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Presentación

PRESENTACIÓN

José Antonio García-Diego (1919-1994) unió a su trabajo como ingeniero y empresario una intensa labor como historiador de la técnica. Fueron dos los personajes en los que concentró la mayor parte de su atención, el lombardo Juanelo Turriano y el canario Agustín de Betancourt. Al retirarse de sus tareas profesionales, García-Diego creó, en 1987, una fundación cuyos fnes son la investigación y difusión de la historia de la ciencia y la técnica, a la que puso el nombre de Fundación Juanelo Turriano, el nombre español de Giannello Torresani, ilustre ingeniero, relojero y astrónomo nacido en Cremona y fallecido en Toledo, servidor de Carlos V y de Felipe II.

Aunque no es misión exclusiva de la Fundación la investigación sobre la fgura de Juanelo y su obra, es evidente el interés con que acoge y promueve todo tipo de trabajos sobre este tema, ya sean sobre la obra maestra del ingeniero, el llamado Artifcio de Juanelo en Toledo, o tengan un carácter biográfco. Quizás el estudio del Artifcio resulta más sugestivo para los investigadores de la técnica y para el público en general, pues disfruta de la atracción propia de un misterio sin resolver, al menos por completo, y sobre el que se han propuesto diversas soluciones.

No son abundantes los escritos biográfcos acerca de Juanelo anteriores a los trabajos de García-Diego, comenzados por éste en los años setenta del siglo pasado. Pueden citarse, entre otros, los artículos de Jean Babelon, Antonio Boschi, Casto María del Rivero o Manuel Murguía, que utilizaron como principales fuentes a Ambrosio de Morales, Esteban de Garibay o Marco Girolamo Vida, coetáneos de Turriano, pero son obras breves que se limitan a tratar alguna faceta concreta de la vida y obra del cremonés. Por tanto, su biografía era muy incompleta, y además estaba distorsionada por no pocas fábulas surgidas en torno al personaje, en muchos casos asumidas acríticamente por los cronistas, sin olvidar la persistencia de errores como la atribución a Turriano de la autoría del tratado denominado Los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas de Juanelo. Fueron precisamente García-Diego, con Nicolás García Tapia, los que demostraron que no correspondía a Juanelo tal autoría.