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Fundación Cultural Plaza Mulato Gil de Castro

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Carlos Franz

Carlos Franz

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El espacio urbano nunca es sólo eso. Su emplazamiento se extiende en signifcados diversos, tanto para la ciudad como para el día a día de quienes lo ocupan. Algunos de estos efectos son físicos y medibles, pero hay otros —muchos— que escapan a la estadística y lo concreto. Existen ramifcaciones culturales, artísticas e incluso afectivas que pueden extenderse desde el lugar que un determinado grupo de personas elige para encontrarse, crear y compartir.

Este libro nace desde la certeza de que la Plaza Mulato Gil de Castro ha sido para Santiago mucho más que los dos mil metros cuadrados de su construcción en calle José Victorino Lastarria. Incluso antes de inaugurarse, el 29 de octubre de 1981, quienes estaban detrás de su planifcación querían que lo que proyectaban en planos, medidas y conversaciones terminase fortaleciendo aquellos principios nobles de convivencia urbana que apenas podían encontrase entonces en la capital. Había en ello un fundamento puntual, poderoso: el arte chileno. La Plaza Mulato crecería no sólo al ritmo de las buenas ideas de los involucrados en su creación, sino, también, de la fuerza que los artistas y sus obras irían dándole. Su presencia y su trabajo fueron siempre parte esencial del plan en torno a la Plaza, si bien nadie entonces podía prever con qué frmeza éstos se entroncarían en ella, defniéndola por completo ante la comunidad y convirtiéndola al poco andar en un punto ineludible de la ciudad para encontrarse con la creación, la refexión y el patrimonio.

En aquellas ideas precursoras de Manuel Santa Cruz y Hugo Yaconi dominaba un mismo objetivo: el de convertir afciones y ofcios personales en motivos de unión colectiva y reconocimiento identitario.

Así, el gusto por la plástica ya no sería sólo un cultivo individual, sino el de una comunidad nutrida por creadores, gestores, coleccionistas y afcionados. Del mismo modo, la búsqueda de piezas precolombinas ya no tendría un afán puramente coleccionista, sino de aporte a indagaciones más amplias en torno a nuestras raíces y ancestros. El calce de esas metas con, primero, un espacio urbano que aportó signifcativamente a la ciudad, y, luego, con recintos de arte (galerías, talleres, tiendas) que facilitaron ese intercambio generó un círculo virtuoso de estímulos recíprocos. Fuera de todo cálculo original, esa ejemplar retroalimentación terminó levantando muestras itinerantes de prestigio internacional, y dos museos (MAS y MAVI) de fundamental presencia en el panorama artístico y de patrimonio arqueológico vigente hasta hoy en el país.

El trabajo que aquí presentamos es, sobre todo, el reconocimiento a ese trayecto, con las fortalezas de sus buenos resultados, pero también con las sorpresas que fue deparando un camino que terminó siendo mucho más colectivo, participativo y vital de lo que en un principio se imaginó. Por eso, las voces que aquí aparecen no son sólo las de sus gestores —arquitectos, constructores, directores—, sino también las de quienes convirtieron alguna vez a la Plaza en un espacio de reconocimiento y afecto, un lugar en el que aprender y compartir. El poeta Diego Maquiera, asiduo visitante, recuerda en estas páginas que para él la Plaza Mulato «siempre tuvo que ver con la amistad. Uno ahí recibía y daba; daba y recibía». El escritor Jorge Edwards, por su parte, rememora agradecido el encuentro con creadores notables, de Jorge Teillier a Mario Vargas Llosa, de Francisco Smythe a Robert Rauschenberg. «Fue siempre un lugar de encuentro, desde su fundación», asegura.

huGo yaConi y Manuel santa Cruz. ilustraCión JiMMy sCott, el MerCurio

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Imposible saber cuántas novelas, pinturas, poemas, relaciones y proyectos nacieron de ese intercambio inspirador, motivado sin más fnes que el aprendizaje y el tender lazos en momentos en que la sociedad chilena parecía evaluarlo todo desde la desconfanza y el temor al otro. En tal sentido, los testimonios que aquí se recogen son la confrmación de que existen lazos humanos y creativos que se afrman por fuera de la contingencia, o incluso de la procedencia de quiénes los tienden. A la manera de un microclima dentro de otro, la Plaza ofreció calidez en un entorno frío, acogiendo a quienes escapaban del desafecto del ambiente. Y hoy, a más de tres décadas de su inauguración, nadie duda de su esencia inclusiva y aún cuidadosa de su relación con la comunidad, la urbe y el arte. No es osado aventurar que parte del fortalecimiento del Barrio Lastarria como eje cultural para Santiago —hoy enriquecido con el Centro Gabriela Mistral (GAM), la Fundación Telefónica y el Centro de Extensión de la Universidad Católica, además de los históricos museos de Bellas Artes y de Arte Contemporáneo— tuvo su impulso en la labor pionera de Plaza Mulato con los artistas locales.

En el vigésimo aniversario de su constitución, la Fundación Plaza Mulato presenta este libro como homenaje a quienes han contribuido —desde los más diversos frentes— a hacer de la Plaza un lugar único en la ciudad de Santiago y en la plástica nacional. Algunos de ellos fguran con sus recuerdos y opiniones. Otros son presencia tácita a través de sus obras y de su trabajo. Los más, se asomaron alguna vez a esta historia de tres décadas y aportaron a hacerla más rica e interesante, para luego volver anónimamente al trajín de la ciudad. Desde aquellos protagonistas hasta esos curiosos debiesen reconocerse en páginas pensadas para recoger un trayecto común, sin jerarquías, esencialmente dinámico.

Por sobre todo, lo que levanta esta historia es el impulso y el compromiso de dos fundadores visionarios, sin cuya generosidad y audacia ninguno de estos párrafos pudiese haberse redactado. Su aporte queda de manifesto en el recuerdo agradecido de muchos hacia su visión, pero también en la vigencia de Plaza Mulato Gil de Castro como espacio de encuentro y divulgación artística. Su mirada abarcadora, conocedora y desprejuiciada es ejemplo de gestión cultural, y su intencional distanciamiento de la fguración personal, síntoma de su valoración por el trabajo en equipo. Estas páginas son la prueba de una misión anclada en una ética de labor pública, inquieta en lo social, activa en lo cultural, responsable en lo patrimonial y de frme vocación educativa.

Fundación Cultural Plaza Mulato Gil de Castro

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