La Jornada, 07/03/2014

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JUEVES 3 DE JULIO DE 2014

OPINIÓN

Arnaldo Córdova ADOLFO SÁNCHEZ REBOLLEDO n día el nombre de Arnaldo Córdova se hizo más y más familiar entre los intelectuales y militantes de la izquierda mexicana. Sus ensayos y artículos nos sorprendieron por la calidad teórica que los distinguía, pero sobre todo por la originalidad de los planteamientos en torno de un viejo tema de la historiografía nacional: la Revolución Mexicana. Recuerdo vivamente un texto sobre Zapata donde Arnaldo reaccionaba contra la visión oficialista del héroe y la interpretación romántica del revolucionarismo militante, para explicar, como apuntó aquí Pedro Salmerón Sanjinés, por qué la insurgencia de las masas campesinas armadas, ante la imposibilidad de constituirse en un verdadero poder político, terminó vencida por las fuerzas cuya finalidad no era otra que la de construir el Estado, un poder autónomo sobre la sociedad en su conjunto. Argumentando contra el sentido común dominante, Arnaldo concebía a la Revolución Mexicana, más como el resultado de una larga transformación que como el efecto de una ruptura súbita o inesperada (“Una verdadera revolución social comienza con la toma del poder político y se realiza como tal aboliendo el sistema de propiedad preexistente e instaurando uno nuevo”, escribe en La ideología... p. 32) En verdad, esta era una revolución política, dispuesta a imponerlo límites y formas de control a la propiedad sin romper con ella como fórmula para crear las bases de un consenso nacional expresado en la Constitución de 1917. Será, justamente, ese derecho de la nación el que permitirá al Estado imponer su dominio sobre la sociedad, realizar las reformas e instaurar el arbitraje que, en definitiva, consagraría el presidencialismo autoritario, pero también la aparición de nuevos derechos en un mundo de atraso y desigualdad. Dos libros, ahora considerados clásicos, convirtieron a Córdova en un pensador nacional imprescindible: La formación del poder político (1972) y La ideología de la Revolución Mexicana, ambos editados por Era. En ellos se vierte una luz distinta sobre la historia y la naturaleza del poder, actualizando la crítica del régimen, marcada por el abandono de las reformas sociales y la conversión de las instituciones en instrumentos directos del poder económico sobre el Estado, que a todas luces resultaba ya incapaz de sobreponerse a su propia decadencia. Nadie como Córdova ha teorizado en torno del reformismo en México y el papel de las reformas como palanca de la participación de

las masas y la izquierda en la transformación del país. Su voz es, junto a la del militante, la del teórico en busca de una interpretación que, junto con el movimiento real, diera cuenta de las ideas clave que determinan la época. Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez o la obra de otros estudiosos, es decir, las ideas programáticas, son tan importantes para la Revolución, en tanto que hecho histórico, como las acciones de las masas organizadas lo serán en la edificación del Estado, raíz y tema de la aportación propia de Córdova al entendimiento de nuestro siglo XX. Junto con sus ensayos constitucionalistas, ese énfasis en el trabajo intelectual es y será una aportación propia, singular, de Córdova al enriquecimiento de la deliberación nacional, hoy tan exigua de ideas. No es casual que dichas reflexiones se convirtieran con orgullo en parte directa de las tesis centrales del Movimiento de Acción Popular (1981), cuya coherencia se mantuvo pese a la derrota de la insurgencia sindical y el proceso de unidad de la izquierda. Polemista áspero, excelente diputado, contrastaba la justa precisión de su prosa, acotada con la elegancia de las citas filosóficas con resonancias germánicas o florentinas de sus estudios mayores en torno de la filosofía del derecho, con las expresiones desaliñadas propias del barrio, siempre rebeldes a las fórmulas de la urbanidad convencional. Erudito, pedagogo pero también provocador, recuerdo un seminario sindical en el que pidió al auditorio decir quién era más importante para la Revolución, si Zapata o Molina Enríquez, a lo cual él mismo respondió en voz alta que el segundo, lo cual escandalizó a más de uno de los “nucleares”, que apenas si identificaban el nombre. Pero la charada quería mostrar el nexo profundo entre las ideas, los programas, las teorías y la práctica de los caudillos y las masas, como un motor de esa historia. Una vez un estudiante muy acelerado le reclamó indignado que lo reprobara por sus “ideas radicales”, pero Arnaldo le tapó la boca diciéndole: “Te reprobé por escribir ‘Rebolución’, con ‘b’ de burro, lo cual demuestra que eres un ignorante”. Arnaldo estaba acostumbrado a disentir sin piedad y pelear por sus opiniones, incluso con sus más cercanos. Se fue Arnaldo, pero nos queda su ejemplo intelectual y una obra monumental que sigue presente. A Mónica, mi solidaridad. Un fuerte abrazo para mis queridos Lorenzo y Annapaola. ■

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La Revolución y el Estado en México SOLEDAD LOAEZA no de los principales legados de Arnaldo Córdova es su muy convincente interpretación de la Revolución de 1910 y de su vínculo con el Estado mexicano del siglo XX. Para él, entre ambos, Revolución y Estado, existía una relación causal de orden histórico, que se propuso desentrañar en los muchos ensayos y artículos de investigación en los que reflexionó sobre el tema. En una y otro veía procesos de largo plazo, en los que el pasado mismo “es un problema del presente”. La perspectiva de Córdova es una feliz combinación de historia, ciencia política y derecho constitucional, que aplicada al análisis de la Revolución, de la Constitución y del gobierno rindió resultados originales y sugerentes. Arnaldo Córdova fue un investigador creativo y honesto que sólo interrumpió su carrera académica entre 1982 y 1985, cuando fue elegido diputado a la LII Legislatura por el entonces esperanzador PSUM; fue también un militante comprometido con el proyecto de país que asociaba con el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, y con la noción de un gobierno popular que era la natural derivación de la revolución popular que estaba en el origen del Estado. A mi manera de ver, el libro más importante de él es La ideología de la Revolución Mexicana. La formación del nuevo régimen, que fue publicado en 1970, en el que examina la Constitución de 1917 desde la perspectiva combinada; pero además del rico análisis que hace del texto constitucional y de la coyuntura histórica en la que fue elaborado, apunta muchas pistas para otras investigaciones. Creo que la evaluación ponderada de la obra de Córdova ha de tomar en cuenta el contexto en el que escribía. El presidente Miguel de la Madrid lanzó la reforma del Estado para enfrentar la pavorosa crisis de 1982; Carlos Salinas si- A MI MANERA DE VER, EL LIBRO guió adelante con el programa de MÁS IMPORTANTE DE ÉL ES La desmantelamiento del intervencionismo estatal, y Ernesto Zedillo ideología de la Revolución profundizó cuanto pudo esos cambios, desconfiado como era él del Mexicana. La formación Estado. Desafortunadamente, entre del nuevo régimen, los muchos pecados que podemos reprochar a Salinas y a Zedillo está la ignorancia o la inconciencia histórica, un pecado por el que hemos pagado todos, pero más los justos que los pecadores, porque quizá una de las peores faltas de los así llamados neoliberales es que hayan transformado el Estado sin preguntarse los porqués de la particular fisonomía que había adquirido a finales del siglo XX. De haberlo hecho, es posible que se hubieran detenido a pensar con más cuidado el redimensionamiento del Estado que, en realidad, quería decir la contracción del Estado, sobre todo en materia económica. La reducción de la presencia estatal en áreas clave para el desarrollo del país, por ejemplo en la industria o en la educación, ha tenido consecuencias de largo plazo muy costosas: una desindustrialización precoz o la pérdida de signos comunes de identidad en una sociedad crecientemente diferenciada. Los reformadores tendrían que haber pensado que sin Estado les iba a ser mucho más difícil gobernar, y que esa responsabilidad pasaría entonces a grupos privados o a comisiones autónomas que gobiernan para ellos, y nada más. Tampoco se dieron cuenta de que el Estado era un factor central para el éxito de sus reformas, y que cuando lo hicieron a un lado, ellos mismos condenaban su propio programa al fracaso. Es muy posible que los líderes del neoliberalismo mexicano ya se hayan dado cuenta de que el Estado era el aval de la legitimidad de la élite gobernante; que también introducía una cierta coherencia en la sociedad pues era un referente común a buena parte de ella, aun cuando no eran pocos los grupos que quedaban al margen de la autoridad estatal. El Estado le daba a la sociedad un sentido de dirección que hemos perdido, era como una brújula, pues, como escribió Arnaldo Córdova, la mayoría de los mexicanos creíamos –o creemos– en el Estado, incluso si no nos ofrece mucho a cambio ni se compromete demasiado (“La historia maestra de la política”). Decía Arnaldo que poco le importaba que lo llamaran “estatólatra”, o que el gobierno popular que tanto admiraba en la experiencia radical del cardenismo fuera autoritario, porque para él lo que define el poder es la adhesión de los ciudadanos (“La historia maestra de la política”). Esta aseveración, discutible como es, recoge el compromiso de Córdova con la noción que sostenía de la democracia como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Cómo me gustaría discutir otra vez con él las raíces autoritarias de este planteamiento. ■


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