Alondras y Ruiseñores
Revista anual de la Cofradía Servita de Mª Stma. de los Dolores. Puente Genil, 2008
MARÍA, UN REGALO DE DIOS Pascual Domínguez Borrego Hno. Mayor Cofradía Servita Virgen de los Dolores (Herrera) El dogma de la MATERNIDAD DIVINA consiste en que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, por haber engendrado por obra del Espíritu Santo y dado a luz a Jesucristo, no en cuanto a su Naturaleza Divina, sino en cuanto a la Naturaleza humana que había asumido. La Iglesia afirma este Dogma desde siempre, y lo definió solemnemente en el Concilio de Éfeso (siglo V). El Concilio Vaticano II menciona esta verdad con las siguientes palabras: “Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (Const. Dogmática Lumen Gentium, Num 66). Partiendo del análisis del dogma de la Maternidad Divina, podemos decir que María es un ser perfecto, ya que Dios fue el creador de su propia Madre, por la que quiso obtener y asumir su naturaleza humana. Si alguno de nosotros pudiese crear a su propia madre ¿cómo sería esta? Sin lugar a dudas la dotaríamos de la mayor de las bellezas, de los mejores dones, no tendría ningún tipo de defecto, sería en una palabra perfecta. Pues Dios, además de crear a su propia Madre –María lo recibió todo de Dios- también nos dio el mejor de los regalos con los que pudiese contar un cristiano y que día a día nos ha ido diferenciando de otras religiones. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección» (Juan Pablo II, Catequesis, del 3-VI-96).
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María se convierte en centro de la Iglesia, como lo pudo demostrar siendo el centro de Pentecostés que es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de ella hacia los discípulos del Señor. Desde ese preciso momento, María se erige como mediadora y su poderosa intercesión nos descubre el amor, la igualdad, la caridad, la justicia y un gran número de dones que llenan de sentido nuestra fe y nuestras vidas de cristianos. María es un elemento diferenciador de nuestra religión. Tener presente la vida y el ejemplo de una mujer, nos diferencia del resto de las religiones. Para nosotros la igualdad de hombres y mujeres es un hecho, no un logro ni nada que tengamos que defender para no perderlo. Nuestra sociedad occidental también se ha servido de ello para alcanzar unos logros de igualdad y defensa de la mujer. María con su amor y entrega nos hace a todos iguales a los ojos de Dios. Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito. Que nuestros pecados puedan ser perdonados es otro hecho diferenciador de nuestra religión, al igual que la justicia que nos aleja del “ojo por ojo y diente por diente”, o la caridad que nos obliga a estar pendiente de todos los necesitados y desprotegidos, haciendo de la pobreza un camino de redención y salvación. Pero María también nos descubre los beneficios de la oración, como lo hizo durante su oración en el cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, invocando el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad. Desgraciadamente los cristianos estamos perdiendo el hábito de la oración, haciéndonos cada día más frágiles. Hace unos días un destacado presidente de una Junta Islámica afirmaba que