempre víctimas en las pesadillas y despiertan muchas veces sin tener verdadera certeza de haberlo hecho, conservando arraigados dolor y miedo y atenazando la oscuridad en procura de la luz disiparadora de aquel mundo interior apabullante y siniestro. Ya podía distinguirse en las amarillentas pupilas «;;1 reflejo tembloroso de Alfonso Carvajal y el desagradable tufo de la hosca y bufante respiración le envolvía mientras observaba las aco-


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razadas placas que recubrían por encima al rinoceronte y la piel más clara y en apariencia suave que iniciaba. en el pecho descendiendo hacia el estómago. Ya inminente el choque, Alfonso Carvajal esperaba, más que confiado, resignado, el despertar que habría de sobrevenir luego del golpe y el dolor, aceptada ya la pesadilla y todas sus torturantes implicaciones, el martirio seguro del taladrar del cuerno, el quebrantamiento de los huesos y el desgarramiento de la piel y los músculos, olvidados ya los intentos explicativos, liberado de sutilezas y supuestos. Y entonces sintió que soñaba dentro del sueño. Y se vió a sí mismo jugando con un carrito de bomberos al que le faltaba una rueda trasera y de inmediato en pie dentro de la habitación electrizado frente al desnudo cuerpo de la muchacha del servicio, la sangre agolpándose en sus sienes y muchas veces luego aunque en pura imaginación con las manos acudiendo raudas a ayudar el recuerdo y un triciclo junto a las casas de madera cuando frena el camión y a pesar de ello le atropella y los senos de la enfermera brotando ante sus ojos y el olvido del dolor y de nuevo las manos y el recuerdo y el traje de la boda y la noche de la misma y otro traje pero blanco y la vela de la primera cornumon tan adornada de ridículas doradas filigranas torcida las manos quemadas por la cera y el sacrificio por la virtud el abuelo agonizando y la familia alrededor de la cama estertores y gritos y nadando en la laguna hundiéndose el


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agua en los pulmones y la asfixia y esa mano en los cabellos y de nuevo el cielo y el aire y un beso y otro beso una muchacha y otra muchacha y ahora no otra sino Emilia tan hermosa casándose con ella y el brindis y de nuevo la noche en el hotel extraño y el niño mi hijo tras el cristal y se parece siempre a alguien le llamaremos Adip y la niña en sus hombros Circe y los holluelos en su rostro y Gabriel dándole un beso a la madre Emilia y de nuevo la asfixia y ya no más el sol y el aire sólo el agua amarillenta el polvillo amarillento el sol publicitario' que se vuelca y un promontorio rocoso que estalla en fragmentos de sangre.


IN Die E

7

INTRODUCCION INFANCIA FELIZ . . ,

, .13

RECUERDOS, MEMORIA DE LO NUNCA SIDO

25

EUSEBIO Y LA BUENA VIDA

.49

PARA ESO SON LOS AMIGOS

75

TRECE ES MALA SUERTE

85

CINE DE EVACION

95

CONSPIRACION

115

NEGRO A OSCURAS

139

POMPA

153

KING-KONG

169

UN JUEGO PARA MATAR EL TIEMPO

189

LA NOCHE ESCURRIDIZA

203

EVANESCENCIA

.217

ASALTO

237

LAPSOS

251

EL RINOCERONTE DE ALFONSO CARVAJAL

" 277

267


editora

Il1O aira y omega "INFANCIA FELIZ" SE TERMINO DE IMPRIMIR EN LOS TALLERES DE LA EDITORA "ALFA Y OMEGA" EN EL MES DE FEBRERO DE 1978. SANTO DOMINGO, REPUBLlCA DOMINICANA.

Componedor: Dominicano González Tabar Diagramador: Radhamés Martrnez C.


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