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Carlos Franz

Las plazas grandes pertenecen a la ciudad y a su historia; las pequeñas son nuestras y de nuestra memoria. En las plazas mayores vemos porqué la voz “plaza” comparte su raíz latina con la palabra “platea”: ambos son recintos amplios a los que entramos sintiéndonos más bien espectadores. En cambio, en las plazas pequeñas, más íntimas o escondidas, intuimos que nosotros podemos ser los actores. En las plazas grandes los protagonistas son las masas y sus manifestaciones; en las placitas son los individuos con sus imaginaciones.

La Plaza del Mulato Gil de Castro es de estas últimas. Como vecino de ella fui testigo de su nacimiento y la acompañé en su desarrollo. Llegué a vivir al barrio del Parque Forestal justo cuando se inauguraba esta plaza ya mítica, hace treinta años. Pude ver cómo el interior de una casona y sus patios escondidos se abrían y comunicaban con la vereda –lo privado abriéndose a lo público– para crear un espacio mixto, mestizo de casa y calle. Un “espacio mulato”, precisamente.

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La Plaza del Mulato tiene de un patio la privacidad, las galerías colindantes, el silencio de lo interior. Pero es plaza –pequeña– en todo lo demás. Y lo cierto es que se ha ganado ese título en los dos ofcios “plazísticos” fundamentales: como lugar de encuentro y como sitio acogedor donde estar solos si nos da la gana.

Así lo confrman los testimonios recogidos en este libro. En sus páginas hay quienes nos hablan de un feliz intercambio: la polinización cruzada entre artes y literatura que se da en este espacio mulato. Y hay otros que atestiguan el remanso para la creación y refexión personal que encuentran en él.

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Puedo dar fe de ambas cosas. Durante años asistí a un tumultuoso almuerzo de escritores –y pintores– celebrado en la Pérgola de la Plaza, cada día jueves. Pero además acostumbraba cenar a solas allí, algunas veces, después de largas jornadas de escritura. Una noche de sábado llegaron José Donoso y Carlos Cerda con María del Pilar y Mariana, respectivamente. Venían de ver algo en el Teatro La Comedia; quizás era Sueños de mala muerte, adaptación teatral de la novela de Donoso escrita entre ambos. Cerda me saludó casi compungido por mi aparente “soledad”. Donoso, en cambio, me dijo con algo de envidia: “o sea que para ti éste debe ser tu lugar limpio y bien iluminado”. Aludía, por supuesto, al cuento de Hemingway que lleva ese título. En él un personaje valora con esas palabras simbólicas (“limpio y bien iluminado”) las bondades de un sitio público capaz de acoger también a quien quiera estar en privado.

El Mulato es una plaza dura con virtudes blandas. Combinando sus aptitudes de lugar abierto y escondido a la vez, ha sido caldera de manifestaciones culturales, a la vez que oasis para las refexiones personales. Es un recinto donde podemos ver una gran exposición, revisitar nuestro pasado andino, o festejar el lanzamiento de un libro con mucha gente. Como asimismo es, en otros momentos, ese lugar amable con los solitarios donde podemos estar a gusto con nosotros mismos. Y por si fuera poco, esta plaza ya tiene la edad sufciente como para que también allí podamos citarnos con esa novia infel que, sin embargo, al fnal siempre retorna: la memoria. Todas esas cosas son posibles en este espacio mulato.

Carlos Franz

Escritor

ProyeCto Plaza Mulato Gil de Castro, dibuJo Juan Pablo uGarte

Génesis

Proyecto Plaza Mulato Gil de Castro: Primeras ideas

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