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Aunque aquí no se inunda
Hay tormenta y yo ya no entiendo si me duele el pecho por lo que arrastra la corriente o por lo que deja. Supongo que no sé de diferencias porque a mí los huesos ya me rechinan siempre.
Tampoco conozco el movimiento del agua porque le huyo desde niña. La sé agresiva desde que la conocí derrumbando casas y ahogando almas; desde que fue intrusa en mis oídos y mi nariz.
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Cada vez que golpea las ventanas, agrede a los árboles y deshace a voluntad, me abrazo con fuerza a mi orilla, ato tobillos y muñecas a las tablas mohosas de mi muelle y, sin saber bien a quién, rezo, para que el agua no nos trague ni nos llene, para que cese su agresividad y deje de atacarnos. Te pido, Lluvia, no seas tanto, no nos lleves en tu barullo, ni nos obligues a ir contigo como discípulas. No en este huracán.