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Nuestra Semana Santa

Nuestra Semana SantaNuestra Semana Santa

La campanita. La campanita de mi pueblo. Ya la oigo. ¿Y qué siento yo cuando oigo la campanita de mi pueblo? ¿Qué significa eso para mí? Un año. Un año hacía que no la escuchaba. Y ya la escucho. El año ha sido corto. Todavía recuerdo como si fuera ayer su último tintineo el Domingo de Resurrección pasado. De nuevo se van a repetir las emociones, las experiencias, las vivencias de la anterior Semana Santa. ¡Qué emoción! Esperemos que esta no se haga tan corta como la del otro año. Ver de nuevo nuestros pasos en la calle. Desde la Guía hasta el Resucitado. Todos los días. Nueve días y treinta y dos pasos. Todos tienen su momento especial; el encierro del Sábado de Guía, el giro de las calles Adriana Morales y Veracruz el Lunes Santo, la cuesta Baena del Miércoles, el impresionante desfile de figuras y romanos el Domingo de Resurrección por la Matallana... Pero ninguno, al menos para mí, como los últimos instantes de la procesión del Jueves Santo y todo el Viernes. Instantes repletos de sobresaltos, vuelcos del corazón y resbalantes lágrimas de emoción. Una cosa detrás de otra. Y sin descanso. Diana, Reverencias, calle de la Plaza, Sentencia de Pilatos, Puente, calle Aguilar y de nuevo Reverencias. Aguantar todo eso después de un no menos agotador Jueves. Y, por si esto fuera poco, por la noche nos espera el barrio bajo, hasta el encierro de la Madre de la Isla a las tantas de la madrugada. Pero merece la pena aguantar. El cansancio acumulado en nuestros pies no debe ser obstáculo para admirar y observar a nuestras Sagradas Imágenes. Aunque los párpados pesen como dos gruesas losas de mármol y que el cuerpo nos pida a gritos la cama, debemos permanecer con los ojos abiertos. Y con los oídos. A lo lejos se escuchan saetas. Sobresaliendo del murmullo de la muchedumbre que acompaña al Terrible se escucha ese crujido de su paso, que yo muchas veces me he preguntado a qué se debía. Su paso negro... Sus ángeles que le sostienen el cordón... Su mirada. Su dulce y tierna mirada. Es sencillamente impresionante. Creo que es eso, su mirada, lo que le ha proporcionado tanta devoción y tanta admiración de parte de este pueblo. Sí, debe ser su mirada. Y yo no quiero dejar de mirarla un solo instante. Aunque el sueño, el cansancio acumulado y la falta de horas de dormir me maten, yo no quiero perdérmela. Por eso todos los Viernes Santos tengo que estar allí, junto a Él. Porque eso es lo que el corazón de un pontano siente al ver a su Patrón.

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Guillermo Delgado HaroGuillermo Delgado Haro

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