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a. Escribir desde la juventud: más allá de las barras José Cabrera Chacón

INTRODUCCIÓN

a. Escribir desde la juventud: más allá de las barras

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Debo a una experiencia personal, mis inicios en la reflexión sobre las juventudes. Terminaba la década del 90 y vivía, junto a mi familia, en un barrio popular de Lima: el distrito de la

Victoria. Mi adolescencia discurrió por calles y jirones donde se respiraba un ambiente de fútbol. Alianza Lima era el club emblema del distrito y la mayoría de mis amigos del barrio eran tributarios suyos, hinchas del equipo blanquiazul.

Cuando niño (hacia los cinco años), yo había elegido ser hincha de Universitario de Deportes (clásico rival del Alianza Lima). Ambos clubes, por aquel entonces, eran los grandes animadores de la escena futbolera nacional. Creo que mi elección fue un capricho por contradecir a un tío mío, que a la sazón vivía con nosotros, y era hincha acérrimo del Alianza Lima. Mi padre detestaba el fútbol y no entendía nada del campeonato nacional. El tío Alberto, en cambio, moría porque yo asuma también su opción aliancista. Anhelaba ir algún día conmigo al estadio del barrio de Matute, gran bastión aliancista, que se situaba a pocas cuadras de mi casa.

Con cinco años a cuestas, me negué rotundamente a las invitaciones de mi buen tío. Esta oposición llegó a un extremo insospechado: me hice hincha de la U. Gracias a esta decisión, sufrí más de una exclusión durante mi adolescencia. Ya en ese entonces empecé a frecuentar junto a mis amigos el Estadio

Nacional de la calle José Díaz.1 Más de una vez, por acompañarlos, terminé junto con ellos en la tribuna de la zona sur (conocido fortín de hinchas aliancistas donde hoy se congrega la conocida barra: Comando Sur), mientras veía, cómo al frente de nosotros en la zona conocida como tribuna norte un conglomerado de muchachos fanáticos de la U hacían resonar su voz y la hacían llegar hasta la tribuna de enfrente donde mis amigos y yo, contemplábamos los partidos confundidos en medio de la barra brava del club aliancista. Por ese entonces una tragedia enlutó la familia blanquiazul cuando el avión que transportaba al equipo entero se hundió en el mar de Ventanilla poco antes de la navidad de 1987. En el barrio futbolero de la Victoria el luto se pintó de blanco y azul fortaleciendo intensamente la identidad del club. No voy a negarlo, todo ese sentimiento me acercaba a la emoción aliancista. Sin embargo, dentro de mí, algo empezó a reclamarme. Era difícil. No conocía a casi nadie de la “U” y los pocos que conocía no tenían la costumbre de asistir a los estadios. Así es que me aventuré solo. Fue durante un clásico del año 88 (fecharlo exactamente ahora mismo me es imposible) al que acudí junto a los amigos del barrio: Cesár Llanos y José Matos. Al llegar al Estadio Nacional, me separé del grupo y me dirigí solitario a la otra tribuna. Mis amigos no pudieron decirme nada. Mi encuentro con la tribuna norte fue fundamental. En ese momento llegó algo que le dio color a mi vida adolescente y emoción a los primeros años de mi juventud. Por ese entonces empezaba a consolidarse la hoy famosa Trinchera Norte,

1 El estadio Nacional de la Calle José Díaz era el gran coloso peruano. Allí jugaba la Selección Nacional de Fútbol. Otro gran estadio era el Estadio de Alejandro

Villanueva del barrio de Matute en la Victoria. Otro estadio —de menor capacidad era el Estadio Lolo Fernández situado en el barrio de Breña que era en ese entonces el reducto del equipo crema— el Monumental de ATE todavía no existía.

en medio de enfrentamientos épicos con las barras de otros clubes. Allí ensayé y memoricé los primeros cánticos de guerra y fui testigo de grandes batallas campales. Cerca de mí transitaban el alcohol y las drogas, pero nunca me sentí obligado a consumirlas.

Acompañé a la U, el equipo de mis amores, a casi todos los partidos de los campeonatos de la década del 90. No me perdía un solo clásico e incluso llegué viajar algunas veces con la barra, conociendo de cerca a míticos personajes de la famosa hinchada crema.

Llegó mi etapa de estudios universitarios y lo primero que busqué en las aulas de San Marcos fue compañeros hinchas de Universitario para alternar con ellos y hacer mancha. Un muchacho al que apodamos Vallejo fue uno de mis socios claves junto con Kike Pinaud, un ex compañero de colegio. Pasábamos jornadas enteras preparándonos antes de los clásicos. Yo portaba una banderola gigantesca que luego perdí en una redada policial.

Posteriormente, cuando estudiaba ya psicología, me interesó académicamente el fenómeno de las barras y pandillas. Aunque ya no frecuentaba tanto los estadios, empecé a escribir mis reflexiones y a participar en eventos y proyectos vinculados a la temática.

Así nació mi afición por estudiar y comprender a los jóvenes. Recuerdo dos experiencias trascendentales: mi paso por los desaparecidos PROMEJ de la Municipalidad de Lima y el Centro de Estudios y Acción para la Paz (CEAPAZ). Posteriormente me incorporé al Grupo GEA donde dirigí proyectos que vinculaban a jóvenes con la temática del desarrollo sustentable. Sistematicé esta última experiencia en el libro Juventud y Desarrollo Sustentable en el Perú, que se publicó hace más de

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