Heidi

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Heidi

Contra la cabaña, del lado del valle, el abuelo había colocado un banco, y allí estaba sentado, fumando su pipa. En cuanto Heidi lo vio, fue hasta él, le tendió la mano y le dijo: –Buenas tardes, abuelito. –Pero ¿qué significa esto? –preguntó el viejo con voz seca, mientras alzaba la vista. Quería ver quién venía detrás de esa niña que, impactada por su aspecto, no podía sacarle los ojos de encima. –Buenos días –le dijo Dete, cuando llegó hasta él–. Le traigo a la hija de Tobías y Adelaida para que la cuide. El abuelo no salía de su asombro y solo atinó a ordenarle a Pedro que, de una vez por todas, se llevara sus dos cabras y se fuera. Lo único que Dete agregó fue que ella ya no podía cuidar a Heidi y que ahora era su responsabilidad. Después, dio media vuelta y, mientras le gritaba un saludo a la niña, tomó el camino montaña abajo, a toda velocidad. El abuelo volvió a su banco y a su pipa, sin decir una palabra. Mientras, Heidi exploraba su nuevo hogar. Espió dentro del cobertizo donde guardaban las cabras y que ahora estaba vacío. Detrás de la cabaña, descubrió que entre los 16


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