Txano y Óscar 4 - El secreto de los dogón (Cap.1-2)

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Copyright © 2018 Julio Santos García & Patricia Pérez Redondo © Texto: Julio Santos García, 2018 © Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2018 Corrección de textos: Correcciones Ramos, Olatz Ángel Maquetación y diseño: Julio Santos & Patricia Pérez Obra registrada en SafeCreative. Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual. Colección: Las aventuras de Txano y Óscar Título: El secreto de los dogón Número: 4 Primera edición: noviembre, 2018 Xarpa Books julioypatri@txanoyoscar.com www.txanoyoscar.com


El secreto de los dogón Ilustraciones Texto Patricia Pérez Julio Santos


Óscar Txano ¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.

Sonia Raúl Ellos son Raúl y Sonia, nuestros superamigos. A los cuatro nos encanta cualquier cosa que suene a misterio y tenemos un cuartel general en la casa del árbol de nuestro jardín.


La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa. Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.

Sara-Li

Flash

Maxi El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.

Bárbara

Álex

Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.


Una fresca madrugada de hace casi mil aĂąos, una curiosa pareja avanzaba despacio por el fondo de un valle africano. Con gran esfuerzo, ascendieron hasta una de las cuevas que horadaban la pared y cerraron una enorme roca tras de sĂ­.


Caminaron tranquilos hasta una estancia excavada en el interior y allí se miraron, se cogieron de la mano y cerraron los ojos para siempre. La escena podría parecer normal si no fuera porque él había nacido a varios años luz de la Tierra. Los siglos pasaron y esta historia acabó convertida en leyenda. Una increíble leyenda que, por una carambola del destino, llegó a oídos de unos niños de Twin City. ¿Te imaginas quiénes?



Pruebas de vuelo

El verano avanzaba poco a poco y disfrutábamos de unos días de tranquilidad después de resolver el misterio del dragón de Jade. Pero las ganas de tranquilidad ya se nos estaban pasando y volvíamos a echar de menos algo de acción. A la espera de que una nueva aventura se cruzara en nuestro camino, pasábamos el tiempo en la casa del árbol del jardín, que era el cuartel general de la pandilla. Lo habíamos bautizado como «Área 51». Allí, cada uno se dedicaba a lo que más le apetecía. Esa tarde, Raúl y yo estábamos un poco aburridos, sin encontrar nada que nos entretuviera demasiado tiempo, y Flash, nuestra ardilla, dormitaba acurrucada en el marco de la ventana. Sin embargo, Sonia y Óscar estaban en plena ebullición creativa.

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Ellos dos eran los frikis tecnológicos de nuestro equipo y habían descubierto una nueva pasión: los drones. Ya sabes, esa especie de helicópteros con varias hélices que se dirigen por control remoto y que, según Sonia y mi hermano, se podían usar para muchísimas cosas. Habían decidido comprar un modelo básico y llevaban varios días destripando al pobre trasto y añadiéndole nuevas funcionalidades. —¡Atención todos! —dijo Óscar como si hubiera cien personas en el Área 51—. ¡Nuestro primer DADO está listo! Le llamaremos el DADO I —añadió mientras nos mostraba en la mano su dron, supuestamente terminado.

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—¿DADO? —preguntó Raúl esperando cualquier cosa—. Más bien parece una batidora hipervitaminada. —Sí, DADO: Dispositivo Aéreo De Observación —respondió Óscar convencido. —Lo de dispositivo, igual es demasiado pomposo, ¿no? —dije después de ver el aspecto que tenía el pobre dron, todo lleno de cables y circuitos—. Yo creo que mejor podríamos llamarlo «Engendro Volador No Identificado» —añadí en broma. —Es verdad que no tiene muy buena pinta —reconoció Sonia—, pero es nuestra primera versión. Cuando comprobemos su funcionamiento, ya lo iremos perfeccionando —aseguró sin quitar la vista del aparato que todavía estaba en las manos de Óscar. —¡Ya vale de charla! Ha llegado la hora de probarlo —dijo Óscar muy serio—. Cuando veáis lo que es capaz de hacer, tendréis que tragaros vuestras bromitas. Y dicho esto, empujó una pequeña mesita hasta dejarla bajo la ventana y colocó el DADO I sobre ella después de activar un pequeño interruptor que tenía en la parte inferior. Una lucecita verde se iluminó en la base del aparato mientras Óscar arrancaba su tablet.

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Todos le rodeamos y, disfrutando de ser el centro de atención, pulsó un botón en la pantalla y las hélices del dron empezaron a girar con suavidad al principio y más deprisa después, según iba aumentando la potencia. A los pocos segundos, las hélices giraban ya a toda pastilla y el DADO I se elevó dos palmos sobre la mesita. A continuación, despacio, salió por la ventana y quedó suspendido en el aire, flotando varios metros por encima del jardín. Óscar pulsó otro botón en la pantalla y la tablet nos mostró una imagen increíblemente nítida de nuestra casa. ¡Le habían instalado una cámara! Incluso Sonia, que ya lo sabía, se acercó a mirar, sorprendida por la calidad de la imagen. El DADO I siguió avanzando despacio dirigido por Óscar. Enseguida entró por la ventana de nuestra habitación en la segunda planta y avanzó por ella hasta salir al pasillo, frente a las escaleras de bajada. Nuestra hermana Sara-Li y su perrita Maxi, que estaban jugando en su cuarto, se asomaron al escuchar el zumbido y el dron pasó frente a ellas, mientras nosotros observábamos el primer plano de sus caras en la pantalla de la tablet. Óscar lo hizo girar y lo dirigió con maestría escaleras abajo, concentrado por completo en la maniobra.

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¡Parecía mentira que aquella fuera la primera vez que lo hacía! El DADO I terminó de bajar por la escalera con Maxi siguiéndole de cerca y se plantó frente a la puerta de la cocina, que se encontraba abierta. Nuestra madre estaba allí cocinando, y levantó la cabeza, sorprendida, cuando escuchó el zumbido de las hélices.

Pero entonces, me fijé en el indicador de batería de la tablet. Marcaba el mínimo. Imagino que con la emoción de la prueba, Óscar no se había dado cuenta y, al parecer, los demás tampoco. Intenté avisarle. —¡Óscar…!

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—¡Calla, que estoy en un momento delicado! —me interrumpió sin dejarme terminar. Entonces, disfrutando horrores con su despliegue tecnológico, mi hermano habló desde la tablet. —¡Hola, mamá! ¡Saluda a la cámara! —dijo en un alarde de originalidad. —¡Óscar…! —intenté de nuevo avisarle. —¡Calla, tío, que no oigo a mamá! —¿Qué es este trasto? —preguntó escamada nuestra madre—. ¡Sacadlo de la cocina ahora mismo, no vayamos a tener un disgusto! —pidió a la vez que trataba de mantener una distancia de seguridad con aquel bicho zumbante. —No te preocupes, mami, que lo tengo controlado —replicó Óscar por el altavoz del dron mientras lo situaba justo sobre la encimera donde ella estaba trabajando. —¡Óscar, la batería! —avisé yo. —¡Tranquilo, pesado, que dura veinte minutos! —respondió sin quitar la vista de la pantalla. —¡La del dron no, tío! ¡La de la tablet! —le dije, señalando el icono rojo. Fue en ese mismo momento cuando comenzó el desastre. En la pantalla de la tablet empezó a parpadear el aviso de batería baja y, a los pocos segundos, se apagó.

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Por seguridad, habían programado el dron para aterrizar en el sitio donde estuviera si dejaba de recibir la señal de control. Todo habría ido bien si el sitio sobre el que estaba en ese momento no hubiera sido un enorme bol de crema que nuestra madre había preparado para hacer tiramisú. El dron descendió deprisa sobre el bol y, antes de que nadie pudiera hacer nada, comenzó a hundirse. Mientras tanto, las hélices, que todavía seguían girando, se dedicaron a esparcir la crema por toda la cocina, incluyendo también a nuestra madre, que aguantó como pudo el chaparrón.

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Los motores siguieron zumbando unos segundos más hasta que la crema los bloqueó y el pobre dron acabó de sumergirse por completo, como poniéndose a salvo de la que se avecinaba. —¡Óscaaaaaar! El grito de nuestra madre lo oímos con total claridad desde el árbol sin necesidad de micrófono ni de tablet. ¡A ver quién se atrevía ahora a bajar del Área 51!

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Un par de sorpresas

Todos nos habíamos quedado paralizados mirando la cara de Óscar, que estaba más blanca que la crema de la cocina, cuando una voz familiar sonó en el jardín. —¿Hay alguien ahí arriba? Al asomarnos, pudimos ver a nuestra tía Laura que sujetaba una bolsa en la mano. ¡Ufff! Esto igual le salvaba la vida a Óscar. Quizá mamá no se atrevería a matarlo delante de testigos adultos. —¡Hola, chicos! —saludó nuestra tía—. Si bajáis, os enseño una sorpresa. ¡Estoy segura de que os va a gustar! Nos miramos pensando si bajar o no, pero en algún momento tendríamos que hacerlo y mejor ahora que estaba ella. Flash bajó en dos saltos.

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Los demás fuimos bajando uno a uno por la escalera y nos congregamos alrededor de nuestra tía buscando protección, por si a mamá le daba por salir a buscarnos. —¿Ese grito demoniaco que he oído cuando llegaba era vuestra madre? —preguntó mirándonos a Óscar y a mí. —Creo que sí —respondí mientras miraba a Óscar que todavía no había recuperado el color. En ese momento, por la puerta de casa asomó nuestra madre seguida por Sara-Li.

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—¡Óscar Mediano! —bramó mientras congelaba a mi hermano con la mirada—. ¿Puedes darme alguna razón para no castigarte durante los siguientes 100 años? Óscar se escondió instintivamente detrás de tía Laura y entonces, mamá se dio cuenta de que ella estaba allí. —¡Hola, Laura, cariño! —saludó sorprendida, mientras se acercaba a darle dos besos—. Disculpa por el espectáculo, pero estos cafres que tengo por hijos consiguen sacar lo peor de mí. Ven, pasa a la cocina y verás la que me han montado. Sara-Li también se acercó a dar un beso a tía Laura, y las tres juntas se encaminaron hacia el interior. —Y vosotros, ¡no creáis que os habéis librado! —dijo nuestra madre girándose hacia nosotros antes de entrar en casa—. Aparte de una semana sin tablet y de quedaros sin tiramisú, ya podéis poneros a limpiar la cocina mientras la tía y yo nos tomamos un café. Quiero verla reluciente para cuando acabemos —sentenció. Nos pusimos manos a la obra y en media horita habíamos conseguido dejar la cocina lo suficientemente limpia como para pasar una revisión materna.

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Ya era la segunda vez que nos tocaba hacerlo este verano después de la ocurrencia del «Burger Combat». ¿Te acuerdas? —Bueno, no está mal —dijo mirando a su alrededor desde la puerta—. Creo que os dejaré seguir viviendo algo más —anunció con una sonrisilla burlona mientras le guiñaba un ojo a nuestra tía—. Por cierto, tía Laura os traía una sorpresa, pero hemos pensado haceros sufrir un poco y tendréis que esperar hasta después de cenar para verla. —¡Jooo! ¿Con limpiar la cocina no es suficiente? —protestó Óscar. —Si fuera por mí, os quedabais sin ella hasta mañana —dijo mamá poniéndose seria—. Os salváis porque a la tía le hace ilusión dárosla en persona. Pero no tenséis la cuerda, ¿eh? —¡Vale, vale! Esperamos —dijo Óscar claudicando. Intrigados por lo que nos había traído tía Laura, Raúl y Sonia decidieron quedarse a cenar con nosotros después de pedir permiso a sus padres. El resto de la tarde la pasamos rescatando el dron del bol de crema y limpiándolo un poco para intentar recuperarlo. Habíamos terminado ya cuando llegó nuestro padre de la tienda de antigüedades y nos sentamos a cenar.

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Tanta historia con la sorpresa de tía Laura y al final fue papá el que nos sorprendió. Después de contarle a nuestra tía un resumen de la aventura con el dragón de jade, papá se puso serio, como cuando quería decir algo importante, y tomó la palabra. —Desde que Pei-Chen nos regaló los diamantes, he estado investigando un poco acerca de ellos y he encontrado cosas muy interesantes —comenzó—. ¿Sabéis que el valor de un diamante se obtiene según cuatro características que son el color, el peso, la talla y la pureza? Los diamantes que había dentro del dragón eran muy puros y tenían un tallado perfecto. ¡Por eso eran tan valiosos! Su cara se ensombreció por un instante antes de seguir hablando: —Pero el mundo de los diamantes también tiene un lado oscuro —dijo—. Son los llamados «diamantes de sangre», que son diamantes obtenidos esclavizando a personas para que los extraigan de los ríos africanos. —¿Esclavos? O sea, ¿esclavos de verdad? ¿Como en las películas de romanos? —No solo de romanos —respondió nuestro padre—. La esclavitud ha existido en todas las épocas y, por desgracia, sigue existiendo en muchos sitios

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del mundo. Por eso se me ocurrió que quizá podríamos donar uno de nuestros diamantes a alguna ONG de la ciudad que trabaje ayudando a personas africanas —añadió.

Hizo una pausa pendiente de nuestra reacción y continuó: —He estado buscando en internet y he encontrado una ONG que se llama «AlgoPorAfrica» y que, aparte de varios centros de ayuda en Congo y Mali, también tiene una casa de acogida aquí mismo, en la ciudad. Si os parece bien, mañana podría llamarles para pasarnos por allí. Sería genial ir todos juntos. La idea de papá nos pareció fantástica y estuvimos de acuerdo en que éramos muy afortunados porque,

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como toda la familia participó en la aventura, PeiChen nos regaló un diamante a cada uno, y lo mínimo que podíamos hacer era compartir parte de esa riqueza con alguien que la necesitara. Sonia y Raúl también querían participar y se apuntaron a la visita. ¡Pero nos habíamos olvidado de nuestra tía! —Veo que mi sorpresa ya no os interesa demasiado —dijo tía Laura, haciéndose la ofendida mientras cogía una bolsita que estaba encima de la mesa y hacía el ademán de llevársela. —¡No! ¡Espera! —la detuvo Óscar—. ¡Claro que nos interesa! Perdona, tía, pero con lo que nos ha contado papá de los diamantes y la ONG, se nos había olvidado por completo. —Creo que os va a hacer mucha ilusión —dijo mirándonos mientras sacaba un DVD de la bolsa y lo mostraba frente a ella. Todos lo miramos con la boca abierta, sin acertar a decir nada. Al final fue Sonia la primera en hablar. —¡Guau! ¿Es lo que parece que es? —preguntó sin quitar los ojos del DVD. —Pues creo que sí —confirmó nuestra tía—. Es una copia final del Total Eclipse IV. No lo vamos a publicar hasta dentro de 3 o 4 meses, pero ya lo están terminando de probar los game-testers.

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Tía Laura dirigía un equipo de trabajo en CloneVision, una importante productora de videojuegos, y se encargaba de supervisar el desarrollo del juego Total Eclipse, una de las sagas más importantes de la empresa. —Es una versión personal de prueba, así que no se os ocurra copiarla ni dejársela a nadie, que me juego el puesto —avisó nuestra tía. —¡Graaacias! ¿Podemos probarla ahora mismo? —preguntamos todos al unísono, mientras le arrebatábamos el DVD de las manos.

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