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e. El último reto
horas extra a fin de ascender más rápido en su línea de ca-
rrera. Sin embargo, nosotros creemos que las generaciones actuales tienen menos conciencia de sus derechos laborales como lo tenían las generaciones antiguas debido a la flexibilización del mercado laboral. Aun así, consideramos que hay una tarea pendiente en construir jóvenes con conciencia de derechos y deberes. No es gratuito tal vez que la Secretaria Nacional de la Juventud, haya implementado la Defensoría Juvenil, un interesante modelo cuyo impacto es necesario revisar.
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e. El último reto
Las organizaciones que hemos descrito son en su mayoría, precarias. Su permanencia, muchas veces, depende de un apoyo institucional que es variable. La experiencia de Moquegua, da cuenta de cuán importantes son espacios como la Universidad, ONG y el trabajo coordinado con el gobierno local, como veremos más adelante en el capítulo final. Cuando el espacio es municipal, suele seguir los vaivenes de una política clientelar y, con los cambios de gestión, suelen diluirse los espacios de concertación que parecía congregarlos.
Sin embargo, la creación de consejos regionales y provinciales de la juventud, permite afirmar que, en cierta forma, estos espacios están institucionalizando la participación juvenil. El asunto es que no bastan estos espacios institucionalizados, se necesita que los jóvenes también se formen como ciudadanos y desde su experiencia vayan aprendiendo lecciones para abrir camino a nuevas generaciones y realizar la trasferencia en los liderazgos.
Además, se necesita que los jóvenes tengan la posibilidad de esperar lo mejor del Estado, muchos de ellos desconfían, por la misma desconfianza que tienen de los políticos. Este es otro desafío, construir un Estado, desde un gobierno local,
regional o nacional que responda a las necesidades de sus ciudadanos jóvenes. Aunque es importante el trabajo de los organismos no gubernamentales de desarrollo, muchas de sus iniciativas, suelen durar lo que dura un proyecto: tienen un horizonte temporal muy breve. Y como es de esperarse, sin financiamiento, se disuelven. Salvo que dichos proyectos tengan en claro el sentido de sostenibilidad, como la experiencia del Instituto de Formación Social, Comunicación y Juventud (IFOSOCJ) en Moquegua, donde concluido el proyecto de Escuela de Liderazgo y Organización Juvenil, los jóvenes estaban organizados y sabían elaborar proyectos y participar en su comunidad como veremos más adelante.
En ese sentido, las movidas juveniles que surgen de experiencias más autónomas, no tienen la capacidad de convertirse en actores válidos en sus espacios locales. Sea por una cultura adultocéntrica que les cierra espacios vecinales, sea por sus escasas capacidades de afrontar liderazgos interorganizacionales e intergeneracionales, cuando surgen nuevos líderes dentro de la propia organización. Muchas de ellas terminan ahogándose y resignándose a su propio espacio de expresión juvenil.
Además, se trata de construir ciudadanía no solo con los jóvenes o adolescentes, sino con un enfoque intergeneracional, donde los jóvenes aprendan a trabajar con los adultos y los adultos con los jóvenes, este es un aprendizaje que, a veces, ni los jóvenes ni los adultos están dispuestos a realizar.
Consideramos que este panorama no variará, mientras no existan condiciones institucionales locales para promover la participación juvenil. Esto significa que la institución educativa y la Universidad deben involucrarse a promover espacios de participación de los jóvenes y adolescentes. Así también la existencia de ONG y gobiernos locales que por un lado
fortalezcan estas capacidades y por otro permitan la creación de políticas públicas de juventud. Pero somos conscientes que también depende de los propios jóvenes. Por lo que, también es necesario que construyan redes de segundo nivel que vinculen intereses comunes y los proyecten a espacios de influencia, que traspasen el interés meramente juvenil. Consideramos que sin estas condiciones, el movimiento juvenil permanecerá atomizado, fragmentado en pequeños grupos, sin posibilidades de incidir en las agendas locales, menos aún en las nacionales; delegando, sin quererlo, a los especialistas (que sí manejan estrategias de incidencia) la función de forjar una agenda juvenil acorde a las necesidades de ellos, pero nunca con base a oportunidades que surgen de la propuesta juvenil.
En ese sentido es esencial que los profesionales especialistas en juventud, se actualicen, por cuanto los especialistas en juventud de los 80 no podrán serlo de los jóvenes del 2000, si no los ha estudiado o tenido experiencia con ellos. Asimismo, seguimos creyendo en la necesidad de seguir formando especialistas en juventud.
Finalmente, es necesario crear condiciones sociales para el empoderamiento del actor joven, pero es también un designio que recae en los propios jóvenes. Los muchachos y muchachas que lideran actividades en el espacio micro-social del barrio tienen un potencial que no ha sido todavía descubierto. Cuando lo hagan ellos mismos, se forjarán el posicionamiento requerido para consolidar una participación activa de las juventudes peruanas en los procesos que atañen a nuestro desarrollo como país viable, justo y solidario.