6 minute read

No tan inusual

Miguel

PEDRO

Alas 10:25 de la mañana del 2 de agosto de 1980 una maleta abandonada llena de explosivos de alta potencia hizo volar por los aires la estación de trenes de Bolonia, que en ese momento, en pleno periodo vacacional, estaba llena de gente. El ataque, perpetrado por un grupo fascista, mató a 85 personas y dejó lesionadas a más de 200.

Tres lustros después, el 20 de marzo de 1995, una delirante secta religiosa orquestó un atentado con gas sarín en el Metro de Tokio. La sustancia neurotóxica, colocada en bolsas de plástico en varios vagones, causó la muerte de 13 pasajeros y enfermó a cerca de 6 mil.

El 11 de marzo de 2004 una organización islámica fundamentalista detonó paquetes explosivos en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid, con una pérdida de 190 vidas, además de lesiones a 187 personas.

Al año siguiente, la mañana del 7 de julio de 2005, un grupo de orientación similar hizo estallar tres bombas en otros tantos vagones del transporte subterráneo londinense y una más, en un autobús urbano. Murieron 56 personas, incluidos cuatro sospechosos del ataque, y otras 700 resultaron heridas.

El 29 de marzo de 2010, en lo que fue llamado “lunes negro”, Moscú, dos artefactos explosivos llevados al Metro de Moscú por dos presuntas simpatizantes de la independencia chechena, mataron a 40 y lesionaron a 102.

El 11 de abril del año siguiente, una bom- ba de fabricación casera que estalló en la principal estación del transporte suburbano de Minsk, mató a 13 personas e hirió a 204, atentado que fue vagamente atribuido por las autoridades de Bielorrusia a “un grupo anarquista”.

El 22 de marzo de 2016, en la capital de Bélgica, dos ataques con explosivos simultáneos en el aeropuerto de la ciudad y en la estación Maalbeek del Metro, mataron a 32 personas (20, en el transporte subterráneo) y lesionaron a 300 más, además de tres perpetradores que se inmolaron.

El 3 de abril de 2017, un individuo de Kirguistán se hizo estallar abrazado a un paquete repleto de metralla en un vagón del ferrocarril metropolitano de San Petersburgo, con saldo de 16 muertos, incluido el autor, y 64 lesionados.

En la mayoría de los casos mencionados hay razones –no justificaciones– relacionadas con el acontecer internacional: Madrid y Londres fueron escogidas como objetivos por los integristas islámicos debido a la participación española y británica en la invasión de Irak de 2003; los ataques en Moscú y San Petersburgo tienen que ver con las confrontaciones en repúblicas ex soviéticas que mantienen nexos conflictivos con Rusia; en cuanto a Bruselas, baste con recordar que esa capital es sede de los máximos organismos de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

Los grandes sistemas de transporte colectivo son un blanco apetitoso para ejecutar designios criminales, sean de origen político o religioso, y los atentados en ellos resultan una forma relativamente fácil de causar desestabilización, terror y desconfianza masiva entre las población, por

“América Latina corre el gran peligro de sucumbir una vez más a la influencia estadunidense, sin que ello le impida relanzar dinámicas de cooperación dentro de su continente”. En suma, Europa y América Latina seguirán subordinadas a Estados Unidos y, por tanto, serán las que tendrán más dificultades para encontrar su lugar en el nuevo mundo.

El caos sistémico es tan profundo y los medios monopólicos que desinforman están tan naturalizados, que resulta difícil hacerse una composición clara de dónde estamos, un paso ineludible para intentar descifrar adónde vamos. Aún sabiendo que el intento puede quedar corto o salir rematadamente mal, ahí van algunas ideas sobre lo que vivimos.

En la escala global, el análisis del think tank Laboratorio Europeo de Anticipación Política, en su boletín 171, parece acertado: “Un nuevo paradigma macroeconómico y geopolítico sigue tomando forma y creemos que la Unión Europea se verá principalmente debilitada, detrás de su protector histórico, Estados Unidos, que preserva su poder mundial junto a una China en la encrucijada y una India floreciente” (https://bit.ly/3wqD8PH).

A renglón seguido, destaca que

En segundo lugar, debemos mirar lo que sucede en la cotidianidad de nuestras sociedades. El portal brasileño Passapalavra escribe sobre la ultraderecha: estamos ante un gran movimiento social que “nace de la barbarie de territorios cada vez más manejados por la violencia directa de una normativa que se aleja de la lógica de los derechos sociales”, anclada en prácticas capitalistas que mercantilizan desde los territorios populares hasta los propios “cuerpos mercancías” (https://bit.ly/3wdIAWh).

La autora del texto, la urbanista Isadora de Andrade Guerreiro, afirma que el progresismo no es capaz de leer lo está fuera de la institucionalidad dominante. El mundo del crimen (entendido como el conjunto de la acumulación por despojo), diluye las fronteras entre trabajador y delincuente, entre legalidad e ilegalidad. Una vez disuelto aquel mundo cohesionado de la sociedad salarial, “a través de las guerras en curso”, la sociedad está en proceso de reorganización.

Este modo de producción criminal necesita una nueva institucio- la cantidad de personas a las que pueden afectar de manera relativamente sencilla sea matándolas, lesionándolas, reducirlas al pánico o, simplemente, haciéndoles imposible el transporte. Tales sistemas pueden ser también objeto de sabotajes de diversa magnitud perpetrados o alentados por oposiciones de cualquier clase o por meros sujetos enloquecidos, como el que el 12 de abril del año pasado disparó sobre los apretujados pasajeros de un vagón del Metro neoyorquino. En todo caso, no todos los ataques contra el transporte urbano merecen la clasificación de terroristas. Hace unos días, en la Estación del Este, en París, se registró un incendio intencionado, que aunque provocó una severa afectación a la red de Metro, se calificó oficialmente de “acto de vandalismo deliberado”. El patrón de sucesos recientes en el Metro de la Ciudad de México –que no puede explicarse por fallas técnicas o humanas ni por omisiones de mantenimiento– no es un riesgo menor y obliga a pensar que hay un designio de sembrar en la población capitalina miedo, incertidumbre, malestar y, desde luego, descontento contra la jefatura de Gobierno. De ser así, sería una apuesta criminal que podría causar más muertes y daños materiales, y cuyos instigadores deben ser identificados, detenidos y sancionados conforme a la ley y que justifica con creces la vigilancia de las instalaciones del Sistema de Transporte Colectivo por efectivos de la Guardia Nacional. Esa cadena de incidentes y accidentes “inusuales” es, actualmente, la mayor amenaza potencial a la seguridad pública y la estabilidad en la capital del país. navegaciones@yahoo.com Twitter: @Navegaciones nalidad, con otras formas de legitimación política y social. Podríamos decirlo de otro modo: la acumulación por despojo/extractivismo/ cuarta guerra mundial, genera nuevas formas políticas e instituciones, que van cobrando forma sobre los escombros de las viejas repúblicas y las democracias decadentes.

En una tercera dimensión, entre ambas escalas, entre la macro y la cotidiana, la militarización de nuestras sociedades no deja de crecer, en un proceso complejo y por ahora irreversible, que nace arriba y se reproduce abajo. La militarización afecta a toda la sociedad, es la forma que se va dando el capitalismo en este periodo de despojos. Por arriba tenemos el “modelo mexicano”, como lo nombra Silvia Adoue, docente de la Escuela Florestán Fernandes del MST, para quien las fuerzas armadas van asumiendo nuevos roles estructurales (https://bit.ly/3kAfCNO).

La militarización se impone en las empresas estatales y en el control de la Amazonia, como en el Brasil de Bolsonaro; pero también se militariza el orden público y hasta las universidades, como en el Perú actual. El objetivo, en todos los casos, consiste en blindar el modo de acumulación: la minería a cielo abierto, los monocultivos, las grandes obras de infraestructura, para facilitar la apropiación de los bienes comunes y el flujo de las commodities Con base en estas tres miradas (global, local e intermedia), pode- mos llegar a comprender cómo las clases dominantes están remodelando el sistema, manu militari, para sostener un nuevo sistema quizá no tan capitalista, manteniendo el colonialismo y el patriarcado. Esto es lo primero y lo primordial. Los progresismos son cómplices de este proceso al impulsar la militarización y el militarismo. Esta izquierda habla de derecha, de ultraderecha y hasta de fascismo, para no hablar de los aparatos armados del Estado, o sea del núcleo del Estado-nación que oprime a los pueblos, que es intrínsecamente colonial-patriarcal.

Son las fuerzas armadas las que engendran los grupos paramilitares y narcotraficantes, directa o indirectamente, al proveerles armas, entrenamiento y expertos fogueados como los militares retirados, colocando logística e inteligencia a su servicio.

La izquierda electoral no tiene una política hacia las fuerzas armadas, se subordina a ellas y esquiva su responsabilidad culpando de todos los males a la derecha y, cuando fracasa, se limita a gritar “golpe” sin movilizarse.

Entiendo que no es nada sencillo enfrentarse a las manadas armadas, legales o ilegales. Más difícil aún es hacerlo eludiendo la confrontación armada que tanto dolor causó en el pasado. Por eso debemos crear una nueva política, que sea capaz de afrontar el “estado de excepción permanente” en el que sobreviven los pueblos.

This article is from: