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SANTUARIOS MARIANOS
del Ecuador
ROBERTO ASPIAZU ESTRADA
C
on el descubrimiento de América llegó la devoción mariana al continente. El propio Cristóbal Colón encomendó su empresa a Nuestra Señora de la Rábida, cumpliendo la promesa de erigirle un nuevo santuario al regreso. El culto mariano se había desarrollado en occidente desde el siglo XII, es decir la tardía Edad Media, cuando los teólogos de la época decidieron que era necesario “humanizar” a Dios, esto es, acercarlo a los fieles empleando a la Madre de Jesús como intermediaria en la oración. Como referente del nuevo culto se compuso el Ave María, un rezo que data de 1.150 y es posterior en un siglo al Padre Nuestro. Sin duda constituyó una reivindicación histórica de la mujer, considerando la larga tradición misógina tanto de la cultura grecorromana como de la judeocristiana, reflejada en la palabra propia de género: femenino, que viene del latín fe minus o fe menos. La decana de las américas es la Virgen de Guadalupe cuya tradición se remonta a 1531, es decir apenas una década después de la conquista de
México. Fue entonces que se produjo la célebre aparición al indio Juan Diego en las cercanías de la capital, cuyo prodigio quedó validado por las milagrosas rosas de Castilla envueltas en el manto con la efigie de la Virgen que entregó al primer Obispo de la ciudad Juan de Zumárraga, quien abrumado satisfizo el designio de construirle un santuario. La Virgen nunca dispuso como nombrarla, pero el indio Juan Bernardino, tío de Juan Diego, que había recuperado su salud luego de un grave accidente merced a su favor, decidió llamarla “Tecuatalope,” que en náhuatl significa “la que tuvo origen en la cumbre de las peñas.” La voz fue tornada en Guadalupe por los españoles, en homenaje a la Virgen de la Sierra de Extremadura, cuyo nombre igualmente hispanizado del árabe “wad-al-luben, significa río La Escondida, recordando que su efigie fue ocultada en el lecho del río homónimo para evitar que sea profanada durante la conquista islámica en el siglo VIII. De este modo la Virgen de Guadalupe, cuya devoción creció vertiginosamente trascendiendo fronteras, se constituyó en el modelo a ser replicado en otros lugares del continente. Una cofradía de culto guadalupano proyectó desde 1561 construir un santuario en las cercanías de Quito, que finalmente se materializó en 1586 con la fundación del pueblo de Nuestra Señora de Guadalupe, que por la dificultad de pronunciación de los indígenas terminó sinco-