Txano y Óscar 9 - Misión Aurora

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Copyright © 2021 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo © Texto: Julio Santos García, 2021 © Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2021 Corrección de textos: Correcciones Ramos, Uxue Montero Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez Obra registrada en SafeCreative. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Colección: Las aventuras de Txano y Óscar Título: Misión Aurora Número: 9 Primera edición: octubre, 2021 Xarpa Books ISBN: 978-84-123829-2-1 Depósito legal: LG D 01270-2021 julioypatri@txanoyoscar.com www.txanoyoscar.com


Misión Aurora Ilustraciones Texto Patricia Pérez Julio Santos


Óscar Txano ¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.

Sonia Raúl Ellos son Raúl y Sonia, nuestros superamigos. A los cuatro nos encanta cualquier cosa que suene a misterio y tenemos un cuartel general en la casa del árbol de nuestro jardín.


La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa. Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.

Sara-Li

Flash

Maxi El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.

Bárbara

Álex

Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.


Sentados frente a frente, un hombre y una mujer juegan al ajedrez mientras su hija se entretiene viendo la partida. El tablero tiene un diseño exquisito y las piezas, trabajadas en piedra, son magníficas representaciones medievales talladas con habilidad por antiguos maestros artesanos. Ambos contendientes se emplean a fondo sobre el tablero y la lucha es encarnizada hasta el último movimiento, en que la mujer consigue el jaque mate. Ha sido un final realmente soberbio y los tres lo disfrutan sin saber que muy pronto el destino los va a separar. Y unos niños de Twin City les van a ayudar a encontrarse. ¿Adivinas quiénes?




Un regalo especial

El verano había sido muy intenso. Nunca antes habíamos vivido tantas aventuras. Pero las vacaciones se acababan y, aunque intentábamos ignorarlo, la sensación de que todo eso llegaba a su fin nos acompañaba desde que volvimos del pueblo de nuestros abuelos. En dos días empezábamos el cole. Madrugar, clases, exámenes… Lo bueno era que nos quedaba un último cartucho. Al día siguiente, Esmeralda celebraba su cumpleaños y nos había invitado a todos. Pero teníamos un problema: no sabíamos qué regalarle. Cada vez que se nos ocurría algo, acabábamos convencidos de que seguro que ya lo tenía. Así que, después de muchas vueltas, decidimos ir todos juntos a la tienda de antigüedades de nuestro padre a ver si encontrábamos algo original.

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Ya sé que una tienda de antigüedades no parece el mejor lugar para encontrar un regalo para una niña, pero cada vez que íbamos, descubríamos algo curioso y, además, nuestro padre siempre separaba las cosas que pensaba que nos podían gustar y nos las enseñaba. Pero no creas que lo que nuestro padre nos guardaba era el espejo de María Antonieta o una silla del siglo XVII. Eran juguetes de la época de nuestros abuelos o de cuando él era pequeño. A veces, más antiguos todavía. También cosas curiosas que igual no eran juguetes, pero que sabía que nos iban a llamar la atención. La mayoría de las veces eran cachivaches que encontraba en los mercadillos que solía visitar a menudo. ¿Te suenan de algo el Cinexin, el Autocross o los juegos de agua Geyper? Pues a nosotros tampoco nos sonaban de nada cuando nos los enseñó, pero si les preguntas a tus padres o a tus abuelos, seguro que los recuerdan. Cuando llegamos, nuestro padre estaba entretenido con un cliente, así que, después de saludar, pasamos directamente a la trastienda. Ya sabíamos dónde solía dejar las cosas que nos quería enseñar y fuimos derechos a una mesa al fondo de la habitación.

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Sobre ella había un par de coches de lata con mecanismo de resorte y unas barajas de cartas infantiles muy usadas y con pinta de que sus dueños a estas alturas ya debían ser abuelos. —No me hagáis mucho caso, pero no veo yo a Esmeralda jugando con coches de lata —dijo Óscar mientras tomaba uno de ellos y le daba cuerda para probarlo.

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—Va a ser difícil regalarle algo que no tenga ya —dijo Sonia, olvidándose de las cosas de la mesa y echando un vistazo alrededor. —Por eso quería venir aquí—dije—. No podemos pensar en algo tecnológico y moderno porque seguro que ya lo tiene. Me gustaría regalarle algo original. Algo que nunca se le ocurriría comprar. Óscar seguía jugando con el coche de lata. Le daba cuerda y lo soltaba sobre la mesa para agarrarlo antes de que llegara al borde. —Es alucinante que antes jugaran con algo así. ¿Cómo podían vivir sin Lego y sin electrónica? —preguntó mientras le daba cuerda al coche por tercera vez. —Pues yo te veo muy entretenido con el cochecito —le dijo Sonia—. Igual has nacido en la época equivocada. —Bueno…, para un momento vale, pero ya me he cansado —dijo dejando el coche sobre la mesa como si de repente se hubiera dado cuenta de que llevaba demasiado rato jugando con él. —Piensa que lo que hoy nos parece supermoderno a nuestros hijos les va a parecer una antigualla total —dijo Sara-Li mientras curioseaba las cartas. —Pues mi padre siempre me dice que ellos a nuestra edad se pasaban el día en la calle con los

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amigos. Y que era mucho más divertido que ahora —apuntó Raúl mientras metía la cabeza en la corneta de un gramófono que nuestro padre tenía en una estantería. —Creo que todos los padres dicen eso —respondió Óscar—. Los nuestros siempre están igual con lo de que ya está bien de estar en casa pegados a la pantalla. —¿Igual lo decimos porque estáis todo el día en casa y pegados a la pantalla? —observó mi padre apareciendo por detrás sin hacer ruido y sobresaltándonos—. Hola, chavales… y chavalas —añadió mirando a Sara-Li y a Sonia—. ¿Habéis visto algo que os guste? —preguntó echando un vistazo alrededor. —No, papá. Creo que esto no era la idea que teníamos en la cabeza —respondí señalando los coches de lata de la mesa. —¿Y esto? —preguntó Sara-Li saliendo de detrás de una montaña de trastos con un tablero de ajedrez en una mano y una caja de piezas en la otra. Apartamos un poco las cosas de la mesa y nuestra hermana lo dejó todo encima. Abrió la caja de las piezas haciendo el ademán de volcarlas sobre el tablero, que tenía unos diseños superchulos en las esquinas.

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—¡Espera! —la atajó nuestro padre—. Son piezas de mármol y ónix y se pueden romper si las echas así. No me acordaba de este ajedrez. Me lo dieron en el mercadillo hace unas semanas y se me había olvidado. Al principio pensé que era una ganga, pero no me di cuenta de que le faltaban 2 piezas. Lo dejé ahí guardado porque no lo puedo vender así. Si lo queréis, es vuestro. —Pues puede ser una gran idea —apunté yo mientras sacaba las piezas con cuidado de la caja. Papá me echó una mano para colocar las figuras y cuando todas estuvieron en su sitio, pudimos ver que faltaban dos: el rey negro y un caballo blanco. —En el pueblo, Eme nos comentó a Sara-Li y a mí que durante el curso participaba en el club de ajedrez de su colegio, así que igual acertamos. Seguro que no va a tener un ajedrez tan chulo como este —dijo Sonia. —Papá, ¿de qué has dicho que están hechas las piezas? —pregunté. —Las blancas son de mármol y las negras de ónix —explicó señalando cada bando—. No son piedras muy valiosas, pero lo especial es el tallado que tienen. Si os fijáis, son recreaciones medievales trabajadas con todo detalle.

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—Bueno, bueno…, que solo son unos pedruscos con forma de piezas de ajedrez y, además, no están todas —dijo Óscar mientras hacía saltar uno de los caballos sobre el tablero—. ¿Cómo le vamos a regalar a Eme un ajedrez al que le faltan piezas? Me parece supercutre. —No seas animal. No le vamos a regalar el ajedrez así, hombre. Las piezas que faltan se las podemos

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hacer nosotros con pasta de modelar pintada y así tiene nuestro toque personal —propuse. Mientras hablábamos, Sara-Li jugueteaba con las piezas. Las movía como si estuviera jugando una partida imaginaria. De repente, al agarrar una de ellas dio un respingo y se separó de la mesa. Cerró los ojos y con la mano libre agarró el colgante de Nüwa. Se quedó así, quieta, durante un segundo, con la pieza en la mano. Cuando sus ojos se abrieron, se acercó a la mesa y pudimos ver la pieza que soltó sobre el tablero. Era la dama blanca. Sara-Li levantó la cabeza y enseguida apartó la mirada. En ese momento, todos supimos que había ocurrido algo.

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El cumple de Eme

Nuestro padre también se había dado cuenta del gesto de Sara-Li, pero tuvimos la suerte de que entró un cliente en ese momento y no le quedó más remedio que salir a atenderle. Aprovechamos para guardar rápidamente las piezas en su caja y meterlas en una bolsa junto con el tablero. Salimos de allí pitando mientras nuestro padre todavía estaba ocupado. En el camino de vuelta todos guardamos silencio y nadie se atrevió a preguntarle nada a Sara-Li. Sabíamos que, si no quería hablar, no había nada que hacer. Bueno. Nadie no incluía a Óscar, que también lo sabía, pero le daba igual.

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—¿Qué ha pasado ahí dentro? Hemos visto que te has agarrado el colgante. Creo que hasta papá lo ha visto —preguntó sin cortarse un pelo. Sara-Li no respondió y siguió andando mientras ignoraba la pregunta. —Oye, que te estoy hablando —dijo Óscar reclamando su atención. Reconozco que todos queríamos saber lo que había pasado, pero Óscar solo iba a conseguir que Sara-Li se cerrara más en banda. —Déjala tranquila —terció Sonia—. Ya nos lo contará cuando ella quiera. No tiene que ser fácil tener ese… eso… lo que sea —añadió. —¿Cómo que no es fácil? —respondió mi hermano sin darse por vencido—. Pues si yo estoy jugando con el Lego Star Wars y al agarrar una pieza, de repente, tengo la sensación de que recibo un mensaje Jedi, no me lo pensaría y saldría corriendo a contároslo. —Porque tú no piensas, en general —bromeó Sonia—. Eres mononeuronal y si piensas mucho bloqueas el sistema —añadió dándole unos golpecitos en la cabeza y haciendo que todos riéramos a carcajada limpia. —¡Ufff! Eso tiene que doler —dijo Raúl dándole una palmada en la espalda a mi hermano.

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Óscar fue a responder algo, pero Sara-Li no le dio tiempo. —Esta vez no ha sido solo una sensación —afirmó nuestra hermana, parándose y cortando de golpe nuestras risas—. He visto a una mujer. Nosotros también paramos y nos volvimos hacia ella esperando alguna explicación adicional.

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—No sé nada más —dijo ella casi pidiendo disculpas—. No la he visto bien y tampoco ha dicho nada. He tenido miedo y he soltado la pieza enseguida. En esos momentos volvía a ser nuestra hermana pequeña y sentimos la necesidad de acercarnos a ella para consolarla. —Ha pasado cuando has ido a mover la dama blanca, ¿verdad? —preguntó Sonia. —Sí. Con las otras piezas no he sentido nada. Y ya sé lo que me vais a decir, pero no pienso volver a tocarla —respondió—. No estoy preparada para estas cosas y no quiero hablar más del asunto —zanjó—. Andando, que mañana es el cumpleaños de Eme y tenéis unas piezas que modelar. Yo, por si acaso, no pienso acercarme ni a la caja —dijo señalando la bolsa que colgaba de mi mano. Por mucho que Sara-Li no quisiera hablar del asunto, creo que todos pensamos que tarde o temprano nos íbamos a volver a encontrar con aquella mujer. De camino a casa, compramos los materiales que necesitábamos para modelar y pintar las dos piezas que faltaban, y pasamos el resto de la tarde afanados en conseguir que nuestras creaciones no desentonaran demasiado con las piezas originales.

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Hasta metimos una piedra dentro de la pasta de modelar de cada pieza para que pesaran como las auténticas. La pintura fue el toque final. ¿El resultado? Bueno…, se veía que le habíamos puesto ganas, que era lo importante. El rey quedó bastante bien, pero el caballo, regular. Es que hacer un caballo de ajedrez no es nada fácil, oye.

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No hay como una tarde de manualidades para olvidarse del mundo. Nadie volvió a sacar el tema de la visión de Sara-Li. Al día siguiente nuestra madre nos acercó a todos a la casa de los Golden, donde Esmeralda celebraba su cumpleaños. La casa era una pasada y su padre nos guio hasta el jardín; allí encontramos a Esmeralda saltando en una cama elástica enorme. Pensábamos que iba a haber más niños, pero solo estábamos nosotros.

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Dejamos nuestro regalo sobre una mesa en la que había algunos paquetes más y corrimos a quitarnos el calzado para subir a saltar con Esmeralda. ¡Volteretas, brincos, juegos...! ¡Wow! Nos lo pasamos genial botando como locos hasta que no pudimos más. Cuando los padres de Esmeralda trajeron la merienda, la devoramos como leones hambrientos. Y llegó el momento de la apertura de regalos. Antes de salir habíamos tenido un momento de duda, pensando que con todos los regalos geniales que seguro que le iban a hacer, el nuestro iba a quedar un poco pobre.

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Pero en ese momento, creo que estaba más nervioso pensando si había sido buena idea regalarle un ajedrez con historia rara incluida. Como nuestro paquete fue el último en llegar a la mesa, se quedó en un extremo y lo abrió al final. Nos habían precedido unas zapatillas superchulas, unas gafas de sol, un juego para la Play y tres libros. Nos tocaba a nosotros. Todos aguardamos expectantes su reacción. Cuando vio el tablero, se sorprendió. Estaba claro que no se esperaba algo así. El aspecto no era el de un tablero normal del colegio. Se veía que era especial. —Tienes que colocar las piezas —dije ansioso porque viera nuestro trabajo—, pero no las vuelques como las piezas normales, que estas se pueden romper. Esmeralda abrió la caja y la vació con cuidado sobre el tablero. Ahí sí que alucinó del todo. Y es que, a la luz del sol, las piezas todavía eran más flipantes y los brillos del mármol y del ónix les daban un aspecto imponente. —Es un ajedrez que encontramos en la tienda de antigüedades de nuestro padre —expliqué—. Le faltaban dos piezas, pero las hemos hecho nosotros con pasta de modelar.

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—A ver si adivinas cuáles son —dijo Óscar como si fuera a resultar algo difícil. Le costó unos segundos, pero las localizó y las tomó del tablero para volverse con ellas hacia nosotros. —¡Wow! Es un pedazo de regalo. ¡Os habéis acordado de que me gusta el ajedrez! Y, además, personalizado. ¡Es una pasada! Esmeralda nos dio un abrazo a todos, uno por uno. Hasta Óscar, que es alérgico a los abrazos, se dejó achuchar. Ya te puedes imaginar que disfruté del abrazo como nadie. Después, empezó a guardar las piezas en su caja una a una y ahí me tensé un poco esperando a que le llegara el turno a la dama blanca. Creo que todos respiramos aliviados cuando vimos que no pasaba nada y que la dama acababa en la caja con el resto. Estaba claro que los demás no teníamos «lo que fuera» que tenía Sara-Li. —Hasta el tablero es alucinante —dijo Esmeralda levantándolo frente a ella y girándolo en el aire. No nos habíamos dado cuenta hasta ese momento, pero en la parte de atrás había algo escrito. Una frase rara. Omnia vincit amor

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—¿Qué es eso? —preguntó Óscar metiendo la cabeza sobre el tablero. —Creo que es latín —respondió Esmeralda—, pero esperad que le pregunto a mi padre —añadió mientras se metía en la casa. Volvió al cabo de un minuto con una extraña sonrisa en la cara. —Pues sí que es latín. Quiere decir «El amor lo vence todo» —anunció—. Parece que el anterior dueño del tablero era un romántico —añadió, y te juro que su mirada se paró en mí más tiempo del que fui capaz de soportar—. Ah, se me había olvidado decíroslo —continuó—, pero yo también tengo una sorpresa para vosotros. Aunque vais a tener que esperar a mañana para verla. Entre Sara-Li, que no quería hablar de sus visiones, y Esmeralda, que no quería hablar de su sorpresa, parecía que la cosa iba de secretos. ¿Cuánto íbamos a tardar en enterarnos?

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