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Titulería

Kléver Antonio Bravo

- Ola

- Sí, aló-

- Buenos días señora, me comunica con Carlos, por favor-

- Mi hijo, “el arquitecto”, no está. Salió -

Con este cortísimo diálogo se ha tratado de graficar el orgullo – traducido en ostento - de una madre cuyo hijo alcanzó el tan esperado título profesional. Y otra madre que corregía:

- A mi hijo no le digas Gonzalito, le dices “doctor” -.

Y una esposa, por demás abnegada, que ordenaba a su empleada doméstica:

- María, calienta la comida, que “el doctor” ya está en camino -

LICENCIADA, DOCTORA, INGENIERA…

Esto trae a la memoria otro caso de hace más de dos décadas: una joven colegiala lloraba al interior de un bus urbano de la línea Iñaquito – Villaflora. Lloraba con tal sentimiento porque fue expulsada de clase, ya que a la profesora la llamó “licenciada” y no “doctora”. Grave ofensa para la “doctora”.

Se dice que la titulería desprecia y desplaza esa palabra tan linda y musical como es el nombre de cada persona, aquel nombre con el que nos bautizaron y nos inscribieron en el Registro Civil que, por cierto, fue gusto y dedicatoria de nuestros padres. Claro que algunas veces obedece a la moda y a la telenovela de temporada, pero, a la final, es nuestro nombre, nuestra identidad, nuestro santo y seña.

¡OH! LOS TÍTULOS

Se dice también que la titulería es el anhelo fermentado para ser más, cuando se viene de menos. ¿Complejo de inferioridad?

En muchas de las poblaciones ecuatorianas, los señores se han extinguido. Hay una explosión demográfica de licenciados, abogados, doctores, arquitectos, ingenieros, el Ph.D, la magíster, el tecnólogo… Al parecer, el único señor -en estas tierras equinocciales- es el Señor del Buen Suceso, el Señor del Gran Poder o el Señor de los Anillos.

Pero la historia no queda por ahí. Hay un nuevo título “hibrido” que también ha caído en el marasmo de la vanidad y la pedantería: el egresado. Incluso ya tiene sus propias siglas: EGDO.

Este híbrido no consta en la titulería de la Secretaría Nacional de la Ciencia y la Tecnología, Senescyt, pero en ceremonias parroquiales, el maestro de ceremonia tiene que mencionar con los mayores decibeles que allí está el EGDO…

Y qué decir de un membrete ubicado en la parte frontal del escritorio: Crnl. Lcdo. Ing. Jonathan Bryan Yanasiqui MBA

Esta corriente de bombos y platillos, desconocida como “titulería”, viene del prejuicio cotidiano, de la dependencia de un cartón. Muchas veces viene vestida de corbata, levita y maletín prestado; pero siempre mencionada en altavoz: primero el título y luego el nombre.

Según la tradición de la titulería, la foto del recién graduado completaba el cuadro con el “cartón” recién obtenido, lo que hacía noticia del día domingo, en el diario de mayor circulación local, dado que, el nuevo graduado era el orgullo inflado de la familia. El padre del titulado ya no lo mencionaba al vástago por su nombre sino por la nueva pedantería: “mi hijo el doctor”.

La frustración de aquella joven que fue expulsada de su aula no fue por error involuntario, fue por desconocer el ego y la estupidez de su maestra, perdón, la doctora.

¡VIVA LA VANIDAD! ¡VIVA LA TITULERÍA!

Títulos y titulerías. ¿Sabremos algún día si fueron alcanzados con verdadero mérito o con mañoserías?

¿Sabremos algún día si el título es tan competente como el titulado? ¿Sabremos algún día si esos títulos llegaron con ojeras o con devolución de favores?

¿Sabremos algún día si esos títulos fueron obtenidos con sacrificio, o pagaron para que les hagan la tesis?... Aquí sí, solo Dios lo sabe.

¡Viva el ostento! ¡Viva la titulería! ¡Viva la doctora, el ingeniero, la magister, el EGDO!

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