Txano y Óscar 11 - Un abrazo para SUSI

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Copyright © 2022 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo

© Texto: Julio Santos García, 2022

© Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2022

Corrección de textos: Correcciones Ramos, Uxue Montero

Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez

Obra registrada en SafeCreative. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Colección: Las aventuras de Txano y Óscar

Título: Un abrazo para SUSI

Número: 11

Primera edición: octubre, 2022 Xarpa Books

ISBN: 978-84-18875-46-5

Depósito legal: LG D 01057-2022

julioypatri@txanoyoscar.com www.txanoyoscar.com

Un abrazo para SUSI

Ilustraciones

Óscar

¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.

Raúl

Txano Sonia Esmeralda

Ellos son Raúl, Sonia y Esmeralda, nuestros superamigos. A los cinco nos encanta cualquier cosa que suene a misterio y tenemos un cuartel general en la casa del árbol de nuestro jardín.

La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa.

Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.

Flash

Sara-Li

Bárbara

Maxi Álex

El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.

Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.

En la penumbra de un garaje de Twin City, un joven y brillante ingeniero está dando los últimos toques a su creación.

Lleva años trabajando duro y en este tiempo ha ido creando las inteligencias artificiales necesarias para su proyecto, pero hoy es un día especial.

Hoy está a punto de probar el sistema para que todas estas inteligencias puedan trabajar juntas en la misma máquina.

La idea está clara en su mente, pero transformarla en algo real no es tan sencillo.

Por fin termina y vuelca todo el sistema en el robot, que se enciende y dice sus primeras palabras mientras mira a su creador: —¡Hola, César!

Llegando a Marte

Era un jueves cualquiera por la tarde. Un día normal en medio de la semana, pero muy especial para nosotros. Estábamos todos juntos, apelotonados en el despacho del profesor Antonov esperando un gran acontecimiento.

¿Era el cumpleaños del profesor?

Pues no. Mejor que eso.

Después de seis meses de solitario viaje por el espacio, el Perseverance estaba a punto de llegar a Marte. Era un momento histórico para la exploración espacial y, sobre todo, para la astrobiología.

Si no te suena de nada, te diré que Perseverance era un rover que llegaba a Marte con la misión de buscar rastros de vida. Ya sabes que nos flipan estas cosas, sobre todo, a Sonia y a Óscar. Bueno, y al profesor ni te cuento.

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Entre los tres acabaron contagiándonos su ilusión a todos y aquí estábamos, esperando el momento. Por si no te acuerdas de anteriores aventuras, el profesor Antonov es un científico que nos había ayudado en varias ocasiones. O nosotros le habíamos ayudado a él. No sé, da igual. Se llama Sergey, pero todos le llamamos Sergio. Es astrobiólogo y había participado en el diseño de uno de los apara tos que llevaba el rover para intentar detectar vida marciana.

Unos días antes nos había llamado para invitarnos a ver en directo la llegada del Perseverance a Marte. Yo no había seguido muy de cerca este tema, pero Óscar y Sonia saltaron en el sitio en cuanto lo propuso. La única que no estaba en el despacho era Sara-Li, pero ya sabes que desde que había empezado a estudiar con los magos de Ávalon no pasaba tanto tiempo con nosotros.

La echábamos de menos y yo creo que ella también nos extrañaba, pero no le había quedado más remedio que elegir entre aprender a controlar sus poderes o pasar más tiempo con nosotros, y había elegido lo primero. Igual cualquier día nos sorprendía con un conjuro o algo así, aunque por el momento, se mostraba muy reservada con sus cosas y no contaba nada sobre lo que hacía cuando iba a la mansión.

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No la presionábamos. Sabíamos que cuando estuviera lista nos lo contaría.

En el despacho del profesor, la pantalla de su or denador mostraba el vídeo que emitía la NASA con la retransmisión de la llegada.

Nos había explicado que todo lo que estábamos viendo llegaba con un retraso de once minutos por la enorme distancia que había hasta Marte, pero era tan emocionante como si lo viéramos en directo.

Antonov nos iba comentando todos los detalles de lo que estábamos viendo.

—La nave acaba de entrar en la atmósfera marciana a 20 000 km por hora y empiezan los siete mi nutos de terror —comentó sin apartar los ojos de la imagen.

—¿Siete minutos de terror? —pregunté sorprendido por la expresión.

—Siete minutos es el tiempo que tarda desde que entra en la atmósfera marciana hasta que toca el suelo —explicó el profesor—. Parece poco tiempo, pero tienen que salir bien tantas cosas que cualquiera que falle puede fastidiar la misión. ¡Mirad! Tiene que estar a punto de desplegar el paracaídas —dijo para que estuviéramos atentos.

En ese momento, una de las cámaras de la nave nos mostró cómo se liberaba una especie de cuerda

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agitada por el viento que tras un par de segundos se convirtió en un enorme paracaídas blanco y rojo.

—¡Toma ya! El despliegue del paracaídas ha ido bien —dijo Óscar mientras chocaba los cinco con Sonia.

—¡Ayyyyy! —gritó ella apartando la mano de repente—. ¡Me has dado calambre otra vez! Mientras lleves puesto ese jersey no pienso acercarme a ti. Óscar también había sentido el calambre y había retirado la mano con un gesto de dolor.

Nuestra abuela Encarna nos había hecho a los tres nietos un jersey-sudadera de lana superchulo, pero con el pequeño problema de que, a veces, se cargaba de electricidad estática y nos daba calambres, sobre todo a Óscar. Sara-Li no lo llevaba mucho, pero a Óscar y a mí nos encantaba y nos lo poníamos muy a menudo. La pobre Sonia ya lo había sufrido unas cuantas veces.

—Ahora, aparte de telépatas, también somos eléctricos —dijo Óscar mientras sacudía la mano y se reía.

—Parece mentira que tengamos tecnología para llegar a Marte y luego tengamos que descender con un paracaídas normal y corriente —apuntó Raúl cambiando de tema.

—¡De normal y corriente nada!, ¿eh? —le respondió Óscar—. Está hecho con un tejido especial y tiene que soportar una carga de treinta toneladas sin romperse.

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—Atentos ahora, que en pocos segundos se va a desprender el escudo térmico —anunció Antonov como si se supiera la secuencia de memoria.

Como había avisado el profesor, en la imagen de la pantalla dejó de contemplarse el paracaídas y se vio cómo se desprendía una placa circular que caía rápidamente hacia la superficie del planeta. Era el escudo térmico que protegía a todo el sistema del calor de la entrada en la atmósfera y que ya no era necesario.

Libres del escudo, las cámaras de la etapa de descenso tenían ahora una vista aérea perfecta del rojizo suelo marciano. En la imagen, el relieve del planeta se desplazaba veloz bajo la nave, todavía sostenida por el paracaídas.

—Ya le queda poco para soltarse. Está usando un nuevo sistema de reconocimiento del terreno para buscar un buen punto de descenso —anunció el pro fesor a la espera del momento—. ¡Ahí está! ¡Ya se ha soltado! —confirmó—. Si os fijáis, la imagen ya no se balancea. Ahora se sostiene con los retrocohetes.

Todo esto nos lo había contado antes con tanta pasión que era difícil no vivirlo con la sensación de estar allí mismo.

A partir de ese momento, Perseverance se desplazaba libre, propulsada por los ocho cohetes de la

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etapa de descenso, y sobrevolaba la superficie marciana buscando un lugar seguro para aterrizar.

Lo más alucinante de esto es que todo lo que te estoy contando lo tenía que hacer de forma autónoma porque el retraso en las comunicaciones no permitía dirigir esta maniobra desde la Tierra. Perseverance estaba solo ante el peligro.

Era curioso pensar que, mientras nosotros veía mos esas imágenes, el rover ya hacía varios minutos que había aterrizado. O se había escacharrado contra el suelo, que también podía ser.

—¡Ojo, que ya va a amartizar! —advirtió Sergio. Según nos había explicado el profesor, amartizar era como aterrizar, pero en Marte.

La superficie marciana se fue acercando con rapidez. Cuando la nave estuvo lo suficientemente cerca del suelo, el rover se descolgó mediante unos cables y quedó suspendido en el aire mientras la nave aca baba de descender. En ese momento, la fuerza de los propulsores levantó tanto polvo que fue imposible ver con claridad el momento en que Perseverance se posó en el suelo.

Cuando cambió el plano y vimos a la gente en la sala de control de la NASA dando saltos y abrazándose, supimos que lo había conseguido.

¡Lo habíamos conseguido!

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¡Perseverance estaba en Marte!

Bueno, vale, nosotros no habíamos hecho nada, pero Sergio sí que había participado y estando con él, nos sentíamos como si hubiéramos formado parte del proyecto.

En su despacho de la universidad, la tensión acumulada dio paso a una alegría desbordante y todos nos pusimos a saltar y a abrazarnos como hacía un momento habían hecho en la sala de control de la misión.

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Al rozarnos con los saltos y los abrazos, los jerséis se volvieron a cargar de electricidad y esta vez el calambrazo nos lo llevamos Esmeralda y yo. Ya sé que te suelo decir que entre nosotros a veces saltaban chispas, pero esta vez fue literal. Aunque los jerséis de la abuela nos encantaban, eran un peligro público.

En los pocos minutos que tardamos en recobrar la tranquilidad, el nuevo rover marciano ya se había puesto en marcha y se había hecho un selfie que ahora veíamos en la pantalla del profesor.

No era para ganar un concurso de fotografía, pero allí estaba, sano y salvo.

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Esmeralda flipa

Al día siguiente, en el colegio, todavía estábamos con el subidón y, aprovechando el recreo, volvimos a comentar la llegada.

Óscar había visto tropecientas veces el vídeo del descenso y estaba emocionado con todos los detalles de la misión.

—¿Sabíais que el paracaídas escondía un mensaje secreto codificado en los patrones del diseño? —preguntó mi hermano haciéndose el otaku—. La NASA no lo había dicho, pero alguien lo descubrió y enseguida lo hizo público. Decía: «Atrévete con cosas poderosas» y resulta que es el lema del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA —añadió.

—A ver, en realidad tampoco es para tanto —dijo Raúl—. Ya hay un montón de rovers en Marte.

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—Sí, pero este es el primero que lleva todos los instrumentos necesarios para buscar indicios de vida en el planeta —respondió Óscar.

—Bueno, pero eso tampoco es ninguna novedad. Nosotros ya sabemos que hay vida fuera de la Tierra —alegó Raúl encogiéndose de hombros.

Todos nos quedamos descolocados un momento pensando en lo que había dicho Raúl, pero tenía razón y enseguida recordamos a qué se refería.

—¿Cómo que ya sabéis que hay vida fuera de la Tierra? —preguntó Esmeralda sorprendida.

¡Upsss, claro! Todos lo habíamos recordado, menos Esmeralda. Ella no podía saberlo. Empezó a ve nir con nosotros después de la aventura en China y no sabía lo que habíamos encontrado en el País Dogón y tampoco participó en nuestra aventura con los cromatitas. Si no sabes de qué te hablo, te recomiendo leer nuestros libros anteriores.

No es que fuera un secreto entre nosotros; si hubiera salido el tema en cualquier conversación, se lo habríamos contado. Ahora ya era de la pandilla y confiábamos plenamente en ella, pero preferíamos no hablar mucho de estos temas para que no se nos escaparan sin querer y nos tomaran por locos.

Esmeralda nos mantuvo la mirada a la espera de una explicación.

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—Antes del viaje a China conocimos un par de formas de vida extraterrestres —le expliqué—. Ninguna venía de Marte, pero eran seres vivos de fuera de la Tierra.

—¡Bueno, vale! Si encuentran vida en Marte no nos va a sorprender mucho, pero solo la parte tecnológica de la misión ya es una pasada —dijo Óscar—. ¿Sabéis que está alimentado por un genera dor nuclear que tiene una vida de 14 años? Le da lo mismo si es de día o de noche, invierno o verano. No es como los otros rovers que necesitan el Sol para recargarse.

—¡Pero a ver! ¡¿Es que estamos locos o qué?! —ex clamó Esmeralda recorriéndonos con la mirada—. Ya sé que habéis vivido muchas aventuras, que tenéis telepatía y que vuestra hermana es descendiente de una hechicera china. Vale. Pero me decís que habéis conocido formas de vida extraterrestre, ¿y os quedáis tan anchos?

Esmeralda tenía razón. Nosotros ya no le dábamos importancia, pero para cualquier otra persona eso sería un descubrimiento asombroso.

—¡A ver cómo te lo explicamos en plan resumen…! —comencé—. En un viaje que hicimos al País Dogón en África, encontramos un extraterrestre de Sirio y en otra aventura junto al profesor Antonov

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conocimos otros extraterrestres de un planeta que ni siquiera sabemos dónde está. Pero es que no se lo podemos contar a nadie y por eso no hablamos mucho del tema.

Esmeralda al principio no reaccionó, pero enseguida volvió a la carga.

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—¡Vamos a ver si lo he entendido bien! —replicó marcando cada palabra—. La humanidad se gasta millones en crear robots para ir a buscar vida a otros planetas, ¿y vosotros ya habéis conocido dos formas distintas de vida extraterrestre sin salir de la Tierra? Lo tenéis claro si creéis que me voy a conformar con dos frases rápidas. Ya me lo podéis contar todo con detalles.

Nos costó un rato convencerla de que no era el mejor sitio para hablar de esas cosas porque había muchos oídos alrededor. Al final lo entendió, pero no se quedó tranquila hasta que no le prometí contárselo personalmente en cuanto tuviéramos la pri mera oportunidad.

Sonia recondujo la conversación de vuelta a la parte tecnológica.

—Lo que me extraña es que hayas estado viendo tantos vídeos de Perseverance y todavía no ha yas dicho nada de Ingenuity —dijo mirando a mi hermano— ¡Si el dron marciano es la novedad más importante de la misión!

—¡Bueno! Es que un dron lo hace cualquiera. ¡Incluso nosotros mismos hemos construido uno supercañero! —dijo mi hermano en plan sobrado.

—¡Hombre, pero no es lo mismo! ¡No te flipes! —le rebatió Sonia—. Este tiene que funcionar en la

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atmósfera marciana, que es mucho más ligera que la terrestre.

—¡Pues por eso! Si la atmósfera es más ligera, será más fácil volar, ¿no? —argumentó mi hermano sin pensar mucho lo que decía.

—¡No seas animal, que es al revés! —replicó Sonia—. Cuanto más denso es el medio, más fácil es sostenerse. ¿Dónde vuelas tú más fácilmente, en el aire o en el agua? Cuando buceas es como estar volando, pero en el mar —añadió Sonia convencida.

A estas alturas, la conversación se había convertido en un toma y daca entre ellos dos, como solía pasar cuando nos metíamos en temas frikis.

—Bueno. No te enrolles, que volar es volar y bucear es bucear —dijo mi hermano para salir del atolladero en el que se había metido—. El caso es que nosotros ya hemos construido un dron, pero todavía no hemos hecho un robot y estoy seguro de que podríamos hacer algo como Perseverance —dijo alcanzando los niveles más altos de flipamiento oscarizante que habíamos visto nunca.

—¡Claro! A la NASA le cuesta diez años preparar un rover para que vaya a Marte y tú lo vas a construir en un par de semanas en el Área 51. ¡Ahora sí que se te ha ido la olla por completo! —dije sin poderme aguantar.

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—Esta vez te has pasado tres o cuatro planetas de largo —dijo Sonia para apoyarme—. Este nivel de sobramiento es demasiado hasta para ti.

—¡Calma, pequeños terrestres! No me refiero a hacer un robot para ir a Marte. Solo digo que podemos construir un robot con un par de cámaras, que pueda andar por el jardín de casa y que podamos

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manejarlo desde el Área 51. Eso ya molaría mogollón. Y no puede ser tan difícil.

Nuestras miradas y nuestro silencio dejaron bien claro lo que pensábamos de su idea, pero en ese momento, una invitada inesperada aprovechó para meter baza en la conversación.

—¡Vaya! Pues si eso no os parece difícil, creo que tengo el reto perfecto para vosotros —dijo una voz familiar a nuestra espalda.

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