Devocional
TRABAJAR,
MIENTRAS EL DÍA DURE “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”. Juan 9:4-5 Rev. Rubén Concepción
HUBO UNA ÉPOCA en la historia humana en que se consideró el trabajo una maldición. Exactamente en tiempos antes de la gran Reforma Protestante. Sobre el particular se decía que el trabajo era como un azote, castigo impuesto al hombre como recompensa al pecado original. Era un medio de disciplina, de freno a los vicios, se consideraba que el único trabajo digno era el que cumplían los religiosos en los monasterios. Según el orden divino hallamos que el Eterno Creador es incansable en laborar. Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17). La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como el creador del universo, como el gran gestor de la vida, como el arquitecto, ingeniero y primer obrero de su creación. Siendo que Dios mismo es el primer obrero de su creación, no solo en el acto creador, sino en la obra de preservación y conservación, el trabajo no puede considerarse como una maldición. Cuando el hombre y su mujer fueron creados el Padre de familia humana le asignó un lugar, el mejor de toda la Tierra. Le asignó un trabajo que hacer, cuidar el huerto y labrarlo (“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para
que lo labrara y lo guardase”, Gn. 2:15). También
fue comisionado por Dios a velar por la creación animal, dando nombre a cada especie (“Jehová
Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para
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MOVIMIENTO MISIONERO MUNDIAL
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que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nom-
bre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo”, Gn. 2:19-20). Y le
entregó autoridad sobre toda la creación terrenal