Expresión Cultural

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PEN La cultura de la apariencia

El abuso del Poder en la Cultura Eugenio Mateo Otto, coordinador Espacio Cultural Adolfo Domínguez as Bellas Artes y la Literatura han sido en todos los tiempos, el ornamento y el termómetro del adelanto y la cultura de las naciones civilizadas. En ocasiones, consultado algún artista sobre su concepto del Arte, se ha llegado a decir que el arte es un pretexto para conseguir la libertad total. No es ajeno para ningún ciudadano de nuestra sociedad global que la Cultura es una ciencia que se ocupa de los aspectos del ser humano, pero tampoco nos es ajeno que la cultura se interrelaciona poderosamente con la economía, una de las disciplinas de las ciencias sociales, porque al fin y al cabo, la actividad económica tiene como fin la satisfacción de las necesidades humanas, es decir, del conjunto de deseos que pueden animar a los hombres en la búsqueda de la superación como individuo. Así como la ciencia económica puede ser definida como una estrategia de lucha contra la escasez, la cultura es la propia manifestación de la sociedad, por la que demostramos la información y las habilidades que poseemos como especie. En resumen, el cultivo del espíritu. Pero la economía capitalista ha generado espontáneamente la industria cultural que ha recluido a ciertas disciplinas, como las bellas artes y la literatura, dentro de los engranajes de las leyes omnipresentes del mercado, la oferta y la demanda, desvirtuando el concepto de libertad absoluta a través del arte que aquel iluminado artista esgrimía en la comentada frase al principio de esta reflexión. En el mismo esquema de clasificación de las disciplinas científicas, la ciencia política es un factor decisorio en las relaciones del Poder dentro del colectivo humano que conforma la sociedad y que es capaz de potenciar o detener al Conocimiento que la cultura procura. No hay actividad humana sin política ni política que desconozca las actividades de los hombres. En la dicotomía arte y política juegan los mismos elementos que en todo aquello que se divide en dos: La parte más poderosa gana. La conveniencia del poder la establecen los intereses así que mientras el arte sirva, de sumisión, no de utilidad, a los planes de los que mandan no será más que una herramienta discutible y discutida al servicio de ocultas pero vaticinables estrategias. Se desprecia al empirismo quizá porque la experiencia no se lleva bien con el oportunismo y cuando el que dirige desconoce las reglas elementales de juego suele suceder que el abuso campa a sus anchas. Puede que sea injusto conceder al abuso la patente de corso puesto que a veces la estupidez o la ignorancia lo suplantan; pero qué más da malo que peor si el resultado es el mismo. Por aplicar esta perorata a un contexto conocido, hablemos de nuestra Comunidad Autónoma: Aragón. Hemos padecido gobiernos incapaces aliñados en salsas de siglas. Hemos soportado gobiernos prepotentes con conexiones en el kilómetro 0. He-

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mos cobijado uniones contra natura por aquello del Síndrome de Estocolmo. Siempre, siempre, la cultura era la oblea de toma y daca con la que se pagaban espurios motivos en las no menos espurias alianzas. ¿Habrá sido casualidad? Umm… algo huele a podrido en Dinamarca -decía HamletVeamos, los condicionantes que han prevalecido en la otrora época de las vacas gordas, aconsejaban potenciar el estado del bienestar. No hay mejor bonanza que después de estar todos bien comidos aún quede tiempo para alimentar el espíritu, que por si no lo saben, come; come grandes cantidades de autoestima; incluso toneladas de egocentrismo. Obligación era pues, sobre todo desde la izquierda, dar carnaza a las necesidades pues esa acción era sinónimo de votos. Las derechas amagaban para no quedar atrás, siempre que los presupuestos lo permitieran, faltaría más, pero también adivinaron la jugada oculta, no en vano manejan a Keynes o Friedman, llegado el caso. En definitiva el “amplio espectro político” constató que los fondos manejados en tal encomiable tarea eran tan opacos como desmesurados, lo que equivale a un control escaso.Ya se sabe que el panen et circus siempre dio buenos resultados. Tenemos, pues, a nuestros representantes convertidos en adalides de la modernidad, cultura y artes. ¡Que no falte de nada! ¡Absolutamente de nada! Era la consigna en despachos, consejerías, concejalías, diputaciones. La pasión de los nuevos ricos es presumir, aparentar, dejarse ver. Conocí a algún político- me consta que más iluso que malvado- que acudía a las inauguraciones con rutilantes bellezas que a todos les hacia palidecer de envidia. Algunos, sólo algunos, sabíamos que iba de farol pues sus acompañantes estaban pagadas con la tarjeta oro del partido, aunque el efecto, ése mágico efecto que buscaba, sólo conseguía la envidia; intuimos las fatales consecuencias de ser envidiados. Errores cometidos en nombre de la cultura podrían llenar extensas enciclopedias pero sólo la Historia podrá pasar factura, aunque, para ser sincero, lo dudo mucho. Recordamos, los que de alguna manera transitamos por los aledaños “culturetas”, pretenciosos fastos de eventos faraónicos. Las millonarias cantidades gastadas en oropel de cartón piedra cuya misión aparenta la de acoger manifestaciones artísticas. Las subvenciones a los mismos de siempre, artistas con carnet o colegas de carreras ante los “grises” -¡Qué tiempos! Recordamos que tanto dinero dilapidado acabó siendo una práctica extendida que sólo tuvo el resultado de una política cultural de perfil bajo, dejando fuera a los beneficiarios naturales: los artistas. Era como si la frase: “Viva el arte, pero sin los autores, que beben mucho” perdiera su connotación graffitera para ser leitmotiv de una soberana memez reída en una sobremesa. Otro gallo cantaría si el dinero hubiese sido invertido en el fin con el que se le justificaba y no en la rapiña en la que ha acabado difuminado.


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