La Palanca 14

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también de fina seda. Ritual al que nos era permitido asistir a veces y que, además de anunciar la noche libre para armar nues­tros espectáculos, nos iniciaba a mi hermana y a mí en los secretos de “el mundo de los grandes” al que invariablemente se nos remitía a los chicos con el infalible “ya lo sabrás cuando seas grande”. Era como levantar apenas la puntita del velo tras el cual se ocul­taba ese misterium tremendum al que accederíamos “algún día”. Verlos escoger el traje, a Ella frente al tocador ésas sus co­diciadas joyas, que “algún día” heredaríamos —ese “algún día” nos enteramos de que en realidad mi padre se las traía presta­das, costumbre que también practicaban los otros dos tíos joyeros—, para la ocasión con tal de que no usara las de mi abue­la, fruto por lo común de abonos no cubiertos por el incauto que hubiera recurrido a ella para solicitar un préstamo en efec­tivo. Mi madre adoraba en particular las esmeraldas. Mi abuela los zafiros y las turquesas. En Ella, más que detalles que la sacaran de quicio, eran obsesiones peculiares: que poner bolsitas con hojas de lavanda entre la ropa y canicas de naftalina en donde colgaban los abrigos y prendas de lana los conservaba para siempre; que bañarse de noche era malísimo porque acostarse con la cabeza mojada hacía daño; que ciertos alimentos causaban alergia o eran nocivos per ­­­­

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Stanley Scott, Tension Study #13, carbón / pastel, 2008

de esas travesuras imperdonables nos hacía meternos a la cama antes de que Él regresara de la Joyería para, en caso de que Ella nos acusara, no verle la cara de fastidio y enojo, y no tanto porque nos fuera a pegar —rarísima vez llegó a darnos una nalgada— sino por el lío que se iba a armar entre Ellos y el lapso de silencio que quedaría flotando en la casa amén de desvanecernos de su campo de visión donde de por sí no entrabarnos muy a menudo. De ese “miedo” aprendí que si bien no son las palabras más terribles las que des­ truyen una relación, tampoco las más cordiales son precisamente las que la sostienen, y que pedir a toda costa la “verdad desnuda” puede resultar más que fatal. De ahí igual sea probable que me convirtiera en una cazadora de instants of being a la manera woolfiana. Escuchar juntos por las noches los programas de Cri Crí a través de la radio, la “Hora Idish” los domingos seguida de la “Hora Española” y sus zarzuelas, el cante hondo; verlos de buen humor engalanarse para asistir a alguna boda, al teatro, el perfume, la loción, la corbata a tono con el fino traje sastre, los guantes, cuál de las bolsas de chaquira o bordada, mancuernas y pisacorbata, pañuelo con inicial, pañuelo de encaje, calcetines, medias de seda para la ocasión cuidadosamente enrolladas para evitar la nefasta “carrera”, la ropa interior


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