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El ciclo del agua T
e amo, mamá, ojalá nunca te hubieras evaporado.
La última vez que mi papá habló de tu desaparición fue con la frase: «Ella era una mujer de agua, nos conocimos cuando emergió ante mí de una fuente». Fue a la mitad de un verano que se esfuerza en olvidar: niños del barrio jugaban a policías y ladrones con pistolas de agua, risas frescas como el disparo cristalino que atentó contra su pecho. Luego una caricia húmeda se posó sobre su mano y tú ya estabas ahí, al lado suyo. Un encuentro que desafió la realidad, mas nunca hizo dudar a papá de tu cariño, Magdalena, o al menos así quiero imaginármelo.
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* Desde niña, he conservado el secreto del origen de mi mamá y la incógnita de su desaparición. Aunque la extraño, lo hago por el bien de papá, quien cada viernes llega más tarde del trabajo.
*
«Está de viaje. Mi mamá recorre el mundo estudiando el mar, viajó por el Amazonas, descendió por las cataratas del Niágara y zarpa seguido del puerto de Vallarta», digo, aunque no estoy segura de que sea cierto, cada vez que me preguntan por ella.
Desapareció su cuerpo, pero en los días de lluvia su presencia se condensa, creo verla en los charcos y al fondo de mi vaso de agua, como si me acompañara a todos lados.
* Recapitulación. Mi mamá ES una mujer de agua. Cuando de bebé yo no quería dormir, ella viajaba jugando entre los agujeros de la regadera.
Un día lloré tanto que me desmayé y cuando abrí los ojos mi mamá ya no estaba. Desde entonces no he vuelto a llorar, papá tampoco.
Un viernes lo espero hasta las once de la noche, él regresa oliendo a cigarro y perfume. Se excusa con una fiesta del trabajo y, aunque no le creo, aprovecho su momento de debilidad para preguntarle sobre mamá. Digo que al empezar la prepa me convenzo de haber visto su mirada en las gotas de lluvia, o al menos los ojos de la única fotografía que tengo de ella, recuerdo tan nebuloso como el vapor, distancia dura de una ausencia congelada.
—Siempre fue así, Rocío, inesperada y fu -
Revista Hestia. Número Uno 10 gaz. De novios, sus promesas se escapaban por mis dedos al igual que la niebla ante la mañana, sus caricias eran como olas en las que podía mecerme y sus besos resbalaban como…
Deja de hablar, ruborizado por el alcohol que quizá bebió. Cubre sus labios y mira el suelo. Siento ternura por él, quien no concibe la idea de hablar de amor frente a su hija. Incluso si es lo más natural de vivir y de cuyo encuentro nací o flui yo. *
—Mi amiga Mireya dice que…
Papá no pierde la oportunidad de hacerme saber que entre su compañera de trabajo y él solo hay amistad, aunque no se da cuenta que pronuncia su nombre más de una vez al día, ni que sus ojos brillan cuando lo hace.
—¿Tienen que ir a un congreso, pa’? —Él asiente—. Los dos solos...
—Somos los de Recursos Humanos, hija. Silencio.
—Todavía puedo decirle que no, Rocío.
—Diviértete, yo sé cuidarme sola.
*
Fin de semana con la casa para mí, apago las luces y me acuesto en la cama para hacer algo que desde hace poco acostumbro. Trato de llorar para sentirme una chica normal. A medianoche, me levanto al baño, me siento en los mosaicos de la ducha y abro la llave. Al menos así, puedo vivir la sensación del agua escurriendo por mis mejillas.
—Me haces falta mamá… Llévame contigo a viajar por el mundo, papá estará bien, tiene a alguien más.
La llave se cierra, de mi pijama se eleva una nube de vapor, el espejo del baño se empaña, luego la temperatura desciende. Me levanto y en vez de mi reflejo está su rostro.
«Rocío, no puedo volver a tu mundo, pero nunca te he dejado». Creo oír.
—¿Bueno? ¿Qué pasó, Rocío? —La voz de papá es baja, como para no despertar a nadie.
—Pa’ encontré a mamá. Corre el silencio.
—¡Voy para allá!
—No. Solo quería que lo supieras, necesitaba decirlo en voz alta para saber que no enloquecí.
—¿Dónde está?
—Dentro de mí… Buenas noches.
Cuelgo. Papá presiona el teléfono contra su pecho desnudo. Mira hacia el lado contrario de la cama donde no hay nadie, como hace tantos años. Toma la almohada desocupada y la abraza ahogando un gemido.
Cuando vuelve trae flores, pero dice que son para mí. Pregunto por su viaje, pero solo responde seco que se divirtió.
—Me sentí abandonado porque yo no podía verla, oírla, ni llorar por ella para no lastimarte. Así que Magdalena se escondió en tus ojos después de un último beso.
*
—Rocío, ¿me darías permiso de salir con Mireya?
Me río, respondo que ya se había tardado en decirme.
—Pa’, está bien que avances, que te guste otra mujer y te haga sonreír. Qué bueno que alguien más te quiere y… —Una lágrima deja su rastro en mi mejilla. —Deseo que seas feliz y dejes de contenerte. —Otra más me nubla la vista, empiezo a sollozar. Papá no se acerca.
—Magdalena… perdóname, no quería lastimarte, sigo amándote, pero…
—No te disculpes con ella, que también quiere lo mejor para ti.
*
Lloro, te lloro hasta que mis ojos se hinchan y enrojecen. Finalmente, la tristeza gélida se marcha de nuestro hogar junto con tu último recuerdo, mamá. Me quedo con tu fotografía que beso todas las noches. O al menos, así es como quiero recordarlo.
De bebé lloré tanto que me sequé y mi madre entró en mí para rehidratarme. Una vida a cambio de otra, su silencio frío tarde o temprano nos haría olvidarla.
«Si lloras, mi niña, saldré de ti y desapareceré para siempre».









