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Mi Mananta: Historia de un aprendizaje
Historia de un aprendizaje Antonio García García
En junio de 1998, por esos avatares del destino, nada más llegar a mi nuevo puesto de trabajo, el que suscribe conoce a Lorenzo y tras los protocolarios saludos de rigor, observa el exorno de su “madriguera” constituido por un cartel del Festival de Cante Grande de Puente Genil, varios carteles de Semana Santa con figuras un tanto “raras”, y el Humilde. ¡Hombre, me dije, un aficionado al flamenco, una de mis grandes pasiones! Hablamos de mi admiración por Fosforito, y la obra de Ricardo Molina. Hasta ese momento todo va bien, donde se complica la cuestión, es al llegar el turno de la cartelería “rara”, y nos adentramos en el proceloso, peregrino, abigarrado y todo los adjetivos que añadir se pueda de un lenguaje críptico para mí, de la Historia de Tobías, rostrillos, picoruchos, corporaciones, alpatana, muñidor, martirios, etc. A pesar de las eruditas y esforzadas explicaciones intentando hacerme comprender la MANANTA, éstas, no llegaban a buen puerto, y así un día tras otro, meses y meses; aunque en un principio, lo más práctico y positivo fue la degustación de los riquísimos “ochíos”.
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Soportaba con humildad y paciencia, quizá por respeto a mi condición de pregonero de la Semana Santa de mi pueblo, mis continuas preguntas sobre su complicada mananta, y sobre todo la designación de la Corporación del Pez, la suya, para realizar el Pregón de 2001, propició el pretexto para intensificar mi aprendizaje, que generó una simbiosis de intercambio diario de ideas, sugerencias y opiniones que fueron el vehículo ideal para completar mi noviciado. ¡Y creo que aproveché las lecciones, al menos para un aprobadillo! A estas alturas, no hay duda alguna que la “química” mía con Lorenzo funciona de forma entrañable y fraternal, y de ahí como un cesto de cerezas, creo puedo afirmar sin duda alguna he ido encadenando mi amistad con la Corporación Bíblica de la “HISTORIA DE TOBÍAS” al completo. Y llega el día 8 de abril de 2001 en que asistí al magnífico y emocionante Pregón, mi bautizo manantero, donde comienza para mí una nueva senda espiritual, que espero perdure hasta el fin de mis días. El universo de la Semana Santa pontana, está ahí perenne, descrito y elogiado una y mil veces, por su arte, música, originalidad, etc., pero quedar anclado a esa visión, sin profundizar en sus raíces y razón de ser no ha sido suficiente para mí, y creo no equivocarme al afirmar que he sido atrapado por suerte sin remedio por ese recóndito sentimiento manantero.
Empujado por mi admiración y entusiasmo más sincero por esta singular manifestación de fe y considerándome con osadía manifiesta por mi parte, como un “manantero de adopción”, voy a intentar exponer ese “algo más” que me subyuga. En un principio es la exuberancia de lo peregrino y singular lo que atrae, pero sin solución de continuidad te envuelve y arropa la vivencia, la trascendencia vital de la amistad, la densidad subterránea de tu ánimo se estremece ante la celebración serena y cálida a un tiempo de la Pasión del Nazareno, que es precisamente el origen, el armazón, la matriz de todo aquello. El fundamento, el meollo, está en el Cuartel, sí ¡El cuartel! Bajo algo tan cotidiano y sencillo nacido de una innata tradición pontana, aquello de... ¡Una uvita hermano!, que hoy ha venido un señor... etc., como decía vuestro Pregón, se anuncia todo un cúmulo de amistad desinteresada ante un semejante, en coherencia con nuestra fe. Allí el vuelo sutil de cuarteleras al viento me reciben amorosas y me dejan sin aliento, Federico, Quique, Carlos, Rafa, Lolo,... todos cantan la plegaria lastimera, que inunda todo el cuartel a la orilla del Genil, anunciando que es la hora de vivir paso a paso en íntima comunión, la tragedia redentora del Calvario. Tras siglos de alambicada originalidad y tradición, la participación activa y natural de todos, condicionan y crean lazos de solidaridad tan profundos que crean una verdadera y auténtica corriente de generosidad contagiosa. El vigoroso entusiasmo y orgullo pontano en sus creencias, contagia con fuerza arrolladora la vivencia cristiana de la Pasión, sin mixtificación alguna, dejando una huella indeleble que penetra hasta lo más profundo del alma. Pero no puedo acabar sin proclamar muy de veras, que quizá el Terrible, se valió de un hermano que es del Pez, para reavivar mi fe, por mediación de Tobías padre, Tobías hijo, Ana, Sara y Rafael. “... Y con un pez hizo el milagro”.
Sevilla 4 de abril de 2002 Festividad de San Benito de Palermo