Hestia. Aire. Número tres.

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ALEJARIVAS

AZARETHZAMUDIO

DIANAOLIVA

EPIFANIA

ERICKAZAPATA

JÍCAMACONANSIEDAD

JULIA MARÍAESQUECER

LUISAR. MARTHAV.

PAOLAERRE

VERÓNICACERVANTES

ÍNDICE

EDITORIAL

PIEL NARANJA

Paola Erre

LOS HABITANTES DEL CIELO

Martha V.

ALIENTO

María Luisa R.

AL LEER LAS ESTACIONES

Julia Esquecer

EN NUEVAS MANOS

Epifania

BOCANADA

Verónica Cervantes

DELIRIUM

Aleja Rivas

LITERATURA, MEMORIA Y

DENUNCIA SOCIAL

Diana Oliva

99 SEGUNDOS

Ericka Zapata

LAS NOCHES SIGUEN SIENDO

LAS MISMAS

Azareth Zamudio

A MI PADRE SE LO LLEVÓ EL VIENTO

Jícama con ansiedad

INTERCESIONES

DIRECTORIO

SELECCIÓN DE CONTENIDO

Diana Oliva, Paola de la Torre, Paola Ruiz y Yázkara Hernández.

EDICIÓN Y REVISIÓN

Las Sin Sostén

DISEÑO

Yázkara Hernández Estrada

Correo electrónico: contacto@lassinsosten.com

Página web: www.lassinsosten.com

FB: @lassinsosten

IG: @lassinsosten

CARTA EDITORIAL

Silencio

La temporada entre el final del invierno y el inicio de la primavera está marcada por la presencia de vendavales realmente fuertes. Cada que se presentan traen consigo ciertos inconvenientes, espectaculares o árboles derribados y la incomodidad de quienes deben estar en espacios abiertos.

Más allá de esto, su presencia es necesaria para que se distribuyan semillas de árboles y plantas y germinen después o durante la primavera. Las ráfagas de aire se convierten mensajes de esperanza: causan molestias, pero son responsables del renacimiento de las flores.

*

Sedesliza,serpenteaentrecallesycallejones,traeconsigoelrumordetiempospasadosyelolordeotraslatitudes. Invisible a los ojos no entrenados, despierta a los amantes de sus ensoñaciones y los envuelve en caos. Secretos se deslizan entre las comisuras de labios que dicen nada. Silencio. El viento suspira victorioso: la ráfaga se convierte en huracán.

* Cuando pasó se llevó mis palabras, como supongo que lo hizo con las demás. Algunos días después entendimos que los montones formados tras su partida pretendían decir lo que intentamos comunicar a pesar del silencio. En todas partes nos preguntamos cómo recrear un lenguaje sumido en los escombros. Esperamos el tiempo suficiente hasta que, asesoradas por la Gran Magnificencia, las ventiscas llegaron para erosionar nuestros cuerpos y las nuevas figuras estuvieron más cerca de los pensamientos que de la materialidad. Cuando nos descubrimostransparentes,laspalabrasreciénnacidasavanzaroncomooleadasportodoslosterritorios,dejando algo de sí a su paso.

Las Sin Sostén

APiel naranja

h, cómo insistía mi mamá con su: “Trae puras infecciones”. Tantos venterronazos, tantos años viviendo al pie del cerro y nunca le había pasadonada.Laúltima vez que la juzgamos estábamos abriendo guaches cuando el aire nos voló el cedazo. Repitió sus palabras con el mismo enojo de siempre y, como siempre, la vimos feo mi hermano y yo. En esa misma tarde regamos agua para que no se levantara tanto la tierra del patio, pero la casa terminó polvorienta de todos modos. La siguiente semana vimos los mezquites dascascararse, doblándose casi hasta el suelo y escuchamos las láminas desprenderse de los gallineros. Parecía un huracán seco en medio del valle. Los niños dejaron de ir a la escuela porque a los más chiquitos se los tragaban los remolinos y muchos vecinos encerraron los gatos en sus casas.

Al principio el aire no traía infecciones, sólo se fue llevando el polvo y trajo nuevo. Nunca habíamos visto tierra tan colorada, pero no fue algo que nos hiciera detener los días. Salíamos a la tienda bien tapados a pesar del calor y arrastrando piedras o botes llenos de cemento “por si las dudas”. Creo que don Sergio fue el primero en darle la razón a mi mamá, un día lo escuché en la tienda diciendo que tenía los dedos manchados, como si hubiera “comidocacahuatesconlaspatas”.Nosacostumbramosprontoatenerlasventanascerradas y al chiflido de los árboles en la noche, hasta nos pareció común que la piel de las personas cambiara de color.

Todos pensamos que iba a ser temporal, nada más mientras el viento se llevaba la tierra roja y traía nueva, pero no, siguió trayendo más y más hasta que se hicieron montoncitos en las tapias. Eso que creíamos que era una infección no sólo afectó a los que salíamos de la casa, también a los de adentro. Los dedos se ponían naranjosos, luego las axilas, el cabello, todo.Nohubomássíntomasademásdelcolor,sólonosfuimosponiendonaranjasycenizos. Como tres meses después, la velocidad del viento disminuyó, pero no paró. En una de esas, vi a la hija de doña Benita y el del Bimbo dándose un beso, él no era naranja, pero pronto se le pusieron los labios grumosos y manchados. Creo que antes de subirse al camión se le quitó, así que no pasó a mayores. Ese día me entró la duda de si todos los besos levantaban la piel, le pregunté a mis amigas y lo confirmaron. Me dijeron que no sólo se hacían los bultos, sino que pasaba “algo más”, pero que no me podían decir qué, que yo lo debía de vivir, si no no contaba. No tenía prisa, así que llegó el día sin esperarlo. Fue cuando nos tocó velar en la capilla, Leoncio estaba limpiando el polvo del San Felipe con tanto esfuerzo que me acerqué a ayudarle, de agradecimiento me dio un beso en la mejilla. Sentí como si mi piel fuera de masa, se me empezaron a formar grumos y en sus labios también. No recordaba lo que me habían dicho mis amigas hasta que vi que su boca se llenaba de granitos con la forma de mi cara. Los dos nos quedamos sorprendidos hasta que desapareció todo rastro del beso. Seguimos limpiando y luego nos quedamos a rezar. Después de descubrir el secreto los chiflidos sonaron más tranquilos esa noche, o tal vez se escuchabamásfuertegolpeteodemicorazónalrecordarlascaritasdeLeoncioenmimejilla.

Los habitantes del cielo

― Los abuelitos no viven ahí arriba, ahí viven otras personas. ¿Sí ves el Sol?, Ahí viven los

― ¿Quién te dijo esas cosas?, por supuesto que los abuelos viven en el cielo, no en el Sol, pero sí entre las nubes. Hasta nadan en el azul, es como su mar. Mira, ahí está el de tu prima

― Nadie, yo lo sé. No voy a voltear porque no es don Serapio, es un solillo y no tiene

― A ver, tú que sabes todo, ¿qué relación tienen los “solillos” con los “lunoides”?, ¿están en

― Tú no sabes nada, no se llaman así. Son “luninos” y no les gustan los solillos, les tienen miedo porque roban su queso. Parecen ratones azules, pero más chiquitos, con tres ojos. Ellos sí bajan al mar ése que dices, pero no usan barcos normales, son lanchas en forma de

― Entonces los luninos no son personas, así que supongo que los solillos tampoco. Ya que

― Te digo que no sabes. Cuando yo estaba chiquita vi que la Luna no era de queso, pero me enteré que los luninos se robaban las vacas del mundo para hacer muchos quesos de muchos tipos. El Sol no es de durazno, es de pulseritas, porque a los solillos les gustan mucho las fiestas, compraron muchas y las amontonaron. Todos son personas, yo digo que también los animales son personas, pero que no hablan y están bonitos.

― ¿Has platicado con los luninos y solillos o por qué sabes tanto?

― Porque los vi cuando estaba chiquita. ¿Me compras un disfraz de vaca para que me lleven?

― No, mejor hay que mandarles una carta con tu petición en un globo con forma de vaca. Es más, cuando acepten llevarte, ¿qué te parece que les compremos muchos quesos y pulseras?

― No, porque me los voy a comer en el camino y las pulseras se las voy a querer vender. Mejor cómprame el disfraz de vaca.

Aliento

Las escaleras formaban una espiral hasta el cielo. Durante el ascenso las participantes advirtieron el deslave de los colores. En lo alto de la torre, donde el rosa y amarillo apenas se percibía en las columnas, formaron un círculo, sin apartar la mirada del suelo. Al escuchar las campanadas retiraron sus mascarillas. “Ahora pueden confiar en sus pulmones”, indicó la líder aún conectada al tanque. La estructura del edificio fue útil para lograrelcometidoinicial,puesaunquelascorrientesaéreaseranfuertes,cargabanmuypoco oxígeno.

A pesar de ser acariciadas por la muerte, las jóvenes no pudieron contener la felicidad. Se prepararon por años para ese momento, cosecharon nubes para hacer sus atuendos y asistieron sin falta a las reuniones sabatinas. Con los pulmones vacíos, en medio de la desesperación, algunas rasgaron sus vestidos, incluso una de ellas hizo surcos con las uñas a través de su cara. La escena, sin lugar a dudas, parecería horrible para alguien externo al culto, pero para ellas era el momento cumbre de sus vidas.

Las miradas abandonaron el suelo para instalarse en los vitrales del techo. La luz interior surgió a la par del último aliento. Tal como lo dictaban las escrituras, la líder se desconectó por unos segundos del tanque para despedir a cada una de las jóvenes con un susurro sobre la frente. Previo al fin de la ceremonia las campanas anunciaron la fuerza del viento, mismo que entró por las puertas y deshizo los cuerpos para reintegrarlos a las alturas.

PAOLA RUIZ

Al leer las estaciones

No me había atraído antes, prefería la lavanda y el hibisco. Hasta que todos se me borraron entendí que la única que me escuchaba era ella. Empezó enmarañando mi cabello cada que pasaba cerca, ambas nos reíamos, pero pasaba de largo. Luego decidí tumbarme a su lado dos o tres veces por semana, remolía con los dedos los tallos de las florecitas que me echaba en la falda hasta quedar húmeda.

Fui de a poco, le hablé sobre mi color favorito, lo que me gusta hacer cuando me quedo sola, solté algunos secretos claros, luego los oscuros, ella también lo hizo. Cuando el viento sustituyó al sol acordamos vernos más seguido para “congelar” la primavera. Hacía una jarra entera de chocolate y la compartíamos a media tarde, al despedirme se apretaba a mis suéteres o se enredaba en mi bufanda, quería más tiempo de mí y yo no quería irme.

De pronto me sorprendí dejando abierto el balcón a pesar del frío. A veces despertaba con flores suyas en mi edredón, lo que me decía que había despertado antes que yo. Mis atenciones se limitaban a proveerle agua y chocolate, hasta que una mañana bajé mucho antes de lo acordado, soñé que era ella quien venía conmigo. Me paré de frente, tomé una de sus flores, la acerqué a mí, el aroma me circuló entre la nariz y boca, cerré los ojos a una oscuridad más profundaquelaacostumbrada,conocísurostroalfin,elmismoqueveocadatardecuandotoma mis manos entre las suyas.

EPIFANIA

En nuevas manos

Julia creció apartada de sus padres, así que sólo conoció la felicidad a través de las palomas. A los siete años empezó a atraparlas, aunque era pequeña, le preocupaba mucho que las jaulas fueran lo suficientemente amplias como para guardarlas. Debido a que la atención de su madre era inexistente, pero los recursos ilimitados, en la adolescencia mandó a hacer decenas de jaulas, suficientes como para tapizar el muro más grande del patio.

Según las costumbres de la época, se comprometióalos18añosconuncirujano, dos años mayor. Antes de aceptar la propuesta dejó salir su única condición, él debía de replicar el muro de jaulas antes del casamiento. Tal como lo pidió, el patio se llenó de aleteos, mismos que la acompañaron durante la luna de miel, luego en el embarazo y hasta en los primeros pasos de Julia en la maternidad. Debido a la presencia permanente de las palomas, Luisa, la única hija del matrimonio, no podía imaginar a su madre sin evocarlas primero.

Undíalacasasecubriódetristeza.LospulmonesdeJuliaempezaronafallarylaspalomas a morir, cuando ella falleció, apenas quedaba un par. Tras el sepelio, Luisa fue al patio, las sacó de la jaula y lloró por días mientras las alimentaba encima de la cama de su madre. Encerrada, con el cuarto rebosante de pesar, pensó en una solución, debía de encontrar algo de su madre para hacerlo parte de ella misma. Se midió todos los vestidos y comprobó que no eran de la talla de la pérdida, algo parecido pasó con las joyas y los libros a medio leer. Lo único que le parecía suficiente eran las palomas.

Delamismaformaenlaquelassacódelajaula,saliódelahabitación.Perdiólacuentadel tiempo enclaustrada, pero fue hasta la biblioteca de su padre, le mostró las aves y contó lo que había pensando. A la mañana siguiente, de inmediato, padre e hija iniciaron el proceso. Los sedantes hicieron efecto según lo planeado, la extracción se hizo con éxito y el implante también. Cuando Luisa despertó de la anestesia intentó mover los “pulgares”, pero el estímulo generó un leve aleteo. La operación resultó perfecta.

A pesar de los contratiempos que supone un cambio de ese nivel, la joven se acostumbró a tener palomas vivas en lugar de manos. Tuvo que empezar a dormir con virutas de periódico enlacamayapicotearalpistesiqueríadisfrutardepiezasdepancasicompletas.Cuandosus heridas internas y externas sanaron, volvió a la cotidianidad, con la diferencia de que ahora podía hacer volar las canastas con flores de su jardín. A donde quiera que iba se sentía acompañada por su madre, a diferencia del vacío que ella experimentó a su misma edad.

La primera vez que salió al mercado, saludó al mundo con sus nuevas manos. Recibió muchos halagos, incluso doña Eusebia le ronroneó desde el gatito incrustado en su corazón y Octavio hizo sonar sus pezuñas al ver que una parte de su vecina Julia seguía viva. Luisa, por su parte, dejó que sus manos la dirigieran con su vuelo a través de las plazas del pueblo.

VERÓNICA CERVANTES

Bocanada

Mi visión comienza a acostumbrarse a la luz cálida de las farolas. Entre entes que toman forma de postes, alambres, casas, siento mis pies pisando el áspero y fresco suelo. La incertidumbre dura poco, no estoy en mi cama sino parada en la mitad de la calle. Sé dónde estoy y cómo llegué. Reconozco los árboles y las aceras, por las que he pasado tantas veces que no puedo contarlas. Pero hay algo distinto, no entiendo qué, no es igual a las otras veces que he caminado dormida. No es el desconcierto que viene después de desprenderse de un sueño, sino una sensación extraña que va más allá mientras mi corazón acelera.

Me obligo a calmarme, respirar; sin embargo, ahora lo noto, el viento grita. Apenas se pueden escuchar, son lejanos, pero ahí están, unos agudos, otros más graves, parecen cientos que viajan en una corriente que me pega en el rostro. El miedo aumenta y se atora en mi garganta.

Me he preparado para esto. Mi sonambulismo empeoró casi al final de mi adolescencia, durante aquel proceso de dejar atrás una vida y enfrentar forzosamente otra que es aún más desagradable. Ahí adquirí la costumbre de dormir abrigada, al menos con un suéter, pero nunca con calcetines, no los soporté. Me concentro en eso, no tengo frío, pero bajo mi vista y me doy cuenta de que desde mis plantas y dedos que ya están rojos, algo helado sube por mi cuerpo. No estoy dormida, nunca en mis sueños me había sentido tan vulnerable. Aún con la mirada abajo, me distraigo con las líneas torcidas del suelo que la sequía alcanzó, también se estremecen. La división entre un adoquín y otro sube lentamente y luego baja. El terror despega mis pies y me hace caer de espaldas, pero yo no dejo de mirar cómo la tierra respira. Los vuelvo a escuchar, como si cada exhalación dejara salir los alaridos. Son tan terribles que el calor deja mi cuerpo y el frío se apodera de mí, tiemblo, pero otra vez estoy inmóvil.

Mepresionopararecordarmequelanocheyanomeasusta.Cuandotododuermelaciudadcambia,elsilencio destapa cosas que pasan desapercibidas. La noche no me asusta, pero sí lo que revela. Algo perdido que acecha, que no puede salir a la luz del sol. Aunque ajeno, siempre ha estado ahí, se esconde en los muros antiguos construidos con huesos y sangre. Siempre sangre que mancha la explotación de la cantera con un profundo dolor. La oscuridad envuelve, aunque sea ignorada.

Despacio y con las piernas temblando, como si mi falta de equilibrio o ese algo que está enterrado quisiera que caiga otra vez, me pongo de pie para largarme de aquí. Busco la salida y me doy cuenta de que estoy más lejos de lo que pensaba, eso o la calle es más larga. Sé el camino a casa, unas cuadras más y una vuelta a la izquierda. Cuento una, dos, tres, pero nunca llego. Camino más rápido, ninguna de las esquinas es la que busco. La desesperación invade mi pecho, mis pulmones. Mi principal preocupación es escapar, así que corro, corro hasta que el oxígeno no alcanza. Mi mala condición física me obliga a parar y regresar a donde mismo, a ningún lado. Intento mirar a un extremo, al otro, pero en ninguno distingo ni el principio ni el final. No hay luna, las únicas luces son las farolas, de un amarillo que va más bien al naranja y que, en lugar de reconfortantes, te llevan a otro tiempo ajeno y extraño. Estoy atrapada.

Detenida nuevamente observo lo que me rodea, las ventanas oscuras, desiertas de un pueblo que parece fantasma. Aún en la oscuridad se sabe que algo las habita. Observa desde el otro lado del cristal. Dejo pasar a todos esos seres invisibles e indiferentes que sólo se dedican a observar desde cada una de sus ventanas. Camino entre sus miradas, pero dejo de ponerles atención. Pienso en meterme en alguna de esas bocacalles que rompen con la interminable vía, pero sé que si lo hago no volveré. Aun así, es deambular por los callejones mal alumbrados o caminar para siempre en este bucle. Doy vuelta en la primera esquina que encuentro y me recibe con una corriente, así como los ya habituales alaridos que parecen hacerse más fuertes.

No había dejado de escucharlos, estaban ahí. Cada exhalación deja salir cientos que después se convierten en miles. Me adentro a los angostos e irregulares callejones. En el laberinto empedrado predominan los edificios más antiguos, descuidados, aquellos que nadie quiere ver, hasta que el pesado tiempo los hace caer. Mis dedos ya no están fríos, ahora el suelo se vuelve cálido y reconfortante. Me dejo perder. Los gritos siguen y yo, aunque sin rumbo, continúo caminando. Me llaman y mis pies responden. Se desplazan con el mismo aire en el que los alaridos viajan. Me llevan entre callejones aún más estrechos. Giramos de un lado a otro. Ellos toman la dirección, yo los sigo.

El suelo parece estar más vivo ahora, las exhalaciones se vuelven más notorias. Los gritos, más fuertes. Ahora comprendo que la noche destapa las entrañas de la ciudad, las vísceras, el corazón, pulmones, de las cuales intentamos huir. La tierra late, respira, se lamenta. Buscamos nuestra comodidad en el día y con él nuestra indiferencia.

Llegamos a donde deberíamos. Desesperados me guían al portal más oscuro de una casa en ruinas, donde sé que ellos habitan. Parece una boca gigante, oscura y sin dientes. No hay puerta, está totalmente abierta, como si invitara a pasar. Me acerco un poco, un poco más. Hay algo en el interior que tengo que ver. Cuando menos lo espero, mis pies tocan la madera húmeda y tibia, probablemente ya podrida. Es raro, no ha llovido en meses. No volteo hacía atrás. Espero a la siguiente inhalación, necesito ver de dónde vienen. Ni siquiera es necesario saltar, la bocanada nuevamente guía mi cuerpo hacía la completa oscuridad y caigo.

Delirium

Escribo sobre los días y las formas, convierto recuerdos en vagos movimientos sin sentido que narran la historia de mi vida, todos fragmentados y carentes de significado. Lo cuento sentada sobre la misma silla fría, vistiendo esta ropa sin elásticos ni agujetas, apenas ajustada a la cintura. Pocas veces he tenido la oportunidad de sabotearle el día a los demás con lo incómodo que puede llegar a ser lo que sale de la boca de una chica que jamás habla, pero, en fin, eso es algo que también intento entender. ¿Por qué deboseryoquienrenuncieamirarseenunespejo,autilizarzapatosytenerderechoaunolor propio y no el mismo de lavandería y escuchar más que murmullos y gritos de las demás mujeres azotando las ventanas como viento?

Asumo que contar mi historia me otorga un gramo de credibilidad o cuando menos se añade una hoja interesante al expediente. A veces creo que los doctores que van y vienen haciendo sus prácticas y los psicólogos primerizos quedan fascinados la primera vez que escuchan mi historia. Sin embargo, a la larga se dan cuenta quenohaynadamás,sólounruiditoincómodoqueprovienedelashojasdandovuelta,esperandoseradornadas con una supuesta verdad y claro, la mirada juzgona de los demás espectadores, agitando documentos sobre sus acalorados rostros, impacientes por oírme. Después de todo hoy estarán de suerte, cuatro años después diré algo más de lo obvio.

CONFESIÓN

04/04/2022

Llegó un día sin previo aviso, como llega ocasionalmente la suerte. Cuando encuentras un billete en el bolsillo del abrigo o te toca la rebanada más grande de pastel. A veces también le llaman así a una noticia inesperada sobre cáncer en tu cuerpo ¡qué afortunada! Te quedaste sin opciones y solo puedes habitar el espacio que te corresponde y entonces sientes la suerte; se agita entre tus cabellos haciendo remolinos y creando caos.

En ese tiempo vivía en una casa enorme, tenía cuatro plantas. Era una de esas casas antiguas del centro: dos de sus pisos eran subterráneos, el último por definición era un sótano en el que el aire se extinguía y solo por un momento podías fantasear con estar muerta. La casa me agradaba era como una seta blanca y pulcra. Admiraba sobremaneraelolor,unamezcladeCloralex,Pinolycigarrillo,siempreblancaydesolada,erademasiadobueno paralosdosmilpesoscadaquincena,porcuidaraunaancianamediomoribundaquesoloqueríafumar;lanzaba humo como si escribiera una novela, cigarro tras cigarro llenaba los ceniceros y luego, cuando no cabía ninguno, se detenía y miraba la puerta de la entrada como quien espera que el papel recite las siguientes líneas. Cuando iba a volver en sí llenaba sus pulmones podridos quizá de aire y resoplaba hasta terminar en una tos que terminaría acudiendo profanamente a irrumpir. Luego, comenzaría de nuevo a inundar la casa con el humo.

TerminabadecuidaralaseñoraVerónicaalas5:30p.m.cuandollegabaelenfermero,tomabamibolsodetela yelabrigoverdeysalíacorriendo,comosiaquellablanquituddelacasamefueraaalcanzaryadevorarsinosalía rápido de ahí.

Culpo a la intriga, ella es la que me condenó a escribir ahora estas palabras. No obstante, también me regaló amanosllenasdesgracia,pero¿quéeslavidasinounpénduloarropadoensilencioquesedeslizaentreelpasado y el futuro, nunca inerte?

Ya no recuerdo su cara ni la textura de su piel. Quizá conservo en la memoria un poco su cabello y sus largas pestañas, pero ya no sé nada sobre sus manos, ni su olor o cómo se sentían sus brazos envolviendo mi cuerpo. Su voz también se perdió entre este ir y venir de la luz entre bombillas blancas y amarillas como los dientes de la anciana.

Debo admitir que desmembrar su recuerdo entre días llenos de reproches, tristeza y rabia no siempre me pareció un gesto compasivo de mi memoria. Quería guardarlo, quería que su recuerdo quedara impreso tal cual era. Deseaba irme a dormir y apretar la almohada pensando que, a la distancia, él haría lo mismo, entonces yo sentiría su piel; escucharía los latidos de su corazón y el calor de su aliento. Pero eso ahora solo me resulta perturbador. Más ahora que las mujeres con las que comparto mi habitación algunas veces les gusta verme dormir, pienso que son las noches en las que entre sueños nos encontramos, quizá por eso me observan tan fijo al dormir, ellas ven lo que vivo. Después el enfermero las retira y se acaba la función.

Ocasionalmente lo llegué a perseguir. Escondida, como un fantasma entre los atajos del internet, me aprendía su rutina. Conocí más a su pareja de lo que lo conozco a él. Nunca tuvimos tiempo para discutir sobre la vida de nadie, sobre los problemas de sus padres o la incongruencia al decir que nos amábamos. Francamente creo que soy una acosadora, no al estilo de Juan Pablo Castel, ni como una esposa que sospecha de la infidelidad de su marido, mucho menos como los sujetos asquerosos que espían por los agujeros de los baños; soy más bien una voyeurista de la nostalgia.

A veces, cuando la bruma es la única compañía, me gusta recordarlo, pero no encuentro nada. Sé que existe porque me siento rota, no incompleta, sino como un espejo fracturado que no ha perdido ninguna parte, pero

no es uno. Sé que él existe porque lo veo, pero parece tan lejano que reconocerme anula toda posibilidad de saber que yo existo en su vida.

¿Él alguna vez existió en la mía?

¡Es real! Por él dicen que estoy aquí.

Si la respuesta fuera positiva debería quedar algún rastro de nosotros en alguna parte del mundo, una carta, un número, algún mensaje o prueba tangible de qué fuimos reales...que no sólo nos imaginamos. Aún así, creo que él me piensa cuando parece que nadie ya pronuncia mi nombre, me desvanezco, por eso es necesario saber que habito en él.

Puedo contarme mil veces la misma historia, que lo conocí un domingo, que me pareció mentiroso y que soporté sus historias carentes de credibilidad. Eso me ayuda para mantenerme lúcida, aferrarme al fragmento de algo que ya no sé si es real. Antes me consolaba ver su rostro cuando andaba a hurtadillas, pero ya no pertenezco ahí, tampoco pertenezco aquí y sé que no lo haré allá o en cualquier sitio que me coloquen. Necesito sentir que soy libre y que lo puedo buscar...mejor dicho encontrar.

Me apena saber que llegué a este punto gracias a la curiosidad, tal vez más que eso, pero los días se sienten eternos en este lugar con olor a mierda y a desinfectante. Pese a todo esto, me rehuso a aceptar un diagnóstico y por consecuencia un tratamiento que, en teoría, me ayudará a olvidar. ¿Cómo puedo querer olvidar a alguien que nunca terminé de conocer?

Yo también quiero saber quién era antes de aquel domingo y qué carajos soy ahora. No sé en qué punto del tiempohabitamimenteenestelugartanblancoysinvida.¿Ahoraeselpasadocuandosesuponíaqueestábamos juntos o el presente donde se supone que cuido a un oráculo en forma de anciana? ¿Y si es el futuro? Que, en todo caso, se convierte en presente y pasado al mismo tiempo, un lugar donde lo construyo y me construyo queriendo entender una historia que no inventé, pero que tampoco ocurre.

Sobre mi defensa objeto que hace tiempo escribí una carta.

ANEXO I

Dear J 2020/05/08

Cada año parece una réplica exacta de nuestro aniversario. El primer “te amo” fue como si los “te quiero” no existieran más en este universo, como si estuvieran perdidos o destinados para momentos esporádicos y personas menos significativas.

Quisiera que la brevedad inundara la existencia de las cosas, que nada pudiera tomar forma, de tal manera que nada nos perteneciera: dicho, escuchado y olvidado. Que nada se retuviera más de un segundo y que sólo pudiéramos recordar una cosa; en ese caso yo me hubiera quedado con tu sonrisa o con la mueca que hacían tus ojos cuando se ponían chiquitos de ternura. Quizá también hubiera guardado las primeras historias, esas que tardabas semanas en contarme, las que me asustaban y las que me hacían querer diluir mi ser en el tuyo.

Todo sucede despacio ahora.

Menos tú…

Como la gota y la piedra, años después seguimos aquí; profundos y errantes, cada día más adentro. Podría rogar para que alguien viniera y me cambiara la suerte de abril por que tu sombra se fuera y no hubiera nada de mí, pero, ¿qué se hace con la piel que se fabrica de momentos?

Feliz aniversario.

Esta es una prueba irrefutable de mi cordura.

Literatura, memoria y denuncia social: el Pulitzer de Cristina Rivera Garza

X: @criveragarza

El 6 de mayo se dieron a conocer a las personas ganadoras del premio Pulitzer del 2024, entre quienes se encuentra la escritora Cristina Rivera Garza. La mexicana obtuvo el reconocimiento en la categoría de memorias y autobiografía por su obra El invencible verano de Liliana (2021).

En la novela, Rivera Garza cuenta la historia de Liliana, víctima de feminicidio en 1990 y hermana de la autora,reconstruyendosuvidaatravésdenotas,diarios e historias recuperadas de las pertenencias de la propia Liliana. También incluye las andanzas de Cristina en búsqueda del expediente del caso de su hermana y sus desencuentros con la burocracia mexicana para buscar justicia.

Rivera Garza reconstruye la vida de Liliana y la escribe en un ejercicio que tiene diferentes objetivos; el primero: nombrarla, recurrir a las palabras para que ella sigaviva,tantoenlamemoriadesusfamiliares,comoen la obra literaria. Darle voz es permitirle ser más que un número más en la lista de asesinadas, convirtiendo así al libroenunhomenaje;aunquetambiénesunrecordatoriodequelaviolenciadegénerocobra vidas y de la importancia que tiene el lenguaje en estos casos.

Para la autora, parte de la causa de muerte de Liliana radicó en la imposibilidad de nombrar y reconocer los diferentes niveles de violencia que vivió durante su noviazgo con quien, al final, se convirtió en su feminicida. El lenguaje cobra vital importancia en este contexto porque ser capaces de llamar las cosas por su nombre puede salvar vidas o, cuando menos, hacerles justicia. Según la autora el poder de las palabras contribuye a un cambio hasta de pensamiento, pues ayuda a entender mejor los acontecimientos.

El feminicidio no se tipificó en México sino hasta el 14 de junio de 2012, cuando el Código Penal Federal lo incorporó como un delito (…) A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para que se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía.

La existencia de una palabra que nombre el crimen específico ayuda a la búsqueda de justicia y a crear conciencia sobre un problema. El lenguaje representa la visión del mundo de una cultura, por ello es que reconocer o crear nuevas palabras permite configurar una realidad. En el caso de la violencia de género, nombrar y reconocer sus diferentes niveles permite que se le pueda identificar.

Por otro lado, Rivera Garza también habla de la estrecha relación entre su decisión de tomar, o retomar, el caso de Liliana con los avances del feminismo en América Latina. Ser acompañada por el movimiento la ayudó a sentir que no estaba sola, que había cientos, si no es que miles, de personas viviendo lo mismo que ella. Encontró que Liliana no era un caso aislado, sino una víctima de este sistema en el que las mujeres somos vistas como un objeto que se puede tomar y desechar.

El invencible verano de Liliana representa el memorial de una joven cuya vida apenas comenzaba y cuya historia, 30 años después, se sigue repitiendo con diferentes nombres y rostros. Liliana Rivera Garza fue asesinada hace 33 años. Nombrarla y visibilizar las negligencias del Estado a la hora de buscar a su asesino es, a la vez, nombrar a Lesvy Berlín, a Marisela Escobedo, Ingrid Escamilla y a todas las que nos arrebatan todos los días.

Foto:

99 segundos

Caminarhacialaventanaescomoirhaciaelfindelmundo. JuanVicenteMelo

9.Agarradadelmarco,abrazomivientre,frentealaciudadquenoadvertiránuestra ausencia.

Irrumpes el aire estancado de mi cuarto con los pasos que das de un lado al otro, con tus brazos que golpean la nada, con tus labios blancos que abres y cierras: con todo tú. Hasta que te detienes y miras la ventana buscando un porqué, el mismo que yo buscaba en ti, papá.

—¿Cómo pudiste? Ya ni la chingas —te frotas los pocos cabellos que te quedan—. ¡Puta madre, puta madre!...

Continúas tu andar. Mamá es un adorno silenciado por el temor, incapaz de opinar o decir algo. Eres su dios y hoy es el día del juicio. Yo estoy parada con la cabeza agachada, lista a caer con el menor de tus roces.

—Tú lo sabías, piruja. Claro que lo sabías. Alcahueteaste a tu hija —la señalas; luego buscas mi mirada, pero esta no te responde—. Contéstenme. Les estoy hablando, ¡chingada madre! Todo es tu culpa.

Desde niña oí como se culpaban entre ustedes, como una veleta que gira en un día revuelto. Entonces me sentaba en el marco de mi ventana, mirando sin mirar hacia el horizonte. No sabía qué pensar, ni qué sentir. Quería salir de ahí y olvidar todo. Pero una pareja de ancianos, que con su paso lento ven las pequeñas cosas como yo, me saludaban y todo volvía a la normalidad.

8.Cantounatonadaquesientosinentender,MaaaahhahhhahhahahAammmMaahaahh…

Un día que no pude más, entré en shock y caí en el tapete de mi cuarto. Supe que lo mejor era que me muriera y, con esa idea, pude sentir cómo un viento suave se coló en mi pecho, comenzó a despegarme de mi cuerpo y, en un abrazo, me alzó para luego dejarme caer de nuevo.

Mi tristeza aumentaba en las noches que no hallaba refugio y donde mi único entretenimiento era ir del espejo a la ventana, una y otra vez. Cansada, me acostaba y el viento me abrazaba fuerte, más fuerte, me envolvía haciendo que dejara atrás mi cuerpo, ya no quería regresarme. Nos fundimos. Escapé de mi cuarto; ahora era la calle, la colonia, la ciudad, el universo. Pasé horas volando. Acaricié a quien se sintiera sola. Le bajé la pelota de una terraza a un niño. Cuando la anciana quedó viuda, me conmovió tanto que me metí entre los árboles y con ayuda de las hojas, recreamos la canción que su esposo le dedicaba. Visité planetas y envié los deseos de las personas a las estrellas. Cuando me sentía mejor volvía a mi cuerpo. Ayudé a muchos, pero ¿quién me ayudaba a mí?

7.Losárbolestambiéncantan,paranosotras,¡paranosotras!

Ahora, por la ventana se va mi humo del cigarro. Ha entrado un hombre que me dio la atención que no pudiste. Gracias a él, me sentí amada, con un sentido. Alguien me valoraba como era, me dijo que era bonita, linda y muy lista. Era su carne la que me abrazó, calor humano. El viento y yo dejamos de ser uno, pero me bastaba con el vaho de sus labios para consolarme. Mientras tú, papá, estabas feliz en las cantinas y, como dirías tú, con tus “pirujas”. ¿Aún así me reclamas?

Dime, ¿qué vas a hacer mamacita? ¿Ya le dijiste a ese cabrón?

¡Ay, papá! Si supieras que me pegó cuando se enteró. Me acordé tanto de ti. Cuando lo hizo, su mano se le comenzó a poner roja, como si se le quemara. Gritó de dolor y en mi vientre escuché una risa.

¿Qué vas a hacer, papá, si lo ves? ¿Le vas a reclamar y después te irás como siempre?

6.Cierrolosojosymerepito:“Todoestarábien;todoestábien”.

Sigues tratando de gritar, pero tus labios se pegan; tu enfermedad te va acechando. Impotente, miras a mamá y le levantas la mano. Por la ventana entra una ráfaga de aire que me abraza y quiere llevarme. Te acercas a mí, ensalivas los labios «Chingada madre, no creí que estuvieras tan pendeja», me cacheteas y caigo. No siento el dolor, me he convertido en viento.

—¡Detente, Juan! Ya lárgate y déjanos a las dos solas —dice mamá.

5.Notehallaréenlosecosdelasbanquetas,nienlosmetalesdeloscarros,nienelllantodelasnubes.

Salgo volando por la ventana y me elevo muy alto: diez, veinte, treinta metros, puedo ver toda la colonia. Soy libre de nuevo, sus voces son solo ruido de fondo. Comienzo a descender a gran velocidad y, antes de estrellarme, me levanto. Siento una emoción inmensa. Quiero ser viento, ya no quiero ser yo.

—Tú ni hables cabrona, ya sé que te andas metiendo con Paco —cacheteas a mi madre.

Siento su dolor y decido regresar al cuarto. Bordeo tus labios para quitar la humedad que te queda y ya no hables más.

4.Mibebé,mibebé,siempreestaremosjuntas.

Mamá empieza a llorar, y su plañido hace que el viento me transporte a otro tiempo. Miro a mi yo del pasado asomadaporlaventana,veocómosufreporlasnochesdondenoestabas,imaginandoquepodíashabermuerto. Pobrecita. Su madre le dice que por su culpa te vas, que si no estuviera serían tan felices. Quiere llorar, pero no puede,sequedatiradaeneltapete.Eltiempoavanza,añostrasañoslamismaescena:reclamos,ventana,tapete, mirada perdida, papá entra y sale, reclamos… Llego al futuro, le reclamo a mi hija que ahora está en el tapete…

3.Liberarémialmadeestecuerpoparavolveraserpolvo,delpolvoalfuegoydelfuegoalviento.

—Juan, te juro que no he hecho eso —dice mamá que siente que ha fallado.

Trato de huir de nuevo, pero no puedo. El llanto de mamá me atrapó en mi cuarto. Desesperada, me vuelco a ser un ventarrón. Tiro las fotos de nuestras vacaciones, el póster de los Beatles y el retrato que tenemos juntos, cuando eras mi super héroe. Quieres cerrar la ventana. No podrás. Las hojas de los árboles inundan la habitación, el polvo entra a tus ojos. Estás pegado contra la pared, así te quería ver. ¡Sufre! Sufre un poco de lo que nos has hecho sufrir. Colocas tu mano en tu rostro y avanzas. Una pluma de paloma entra en tu boca, la escupes. Debo vencerte, al menos esta vez. Te lanzo lo que puedo: las cenizas del cigarro, las pelusas del tapete yhastalasvirutasdeloscoloresqueutilizoparaundibujoquenuncaacabo.Lograscubrirte,peropuedovertus ojos queriendo sangrar. En un gesto de desesperación, gritas del mismo modo que cuando nos defendiste hace años de aquel asaltante. Eso hace que me confunda y te da tiempo de llegar a la ventana y cerrarla. Recuperas la humedad de tus labios.

—No,nolopodemosmantener,yadebomucho.Teponesatrabajaroloabortasotelargas—mepateas las piernas— ¿Entendiste, pendeja?

Ignoras los gritos de mi madre suplicando que me dejes. Te agachas, vuelves a cachetearme y te vas. Ya lo entendí, soy un puto problema. Me he quedado flotando en la habitación, vencida y desesperada. Solas.

2.Túyyocontraelmundo,¿quépodríamoshacer?Síestamossolas,solas.

—Hijita,entiendeatupapá,apenaseresunaescuincla.Seráscomosuhermanita.Ven,lloraloquetengas que llorar.

Cuando me abrazas, un movimiento en el vientre hace que regrese a mi cuerpo. Es el vínculo de abuela a madre, de madre a hija. Las emociones se mezclan en mí, quizá todo esto sea un mal tiempo, un huracán que pronto claudicará. No, no debo engañarme, siempre será así. Te aviento y señalo la puerta... ya es muy tarde. Sales del cuarto, estoy paralizada. Con el cierre de la puerta, la cortina ondea y entra la luz del sol a acariciarme, siento fuego en mi vientre. Con esfuerzo logro levantarme. De nuevo la ventana. En la calle está el vecino al que nunca le hice caso paseando a su perro; me saluda y lo mando al carajo. Trato de encender mi cigarro, pero el fuego no lo prende. Rendida, mis ojos se nublan, el calor de mi vientre se ha extendido en mí. Quiero convertirme en viento para siempre. Abro la ventana de nuevo, me paro en el marco y susurro…

1.Hija,noquieroestoparati.Cuandomeestrelle,yanoserésoloviento.

Ahora, tendré una llama que serás tú. Podremos calentar a los que tengan frío y acariciar a los que se sientan tristes… Incendiaremos todo y haremos algo de este mundo de mierda. Una lágrima cae al suelo. Tomo un suspiro, arremolino los recuerdos de mi vida y me aviento.

0.Siquieresvivir,viviremos.

Me estrello, pero sigo viva, el concreto se ha quemado, se ha vuelto suave. No siento los golpes, solo un poco de calor en mí. Estoy confundida, pero después de un tiempo entiendo, me levanto y sigo.

Las noches seguirán siendo las mismas

Porque sólo sé habitar las caricias que no son mías.

Mierda, chica, respira. ¿Lo ves? ¿Lo puedes escuchar?

Porque este rostro ya no lleva un nombre. este cuerpo no obedece comanda alguna. pertenezco a lo desconocido ya no quiero seguir inhalando este veneno

Respira

Me sentencio al final en el vals que invita a la fortuna de la noche que abre sus brazos en una canción bendita que hace celebrar el inicio del tiempo de la felicidad: mi última sombra ¿Puedes respirar?

Nunca de nuevo

ningún corazón será roto por mí

ninguna lágrima caerá en las calles solitarias de nuevo

Adiós

A mi padre se lo llevó el viento

JÍCAMA N CON ANSIEDAD

Papá no murió, se desvaneció.

No se fue a dormir y al despertar le encontramos sin vida, tampoco estuvo encerrado en una habitación de hospital padeciendo dolores o enfermedades. No tuvo un accidente de tránsito ni alguna pelea.

Papá fue al trabajo y, en el camino, se convirtió en humo.

Eralunes,lorecuerdoperfectamente.Selevantóantesdequesalieraelsol,comotodoslos días, preparó sus cosas, hizo su almuerzo y dirigió sus pasos hacia la puerta. Su rutina era siempre la misma, por eso no me cuesta reconstruirla. Si cierro los ojos puedo imaginarlo: su playeradelCruzAzul,pantalonesdemezclillaytenis.Unacachuchasobresucabellorizado. Subir a su auto y empezar a conducir.

Llegar al trabajo le tomaba 8 minutos. Durante ese lapso ocurrió la transformación. Imagino sus manos tornándose grises, del color del cemento, endureciendo, hasta que se volvieron piedras y se rompieron. Le pasó lo mismo al resto de su cuerpo y ese polvo se convirtió en un remolino, que giró y giró, hasta que consiguió escapar por las ventanas del coche.

Si mi padre hubiera muerto tendríamos una tumba a la cuál llorarle. Podríamos ir al panteón, en Día de Muertos o su cumpleaños, y llevarle flores, para que sepa que lo seguimos pensando. Pero no tenemos nada de eso. No pudimos velar su cuerpo, tampoco enterrarlo. Lo único que nos dieron fue una llamada telefónica, tres días después de que lo vimos salir de casa por última vez, mamá contestó, mis hermanas y yo escuchamos su llanto, pero no sabíamos qué sucedía. Nos explicó después.

Sabemos que papá no está con vida, pero no tuvimos un cuerpo para despedirnos. No sé si pudo llegar al cielo, porque nadie sabe de dónde viene ni a dónde se lleva las cosas el aire.

Papá se convirtió en humo y se lo llevó el viento.

Intercesiones

Recomendacionesairosas:

Avessinnido (1889)

Considerada una de las obras pioneras del indigenismo, esta novela retrata la vida en un pueblo pequeño en Los Andes. Muestra a sus lectoras los abusos cometidos contra las poblaciones indígenas, tanto por figuras de autoridad política como por figuras religiosas. Abusos que se traducen en diferentes tipos de explotación, incluidas la del cuerpo de las mujeres.

Pájarosenlaboca(2009)

Colección de cuentos publicada en 2009 que le valió a su autora grandes premios y ha sido traducida a más de 12 idiomas. Los cuentos que comprenden dicha colección tratan temas varios que se presentan a la lectora desde diferentes perspectivas y abordan temas relacionados a la desesperación, locura, problemas en el hogar, la muerte. Los textos que componen esta antología se acercan a lo terrorífico, pero con elementos que parecen totalmente cotidianos.

Elmurmullodelasabejas (2015)

Ambientada en los años de la revolución mexicana, esta novela cuenta la historia de un niño con un origen misterioso y el destino de cambiar la vida a la familia que lo cría como si perteneciera a ella.

Lashojasmuertas (1987)

Relata la vida de un joven libanés, cuya vida se ve marcada por su participación en causas que le resultaban lo suficientemente justas como para luchar por ellas. La autora utiliza un lenguaje capaz de hacer que los acontecimientos sencillos o cotidianos parezcan sucesos de máxima importancia.

Lospeligrosdefumarenlacama(2009)

Mariana Enríquez en la reina de la literatura latinoamericana actual y en esta colección de cuentos nos muestra doce historias que atrapan a sus lectoras como si se tratase de un ejerciciodehipnosis.Elterrorenestoscuentosseproduceatravésdepersonajesuobjetos que resultan elementos clásicos en textos de este género, pero desarrollados en un mundo completamente moderno.

VioletEvergarden(2015)

Entrenada para ser una máquina de guerra sin emociones, Violet pierde el camino y propósito de su vida al perder ambas manos en una explosión. Se ve obligada a conseguir un oficio al cual dedicarse y encuentra en la redacción de cartas, que expresan los sentimientos de otras personas, la manera de conectar con ella misma y aprender sobre las emociones. Poner en palabras los sentimientos de otros, la ayuda a descubrir qué es el amor y sus diferentes variantes.

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