también de fina seda. Ritual al que nos era permitido asistir a veces y que, además de anunciar la noche libre para armar nuestros espectáculos, nos iniciaba a mi hermana y a mí en los secretos de “el mundo de los grandes” al que invariablemente se nos remitía a los chicos con el infalible “ya lo sabrás cuando seas grande”. Era como levantar apenas la puntita del velo tras el cual se ocultaba ese misterium tremendum al que accederíamos “algún día”. Verlos escoger el traje, a Ella frente al tocador ésas sus codiciadas joyas, que “algún día” heredaríamos —ese “algún día” nos enteramos de que en realidad mi padre se las traía prestadas, costumbre que también practicaban los otros dos tíos joyeros—, para la ocasión con tal de que no usara las de mi abuela, fruto por lo común de abonos no cubiertos por el incauto que hubiera recurrido a ella para solicitar un préstamo en efectivo. Mi madre adoraba en particular las esmeraldas. Mi abuela los zafiros y las turquesas. En Ella, más que detalles que la sacaran de quicio, eran obsesiones peculiares: que poner bolsitas con hojas de lavanda entre la ropa y canicas de naftalina en donde colgaban los abrigos y prendas de lana los conservaba para siempre; que bañarse de noche era malísimo porque acostarse con la cabeza mojada hacía daño; que ciertos alimentos causaban alergia o eran nocivos per
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Stanley Scott, Tension Study #13, carbón / pastel, 2008
de esas travesuras imperdonables nos hacía meternos a la cama antes de que Él regresara de la Joyería para, en caso de que Ella nos acusara, no verle la cara de fastidio y enojo, y no tanto porque nos fuera a pegar —rarísima vez llegó a darnos una nalgada— sino por el lío que se iba a armar entre Ellos y el lapso de silencio que quedaría flotando en la casa amén de desvanecernos de su campo de visión donde de por sí no entrabarnos muy a menudo. De ese “miedo” aprendí que si bien no son las palabras más terribles las que des truyen una relación, tampoco las más cordiales son precisamente las que la sostienen, y que pedir a toda costa la “verdad desnuda” puede resultar más que fatal. De ahí igual sea probable que me convirtiera en una cazadora de instants of being a la manera woolfiana. Escuchar juntos por las noches los programas de Cri Crí a través de la radio, la “Hora Idish” los domingos seguida de la “Hora Española” y sus zarzuelas, el cante hondo; verlos de buen humor engalanarse para asistir a alguna boda, al teatro, el perfume, la loción, la corbata a tono con el fino traje sastre, los guantes, cuál de las bolsas de chaquira o bordada, mancuernas y pisacorbata, pañuelo con inicial, pañuelo de encaje, calcetines, medias de seda para la ocasión cuidadosamente enrolladas para evitar la nefasta “carrera”, la ropa interior