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Ahogada
Dolía. El cuerpo me dolía de maneras inhumanas. No estaba segura de cuánto tiempo había permanecido sumergida en la profundidad, pero mis pulmones ya habían soltado casi todo el aire que habían contenido; cuando me atrevía a intentar recobrar el aliento, mi pecho y mi garganta dolían aún más.
Mi garganta, aquella que solía emitir las risas más sonoras, ahora se desgarraba en pedazos por los gritos callados.
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La oscuridad me aterraba, pero el escozor del agua me impedía abrir los ojos; aquellos ojos, que llegaste a describir como los más luminosos, ahora se encontraban ensombrecidos y quemados por la sal que les había entrado.
No sabía con seguridad cuánto tiempo permanecí ahí dentro; sin embargo, los gritos se volvieron susurros y pensé por un momento que, debido a la presión, mis oídos habían explotado. No había sangre a mi alrededor, nada que indicara que estaba herida... Pero lo estaba.
No había laceraciones a través de las cuales pudiera supurar... Todo el veneno se quedó dentro. No tenía certeza del tiempo, pero imaginaba que las noches eran aquellos momentos en que -debido al congelamiento- dejaba de sentir mi ahora débil corazón.
Mi corazón, no hace falta repetirte las veces que latió gracias a ti, ahora se encontraba bombeando en el espacio entre mis orejas y mi cien.
Recuerdo que de niña tenía un inmenso miedo a nadar: me angustiaba no poder ver los terrores que hallaría en la profundidad... Ahora me encontraba flotando tranquilamente y no había monstruos...
Solo yo...
La superficie ya no era visible y a mis brazos les crecieron branquias... Demasiadas. Una por cada momento que a mi cuerpo le costaba respirar.
Mis manos y pies se habían hinchado, ya no eran las suaves extremidades que alguna vez te acariciaron.
Recordaba muy bien el inicio, pero no estaba segura de encontrar un final. Había luchado demasiado por no hundirme hasta que el cansancio me orilló a ceder a la profundidad.
La tranquilidad -y quizá la hinchazón- de los muertos los hace flotar a la superficie... Así estaba yo: con demasiada tranquilidad o ¿es que había muerto ya? No importaba, de la nada mi cuerpo dormido empezó a despertar.
Dicen que el agua te ayuda a limpiar las impurezas del alma y te hace renacer... Mi familia cuenta que fueron seis meses los que pasé en cama; yo les digo que ese medio año me la pasé limpiando -con mi llanto- las impurezas y el dolor que dejaste.
Lo demás sucedió despacito. Vi cambiar la luna tres veces antes de poder levantarme y – a pesar de ya no estar sumergida- mis pulmones estaban tan entumecidos que aún me costaba demasiado respirar.
Cambiaron dos veces las estaciones del año antes de que mis ojos se acostumbraran nuevamente a la luminosidad. Los doctores sellaron mis branquias artificiales que, una vez fuera, comenzaron a sangrar.
Repasé dos veces cada capítulo de mi serie favorita hasta que mis oídos volvieron a escuchar. Ahora los susurros eran cantos y – con el tiempo- yo misma empecé a cantar.
Recobré la noción del tiempo cuando noté que las noches era el único momento en que me volverías a mirar...
Pero yo ya no quería verte. No ahora que por fin probaba el sabor de la paz. Entonces me corté el pelo y alcé el tono de mi voz, así jamás podrías reconocerme si nos volvíamos a encontrar.