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Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz

¡Qué inmenso ese dolor angustioso ante la Cruz, ya desnuda! La piel pierde el color, se queda el alma muda, el llanto moja pena tan aguda.

El hijo que expiró, va delante, y parece dormido. A la tierra limpió, del pecado sentido, y ahora su destino se ha cumplido.

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Es el último adiós al amor más eterno e infinito, ¡quedárase con nos, Jesucristo bendito!, de rodillas, llorando solicito.

Sus manos cincelaron. esta imagen que ahora procesiona, y en soledad sangraron, al poner la corona; María Alonso, su nombre me emociona.

Inmaculada Rubio

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