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Mariano Otero
from jalisco040722
El balcón entreabierto
Por donde se fi ltra la delincuencia y un poco de aire fresco
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Lino González Corona
Más que el valor de los teléfonos celulares, ahora los malhechores aprovechan las aplicaciones bancarias para obtener hasta un cuarto de millón de pesos, como lo muestra el siguiente relato.
La noche del domingo 19 de junio, Día del Padre, antes de acostarse, Mario no cerró por completo el ventanal de su recámara; quería que entrara un poco de aire fresco. Nunca previó que también dejó un resquicio por el que se colaría la desgracia.
A eso de las 5:30 am, despertó y vio que la puerta que da al balcón estaba más abierta de como quedó en la víspera. “Vaya que sí hizo bastante viento”, pensó. Luego de cerrarla buscó su celular y se extrañó de no encontrarlo; sobre el buró lo único que halló fue el cargador al que había dejado conectado el teléfono.
Marcó su número desde otro aparato varias veces, pero el timbre nunca sonó. Carolina, su esposa, le hizo notar que el celular de ella tampoco estaba en la recámara. Igual se dieron cuenta que faltaba la cartera de él con dinero y credenciales.
No había duda ya. Mientras dormían, alguien desde la calle trepó por el cancel de la cochera, subió al balcón, se deslizó por el cuarto como si fuera aire fresco y sigilosamente tomó sus aparatos y la billetera para llevárselos.
Mario y su esposa viven en un fraccionamiento cercano a la Avenida José María Iglesias, en el oriente de Guadalajara. Se pusieron a rastrear el Iphone XI de él y lo ubicaron a través del Internet a un kilómetro de distancia, en un complejo de torres de departamentos en donde se han cometido asesinatos –situación que en ese momento desconocían-. Se comunicaron al 911 y unos 15 minutos después, arribó una patrulla pickup de la Policía de Guadalajara, con un hombre y una mujer uniformados a bordo. –No se meta en problemas, amigo–, le aconsejó el agente para persuadirlo de ir en ese momento por el celular. –Pero yo lo único que quiero es que me acompañen a ver si… –Mire, si está dentro de una casa, yo no puedo entrar; además, de la avenida para allá es una zona que ya no me toca- agregó el patrullero mientras apuntaba hacia el norte de José María Iglesias.
Iracundo y decepcionado, Mario prácticamente corrió a los policías y se resignó a no ir en busca de sus pertenencias, pese a que la aplicación seguía marcando el lugar donde se hallaba el móvil.
Con cierta tranquilidad debido a que por la gama de su teléfono no lo iban a poder desbloquear, y a que en el Samsung de su mujer estaba la aplicación de la nómina de ella pero sólo tenía un saldo de cien pesos y fracción, decidieron dejar así las cosas.
PRÉSTAMOS INSTANTÁNEOS Pocas horas después del robo de sus celulares, Carolina se percató que en su cuenta de Santander, en donde recibe su sueldo, tenía casi un cuarto de millón de pesos constantes y sonantes.
Rápido se presentaron en una sucursal del banco, en donde se enteraron que de manera exprés, le había sido tramitado y aprobado un préstamo de 258 mil pesos, de los cuales alguien –usando el teléfono celular robado- ya había dispuesto de 38 mil. Todo esto a pesar de que el aparato tenía código y huella digital como bloqueo.
Lograron que los 220 mil restantes ya no fueran accesibles para los usurpadores cibernéticos; también se dieron cuenta que con la app de Didi en el celular de Carolina, los delincuentes buscaron un crédito por 30 mil pesos; sin embargo, en este caso el dinero tardó más en autorizarse que un repartidor de motocicleta en llevar comida a una casa y no pudieron obtenerlo.
“SOY DE BASE CATORCE” Mario y Carolina tuvieron que denunciar todo ante el Ministerio Público. Cuando todavía no salían de las instalaciones de la Fiscalía del Estado, en la Zona Industrial de Guadalajara, ella recibió una llamada a un teléfono nuevo que estaba usando y en el que conservó su antiguo número.
Se trataba de un hombre que pidió hablar con Mario, quien al tomar el celular escuchó: “soy agente de Base Catorce (la Policía Judicial o Investigadora), ya recuperamos su iPhone Once…”.
El sujeto, a cuyo alrededor sonaban otras personas hablando, pidió un momento y preguntó a alguien que estaba con él: “licenciada, ¿cuáles son los datos del teléfono del señor Mario?”.
La “licenciada” contestó con unos números y enseguida el “agente de Base Catorce” continuó hablando con Mario y le pidió que le proporcionara el código para inhibir el bloqueo del teléfono “y así poder continuar con la investigación”.
Mario sospechó de aquello y se negó a darle la clave. Posteriormente, en otro móvil en el que pudo usar su cuenta de WhatsApp, comenzaron a llegar mensajes emitidos por “una tienda Apple”, asegurándole que se había recuperado su equipo, que lo tenían en una sucursal y le pedían ingresar a una página de Internet de la compañía y teclear el ID y otros datos particulares de su aparato robado.
Él se negó a hacerlo. Ahora sabe que se trata de un sitio web “espejo” o pirata, operado por los delincuentes con el objetivo de desbloquear teléfonos de alta gama, como el suyo.
La última ubicación que arrojó su iPhone antes de que lo apagaran, fue la Plaza de la Tecnología en el Centro de Guadalajara. Quién sabe si llegará la fecha en la que ahí se abra un resquicio a través del cual, aparte del aire fresco, se infiltre un ventarrón de justicia.