Edición #42 La Gaceta del Pensamiento

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FORO DE LA COMUNIDAD

Alberto Infante / Crónica Mauro Barea / Cuento Jorge Carrión / Comunidad Zita Finol / Comunidad Raciel Manríquez / Poesía Óscar González / Literatura Macarena Huicochea / Literatura Francisco Pinzón / Comunidad Flor Tapia Pastrana / Comunidad Agustín Labrada / Comunidad Giles Lipovetsky / Filosofía Ramón I. Suárez Caamal / Entrevista ENERO / FEBRERO 2018 EDICIÓN # 42

GACETADELPENSAMIENTO.COM





SÉPTIMO ANIVERSARIO

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on este número, la Gaceta del pensamiento llega a los siete años de vida; se trata, pues, de una edición de fiesta. Si bien algunos de los que iniciaran la aventura de publicar esta revista cultural no están ya con nosotros, como Zita Finol y Juan José Morales, su aliento continúa por medio de sus letras. En homenaje a ella, incluimos “Nicolás González Santillán: fragmentos de una vida”, un emotivo texto aparecido en estas páginas en 2011. Por lo que respecta al periodista y notable divulgador de la ciencia es grato anunciar que, con el apoyo de la XV Legislatura de Quintana Roo, en breve se publicará el libro La naturaleza y los mayas, obra que dejara en el tintero. También, con ánimo festivo, presentamos una entrevista con el poeta Ramón Iván Suárez Caamal, quien recién fuera objeto de un homenaje nacional en la Casa Internacional del Escritor de Bacalar. El espacio de las bellas letras de esta edición incluye dos participaciones de gran nivel: el cuento “Los peces muertos son los únicos que siguen la corriente”, de Mauro Barea, quien por éste recibiera el pasado diciembre el premio Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Ávila (Castilla y León), en la modalidad de narrativa breve, y “Como neblina”, tres poemas en prosa de la nueva producción de Raciel Manríquez. La plástica en esta entrega corresponde al artista Reynel Reynaldo, joven pintor cubano que pronto presentará su obra en México. Sus óleos y acrílicos, de armonioso juego cromático, van por una vía inusual en Cuba, la católica, aunque lejos de la estética tradicional, pues sus trabajos presentan claras influencias de Pablo Picasso y de Wifredo Lam, según comenta la crítica de arte Elgida Gil Álvarez en su presentación. Con “El monstruo ante el espejo”, de Macarena Huicochea, y “Carmilla, el horror se hizo belleza”, de Óscar González, pasearemos por el miedo, sensación que desde siempre atrae y repele al hombre, dos textos que se complementan, y anteceden a “Nuestras sonoras letras de protesta”, artículo de Francisco Pinzón, donde se repasa la “música de protesta”, que acompañó a muchos de los lectores en sus mocedades. Alberto Infante, desde Madrid, envía su “Reseña incompleta de La Habana”, una visión con claroscuros de la capital cubana, en tanto que Flor Tapia rememora las andanzas europeas del diplomático Gilberto Bosques, llamado el “Schindler” mexicano, y, a su vez, Agustín Labrada, con su semblanza “Carlos Düring, el argentino de la cola de caballo”, dice adiós a ese gran impulsor de la cultura recién fallecido. Por otra parte y con penar, la redacción de la Gaceta del pensamiento lamenta la desaparición de la revista El Búho, la decana de las revistas culturales en el país. Tras la muerte de René Avilés Fabila, su director, un año después se decidió el cierre de la editorial. Hay pesar entre los intelectuales y los artistas de México. A modo de homenaje, presentamos algunos párrafos de la despedida de la casa editora. De regreso al aire festivo, esta edición viene acompañada del Cuaderno 36: Yucatán y los viajeros del siglo XIX, un docto relato de Lorena Careaga Viliesid, doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México, quien evoca las aventuras clásicas, nos brinda un fresco los grandes viajeros que en ese tiempo visitaron la península y nos da una visión vívida de Alexander von Humboldt, acaso el más señero de los exploradores de Occidente. Nicolás Durán de la Sierra gacetadelpensamiento.com

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Reynel Reynaldo La mística y el color

The Archivist Julie Dillon Digital Arts California, USA, 2017 DIRECTORA

Zita Finol COORDINADOR EDITORIAL Nicolás Durán de la Sierra EDITOR Agustín Labrada Aguilera DISEÑO Arnaldo Blanco Leal

arnaldoblanco75@gmail.com

RELACIONES PÚBLICAS Flor Tapia Pastrana CONSEJO EDITORIAL Jorge Polanco Zapata Juan Carlos Arriaga-Rodríguez Pricila Sosa Ferreira Agustín Labrada Aguilera Angélica Díaz Ceballos Graf gacetadelpensamiento@yahoo.com.mx

www.gacetadelpensamiento.com Gaceta del pensamiento es una revista de carácter cultural que aparece los primeros días de cada mes con un tiraje de 3000 ejemplares. Editor responsable: Nicolás Durán González. Se distribuye en todos los municipios del estado de Quintana Roo y la Ciudad de México Certificado de Licitud y Contenido de la Comisión de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación en trámite. Certificado de reserva de Derechos de uso exclusivo del título expedido por el Instituto Nacional de Derechos de Autor: 04-2014-112414141800-102.

Jacob y el ángel, óleo sobre lienzo 117 × 80 cm, 2009


:abecedario CRÓNICA ALBERTO INFANTE Reseña incompleta de La Habana POESÍA RACIEL MANRÍQUEZ Como neblina POESÍA RAMÓN I. SUÁREZ CAAMAL Tres nuevos poemas CUENTO MAURO BAREA Los peces muertos son los únicos que siguen la corriente

Ramón I. Suárez Caamal,

GILBERTO BOSQUES SALDÍVAR EL “SCHINDLER” MEXICANO Flor Tapia Pastrana

LA ESTRATEGIA DEL VACÍO Gilles Lipovetsky

DANTE ALIGHIERI Y LA UTOPÍA DE LAS REDES SOCIALES Jorge Carrión Gálvez

EL MONSTRUO ANTE EL ESPEJO Macarena Huicochea

Escribir con voz de niño… CARMILLA: EL HORROR SE HIZO BELLEZA Óscar González

NICOLÁS GONZÁLEZ SANTILLÁN: FRAGMENTOS DE UNA VIDA Zita Finol

ADIÓS A EL BÚHO Rosario Casco

CARLOS DÜRING, EL ARGENTINO DE LA COLA DE CABALLO Agustín Labrada

NUESTRAS SONORAS LETRAS DE PROTESTA Francisco Pinzón

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LA ESTRATEGIA DEL VACÍO >GILLES LIPOVETSKY*

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ada generación gusta reconocerse y encontrar identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento. Edipo es el emblema universal, pero están también Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, según un gran número de investigadores, en especial de los Estados Unidos, el símbolo de nuestro tiempo. Más allá de la moda y su espuma y de las caricaturas que pueden hacerse aquí o allá del neonarcisismo, su aparición en la escena intelectual presenta el enorme reto de obligarnos a registrar en toda su radicalidad la mutación antropológica que se realiza ante nuestros ojos y que todos sentimos, de alguna manera, aunque sea confusamente. Aparece un nuevo estadio del individualismo: el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo; en el instante en que el capitalismo autoritario da paso a un capitalismo hedonista y permisivo, termina la edad de oro del individualismo competitivo económico y sentimental, en el ámbito doméstico, y revolucionario en los estadios político y artístico. Se extiende un individualismo puro, sin los últimos valores sociales y morales que coexistían aún en el reino glorioso del homo economicus, el que incluía a la familia, a la revolución y al arte. Ahora, emancipada de cualquier marco trascendental, la esfera privada cambia de sentido, expuesta como está sólo a los deseos inanes de los propios individuos. Si la modernidad se identifica con el espíritu de empresa y la esperanza futurista, el neonarcisismo inaugura la posmodernidad, abre la última puerta del homo aequalis, o del hombre individualista. EL VACÍO: “¡Si al menos pudiera sentir algo!” es la fórmula que traduce la nueva desesperación que afecta a un número cada vez mayor de personas. En esto, el acuerdo de los sicólogos parece general: desde hace 25 o 30 años, los desórdenes de tipo narcisista constituyen la mayor parte de los trastornos síquicos tratados por terapeutas, en tanto que las neurosis llamadas clásicas del siglo XIX, como histerias, obsesiones, fobias y otras sobre las que el sicoanálisis tomó cuerpo, ya no son la forma predominante de los síntomas. Los trastornos narcisistas aparecen no tanto en forma de trastornos con síntomas claros y bien definidos, sino más 8

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bien como trastornos caracterizados por un malestar difuso que invade todo, por un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, por una incapacidad de sentir cosas y seres. Los síntomas neuróticos, que incumbían al capitalismo autoritario y puritano, han dado paso al empuje de la sociedad permisiva, a desordenes narcisistas, imprecisos e intermitentes. Los más de los pacientes no sufren hoy síntomas fijos, sino trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a la ley de una época que sufre la reducción de rigideces así como a la licuación de las relevancias estables. La crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista, por la imposibilidad de sentir y por el vacío emotivo… Más aún, el individuo aspira cada vez más al desapego emocional por los riesgos de inestabilidad que sufren hoy las relaciones personales. Relaciones sin compromiso profundo, no sentirse vulnerable, desarrollar la independencia afectiva y vivir solo darían el perfil de este nuevo Narciso. El miedo a la decepción y a las pasiones sin control se traducen, a nivel subjetivo, en lo que el sociólogo e historiador Christopher Lash llamó the flight from feeling –la huida frente al sentimiento–, un proceso que va de la protección íntima hasta la separación que todas las ideologías progresistas que quieren vincular el sexo y el sentimiento. Con la glorificación del cool sex y de las relaciones libres, así como con la condena de los celos y de la posesividad, se busca en la práctica enfriar el sexo, quitarle cualquier tensión emocional para llevarlo a un estado de indiferencia y desapego, no sólo para protegerse de las posibles decepciones amorosas, sino también para “protegerse” de los propios impulsos que amenazan el equilibrio interior. Liberación sexual, feminismo y pornografía van hacia un mismo fin: alzar muros diques contra las emociones y dejar de lado la intensidad afectiva. Fin de la cultura sentimental, fin del happy end y del melodrama y loor a la llegada de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia, a salvo de sus propias pasiones y de las ajenas. Lasch tiene razón cuando afirma que la moda sentimental fue abatida por el sexo, el placer, la autonomía y la violencia espectacular. El sentimentalismo sufre el mismo sino que la muerte; resulta incómodo exhibir pasiones, declarar ardientemente el amor, llorar, dar énfasis a los impulsos emocionales. Como con la muerte, el sentimentalismo resulta incómodo; se trata de mostrarse “digno” en materia afectiva, es decir, discreto. Ello, lejos de buscar la deshumanización, es un proceso


de narcisismo que apunta a la erradicación de los signos rituales y ostentosos del sentimiento. El sentimiento debe llegar, para Narciso, a su estado personalizado, no colectivo, que elimina signos externos, la teatralidad melodramática, lo cursi convencional. El pudor sentimental regido por principios de economía y sobriedad. No es tanto la huida al sentimiento lo que caracteriza nuestra época, sino la huida ante los signos de sentimentalidad. (...) ¿Por qué no puedo yo amar y vibrar?

Desolación de Narciso, demasiado bien programado en absorción en sí mismo como para que pueda afectarle el otro, para salir de sí mismo…

*Filósofo francés, profesor de la Universidad de Grenoble, autor del texto clásico de sociología La era del vacío. Es caballero de la Legión de Honor de Francia, doctor honoris causa de l’Université de Sherbrooke, de Canadá y de la Nouvelle Université Bulgare, de Bulgaria.

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GILBERTO

BOSQUES SALDÍVAR

EL “SCHINDLER” MEXICANO >FLOR TAPIA PASTRANA

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ilberto Bosques Saldívar es uno de los grandes héroes de México y, por lo general, a personajes como él los honramos con canciones de gloria y hasta poemas épicos; los ensalzamos para recordarlos y, con ello, recordarnos su historia, sus ideales, sus hazañas. No obstante, éste es un caso diferente, pues su señera figura es muy poco conocida en nuestro país, aunque no así en algunas naciones de Europa. Nacido en 1892 en Puebla, se indica en su biografía oficial que a los dieciocho años participó en el movi-

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miento revolucionario encabezado por los hermanos Serdán; luego se enroló contra la invasión norteamericana en el puerto de Veracruz, en 1914. Ya profesor normalista, por encargo de Venustiano Carranza creó la “Nueva Escuela de la Revolución”, lo que le llevó de lleno a la actividad política institucional. Miembro del Constituyente de 1917, fue diputado presidente del Congreso de la Unión y, junto con Luis Enrique Erro y otros destacados liberales, promovió la inclusión de la educación socialista en el Artículo Tercero de la Constitución Mexicana.


Sin duda, tanto la amplia trayectoria de Bosques Saldívar como sus aportaciones a la vida pública del país son de gran relevancia, pero ellas en sí no explican la razón por la cual en Viena, la capital austriaca, en junio de 2003, se inauguró una amplia y arbolada avenida que lleva su nombre. De hecho, hace apenas unas semanas, la periodista Manú Dornbierer solicitó de manera formal a las autoridades de la Ciudad de México que en la colonia Polanco se abriera un paseo también con su nombre.

de cerca los horrores nazis, con el respaldo de Cárdenas, decide encarar al poderoso Tercer Reich con un poco de picardía mexicana. Así, valiéndose de que Marsella, uno de los puertos de gran importancia del mar Mediterráneo, aún no había sido invadido, el cónsul

Como era de esperarse, no tardó mucho en correrse la voz por Europa del generoso trabajo del diplomático, y millares de personas de los países invadidos por la Alemania nazi realizaron azarosos y a veces largos viajes con el propósito de conseguir una de aquellas famosas visas mexicanas, un

El inicio de la leyenda En el violento año de 1939, al comienzo mismo de la Segunda Guerra Mundial, el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río decidió encargar a este novel diplomático, pero avezado político, la nada fácil tarea de encabezar el Consulado General de México en París –no había embajada– y desde allí auxiliar a los mexicanos que quisieran ser repatriados. Sin embargo, la invasión alemana a Francia lo obligó a cambiar la legación mexicana primero a Bayona y luego a Marsella. Una vez realizada tal labor, el diplomático bien pudo haber optado por regresar a su tierra, satisfecho por haber protegido a sus connacionales, pero él, imbuido ya por el pensamiento de la Revolución mexicana, por sus ideales, permanece en el puerto francés. Gilberto Bosques, que había visto

Gilberto Bosques, Fidel Castro y el “Ché” Guevara

multiplicó la emisión de visas mexicanas para proteger a todos los que, con la cruz amarilla al brazo (los judíos), estuvieran marcados para su envío a los terribles campos de concentración y exterminio. Más adelante, simplemente se dedicó a salvar a todo aquel que fuera perseguido por el fascismo.

Placa del boulevard Gilberto Bosques, en Viena, Austria

documento que representaba escaparse de la muerte. No fueron pocos los derrotados milicianos republicanos españoles que, por esta vía, lograron escapar del genocidio emprendido por Francisco Franco, uno de los principales aliados de Adolf Hitler. Apoyado por un admirable cuerpo consular, en el que se hallaba el poeta Renato Leduc como agregado cultural y cuya labor se reseña en la novela Leonora, de Elena Poniatowska, la labor humanitaria del diplomático hubo de superar diversos escollos. Además de la expedición de las propias visas, que ya era laboriosa, para que muchos de los perseguidos no fuesen reconocidos en las aduanas por las autoridades nazis, por las noches una fotógrafa española, cuyo nombre por desgracia no se registra (era parte de la Resistencia francesa), se encargaba de retocar las imágenes en el sótano del consulado.

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Las represalias del Reich A pesar del espionaje de la Gestapo y de la policía secreta del “Régimen de Vichy” –gobierno títere francés presidido por Philippe Pétain–, el cónsul mexicano logró rentar los castillos de Reynarde y Montgrande, cerca de Marsella, que sirvieron como asilo para más de mil 500 refugiados, entre los que había varios centenares de niños huérfanos que presentaban desnutrición, algunos de ellos grave. En los dos albergues había biblioteca, cuerpos médicos y de enfermería, talleres y escuelas, y se organizaban exposiciones de arte y representaciones teatrales. Entre los refugiados se contaba con universitarios, magistrados, literatos, hombres de negocios y trabajadores, lo que en gran medida hizo más llevadera la vida cotidiana con este tipo de actividades. Por medio de la “valija diplomática” primero y después con remesas desde la embajada mexicana en Portugal, el gobierno de Lázaro Cárdenas no sólo cubrió los gastos de los dos asilos, sino que también pagó el costoso alquiler de embarcaciones que trasladaban a Veracruz, en México, a los miles de refugiados judíos, españoles, libaneses y numerosos perseguidos políticos y miembros de la resistencia antinazi. Esto, claro está, convirtió al embajador Gilberto Bosques –ya tenía ese grado–en acusado enemigo

Agentes de la Gestapo en el consulado mexicano en Marsella, Francia

del Reich de Hitler, del régimen de Francisco Franco y del gobierno italiano del Duche Benito Mussolini. En tanto, en mayo de 1942, luego del hundimiento de los petroleros “Potrero del llano” y “Faja de oro” por submarinos alemanes, según el parte oficial –hay quienes dicen que fueron hundidos por Estados Unidos para forzar la entrada de México a guerra– el gobierno mexicano declara formalmente la guerra a las Potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), incauta todas las naves de esas nacionalidades en puertos mexi-

canos y pone en “prisión preventiva” a unos mil 300 marinos, lo que genera la protesta teutona. Así, ya en estado de guerra, la policía secreta nazi irrumpe en el consulado y aprehende con violencia a Gilberto Bosques, a su esposa María Luisa Manjarrez y a sus tres jóvenes hijos, así como al resto del personal consular. Al final, la Gestapo retuvo a cuarenta y tres personas. El poeta Renato Leduc escapó de la redada, pues se hallaba en Lisboa, en la embajada mexicana en Lisboa, Portugal, desde donde también se otorgaban “visas de emergencia” para los perseguidos por las dictaduras fascistas. Violando acuerdos internacionales, al diplomático no se le encarceló en Francia, donde le correspondía, sino en un hotel-prisión en Bad Godesberg, en Boon, Alemania. En aquel sitió él y su familia encararon primero los interrogatorios nazis y luego los bombardeos, hacia el fin de la guerra, de las fuerzas aéreas inglesas y de Estados Unidos. Se cuenta que su esposa, María Luisa Manjarrez, lo animaba a estar en las terrazas del edificio para admirar el cielo iluminado por los raids aéreos aliados. “No fui yo, fue México” Sin embargo, la buena estrella de Gilberto Bosques continuaba brillando, pues un año después de su aprehensión, tras una larga negociación, los gobiernos del Reich y de México pactaron un intercambio de prisioneros de guerra y el diplomático, su familia y el cuerpo consular

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fueron repatriados. Tras llegar por barco a Nueva York, donde fue recibido con honores por la comunidad judía, viajó por tren a la Ciudad de México, donde de nuevo, pero ahora de una manera entusiasta, fue alzado en hombros y vitoreado por cientos de españoles republicanos y judíos que le esperaban en la estación de ferrocarriles de Buena Vista, según reseña del diario Excélsior. “No fui yo, fue México”, decía una y otra vez a los periodistas. Finalizada la guerra mundial, luego de dirigir por un año el diario capitalino El Nacional, Gilberto Bosques fue designado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Portugal, Finlandia y Suecia para concluir su fructífera y larga carrera como embajador en la República de Cuba, en los años finales de la dictadura de Fulgencio Batista. Respecto de esta etapa, Arturo Magaña Duplancher, doctor en Relaciones Internacionales del Colegio de México, en una columna publicada en el portal Animal Político en julio pasado, reseñó aspectos poco conocidos de la gestión del diplomático en la capital cubana. “En julio de 1955, hace exactamente sesenta años, Fidel Castro llegó a Mérida (con visado mexicano) y, algunas horas después, a Veracruz en un avión DC-6 de dos motores. Era un vuelo comercial tras el cual viajó en autobús hacia la Ciudad de México para alojarse temporalmente en un departamento de la colonia Tabacalera, donde después lo alcanzaría su hermano Raúl, en condición de asilado político. Sin la intervención del entonces embajador de México en Cuba, Gilberto Bosques, la llegada del Granma a Cuba podría no haber sucedido y el curso de la Revolución cubana podría haber cambiado radicalmente. “(Por ello) Bosques se convirtió en uno de los embajadores cercanos a la nueva elite en el poder. Fue entusiasta impulsor de las primeras reformas cubanas, en parte inspiradas en el ‘Cardenismo’, y un hombre genuinamente preocupado por la consolidación en Cuba del ideal revolu-

cionario que él creía tan cercano a la experiencia mexicana.” Después de su paso por la Revolución cubana, en 1964, el diplomático se retiró de manera voluntaria de la vida pública con la llegada a la presidencia mexicana de Gustavo Díaz Ordaz. “No quisiera verme en el caso de tener que colaborar con este señor”, arguyó en su carta de retiro. El injusto olvido Pese a lo señalado, Gilberto Bosques no figura en los libros de historia mexicana, en nuestras escuelas no se habla de su gesta y, fuera de Internet, es difícil encontrar material sobre él. El ciudadano común ignora que se trata del único mexicano en la lista de “Justos Entre las Naciones”, un reconocimiento que otorga el Estado de Israel a los Héroes del Holocausto. Pese a que debiera estarlo, su nombre no figura en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.

De su paso por la vida, tan sólo aparece su nombre en el Muro de Honor del Congreso de Puebla, así como un pequeño busto suyo recién develado en la Plaza Juárez de la Secretaría de Relaciones Exteriores de la capital del país. Salvó a más de cuarenta mil personas de una muerte segura (Oskar Schindler salvó a sólo mil 200) y si bien el cineasta Steven Spielberg no le dedicó una película, la directora Lilian Lieberman realizó un amplio documental sobre su vida y obra. En julio de 1995, a los 103 años de edad, Gilberto Bosques Saldívar falleció en la Ciudad de México. Tal como él quería, fue enterrado en Chiautla de Tapia. Concluyó su casi inverosímil viaje vital en el mismo lugar donde comenzara. En su obituario, se debieron escribir estas palabras: “Le sobreviven las decenas de miles de descendientes de hombres y mujeres que salvó del infierno bélico y que atestiguan su legendaria cruzada.”

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DANTE ALIGHIERI

Y LA UTOPÍA DE LAS REDES SOCIALES

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>JORGE CARRIÓN GÁLVEZ Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, España

os caminos de las redes sociales son inescrutables. El uno de enero, un investigador argentino llamado Pablo Maurette, afincado en Chicago y experto en el “sentido del tacto” en la literatura renacentista, publicó un tuit en el que invitaba a leer los cien cantos de La divina comedia en los primeros cien días del nuevo año. La etiqueta era #Dante2018. Contra todo pronóstico, con rapidez se hizo viral, de una viralidad extraña: al mismo tiempo popular y muy especializada, porque en ese Twitter encontramos fotos de la cabina de un avión con el libro abierto, mensajes de personas que se han conocido en una librería buscando la obra maestra de Dante Alighieri y muchas transcripciones de versos punzantes o hermosos como los del poeta costarricense Luis Chaves, la profesora venezolana Diajanida Hernández o el periodista argentino Diego Fonseca. Toda esa lectura entusiasta tiene su correlato de erudición dantista. Al día siguiente, el dos de enero, el escritor colombiano Humberto Ballesteros, doctor en Literatura Italiana, creó un tumblr (plataforma de microblogueo que permite publicar textos, imágenes, videos, enlaces, citas, etc.) en el que a diario analiza brillantemente un canto. Las actividades del escritor argentino Pablo Williams o del profesor de Harvard Mariano Siskind también son felizmente incesantes. En #Dante2018, encontramos de todo: ilustraciones como las de Maru Ceballos o Leo Achilli, que se expanden hacia Instagram, selfies de lectores en Florencia, discusiones sobre las mejores traducciones —adelanto aquí que a finales de año se publicará en Acantilado la que ha ocupado al poeta y traductor José María Micó durante los últimos años—, y hasta confesiones sorprendentes como la del crítico argentino Quintín, quien publicó: “Siete de enero: Querido diario, hoy cumplo 67 años. Me desperté y leí el canto VII. Me da un poco de vergüenza leer La divina comedia recién a esta edad, pero más vale tarde que nunca. Gracias a #Dante2018.” Son muchos los debates actuales en los que se inscribe este fenómeno: la discusión sobre la obligación moral de la Academia de encontrar vías de diálogo con el resto de ámbitos de la cultura y la sociedad; la conversación sobre por qué somos incapaces de imaginar pasados, presentes o futuros que no sean versiones del infierno, pues la oscuridad

y la distopía predominan en las teleseries, los cómics y los videojuegos, sean o no de ciencia ficción. Hay un debate secular sobre la naturaleza de los clásicos, esos discursos que se adaptan al espíritu de cada época para ampliarlo y cuestionarlo. A principios de este siglo, se publicó la edición de La divina comedia imaginada por Miquel Barceló; en 2010, se lanzaron el videojuego y la película de animación Dante’s Inferno; en 2011, la editorial Herder adaptó la obra al manga y ahora la editorial Taschen resucita las ilustraciones del poeta y pintor William Blake. Pero la etiqueta #Dante2018 —la que mientras lees estas líneas está generando decenas de citas, comentarios, dibujos y vínculos— sobre todo empuja a preguntarse cuál es el sentido de las redes sociales en particular y de Internet en general. Esa pregunta es neurálgica. Cada día que pasa, la red es menos neutral. Cada día que pasa, Internet se aleja más de su espíritu fundacional y, por lo tanto, de la metáfora que mejor pudiera representarla, la de una “gran conversación”. Twitter es lo más parecido que existe hoy en día a las grandes plazas de las ciudades europeas de los siglos más oscuros: aquellas que tanto acogían al mercado de frutas, verduras y aves de corral como a la hoguera o la horca donde eran asesinados por igual los culpables de delitos de sangre que los de pensamiento. En los mismos meses en que se multiplican las acusaciones más graves en las redes sociales —sin necesidad de burocracia ni pruebas ni justicia— y los insultos más salvajes ante las ideas contrarias, #Dante2018 nos recuerda que es posible trabajar colectivamente por otros usos y hábitos en esa dimensión “pixelada” que ya nos parece tan familiar e íntima como la física. Son formas en que las inteligencias colectivas, enjambres en sintonía, no avanzan por autopistas oscuras, sino hacia ese camino que sale del infierno para “ver las cosas bellas”, para que contemplemos de nuevo “las estrellas”. Escribo ese párrafo intencionadamente ingenuo y veo el capítulo final de La peste, serie que representa la Sevilla del siglo XVI con el mismo pesimismo que Dante usó con Florencia. Cuatro herejes protestantes arden en sendas hogueras mientras sus pieles se abrasan, se descomponen, se deshacen, y cientos de personas gritan, ríen, animan e incluso mean. Tomado de The New York Times en español, enero de 2018

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V aniversario luctuoso de Zita Finol

NICOLÁS GONZÁLEZ SANTILLÁN:

FRAGMENTOS DE UNA VIDA* >ZITA FINOL

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A la memoria de mi padre Nicolás González Santillán, hombre que se forjó sobre el camino al despuntar el siglo XX. Campesino, marino, revolucionario, líder obrero, por veinte años dirigente máximo de los Alijadores de Tampico, fundador de la Confederación Nacional de Cooperativas, antecedente de la Confederación de Trabajadores de México; hombre que supo comprender a sus congéneres y, en su estado natal, Colima, se convirtió en leyenda a grado tal que sus enemigos llegaron a afirmar en periódicos locales que él nunca había existido.

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i me preguntan cuál es el recuerdo más vívido que tengo de mi padre, viene a mi memoria una escena de hospital. Él, a quien le fallaba el corazón, había sido internado de urgencia, víctima de una embolia. Mudo, inmóvil, yacía en la cama. Sólo sus ojos oscuros y vivos delataban su total percepción de todo lo que ocurría a su alrededor. Mi madre y yo, jovencita, estábamos a su lado. De pronto, se abre la puerta del cuarto y en el umbral se perfila la figura de un hombre uniformado, con charreteras y galones dorados. “Traigo un cariñoso saludo del presidente don Miguel Alemán. Supo que usted estaba enfermo y me envía a preguntarle qué se le ofrece.” Silencio, momento mudo. Mi madre llora. Con temblor de voz le digo: –Él no puede contestarle… El militar se dirige entonces a mi madre, quien lo mira sentada en el sillón donde había pasado toda la noche: “A sus órdenes, señora, lo que se le ofrezca….” Ella alza la mirada, desafiante: “De él no necesitamos nada, absolutamente nada”, replica. Tres días más tarde muere mi padre y, en su velorio, Adolfo Ruiz Cortinez y el entonces presidente se diputan el honor de hacerse cargo de su entierro. Fue sepultado por cuenta de la Nación en el Panteón Francés de San Joaquín. Tiempo después supe que mi padre había discutido con Miguel Alemán, porque éste lo había impulsado a hacer campaña para gobernador de Colima y, en el último momento, a

poco más de una semana del día de las votaciones, le dijo que lo sentía, pero que por un compromiso apremiante debía pasarle toda su gente al que sería el próximo gobernador. En contraparte, el presidente le había ofrecido la dirección de la Central de Drogas de México. La respuesta de mi padre fue contundente: –No, gracias, ese asunto no es para mí. Yo no le entro a las drogas; si quieres, dáselo a otro… II El escenario es rural. Una choza en las afueras del poblado de Comala, donde mi padre había llegado como parte de su campaña electoral para gobernador de Colima. Yo, tímida, no

me separaba de él. Apoyado por sus partidarios, recibía a los campesinos del lugar. –Gusto en saludarte, Nicolás. –A mí también me da gusto verte, Agustín. ¿Todo bien? Desde mi estatura infantil, veía a los campesinos con sus pantalones de manta liados a la cintura, con sus huaraches llenos de polvo y –lo supe después– la mirada de quien está hecho para enfrentar las penalidades. En un instante en que nos quedamos solos, ya de salida hacia la capital del estado, mi padre volteó a verme con una mirada intensa, como si buscara que sus palabras quedaran grabadas en mi mente, y me dijo: –Este destino me habría tocado si no me hubiera ido de aquí…

De derecha a izquierda, están Miguel Alemán Velazco, entonces presidente; Nicolás González, Rafael Galván, líder del Federación Nacional de Trabajadores de la Industria y Comunicaciones Eléctricas, antecedente del SUTERM y en el extremo, de perfil, José Vasconcelos

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III A las seis de la mañana, aún oscuro, mi padre tocó la puerta de mi cuarto. Yo terminaba la preparatoria y debía presentar examen oral y escrito sobre la historia de México. Le dije que el periodo revolucionario no me quedaba del todo claro, el maestro había dado tantos datos que estaba confusa. Serio y hombre de pocas palabras, por lo habitual, me preguntó: “¿A qué hora tienes el examen?” –Mañana, a las diez… Al día siguiente, muy temprano, sentado en un sillón, comenzó a contestar mis preguntas como si fijara su ente en un remoto pasado; pintó un cuadro campesino de opresión y miseria; hombres, familias enteras, en manos de los grandes terratenientes; gente sin otra ruta que la obediencia amarga. Saber leer y escribir, llevar una vida decorosa, no era para ellos. Sólo les tocaba trabajar duro sin esperar nada… Hasta que un día se cansaron. Al influjo de sus palabras, desfilaron ante mí las figuras de Madero, Zapata, Villa, Obregón: “Estaba sentado cerca de él, cuando lo asesinaron en La Bombilla”, me dijo hasta llegar a la Constitución de 1917. –Fue una revolución más sangrienta que la rusa, aclaro, pero, pese a ello, no solucionó todo, aún nos faltan por hacer muchas cosas. –Tú, en lo particular –le pregunté–, ¿por qué entraste a “La bola”? –Mi papá me traía con él en la hacienda donde trabajaba de peón. Un día decidió dejarla e irnos rumbo a Manzanillo donde tenía unos parientes, entre ellos el tío Librado, al que conocí años más tarde, cuando fue presidente municipal de ese puerto. En el camino nos alcanzaron “los rurales”, quienes sujetaron a mi padre por las muñecas con una cuerda atada a la silla de un caballo y lo regresaron casi arrastrándolo y yo, chiquillo, llorando detrás de él… Luego de una pausa, comentó en voz baja: “A los catorce, logré huir a Manzanillo, pero antes de irme le prometí a mi padre que volvería por él y le pedí que me esperara. Es triste 18

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1939, Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, tras la fundación de la Confederación Nacional de Cooperativas de México. Extrema izquierda: Abelardo L. Rodríguez, presidente de 1932 a 1934 y junto a él, de chamarra, Lázaro Cárdenas del Río, presidente de 1934 a 1940. Al centro Nicolás González, y a su lado, de pañuelo en el bolsillo del saco, Pascual Ortiz Rubio, presidente de 1930 a 1932 y, junto a éste, Salvador Carrillo, líder del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica. Al fondo, con el puño en alto, un miembro de las “Camisas doradas”, grupo fascista extinto en 1945

que un chamaco pueda guardar tanto resentimiento.” –¿Volviste a tiempo? –Sí, pude hacerlo en mejores condiciones. Él murió en mis brazos con todas las atenciones posibles. IV Al evocarlo, enfrento el problema de ordenar la memoria, de seleccionar recuerdos y resumirlos. La vida de don Nicolás, como se le llamaba con respeto, fue digna de novela, rica en sucesos que van desde que, adolescente, se embarca como polizón en Manzanillo rumbo a San Francisco; luego, como tripulante viaja a China, para regresar después a México y unirse a las fuerzas de Pancho Villa, donde fue teniente, y, años más adelante, encabezar por 20 años al gremio de los Alijadores Unidos de Tampico, en Tamaulipas; y participar en la fundación de la Confederación Nacional de Cooperativas de Actividades Diversas de la República Mexicana. Una vida plena, de duras pruebas y satisfacciones, también de erro-

res, porque los hubo, y creo que uno de ellos fue su estancia por dos décadas al frente de los alijadores. Le encantaba ver jugar al equipo de beisbol del gremio, el que ganaba una y otra vez en la naciente liga profesional. Ese deporte era su pasión. Amante de la música, de la bohemia y, desde luego, de las mujeres… Podríamos decir que encarnaba al tipo de hombres que México produjo en el tiempo revolucionario y que ahora se han desdibujado de nuestro paisaje. Era un hombre alto y muy fuerte y muchas veces lo imaginé estibando bultos en el muelle de Tampico, junto a los compañeros con los que vivió tantos años. Tras el asesinato de Isauro Alfaro, el primer líder de los alijadores, ocupó su lugar. Le tocó consolidar la obra y con ello crecieron el poder y la jerarquía de estos trabajadores, la gran mayoría socialistas y comunistas, e incluso había varios anarquistas españoles. El país despertaba y las luchas por derechos laborales, por mucho


tiempo aplazadas, cobraban forma con institutos como las confederaciones Regional Obrera Mexicana, CROM; la de Trabajadores de México y la CTM. Los alijadores fueron avanzando y crearon su propia cooperativa, la casi legendaria El Esfuerzo. Los alijadores enfrentaron por aquel tiempo la codicia de empresarios ingleses y norteamericanos. Las situaciones de peligro fueron muchas. Surge aquí, borroso por los años, otro recuerdo. Me veo pequeña, de cuatro o cinco años, en la casa que teníamos en la colonia Águila, en Tampico; me veo cruzar su gran terraza con tranquilidad, sin advertir que estaba frente a unas ametralladoras listas para disparar, colocadas en el pórtico. Recuerdo gritos y unas manos que, rápidas, me levantaron en vilo, quitándome del peligro. Fueron los días difíciles de la expropiación petrolera, los días en que se jugó el destino de México en una sola apuesta, y se esperaba una invasión gringa por el puerto de Tampico.

V En una ocasión, el peligro se unió a lo humorístico. Al iniciar su campaña por la gubernatura de Colima, mi padre llegó a la capital estatal por tren y no por la carretera para evitar al gobernador Manuel Gudiño, su rival político. “Gudiñito”, como le decían con sarcasmo, había advertido que lo mataría si pisaba el estado. Él respondió sin palabras llegando con nosotras: su hija y su esposa. Entre los pasajeros del tren venía un hombre pequeño y delgado que dijo ser el nuevo chef del hotel Santa Anita. Cuando supo que irían a buscarnos a la estación para llevarnos precisamente a ese lugar, pidió ir con nosotros. Los guardias miraron a mi padre y él aceptó con una sonrisa. A la llegada del convoy de mi padre, subimos a una gran camioneta y el chef se colocó en medio del chofer y uno de los guardaespaldas. Otra camioneta debía seguirnos para darnos apoyo, pero, apenas habían arrancado los automóviles, un vehículo ajeno al grupo se nos pegó atrás.

Extrema izquierda: Nicolás González; Miguel Alemán Valdez y Demetrio Vallejo Martínez, líder del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana; atrás, entre éstos últimos, Fidel Velázquez Sánchez, líder de la naciente Confederación de Trabajadores de México

Sonó la voz imperiosa de mi padre diciéndonos “¡Al suelo!”, y comenzaron a sonar los balazos; un breve tiroteo, pues el vehículo de respaldo se interpuso entre nosotros y los que nos disparaban. Silencio en el resto del camino. Cuando al fin llegamos al hotel y bajamos de los autos, vi con asombro que al chef se le habían mojado los pantalones… VI Durante la misma campaña, pero ahora en Manzanillo, había corrido un peligroso rumor: Gudiño, quien tenía su propio candidato a sucederlo, había contratado a un gatillero para que le disparara a don Nicolás. –Así no se puede seguir –dijo mi padre. Decidió encarar la situación en la plaza del puerto, junto a un quiosco con mesitas donde se servían helados y refrescos. Eran las nueve de la noche y ya no había gente en el sitio. El plan era que él se pondría de blanco fácil para que el tirador se acercara y cuando intentara disparar, le caerían encima, con lo que además exhibirían al propio gobernador. Como estaba acordado, junto a nosotras tomó asiento, de espaldas hacia donde se esperaba la llegada del pistolero. Yo veía al frente, con la mano derecha sosteniendo un vaso de refresco. Miré a un hombre acercarse directo y de súbito empuñar una pistola. Todo fue muy rápido. Varios hombres cayeron sobre él y lo derribaron… Y el vaso en mi mano se rompió por la presión que, sin querer, había ejercido. Todavía en la palma de la mano derecha me queda una cicatriz. –¿No te dio miedo? ¿No te dio miedo que te mataran? –le pregunté días después del suceso. –Como a cualquiera, pero hay que pensar qué es lo peor que te puede pasar… ¿Morirme? Eso, a fin de cuentas, no es tan grave. Hay cosas peores.

*Publicado originalmente en marzo de 2011.

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E

Desnudo - óleo - lienzo 135 x 62 cm - 2008

REYNEL REYNALDO,

la mística y el color >ELGIDA GIL ÁLVAREZ, Crítica de arte

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ste joven artista cubano (La Habana, 1973) descubrió su vocación tras haber explorado distintos caminos en la búsqueda de su realización profesional. En este largo proceso, el azar, la suerte lo llevó a lo que él, quizá de manera inconsciente, sabía hacer mejor desde su no tan lejana infancia: expresarse por medio de las artes visuales. Acaso sin grandes esperanzas, ingresó a la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro y, después de un par de años de estudio, halló lo que en verdad buscaba, su don verdadero. A fines de la pasada centuria se graduó en la especialidad de Pintura y el camino de la vida, caprichoso a veces, le deparó la paternidad casi de manera inmediata, siendo el nacimiento de su primogénito la fuerte razón inspiradora de su quehacer artístico, influido también por su fe de raíz cristiana. De su paleta emergen imágenes de familia, de ángeles y madonas, de infantes de tierna mirada así como múltiples temas de origen bíblico que se plasman en desfiles de personajes cabalgantes a veces, de imágenes que nos ofrecen un armonioso juego cromático de tonos cálidos, con los rojos, los sienas y los amarillos que aparecen con frecuencia en sus óleos y acrílicos sobre lienzos, con dominio en el uso del color y reflejo adecuado de la luz en el feliz uso del blanco, apoyado también en el logro de oportunas texturas. Su obra posee gran carga mística, aunque aclara que su discurso plástico no está dirigido sólo a personas de su credo, aunque trata de motivar reflexiones en torno a la existencia de Dios y la soledad del hombre en el mundo actual, con una propuesta que escapa del tradicional tratamiento de la imagen religiosa. En este momento, en la obra de Reynel Reynaldo, quien se tiene por deudor plástico de Picasso y Wifredo Lam, se puede apreciar la influencia del cubismo del ilustre malagueño. Empero, él asegura no estar identificado por completo con ninguna línea o tendencia artística. En los tiempos convulsos que transcurren, en los que está amenazada la conservación de la especie humana, resulta lógico que este sensible artista haga a su manera, con sus colores, un urgente llamado que nos inquiete y que nos motive a tener ideas sobre Dios y el consuelo que él aporta a la humanidad. Reynel Reynaldo Velázquez ha participado en diversas muestras colectivas en Cuba y ha realizado tres exposiciones personales en Estados Unidos. Algunas de sus obras forman parte de colecciones privadas en Cuba, Estados Unidos, Reino Unido y España. Hasta hace poco, se desempeñó cómo profesor de pintura en la Academia Provincial de Artes Plásticas Eduardo Abela, de San Antonio de los Baños. En la actualidad, trabaja en su obra, parte de la cual presentará en Cancún en los primeros meses de 2018.


Consagraciรณn, รณleo sobre lienzo 115 ร 100 cm, 2004

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Última cena, óleo y acrílico, lienzo 152 x 101 cm, 2016

Mirada, óleo, lienzo 91 x 61 cm, 2011

Cuatro jinetes del Apocalipsis, óleo y acrílico, lienzo 170 × 98 cm, 2008

San Jorge y el dragón, óleo y acrílico, lienzo 135 x 62 cm, 2009

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Maternidad perpetua, óleo, lienzo 105 x 90 cm, 2005

Ángel guardián, óleo, lienzo 105 x 92 cm, 2004


Bailarina óleo, lienzo 80 x 45 cm, 2007

Lecciones de vuelo, óleo y acrílico, lienzo 125 × 95 cm, 2010

Bailarina óleo, lienzo 75 x 50 cm, 2009

Retrato acrílico, lienzo 12.5 × 12.5cm, 2011 Desnudo, óleo, lienzo 135 × 62 cm, 2008

Alpha y Omega, óleo y acrílico, lienzo 135 × 62 cm, 2007

Paráclito, óleo y acrílico, lienzo 91 x 61 cm, 2011

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Ramón Iván Suárez Escribir con voz de niño

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anador de los principales premios internacionales de poesía para niños en lengua española, autor de numerosos poemarios y manuales literarios, a Ramón Iván Suárez Caamal se le conoce también por haber creado la letra del “Himno a Quintana Roo” y el Taller Literario Syan Caan”, y dirigir con maestría la Casa Internacional del Escritor de Bacalar. Su obra aparece en muchas antologías del mundo, un premio de poesía lleva su nombre en el estado de Campeche, textos suyos han sido musicalizados por diferentes cantautores y la crítica especializada se ocupa con pasión de sus poemas, algunos traducidos a otros idiomas, aunque en español nos concede esta vez una entrevista. Al escribir literatura para niños, ¿te remites a tu propia infancia? -Sí, en ocasiones, aunque la mayoría de las veces es ficción al desarrollar el texto a partir de la voz de un personaje. Los textos literarios se nutren de los recuerdos que yacen en la memoria, pero aún los recuerdos nunca son del todo fidedignos. Más bien, al escribir poesía para el lector infantil, es la voz de un niño la que conduce mi escritura. El niño que todos fuimos y somos, el niño que se plantea interrogantes frente al mundo que le rodea. Hay un diálogo entre el adulto que mira al mundo con ojos de niño y el niño que observa, cuestiona y dice. Al escribir poesía se deben tomar en cuenta varios factores: Quién o desde quién se escribe (hablante lírico), de qué (temática) y cómo se escribe (recursos literarios,

> AGUSTÍN LABRADA AGUILERA enfoque o punto de vista); aunque lo más importante es el sentir desde la infancia, lo que lleva a abandonar el tono solemne y acartonado y abordar el poema desde lo lúdico, el humor y la música de las palabras. Hay distintas poéticas para el poema infantil: los que acentúan el papel del juego y el humor (María Elena Walsh, Shel Silverstein, Roald Dahl), los que tocan lo extraño y el humor negro como Edward Gorey y Tim Burton y los escritores que van más a lo lírico e imaginativo (María José Ferrada, María Baranda y Cecilia Pisos). ¿Qué reacciones más emotivas ha tenido el público infantil ante tus libros? Me es imposible saberlo. Dos libros que han tenido éxito entre el lector infantil son Huellas de pájaros, caligramas que los invitan a dibujar, y Tris tras el miedo, del que he recibido el comentario de que les impresiona. Tal vez esta pregunta podrían responderla mejor los promotores de lectura que han manejado mis libros ante un público infantil. ¿Le apuestas aún a estrofas tradicionales rimadas para concebir en ellas algunos de tus poemas? Sí, pero igualmente al verso libre. La poesía medida y con rima tiene una musicalidad más acendrada y hay formas estróficas que hacen más cercana la palabra al oído: las décimas, las redondillas, los versos pareados, los limericks, que conjugan musicalidad y humor. ¿Desaparecerán las publicaciones de papel? Espero que no. Más bien serán simultáneas las digitales y las de papel. Aún para las nuevas generaciones, el libro en papel sigue siendo necesario. Ni qué decir para Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 25


los que nacimos y crecimos cuando el formato digital todavía no se inventaba. No hay sensación más placentera que tener en las manos un libro, su olor, su textura, su corporeidad. Leer en tablet o en el celular tendrá sus ventajas de costo y facilidad de tener cientos de volúmenes en bits, pero un libro en papel es un invento que acompañará a la humanidad hasta sus últimos días. De tu vasta obra, ¿cuál es el poemario que más amas? En este momento, no podría decirlo. Hay un poema que escribí cuando tenía diecisiete años y que está presente en los lectores actuales: “Noche de luna en el Mayab”, aunque en formato musical. De mis libros, Casa distante es uno de mis preferidos, y de los que escribí para niños creo que Te canto un cuento. ¿Cómo se escribe un poema? No hay recetas para escribirlo. A veces llega de improviso, en otras ocasiones es una búsqueda. Hoy en día me planteo cómo se escribe un libro en lugar de un poema solo. Tengo muchos proyectos, cinco o más libros para niños ya terminados, otros tantos en proceso y dos libros de poesía para el público no infantil en

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proceso de escritura. Voy avanzando de un libro a otro. Me resulta mejor y dejo en el olvido la preocupación del miedo a la hoja en blanco y a la parálisis creativa. ¿Cuáles son los mejores frutos de tus talleres literarios? Aunque no debe decirse “todo tiempo pasado fue mejor”, creo que los logros óptimos fueron con los primeros grupos a los que les di taller de poesía. Actualmente es más difícil, al menos en Bacalar, interesar a los niños y adolescentes en la poesía. Les falta constancia. Inician y no siguen. De esos primeros grupos varios de sus integrantes continúan escribiendo y tienen al menos un libro publicado, pero no debo perder la fe en que las nuevas generaciones igual pueden gustar de la poesía. Posiblemente, para que les sea interesante, hay que encontrar el camino. ¿Tienes alguna opinión sobre la literatura del Caribe mexicano? No me agrada emitir juicios y estoy desconectado del quehacer literario actual en el Caribe mexicano. He visto revistas digitales en la red, libros de jóvenes escritores, grupos culturales. Creo que hay una generación que busca su expresión y espero que lo logre.

¿Qué lecturas poéticas profundas recomiendas a los autores que se inician en la creación literaria? Leer a los poetas actuales ya reconocidos de México y el mundo, adentrarse en las diversas formas de la escritura poética, leer y analizar las estructuras y los modos de construcción de los poemas, y, sobre todo, leer ensayos acerca de la creación poética. Recomiendo, entre otros, los libros de Gaston Bachelard. ¿Puedes darnos una sinopsis de tu proyecto actual de escritura? Estoy en varios libros de poemas a la vez, con énfasis en la poesía para el lector infantil, que a fin de cuentas es poesía para lectores de todas las edades. Al igual, escribo un libro que explora el simbolismo de la piel, su mitología y las sensaciones que provoca. También quiero conjuntar voluntades para reunir y publicar antologías con escritores que viven en la península de Yucatán. Hay un proyecto postergado

de hacer un encuentro en Bacalar de escritores de literatura para niños y culminar el manual Una resortera para las palabras, que plantea un acercamiento a los modos de escribir para el público infantil. Eso y lo que vaya surgiendo con los días.


Grabado de Karl Werner, 1882, Biblioteca Universitaria de Sevilla

Poemas de Ramón Iván Suárez LO QUE SABEMOS

ME HACÍAN BURLA Me hacían burla: le pedí a la Muerte que marcara sus puertas. Me hacían burla: los asesiné en mis pesadillas. Me hacían burla: les saqué los ojos. Me hacían burla: masqué sus huesos. Me hacían burla… Nadie me enseñó a perdonar. No supieron lo que llora una piedra. A sus máscaras nunca las palideció la luna. Huí, huí por más de cuarenta años hasta que me perdoné a las alimañas que me habitan. Vi con otros ojos la hiel de mis llagas. Ojalá los que están detrás de la puerta igualmente me perdonen.

Lo que muchos llaman nido son fugaces horas, casa con canto de lodo y brizna. El alma puso catedrales sobre lo hostil: No ángeles sino cuervos que nos visitan y aunque algunos traigan obleas, los más llevan ojos en sus picos. Bendecidas noches que permiten el reposo, háblenme de su linaje y me daré a la luz, porque no vivo en valle de concordia. Súplica es semilla. Se debe empezar antes que a los demonios les mueran plumas. Aunque no amanezcamos fantasmas, qué dirá nuestra pasión sobre el abismo, con qué bemoles nos sostendremos. Mi casa de canto junto al vendaval es refugio de huesa y tendones. Los nidos las más de las veces son puños; los lindes, cerros de calaveras. Dulcifícame, poesía, háblame del mito para rendirme a la ternura.

LA PIEL Si el cuerpo es la casa del espíritu, ¿qué será la piel? Los muros, pero sensitivos, el techo donde titilan astros, el piso —mineral pertenencia— de esta casa que camina. En este diario a diario hay que sonreír antes de que cada quien multiplique sus penas y sus peces. Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 27


EL MONSTRUO ANTE EL ESPEJO >MACARENA HUICOCHEA

Hay muy pocos monstruos que garanticen los miedos que les tenemos. André Gide Le gusta al frío monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias. Friedrich Nietzsche

S

irenas, esfinges, centauros, grifos, hadas y una larga lista de criaturas fantásticas habitan en las leyendas, bestiarios y cuentos infantiles que han acompañado a la humanidad desde el origen de los mitos hasta las nuevas sagas del siglo XXI, donde los “X-men”, superhéroes con poderes animales o habilidades más que humanas y los magos como Dumbledor o Harry Potter conviven con trasgos, orcos y otros monstruos que nos fascinan y aterran con su deformidad. Pareciera que existe un placer atávico, acaso parte de nuestro ADN, que se expresa desde la más tierna infancia con el omnipresente monstruo que habita en los roperos o debajo de la cama (sin olvidar al “coco”) para llevarnos a encontrar placer en esas películas de terror, en

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las que se logra hacer de un payaso o un muñeco de ventriloquia una fuente de pánico; o a extrañas criaturas con formas de insectos o virus, en alienígenas que se apoderan de nuestra voluntad y nos transforman en seres deformes y sin control de nuestros instintos más primitivos. También es interesante descubrir que, en las grandes epopeyas, no hay héroe que no tenga que enfrentar a algún tipo de monstruo ancestral o demoniaco o producto de una transgresión divina o natural. En otras leyendas, son los propios héroes los que tienen que luchar contra sus internas deformidades, representadas por algún atributo animal que hay que superar como un rabo, unos cuernos o unas orejas, tal cual sucede en la anónima La bella y la bestia; en El príncipe sapo, de los hermanos Grimm; en Piel de asno, de Perrault, y con otros muchos personajes


producto de una combinación entre lo humano y alguna otra entidad viviente o bien un ser humano atrapado en un cuerpo animal. Una de las primeras referencias escritas al respecto está en Physiologus, libro anónimo escrito entre los siglos II y IV, al parecer en Alejandría, que contiene descripciones de diversos animales, criaturas fantásticas y plantas, en el que se narran por vez primera como la del Ave Fénix, que renace de sus cenizas, o la forma de atrapar a un unicornio, ser que no puede resistirse a reposar su cabeza sobre el regazo de una doncella virgen. Sin embargo, en las mitologías asirias, egipcias, griegas e incluso prehispánicas se encuentran testimonios pictóricos y escultóricos de seres híbridos y divinidades o semidioses con algún atributo animal o que pueden transformarse a voluntad en minerales, plantas o bestias. En la Edad Media, se hicieron populares los bestiarios fantásticos donde se narraban antiguas fábulas del mundo persa y greco-romano y, a partir del siglo IV y hasta ya muy entrado el siglo XII, el mundo bizantino se encargó no sólo de atribuir nuevos significados a viejas criaturas, sino también de inventar mezclas de animales reales o imaginarios, combinando partes de diferentes criaturas, atribuyéndoles la representación de virtudes o perversiones que no sólo ilustraban libros, sino también invadieron la arquitectura. No resulta extraño entonces descubrir esta influencia en catedrales medievales como la de Notre Dame de París, donde gárgolas, demonios, trasgos, grifos y harpías parecen querer resguardar la entrada del edificio. Así, pues, los bestiarios se convirtieron en testimonio de dos intenciones diferentes. Por un lado están las que buscaban transmitir enseñanzas pías y advertencias sobre los riesgos de las “tentaciones” –simbolizadas por bestias solas o que luchaban entre sí o Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 29


contra hombres indefensos– con el fin de conmover y motivar al fiel en sus afanes por evitar las “bajas pasiones” y renegar del pecado. Por el otro lado, los bestiarios y los monstruos en ellos dibujados se convirtieron en lengua esotérica y alquímica a la que sólo los doctos podrían traducir, evitando ser acusados de herejía y quemados en las hogueras por la inquisición, al transmitir conocimientos heréticos y filosóficos ajenos a la cristiandad. Cabe destacar que, tanto durante la Edad Media como en el Renacimiento, las obras de Cicerón tuvieron gran influencia cultural, llama la atención la manera en que este pensador define lo monstruoso en su obra Divinatione: Los sucesos que se producen contra natura se llaman monstra, prodigia, ostenta o portenta. Se llaman monstra de monstrare, porque muestran alguna cosa. Se llaman también ostenta y portenta, de ostendere y portendere porque hacen manifiesto u ostensible algo antes de que ocurra. Se les otorga, además, el nombre de prodigium porque dicen en la lejanía, de porro dicere, o de pre-dicere, esto es, porque dicen antes lo que ha de suceder después. Como se afirmó al inicio de este artículo, los monstruos nos han acompañado siempre y son, me atrevo a afirmarlo, ese “doble invisible” que nos acecha y al que atribuimos todo lo que no nos gusta de nosotros mismos o lo que no aceptamos ni entendemos, pero que, como dice Cicerón, nos muestra ese prodigium que nos habita: la seducción por nuestro lado oscuro, la atracción del abismo que nos pre-dice y que nos devuelve el eco de nuestro verdadero nombre. No resulta extraño, pues, que nos seduzcan Drácula, de Bram Stoker o Carmilla, de Sheridan Le Fanu, y menos aún descubrir la familiaridad y las emociones que nos provoca la lectura de Frankenstein, de Mary Shelley, o El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, por sólo citar algunos de los más reconocidos monstruos de la historia de la literatura. Creo que lo monstruoso nos atrapa en sus redes porque evocan sentimientos ambiguos: por una parte, la

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seductora atracción por lo extraño, lo distinto, lo “otro”; y, a la vez, la subversiva y no por ello menos aterradora posibilidad de que los límites de la realidad sean meras convenciones sociales, meros artificios, surgidas de la necesidad de certidumbre y del temor de que se rompan o cuestionen la reglas, las leyes o el orden establecido para la “normalidad” y “el deber ser”. Desde la antigüedad, la humanidad, acaso aterrada ante la deformidad de su propio rostro, disfraza y proyecta sus temores y cobardías en otras sociedades o en un imaginario enemigo, sin considerar que al marginar y al querer desterrar a las bestias de la “polis” o de la conciencia, sólo las oculta, las hace más hambrientas y contribuye a que rompan las cadenas con que pretende atarlas. Así es que, aunque cada uno de nosotros finjamos no reconocer las evidencias, los monstruos personales terminan por convertirse en monstruos sociales, políticos y económicos que creamos casi sin querer: criaturas deformes que caminan a nuestro lado y siguen nuestras huellas causando estragos, pero a las que buscamos dejar de ver, oír y entender… Lo malo es que todos esos monstruos –propios o ajenos, a los que siempre excluimos, marginamos y despreciamos al mirar hacia otro lado– suelen asomarse, tarde o temprano, en nuestro propio espejo y, nos guste o no, se convierten en el reflejo que mejor nos define como especie. Recordemos a Carlos Fuentes: “Increíble el primer animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer vertebrado que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció el terror entre las bestias normales que aún se arrastraban, con alegre y natural cercanía, por el fango creador.”


CARMILLA:

EL HORROR SE HIZO BELLEZA >ÓSCAR GONZÁLEZ

D

ecir que la novela corta Carmilla, del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, es un precedente no sólo por más de dos décadas de adelanto, sino porque también influyó de manera decisiva en Bram Stoker para escribir su Drácula, no es sólo un lugar común sino también una pena, pues, además, la alta consideración del público y la crítica que tuvo el autor en su tiempo, por alguna razón desde los primeros años del cine comercial, ya se le había escamoteado su papel de pionera de la narrativa gótica. Hasta la irrupción en la literatura del periodista en su natal Dublín, casi siempre publicando sus narraciones en revistas de la época –Carmilla vio la luz en 1872, sin embargo, en

una colección de cinco relatos: In a Glass Darkly (En un espejo, oscuramente)–, pocas veces las historias de horror, ultratumba, fantasmas y vampiros habían relacionado tan estrecha e intensamente el horror con la belleza, el amor con el mal, sin faltar fuertes cargas de sexualidad, que en el caso que nos ocupa son de inequívoco carácter sáfico. La homosexualidad de la vida real, sobre todo la masculina, en el Reino Unido de la era victoriana era severamente castigada –como bien lo supo otro coetáneo y contemporáneo de estos escritores, Oscar Wilde–, pero en la literatura, por lo menos la femenina, era celebrada como un ejercicio de belleza y amor ideales. Es cierto que el estadounidense Edgar Allan Poe, en sus narraciones de misterio, horror y a veces

sobrenaturales, había mostrado la misma fascinación por la muerte que los irlandeses románticos y premodernistas, pero, aunque el término gótico en literatura es casi un anacronismo, pensar en la convivencia de los arcos apuntados y las nervaduras de las altas y esbeltas torres de ese estilo arquitectónico que hacen elevar la vista al cielo en místico arrobamiento –tal era la finalidad– con los horrendos monstruos de las gárgolas, como en las catedrales de Colonia y Milán, da una buena idea del novedoso ideal de belleza. Carmilla es una joven descrita por la narradora Laura como de extraordinaria belleza –al grado de quedar prendada de ella casi a primera vista–, que, además, se muestra agresivamente seductora con su amiga, sin

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excluir el contacto físico, con caricias, abrazos y besos que se describen con cierta discreción, tal vez menos de la debida en la época, aunque la talentosa narrativa de Sheridan tiene la plena capacidad hacer dichos arrumacos intensamente eróticos para el lector. La hermosa vampira con frecuencia le habla a Laura de una vida eterna de amor en la muerte, juntas y en permanente arrobamiento, y lo particular de la conducta en el vampirismo de Sheridan es que las vampiras eligen a sus víctimas, jóvenes solitarias y hermosas, para luego enamorarse de ellas y chuparles la sangre hasta causarles la muerte. Matar no se hace sólo por supervivencia, sino también y tal vez primordialmente por amor.

La protagonista no es un monstruo sólo por su origen maligno –el autor curiosamente evita “demoniaco”–, sino porque, una vez hospedada en la casa de la infortunada muchacha, al ejercer sus oficios en la oscuridad de la noche se transforma en un ser horripilante que ronda su cama. La asediada cree que se trata de una pesadilla. Sin embargo, mientras duerme en la tumba, la vampira, que en el caso de Carmilla tiene una centuria de haber fallecido, conserva su belleza y lozanía, e incluso respira con suavidad. Hay en la novela un ascenso sutil hacia un clímax trepidante hasta la muerte de la vampira, que sucede, esa sí, con la consabida estaca de madera, decapitación e incineración,

Grabado de Michael Fitzgerald “El funeral de Carmilla” Publicado en 1872 en la colección In a Glass Darkly.

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lo que sucede poco después de haber sido descubierta por culpa del reconocimiento de un retrato que data de los tiempos de su noble familia que habitaba en un castillo ubicado en una villa abandonada y ruinosa por parte de un viejo general, tío de una víctima reciente. No hay duda, pues, de la influencia de Sheridan Le Fanu en el género y la época: la belleza de Carmilla se puede comparar fácilmente con la del posterior Drácula de Stoker, quien se supone que habría tomado como modelo para las características físicas de su legendario personaje al compositor, director de orquesta y sobre todo virtuoso del piano Franz Liszt que por guapo hacía desmayar y ponerse histéricas a las señoras que asistían a sus recitales al modo de The Beatles o Luis Miguel siglo y medio después, por cierto nativo de la misma región de la baja Austria, Hungría, Rumania y Eslovaquia, cerca de los Cárpatos, en Europa oriental, en la que se desarrollan Carmilla y Drácula, no lejos de Valaquia, Transilvania, donde a mediados del siglo XV el príncipe Vlad Dráculea, personaje histórico que habría inspirado a Stoker (muy libremente), quien encabezando un belicoso y sanguinario régimen autocrático empalaba-ensartaba con un palo para mantenerlos en posición vertical, sembrados en los alrededores de su castillo, a sus enemigos como medida disuasiva contra las rebeliones e invasiones, sobre todo cristianas. Bram Stocker trabajó en el periódico Dublin Evening Mail, cuyo propietario era nada menos que Joseph Sheridan, y ambos estudiaron en el Trinity College de Dublín. En la misma alma máter, atendió clases Oscar Wilde. Estos tres escritores encabezaron sendas generaciones de una época fascinada por la belleza, el sexo, el amor, el mal y la muerte, considerándose al autor de Carmilla como el maestro, después casi olvidado tal vez por la grandeza de sus alumnos, o acaso por una de esas extrañas injusticias de la historia del arte y la literatura.


NUESTRAS SONORAS LETRAS DE PROTESTA >FRANCISCO PINZÓN el conocimiento y los sentires de otras tierras. Cronistas del humor popular, los trovadores fueron de tal relevancia que, aun cuando en el siglo XIII la polifonía había acabado con muchos de ellos, en el norte de Francia surgió la Escuela de Troveros, mezclando dicho arte con las singularidades de los países a los que se extendía. En ese mismo siglo, se suman a la música de protesta los goliardos, frailes vagabundos propagadores de ideas nuevas, que independizaron la música de la liturgia. Sus melodías, orgullosamente profanas, hacían apología del placer y criticaban, sagaz e implacablemente, la corrupción y el abuso del poder eclesiástico del Medievo. Entre sus obras más destacadas están Carmina Cantabrigensia, Carmina Rivipullensia y Carmina Burana, que fue musicalizada siglos después por Carl Orff.

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rotestamos. Protestamos porque tenemos una necesidad inherente de hacerlo, porque nunca estamos conformes, porque somos insaciables, protestamos. Porque somos raza belicosa que ha sobrevivido a todo, en parte por no dejarse someter; porque somos rebeldes, complejos y coléricos, protestamos. Protestamos levantando la voz e imprimiéndola, aunque innumerables poetas, periodistas y oradores nos hayan sido arrebatados por las sucias manos de los tiranos, que pensaron que, acabando con el hombre, destruirían sus ideas. Protestamos. Acaso por preceder a toda lengua y ser la más añeja compañera de

“Agrupémonos todos, en la lucha final. El género humano es la Internacional”. L´Internationale nuestra raza, la música tiene un lugar especial en la historia humana y en lo que toca a la protesta, en Latinoamérica, la memoria inmediata nos lleva a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, quienes, entre otros, dieron melodía a nuestras inconformidades sociales y políticas de los setenta y ochenta (y aún ahora), convirtiéndolas en arte. Sin embargo, allende nuestras latitudes, hay otras voces y ritmos que también dicen: “Protestamos”. El origen de la llamada música de protesta no tiene, por así decirlo, acta de bautismo, aunque a partir del siglo XI se documentó en distintas partes de Europa la labor de los juglares, trovadores errantes que llevaban a la población (mayormente analfabeta)

Después de la obra musical del protestantismo en el siglo XVIII y del romanticismo alemán, siempre inquisitivo del optimismo ilustrado, el movimiento revolucionario gestado en Francia dotaría a la música de protesta de sus dos obras más emblemáticas: “La Marseilleise” y “L’Internationale”. La primera, un excelso llamado a las armas en defensa de Francia, fue compuesta en 1792 por Rouget de Lisle y, aunque desde 1795 fue elevado a himno nacional francés, fue prohibido durante el imperio y la restauración. Después, durante la III República fue reinstaurado, pero en el lustro de 1940 a 1945 fue vetado de nuevo hasta la caída de fascismo. Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 33


“L’Internationale” fue escrita por Eugéne Pottier en 1871 y musicalizada por Pierre Degeyter, once años después. Desde entonces, en plena Revolución Industrial, a esta obra se le considera el himno oficial de la clase trabajadora mundial. A su vez, la revolución rusa presenta un interesante mosaico de esta música: Tchaikovski aludía a los cambios por venir, Rimski-Kórsakov sentenciaba la era zarista y, en las calles, el pueblo ruso coreaba la “Rabóchaya Marselyeza” (“Marsellesa rusa”), un hermoso texto de Piotr Lavrov acompasado con la música del himno francés. En tanto, nuestro país vivía su guerra de revolución. Entre la matanza y la metralla, el mexicano común, oprimido e iletrado, entonaba “La cucaracha” contra Victoriano Huerta, y celebraba los triunfos revolucionarios con melodías como “La marcha de Zacatecas”. Entonces, “La bola”, el movimiento social más grande en la historia de México, de forma violenta y sanguinaria, triunfaba…, al menos en aquel momento, y su triunfo tenía los acordes de la tambora y la charanga. Más al norte del Río Bravo, treinta años más tarde, un suceso inesperado detonaría la protesta musical a niveles históricos. En 1956, un joven cantante originario de Mississippi, llamado Elvis Presley, se presentó en el programa televisivo de Ed Sullivan y cambió la manera de protestar de todo el planeta. El rock and roll, de forma pandémica, invadió la cabeza de los jóvenes del mundo, ávidos de rebeldía. Con la televisión, la radio y demás medios masivos, la juventud se rebeló con o sin causa justa. De pronto, los músicos negros de los Estados Unidos tuvieron acceso a los medios que progresivamente masificaron su causa. Lo mismo ocurrió en distintas partes del mundo. La guerra de Vietnam, la Guerra Fría, la seductora ideología socialista, la guerrilla centroamericana y los conflictos bélicos en África hicieron de la década de los sesenta del siglo pasado un hervidero de emociones y lamentos que se musicalizaron. Los tiranos de Chile, Argentina y México, por nom34

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brar apenas algunos casos, perpetraron impunes genocidios que dieron pie a incontables canciones que aludían a los hechos. En España, el régimen franquista acabó con poetas y músicos que se atrevieron a exponer al dictador y a soñar con la justicia social. Así, las décadas de los sesenta y setenta fueron dejando una sangrienta estela de desapariciones globales y un sinfín de movimientos sociales, narrados y musicalizados por artistas fallecidos y sobrevivientes. Es en esta época cuando la trova cubana y sus distintas vertientes comienzan a enamorar a las masas iberoamericanas con cantos exquisitos a la libertad. “Puedes someterme pero nunca domarme”. Megadeth

Así, apenas empezados los ochenta, de los Estados Unidos vino un medio que iba a revolucionar la forma de ver la música, dicho de manera casi literal. En 1981, el canal por paga MTV (Music Television) se convirtió, casi de inmediato, en el referente mercadológico más codiciado, debido a su penetración sin paralelo. Este fenómeno no tardó en convertirse en la ventana del mundo hacia diversos géneros musicales así como a distintas filosofías. Tal vez la primera gran canción de protesta en la era MTV fue “Sunday, bloody Sunday”, de la banda irlandesa U2, en la cual se alude a la matanza de catorce manifestantes irlandeses a manos de tropas británicas en la ciudad irlandesa de Derry. Como lo hicieran Bob Dylan y The Beatles, décadas atrás, el gran éxito comercial de U2 confirmó que la música de protesta no era ajena a la comercialización masiva. Con los años, Music Television se cimentó como la opción definitiva para la exposición de la música mundial y, a la vez, para la difusión de ideas, pues, en medio de tanta banalidad, el planeta tuvo acceso a la obra de artistas de otras latitudes con causas y sentimientos poderosos. A principio de esa década, en Argentina se protestó contra la dictadura con tintes musicales que iban de Mercedes Sosa a Ataque 77, de León Gieco a Carajo. En los Estados Unidos, decenas de artistas se unieron para grabar el sencillo “USA for África” con el propósito de recabar fondos para ayudar a Etiopía y Somalia, cosa que meses más tarde devino en el evento Live Aid, un festival trasatlántico con el mismo fin. En ese mismo año, la comunidad musical internacional se unió de nuevo para grabar “Sun City”, una protesta contra el régimen del apartheid. Mientras


tanto, en tierras africanas, se popularizaba el toyi-toyi, combinación de música y danza que, adoptado por la facción armada del Congreso Nacional Africano, se usaba para ejercitar y levantar la moral de los guerrilleros. “Tiene que empezar en algún lugar. Tiene que empezar en algún momento. Qué mejor lugar que éste. Qué mejor momento que ahora”. Rage Against The Machine En 1990, la caída del Muro de Berlín (1989) fue ambientado por Pink Floyd, creador del álbum The Wall, cuya canción “Another brick in the Wall” es una obra maestra contra la opresión. Un año después, el descontento generacional se plasmaba de forma brutal por Nirvana en su legendaria “Smells like teen Spirit” y The Cranberries se consagraban con “Zombie”, tema que versa sobre el conflicto de Irlanda del Norte y protesta contra un atentado del Ejército Revolucionario Irlandés, perpetrado en Warrington, Inglaterra. En México, la música de protesta si bien se abarataba en su presentación, encuentra fortaleza en su rudeza. Lejos quedaron las melodías de Violeta Parra y en su lugar bandas como Resorte y su “Opina (de política) o muere”. De pronto, los jóvenes coreaban versos como “Puto: El que nos quita la papa (y) También todo el que lo tapa”. En aquella década, las calles de Los Ángeles parieron una amalgama de hip-hop, heavy metal y furia chicana llamada Rage Against the Machine. Con letras bravas, incisivas y sumamente inteligentes, acompasadas de melodías rabiosas y elaboradas, RATM se aleja de los versos tradicionales y usa su obra, ruda y primitiva, para obligarnos a escuchar su mensaje. “Escribí con mi sangre en cada calle. Hicimos escuchar a los que no podían. Derribamos todas las barreras”. Amir Eid La Internet fue el siguiente salto en la evolución tecnológica y, des-

de entonces, las cosas se aceleraron. Contamos con tecnología que todo lo registra y la omnipresencia de los teléfonos celulares nos permite transmitir sucesos desde casi cualquier rincón del planeta. Estos días digitales nos brindan herramientas como YouTube, poderoso aliado de la canción de protesta que nos ha acercado al sentir árabe con la canción “Rais Lebled”, cantada por El Presidente, artista tunecino encarcelado y liberado después de la dimisión de Zine Abidine Ben Alí. Actualmente, la canción de protesta más escuchada a nivel mundial es “Sout al Horeya”, de Amir Eid. Con más de dos millones de vistas en YouTube, la balada expone la injusticia del gobierno egipcio y el espíritu inquebrantable de su pueblo. De igual forma, empezamos a escuchar la voz de Corea del Norte. Ciudades como Jongju, Yongchon y Sonchon son las primeras en protestar, organizadamente, a pesar de los esfuerzos

del dictador Kim Jong II por reprimirles. Al respecto, la banda Blur se ha unido a la causa norcoreana con la canción “Pyongyang”. Mientras los ciudadanos del mundo sigamos luchando contra un enemigo que cambia de rostro, usamos todas las melodías y los idiomas que conocemos para unirnos y, al hacerlo, nos reencontramos con nuestras voces originales. Así, los goliardos siguen sonando a través de las letras profanas de juglares cibernéticos de todas nacionalidades que nos alientan a procurarnos de ideales. Es así cómo resistimos, es así como aún protestamos. Cuando despiertes un día y sientas que no puedas más, que en el nombre del de arriba tu vida van a manejar. Si sientes que el miedo se pega a tu piel por ser comunero y justicia querer, si te rindes, hermano, por ti nunca pensarás Mago de Oz/ Fiesta pagana.

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esde hace casi veinte años, la revista El Búho está en circulación. Fue creada cuando el suplemento cultural del periódico Excélsior terminó, y su director René Avilés Fabila decidió continuar esa tarea a través de una revista impresa. Fue así que se formó la revista con el nombre de Universo de El Búho, en noviembre de 1998, dado que el nombre de El Búho estaba registrado por el Excélsior. No fue sino hasta el año de 2010 que recuperamos el nombre original de El Búho. Se formó con todos los escritores, pintores y caricaturistas que salieron del Excélsior como José Luis Cuevas, Sebastián, Raúl Anguiano, Héctor García, Griselda Álvarez, José Agustín, Alberto Dallal, Martha Chapa, Leticia Tarragó, Bernardo Ruiz, Carlos Bracho, Beatriz Espejo, Andrés Henestrosa, Luis Herrera de la Fuente, Dionicio Morales. Todos de talla y renombre, respaldaron nuestro trabajo cultural. Algunos de ellos ya fallecieron. Uno de los objetivos de la revista fue promover la cultura en una acepción amplia del concepto, donde se incluye poesía, cuentos, partes de novela, crítica literaria, análisis económicos y sociales, etc. Por ello, desde el número 38 y hasta el 140 fueron repartidos gratuitamente cinco mil ejemplares. Cuando se imprimía, la revista estuvo certificada, año tras año, por el Instituto Verificador de Medios. Era distribuida a través de librerías, básicamente por Educal, Gandhi, El Sótano, Pegaso de Casa Lamm, Miguel Ángel Porrúa, la UNAM, el IPN y dependencias del gobierno federal. La revista, además, ha estado también en Internet, lo que aumenta sensiblemente su alcance a un público medio con acceso a la educación y la cultura. A partir del número 141, sólo se encuentra en Internet. Con este número, el 200, termina la revista. Tras la muerte de su creador, conservamos la revista un año, pero es necesario cerrar ciclos, terminar proyectos. Éste fue un proyecto personal de René Avilés Fabila que concluye

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ADIÓS A LA REVISTA

>ROSARIO CASCO SUBDIRECTORA DE LA REVISTA EL BÚHO

Tras dos decenios de nacida en forma impresa y luego también de estar presente en los medios electrónicos, este diciembre la decana de las revistas culturales de nuestro país dejó de salir. Hay luto en los ámbitos artísticos e intelectuales de México. Presentamos aquí algunos párrafos del editorial de despedida.

poco después de su desaparición física. Agradecemos a los lectores y colaboradores que participaron en este proyecto de manera desinteresada. Sin ellos no hubiera sido posible la permanencia de esta revista por más de diecinueve años. Esperemos haber llenado un espacio cultural que cada día es más

estrecho. El interés por la cultura desaparece a pasos agigantados. Esperemos que otros medios sigan en la lucha contra corriente para elevar el nivel cultural y espiritual de la población mexicana y mostrar al mundo la gran riqueza que existe en nuestro país.


CARLOS DÜRING,

el argentino de la cola de caballo >AGUSTÍN LABRADA

L

a tarde del 18 de octubre de 2017, dejó de latir el corazón de Carlos Düring en su casa de la calle Ecuador, en Buenos Aires, ciudad donde vino al mundo muchos años atrás sin imaginarse su larga aventura mexicana que culminaría en Quintana Roo, tras las huellas de la Guerra de Castas, para escribir un libro cinematográfico que nunca pudo filmar. Cuando llegué al Caribe mexicano, hacia 1992, Carlos fue uno de los primeros amigos que hice y por ese afecto tan perdurable me duele urdir estas líneas, pues estoy de luto y sé que Düring no volverá a sonreír con su acento porteño y su dicción ceñida entre dientes, frente la Laguna de Bacalar, donde entonces vivía con su perro Ron y un viejo Volkswagen. Carlos escribió ese guión, que se contextualiza en la Guerra de Castas y tiene como escenarios principales las poblaciones fronterizas de Bacalar y Corozal en el siglo XIX, y ya no regresó a la Ciudad de México, de donde procedía tras escaparse de Argentina, víctima del régimen fascista de Jorge Rafael Videla, y haber incursionado como actor de teatro. Carlos siguió aquí haciendo teatro, como actor y como director, aunque no de una manera sistemática; y Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 37


en 1995 codirigió, con el coreógrafo y bailarín Armando Yuvero, el espectáculo multidisciplinario Martí, un hombre extraño (en el que participé leyendo un texto) para conmemorar el centenario de la caída en combate del poeta, político y apóstol de Cuba José Martí. Düring vivió en Bacalar, Chetumal, Isla Mujeres y Cancún. Hizo documentales de relieve estético como Señora Tecolote de alas extendidas, para el ex Centro de Investigaciones de Quintana Roo (de índole científica) y Un grito por la vida para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (sobre el retorno de los guatemaltecos a su tierra de origen). El argentino vivió de cerca los episodios de los refugiados guatemaltecos, campesinos de diferentes etnias que huyeron de su país, donde eran masacrados por el ejército, y en el sur de Quintana Roo levantaron tres campamentos: Kuchumatán, La Laguna y Maya Balam (hoy poblaciones mexicanas), con sus desarraigos, sus sueños y su honda tragedia. Con Carlos colaboré también, bajo auspicio del entonces gobierno de Fidel Villanueva Madrid, en la realización de un encuentro de escritores caribeños en Isla Mujeres, en el entorno de la primera convocatoria del Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén (1997): una fiesta maravillosa que hizo crecer al concurso hasta su décimo quinta edición. La producción de Carlos no es amplia, pero sí original y honda, a la que aspiran los verdaderos artistas, como el cuento suyo “De la distancia y otras cosas” (donde me inserta como personaje), publicado en la revista cubana Casa de las Américas y en la antología narrativa y poética del sur de México Inventa la memoria, que vio la luz en la editorial Alfaguara. Durante un tiempo, también desde Isla Mujeres y con el apoyo de la UNESCO, Carlos dirigió la revista cultural Atando cabos, y en ella, solidario, promovió a la revista Río Hondo, que en Chetumal editaba

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yo. A su vez, en mi libro Palabra de la frontera le dedico un texto a su guión cinematográfico y se le menciona igualmente en Más se perdió en la guerra. En Más se perdió en la guerra, el guionista mexicano Xavier Robles (autor de Rojo amanecer) comenta en una de sus respuestas el libro cinematográfico escrito por Düring como un ejemplo de buen guión, representativo de la historia del Caribe mexicano; y en Palabra de la frontera se resalta el manejo que Carlos hace en él de los personajes y los conflictos. Se sugiere incluso que transforme el guión, que estelariza el joven mexicano Miguel Mena (un héroe trágico) en una novela, ya que el lenguaje usado es intensamente literario, y porque la Guerra de Castas es abordada desde ángulos más personales y humanos con destellos de universali-

dad y desde ámbitos micro históricos poco explorados por autores de ficción. Enfermo de las cuerdas vocales, a través de las gestiones del escritor Francisco López Sacha y otras personas, Düring recibió atención médica especializada en La Habana, y, aún con su nueva voz artificial, siguió trabajando por la cultura, esta vez en Cancún, hasta que (tras un arranque de nostalgia) regresó a su Argentina, donde fue acogido con calidez por mucha gente. A él me unen numerosas anécdotas desde aquellos días en Bacalar en que un grupo de escritores latinoamericanos –Omar Ocampo, Eutimio Sosa, Luis Aceituno, Norma Quintana, Yadira Eguiguren, Eduardo Casar… y quien esto escribe– solíamos juntarnos en su casa de entonces, convertida hoy en un club de velas, a retar el universo, amparados por el tequila, junto al agua. He de decir también que el espectáculo, concebido por él y el maestro Armando Yuvero Zamora, en el patio del Museo de la Cultura Maya, ha sido una de la presentaciones más emotivas que se ha realizado en Chetumal, y en ella, recuerdo, Francisco López Sacha (quien olvidó sus lentes para leer) “fabuló” de memoria fragmentos del Diario de campaña, de José Martí. Fue hace dos años y medio la última vez que vi en persona a Düring. Estuvo en la presentación de mi libro Ellas están de paso, en el hotel Oasis Smart de Cancún, y luego nos fuimos a cenar con Jorge González Durán, Isadora Medina y Antonio Mekler. No imaginé entonces, al despedirme, que aquel era el último abrazo el que le iba a dar a mi loco y gran amigo. Desprendido, galán ante las mujeres y solidario con los amigos, Carlos tuvo dos hijos que le sobreviven: el arquitecto Emiliano y la adolescente Bárbara, quien nació en Isla Mujeres y tiene en sus venas fuego de este Caribe que su padre amó, pese a las nubes de xenofobia. Van aquí mis condolencias para ellos y la certidumbre de que nunca olvidaremos al argentino de la cola de caballo.


gacetadelpensamiento@yahoo.com.mx

:a bece dario espacio libre

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:abecederario

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urante el último año, he estado tres veces en La Habana. Desde que, en 1995, por razones de trabajo, visité la ciudad por primera vez, he regresado allí en numerosas ocasiones. He paseado por sus calles y plazas, me he bañado en sus playas, mantengo en ella varios amigos. En La Habana conocí a mi actual esposa, otra enamorada de la ciudad y del país. Juntos hemos recorrido la isla, de Morón a Trinidad, de Baracoa a Viñales. Durante un tiempo, colaboré para hacer sostenible un sistema de salud del que, pese a sus carencias y defectos, los cubanos pueden sentirse orgullosos. Me gustan la música, la literatura y el cine de ese país. Y, sobre todo, me gusta la gente, vitalista, creativa, tan cercana siempre a los españoles. Por razones bien conocidas, los cubanos y las cubanas han de dar a diario muestras de un ingenio sin límites y de una voluntad casi demente de supervivencia. “Resolver” le llaman a eso. Asuntos tan sencillos como ducharse, comprar tomates, conseguir un antitérmico o desplazarse por la ciudad suelen exigirles grandes dosis de paciencia e ingenio, salvo que dispongan de moneda convertible, por supuesto, pues ésa es la inmediata y más evidente constatación de quien llega por primera vez: que hay dos Habanas, como hay dos Cubas: la del peso cubano (barata, escasa y de mala calidad) y la del peso convertible (cara, surtida, con calidades equiparables al primer mundo). Los cubanos viven desde hace años la forzada esquizofrenia de habitar dos universos paralelos cuya distancia material y estética puede estimarse por la tasa de cambio: un peso convertible equivale a 24-25 pesos cubanos. La representación gráfica de esa distancia podría hacerse superponiendo dos vistas panorámicas: una de Centro Habana y otra de Siboney, o comparando los artículos de Granma, el diario del Comité Central del Partido Comunista, único legal en el país, con los comentarios de la gente de la calle, incluidos los de muchos de los afiliados de base de 40

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RESEÑA INCOMPLETA

DE LA HABANA >ALBERTO INFANTE

ese mismo partido. No se requiere una gran perspicacia para adivinar cuál de esos dos mundos habitan la alta dirigencia del país y sus allegados. Sin embargo, es poco probable que el visitante extranjero gaste su tiempo leyendo Granma o viendo la monótona televisión oficial: las calles de la ciudad ofrecen un espectáculo mucho más interesante. A primera vista, el déficit de inversión es clamoroso. Últimamente, se han asfaltado algunas avenidas, hay más semáforos (chinos) en los cruces, muchas casas de El Vedado están siendo rehabilitadas y convertidas en hoteles de lujo, el parque móvil (incluidos los obsoletos y atestados autobuses urbanos) se ha modernizado y las farolas iluminan varias avenidas (bombillas chinas y vietnamitas) de bajo consumo. Parece, no obstante, que ello apenas alcanza a reponer lo que el uso

desgasta, mucho menos a compensar la brutal caída de las inversiones del llamado Periodo Especial (1991-1998), la cual vino, por cierto, a sumarse al deliberado olvido con que la Revolución obsequió desde un principio a los distritos “burgueses” (Centro Habana, El IMG 0265Vedado). Abandonados por sus antiguos propietarios, repoblados por organismos oficiales y por una población (en buena parte emigrantes del centro y el oriente de la isla) de escasa capacidad adquisitiva, las edificaciones decayeron, los parques y plazas se descuidaron, los servicios básicos de agua, luz, alcantarillado y recogida de basuras languidecieron y las reparaciones se eternizaron. En esas condiciones, el voluntarioso eslogan de un CDR de Centro Habana (“Socialismo es construcción”) suena a sarcasmo o a broma de mal gusto.


:crónica Por si fuera poco, la supresión del mercado de viviendas (sustituido por un surrealista sistema de “permutas”) eliminó cualquier incentivo para el mantenimiento a largo plazo de los inmuebles y generó una picaresca que le ha proporcionado al cine cubano algunos de sus mejores (y más ácidos) guiones. Ese mercado, junto a los negocios por cuenta propia en una lista de casi doscientas actividades (de pensiones a peluquerías, de tiendas de artesanía a pequeños restaurantes), fue reintroducido hace unos años. Los cubanos pueden ahora poseer viviendas e inmuebles... si tienen dinero para comprarlos, naturalmente. Desde 1998, la mayor parte de ese dinero proviene de cubanos del exterior y de inversores extranjeros asociados con testaferros locales. Podría decirse que hay muchas Habanas, cada una con su historia y su personalidad propias: la Habana Vieja (colonial, rehabilitada en parte por el historiador de la ciudad y sometida a una fuerte presión turística, incluido un reciente y depredador turismo de cruceros); Centro Habana (populosa, arruinada, descrita por novelistas como Pedro Juan Gutiérrez en Trilogía sucia de La Habana y Vladimir Hernández en Réquiem Habana o en filmes como Últimos días en La Habana, de Fernando Pérez); El Vedado (de hermosos palacetes y casas ajardinadas edificadas por la burguesía republicana durante la primera mitad del siglo XX que están siendo poco a poco rehabilitadas). Al oeste del río Almendares está Miramar (con grandes avenidas, casas ajardinadas, y sedes de empresas). Nombro también el

Nuevo Vedado (una agradable zona de chalets que los taxistas conocen como el barrio de los generales); Cubanacán y Siboney (extensas zonas ajardinadas con mansiones al estilo de Miami, donde viven la dirigencia del régimen y diplomáticos, y están las corporaciones extranjeras); y no hay que olvidar duros extrarradios como Marianao, Boyeros o las ciudades-satélites de estilo soviético de los setenta y ochenta como La Habana Este. Desplazarse por esta urbe de dimensiones estratosféricas exige una gran habilidad para identificar los distintos tipos de transporte público (buses de la empresa municipal, buses cooperativos, relucientes (y caros) taxis amarillos para turistas, viejos taxis para cubanos, decrépitos “almendrones” (que por lo general funcionan como taxis colectivos), moto-taxis, ciclo-taxis y autos particulares (ilegales) compiten en cada calle y en cada esquina. Un mismo recorrido puede costar entre cinco céntimos y diez CUCS o dólares dependiendo del vehículo, la hora y la capacidad de negociación. Los autos estadounidenses de los años cuarenta y cincuenta, muchos de los cuales, relucientes y bien conservados, ofrecen recorridos turísticos, son un rasgo característico del paisaje urbano como también lo son alegres grupos de escolares uniformados que entran y salen de las numerosas escuelas públicas de la ciudad.

En La Habana no se ven “niños de la calle”, ese terrible espectáculo de abandono y miseria tan común en otras grandes ciudades del mundo. La tasa de escolarización es altísima. Recién llegada de otro país del Caribe, a la esposa de un diplomático europeo le asombraba que niños y adolescentes fueran caminando o en bicicleta a colegios e institutos, e incluso regresaran solos a casa de noche, pese a la escasa iluminación, sin riesgo alguno. La Habana sigue siendo una ciudad segura. Tampoco se perciben bolsas de miseria, aunque de vez en cuando personas pobremente vestidas rebuscan en los contenedores de basura o recogen botellas usadas, y humildísimas ancianas desdentadas ofrecen mecheros o bolsitas de plástico por un peso cubano en los portales. A veces, discretamente, alguien se acerca a un turista y le pide algo para comer. En Cuba, las pensiones no suelen superar los 300 pesos cubanos (unos 1215 dólares) mensuales, y gran número de personas mayores dependen de una “libreta” (lista de productos básicos subvencionada por el Estado) cada vez más reducida y de sus familias para sobrevivir. Apabullan lo abigarrado de la tipología humana y la variedad de ocupaciones. Choferes y guías turísticos; “reclamos” de restaurantes; albañiles y electricistas de obra pública; vendedores de maní, chicharrones y ajos pelados; susurradores oferentes de cigarros puros; jugadores de dominó y ajedrez; mecánicos callejeros; elegantes cubanos con acceso a divisas; fieles de santería vestidos de blanco; militares de verde olivo; policías en sus motos; largas filas de gente que espera las guaguas; jóvenes y menos jóvenes arracimados en las plazas con acceso a Internet; vocingleros grupos de turistas gringos (en retroceso desde la llegada de Donald Trump); mulatas de generosas carnes y ceñidas licras; anunciadores de premios en loterías ilegales; madres con niños; mujeres con platos recién cocinados; hombres que portan cartones de huevos; excursionistas y mochileros... La vida parece desarrollarse en la calle (o en portalones y patios Enero-febrero 2018 GACETA DEL PENSAMIENTO I 41


:abecederario abiertos a ella), a la vista de todos. Y alrededor de ellos, poderosas, pese a la decadencia y la destrucción, se despliegan la diversidad y la riqueza de un patrimonio arquitectónico y decorativo (columnas, rejas, capiteles, ménsulas, cornucopias, metopas, escalinatas y vitrales) que, en La ciudad de las columnas, Alejo Carpentier describió con mano maestra. Lista a la que me permitiría añadir las rehabilitadas salas de cine y estaciones de servicio de los años cuarenta y cincuenta. Sin duda, hay una Habana española entreverada de elementos afrocubanos y reminiscencias chinas; y otra de clara influencia gringa (en la arquitectura, pero, también, en ciertos giros lingüísticos o en la afición al beisbol). Existe una Habana monumental, la de las fortalezas coloniales, el Capitolio, el Gran Teatro, la Plaza de la Revolución o el cementerio de Colón; y otra de plazas y calles ora recoletas, ora majestuosas y enseñoreadas por una vegetación de frondosidad inigualable. Está La Habana de los de agros de cuadra y las tiendas del Estado; y, también, la de la cadena Panamericana y de unas cuantas galerías de lujo que ofrecen marcas internacionales. Existe La Habana de los micro-negocios de carrito, escalera y portal; y, también, la de los grandes hoteles, sean los tradicionales (Inglaterra, Sevilla, Nacional, Capri, Habana Libre, Meliá-Cohíba o Riviera) o los nuevos como el recién inaugurado Kempinski, en pleno Parque Central, al que pronto se sumarán otros dos al final de Prado, frente a la fortaleza de La Cabaña y la bocana del puerto. Hay una Habana de iglesias, párrocos y obispos; y otra, menos ostensible y más diseminada, de babalaos y locales de santería. Existe La Habana de los museos (entre ellos el Museo Nacional con sus magníficas colecciones de Wifredo Lam y de Portocarrero), y la de las pequeñas galerías de arte y las ferias y mercados de artesanía. Existe La Habana de los exilados republicanos (el doctor Pittaluga, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, Rafael Alberti y María Teresa León, entre 42

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otros), y La Habana de los debates y conferencias literarias, de las presentaciones de libros en la UNEAC, la Casa de las Américas, el centro Dulce María Loynaz o la Casa del Alba. Está La Habana de los certámenes de cine, las salas de conciertos y los festivales de música; y también la más recogida de los pequeños clubes de jazz, de música cubana o de salsa, que incluye asimismo aquellos lugares, variables, inciertos, donde acuden a “descargar”, de forma más o menos espontánea, los mejores músicos de la ciudad, pues uno de los rasgos de esta urbe multiforme, contradictoria, proteica, es su intensa vida cultural, en general de buena calidad y a menudo gratuita. Por supuesto, existe La Habana del malecón, esa larga avenida costera, a un tiempo vía de comunicación y lugar de encuentro, a la que el Atlántico, según su variable humor, contempla, acaricia o golpea, y cuyos súbitos amaneceres e inacabables ocasos bien valen por todo un viaje. Y, digan lo que digan, sigue existiendo La Habana de la profunda solidaridad vecinal ante las adversidades se presenten en forma de huracán, de apagones o de falta de papel higiénico. La Habana son todas esas Habanas, y muchas más que el paseante atisba con sólo posar la mirada en cierto edificio o en determinado patio interior, pero a las que esa mezcla de pudor y prisa que define al viajero moderno le dificulta acceder. Cualquier reseña de la ciudad ha de ser, por fuerza, incompleta: poco más que un boceto o un croquis. Para hacer justicia a una ciudad donde, entre otras cosas, es posible comer churros tan buenos como los de Madrid o amanecer con el canto de los gallos, haría falta algo distinto: una suerte de hipertexto en el que cada palabra, cada término, pudiera abrirse y dar entrada, como si de un video-juego interactivo se tratase, a una sucesión de universos independientes y conectados. Cincuenta y nueve años después, La Habana, como el resto de Cuba, afronta una difícil transición.

La generación de la Sierra Maestra se dispone a entregar el relevo lo cual generará, sin duda, dificultades y tensiones. Desde el vecino del norte llegan nuevos vientos desfavorables. Además de endurecer los requisitos a los estadounidenses que desean viajar a Cuba, la administración Trump ha cerrado la oficina consular de su embajada. Para viajar a Estados Unidos los cubanos deben solicitar el visado... ¡en Bogotá! Por su parte, la Unión Europea, tras veinte años de infeliz desencuentro, acaba de abrir una nueva y prometedora etapa de relación con la isla. Escribo estas líneas a mediados de diciembre de 2017, tras la amplia cristalera del hotel Riviera, frente a un mar plateado sobre el que se derrama una luz cristalina y leve que me recuerda a la que, hace años, contemplé desde otra orilla del mismo océano, en la bahía de Cádiz. Mañana dejaré el país y regresaré a España. El futuro no está escrito. Los habaneros y el resto de los cubanos se esfuerzan por escribir el suyo. Sólo puedo desearles que 2018 les traiga una vida mejor, es decir, más prosperidad y más democracia. Publicada en la revista Entreletras.eu en la última semana de diciembre de 2017.


:poesía

COMO NEBLINA

Raciel Manríquez nació en la Ciudad de México en 1976 y desde niño vive en Chetumal, estudió la licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad de Quintana Roo y la maestría en Periodismo Político de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Fue becario del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y del Instituto Quintanarroense de Cultura, en la disciplina de letras. Colabora en la edición de la plaquette de poesía y narrativa Cartapacio, del taller literario de la misma universidad. Es profesor de Creación Literaria y de Fotografía. Fotos suyas aparecen en el libro de pinturas del maestro José Peralta Castañeda y en la antología de difusión cultural Reggae en el Caribe mexicano, de Enrique Montes. Sus trabajos gráficos han aparecido en diversas revistas culturales. Su primera exposición fotográfica fue exhibida en el Festival Internacional Mahahual: Cruzando Fronteras 2016. Es autor del poemario El rugir de olarasca, presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería 2013, en la Ciudad de México; de un conjunto de cuentos para niños editado por la Comisión de Derechos Humanos; del libro de versos Luna en voz alta, de la serie Cuadernos de la Gaceta, 2014; y de Casasombra, obra ganadora de la primera mención del Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015.

>RACIEL MANRÍQUEZ

Como neblina Caminar la ciudad ya no es lo mismo. La siento cansada en la sonrisa de las mujeres que compran en los mercados, en la nostalgia de las aves cuando al vuelo caen del suspiro de los ángeles, en los faroles nacientes en las calles de noche y su luz tenue como el abandono, en el gendarme que enciende la sirena roja y baila, en la ausencia de tiendas que ofrecen pan al hambriento. La bahía y los prados ahora son oscuros, peces revolotean en las palmeras y hormigas nadan en las pequeñas olas. Y me imagino arriba de todo, como neblina. Sin embargo, disfruto el andar verde de los zapatos gastados de los peatones y desde el camino te miro andando entre toda esa gente, y brillas, y entiendo que esta ciudad es diferente.

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:abecederario A trasluz

Silueta de mar

Conocí a un corazón, era blanco y por dentro contenía todo lo que el pasado puede guardar. Una sirena nadaba entre sal y olvido; con su nado suave recorría este lugar atravesado por una flecha. Mujer que con sus hermosos ojos miraba las sombras para luego quedarse en la silueta de una medusa. Por las tardes, cuando todo era calma, comía una manzana para luego ir a dormir la siesta en un barco de papel, uno muy pequeño que reposaba en lo más alto de aquel músculo de esperanza. En el tiempo, cuando no existían recuerdos, alguien, un ser oscuro y sonriente, puso a esta mujer en su corazón. Sin una razón clara, su trabajo es vaciar de a poco aquel sitio con tentáculos y peces ángeles. Un trabajo inútil o no sé, teniendo en cuenta que todo corazón tiene como última aspiración el vacío.

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¿Qué puedo hacer con este insomnio? ¿Qué con la noche cuando llega tan lenta? Me refugio a trasluz y persigo vuelos nocturnos. Acabo con la vida y de mi puño a veces escapa un poco de polvo. Afuera, se escucha lluvia, pero son las hojas de mi árbol que bailan una danza de estrellas. ¿Acaso la lluvia no se fragmenta en pequeñas chispas de luz? Vuelvo a mi conflicto, cierro los ojos y un pensamiento pasa, se abre, pero todo es oscuro. Desde este punto, el agua sube por la raíz, la vuelve alimento. Me niego a permanecer en el mundo, mi bostezo alcanza dimensiones de sueño, me acomodo y un armadillo brinca desde el buró y escapa bajo la cama; lo escucho, murmura cosas en idioma de selva. La oscuridad habita y me señala con sus ojos de ámbar: pequeñas luces que ubican a los aparatos inertes; me estiro y ya estoy en una ola que sumerge y revuelca mi cuerpo dentro de su turbio constante. Supongo que cuando despierto de golpe no es porque vaya a caer de algún sitio, es la tierra que se mueve en la conciencia de lo inconcluso. Siempre queda un pendiente para mañana, la cita de las cinco, el café que no se bebe, el deseo en la mirada. A estas horas, el refrigerador es la única cita que tengo, atravieso la pared, siento la pesadez en mis hombros, la magia de la luz al abrir la puerta, agua por mi garganta... Regreso de la noche y en mi cama encuentro a alguien, tiene mi cuerpo, la mirada perdida y se pregunta: ¿Qué puedo hacer con este insomnio?

Las cosas

Te pienso guardando cada cosa, las que elegiste. Las que llegaron a tus manos y sostuvieron un deseo, el perfume que recuerda que la vida es bella, el sostén blanco de resortes gastados, el maquillaje que acaricia la pequeña brocha que luego va a tu mejilla. Coges algo y lo metes en una caja, en una bolsa, y así vas acomodando cada cosa. Desde aquí, te miro ordenando cada uno de tus utensilios de uso, objetos de los que nadie habla, de los que nadie escribe. La tierra gira en el olvido de lo inservible, de relojes sin tiempo, de bancas con hojas de otoño, de juguetes que permanecen entre el polvo, en lugares húmedos, en la sombra. Ahora eres el objeto de lo que traes puesto, vas por la calle y compras y compras. Diógenes caminaba por mercados y se reía, porque no ocupaba ninguna de esas cosas. Tú lo compras todo, eres la mina de los empresarios y el sostén de la economía local. El griego compraría un paraguas y una marquesita, y reiría a tus espaldas. También pienso en las cosas que te miran, en las que te eligieron, en aquella que se acercó en silencio y se interpuso a tu paso para que fueras suya. Esas cosas son las que más valen, porque les perteneces. Los zapatos que más te gustan: regalo de la abuela, el pantalón que se te ve increíble, la cartera de noche que sostiene tu andar. ¿Somos cosa de un momento? En la arena nos vamos desgastando, frente al mar caminamos para sentir una brisa de luna. Vuelvo y te siento como lo más lindo. Cosita, suspiro pequeño. ¡Qué cosas digo!


:cuento

LOS PECES MUERTOS SON LOS ÚNICOS QUE SIGUEN LA CORRIENTE Premio Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Ávila (Castilla y León) en su modalidad de narrativa breve, de 2017. >MAURO BAREA

Los peces muertos son los únicos que siguen la corriente”, leí en la pizarra negra, y me detuve impulsado por la curiosidad. La pizarra estaba colocada junto a los menús de pescaítos fritos de un chiringuito entre la inmensidad de las dunas. A un costado de la frase, habían dibujado unos peces de colores con trazos infantiles. La playa de Camposoto era un paraje solitario a excepción de los surfistas madrugadores que desgarraban olas a lo lejos, por el castillo de Sancti Petri. Tomé un trozo de tiza verde, que quizá el mismo autor había dejado como un regalo, y con cosquilleos en el estómago, precediendo la travesura infantil, puse debajo: “¿Y si decidiera seguirte la corriente?” Me volví para asegurarme de que nadie me había visto, y proseguí con el footing sobre la arena húmeda y apisonada de la bajamar. Tengo malísima memoria a corto plazo, pero, por alguna razón, ese diálogo silencioso e impreso en un vulgar tablero persistió en mi mente hasta la hora de dormir. ¿Cómo se lo tomaría el autor de la frase? ¿Se reiría y lo borraría? ¿Seguiría el juego, o mejor dicho, la corriente?

Al día siguiente, salí de la cama, me vestí con el mismo chándal y salí un poco más temprano de lo habitual, cercado por la impaciencia. Cuando alcancé la playa, el sol apenas saludaba con sus lanzas sobre las aguas azules. En la pizarra había una respuesta, que más bien parecía un desafío: “Me gustaría verte intentándolo”. No se lo había tomado mal, pero tampoco quería decir que le agradaba ver pintarrajeado su tablero, arruinando su filosofía de bar. Me choca no entender algunas veces a la gente de aquí. Hablan fuerte y parece que te están echando la bronca cuando en verdad charlan en el tono más amistoso del mundo. Esa respuesta quizá era cachondeo o una invitación. Vale. “Dime la hora y el lugar”, escribí. La imaginación jugaba conmigo. ¿Y si el autor del mensaje era una chica andaluza buenísima, de grandes curvas y holgado sentido del humor? Bueno, también podría ser un tío gordo, calvo y lleno de pelo como un oso, buscando ligar. Todo era posible. Al día siguiente, “Esta tarde, a las siete, aquí” apareció bajo mi petición. Pues sí, todo iba en serio. Vale. No tenía idea de lo que iba a encontrar, por lo que me vestí lo más sobrio que pude. Una brizna de perfume, una playera normalita, bermudas y alpargatas de cuero. A la hora acordada, me presenté en el chiringuito. El restaurante estaba vacío, a pesar de que la merienda se cumple aquí con la seriedad litúrgica de un monasterio llamando a vísperas. El calor incendiaba la arena y olía a boquerones fritos y a tabaco. La pizarra ya estaba limpia y no había nadie por ahí. Tuve un mal presentimiento. Tras unas vacilaciones, me atreví a preguntar en la barra sobre los mensajes de tiza. Sudaba copiosamente. El empleado me lanzó una mirada de pocos amigos. —Conque tú eras el que escribía gilipolleces. Mi pizarra no es para que escriban lo que les salga del mismo, tío. ¡Un poco de respeto, cojones! Esto sí me lo dijo en un tono de “echar la bronca”. Menuda estupidez. Salí pitando de ahí. Sentía que mis mejillas ardían mientras daba grandes zancadas hacia la playa. —Eres un pez muerto, pringao —dijo una voz a mi espalda. El sol reflejaba toda su potencia en el mar y me hería los ojos. Me volví y miré una delgada muchacha en bañador, con abundantes pecas en las mejillas. No tendría más de diecisiete años. —¿Se te hace gracioso? —fue lo único que atiné a decir.

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:abecederario

—Me hace gracia todo. No me queda mucho tiempo para reírme de pringaos como tú. ¡Lo has bordado, tío, lo de los mensajes ha sido una pasada! —Chinga a tu madre —mascullé apurando el paso. Las venas de las sienes me latían. Resultó que una mocosita me había tomado el pelo. —Eh, ¿no querías verme? Aquí estoy. La chica me alcanzó y se puso delante de mí. Su cabello lacio le llegaba a la cintura y brillaba con el sol de la tarde como una cascada negra. Me detuve y la vi mejor. Era mona y no estaba mal de cuerpo, pero en su belleza algo parecía estar encerrado en una jaula. Era una belleza limitada por oscuras circunstancias. Su piel pálida, casi blanca, contrastaba con las dunas de arena. En sus facciones se adivinaban líneas de cansancio acumulado. —Tuve que esperar a que la cagaras. Era la única forma de saber que tú habías escrito eso —dijo con voz cantarina. —Ya, da igual, con permiso. Hice el amague de seguir por la playa, pero la chavala me impedía el paso. —Venga ya. ¿Te enojas por eso? No sabes lo que haces. Esta tía es una loca, pensé. De esas crías que no tienen nada que hacer en vacaciones, y como cervatillos locos buscan problemas para retozar y pasar el día. Tenía que alejarme de inmediato de aquel peligro inminente. —Vamos por la Ruta del Boquerón, anda. Esta vez no sonreía, y su mirada terminó por convencerme. Me encogí de hombros. Nos dirigimos hacia el sendero rodeado de vegetación que serpenteaba hasta perderse en el horizonte. — ¿Te diviertes haciendo la tonta? —Pero si tú respondiste mi frase. —Y tú continuaste. La chica rió y donde vi cansancio ahora florecían estallidos de juventud. Caminamos por el sendero cuyos maderos tapizaban el suelo a intervalos. Cuando entramos a una parte arenosa del camino, me tomó del brazo con toda la confianza. —Qué guay que alguien se moleste contigo por nada. Extrañaba eso. —Tú estás loca. Ella rió con ganas. —Me llamo Raquel. No eres español, ¿verdad? ¿Eres de México? Sobre el coraje que sentía, me empezó a llamar la atención la impertinencia de la muchacha. Como dije, en esta parte de Andalucía son unos raros. —Sí. Llevo un tiempo viviendo por aquí. —¡Qué guay! ¿Siempre andas cabreado? —No es que esté molesto… —¡Ya sé!, extrañas tu país. —Creo que en otras circunstancias no habría puesto nada en esa pizarra.

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No tengo idea de por qué lo hice, pero ya me arrepentí. Y tampoco sé por qué voy caminando contigo. —Yo tampoco. Creo que solo una vez he venido por este lado. Continuamos por el arenoso sendero sin decir palabra. A lo lejos, en el caño de Sancti Petri, desfilaban en silencio unos cuantos veleros, rompiendo con sus quillas la mansedumbre de sus aguas. —De eso iba todo, ¿no?, de seguir la corriente. Y tú no me has seguido la corriente. No me has sonreído una sola vez porque estás vivo. Yo estoy harta de sólo seguir la corriente y que me la sigan. Nadie es sincero cuando saben que te vas a morir. Sentí una punzada en el pecho. —“Sólo los peces muertos siguen la corriente” ¿Por qué? Por toda respuesta, Raquel se puso las manos en las sienes, y tiró bruscamente de su cabellera. Me descolocó terriblemente. Su cráneo, liso, era tan blanco como el resto de su cuerpo. En un momento comprendí aquello fugaz que limitaba su belleza, y sentí mis vértebras congelarse. Nos miramos por un instante como completos desconocidos desnudándose uno frente al otro. Intenté balbucear algo, pero ella sonrió y atajó: —No lo arruines, mexicano. No lo arruines más de lo que ya está. Se acomodó nuevamente el cabello sobre su cabeza, y seguimos andando en silencio como si nada hubiese pasado. Llegamos hasta las construcciones que una vez pertenecieron a la batería de Urrutia, sepultadas en la maleza y el olvido. Trepados en las cornisas de la fortaleza podíamos ver el castillo de Sancti Petri asomando su morro blanco sobre las aguas bajas, mientras la brisa suspiraba entre las marismas y la sal se impregnaba en nuestros rostros. Desde ahí también se adivinaban aletas plateadas de los peces rompiendo la superficie; todos seguían la corriente hacia la desembocadura del caño, hacia la inmensidad del mar.




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