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San Pedro Apóstol

Buscar en el sabor amargo de la vida, una quimera la misma que le hizo negar tres veces ante el canto del gallo y sin mirada, fiel como siempre a su presencia, un silencio.

Está ahí, en su iglesia de ahora, esa que también le da nombre, cuando tuviese que marchar de una iglesia de la Cuenca baja, y sigue mirando hacia el sentimiento, de un hombre que cree y siente como nadie el fervor de su paciencia. Una espada en alto, tal vez, la que quiso cortar el soliloquio del pecado, y huye con cada paso calle abajo, empedrado saliente, al fiel Marco, porque Pedro, Pedro, Pedro, ¿por qué me has negado?, le dice enhiesto, sin que la mirada que le infundiese Marco Pérez, tapase el sueño herido, el mismo que Martínez Bueno quiso hacer antes de tiempo.

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San Pedro, Hermandad sublime, de ascenso y retorno, fiel al milagro que le deja Cuenca entre rojo y blanco, marcando el recuerdo de eternos soldados. No debe haber otra igual, es única, su paso erguido y sus hachones, mandando.

Miguel Romero Saiz

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