La avanzada de las flores

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Interfaz urbana Sonia Berjman

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La avanzada de las flores En la intersección entre ciencia, arte y ecología, Carlos Thays aportó al ideario de la generación del 80 y a su concepción de progreso y modernización. A la altura de los grandes del diseño nacional —antes de que se afianzara la vía del diseño moderno un siglo después—, lideró la primera revolución urbanística del país.

Cuando decimos que un jardín debe conservar el aspecto de la naturaleza, no se debe creer que se trata de una copia exacta de las cosas que nos rodean: un jardín es una obra de arte. Adolphe Alphand, París, c. 1875 El diseño abarca toda nuestra vida y la vida misma. Esta amplia gama de posibilidades es de una gran diversidad, rasgo que convierte a esta disciplina en una de las más fascinantes. Los diseños considerados “tradicionales” —arquitectura, gráfico, textil, de indumentaria, industrial— tienden a la permanencia: rendimos culto a la Olivetti del mismo modo que a un mueble Biedermeier, una tela Liberty o una catedral gótica. El arte del jardín es totalmente diferente, pues en él intervienen dos elementos distintivos que le son propios en su plasmación y su significado: la materia y el tiempo. Un jardín es una obra de arte que se construye con elementos vivos que, como

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nosotros, nacen, crecen, se reproducen y mueren. El paisajista debe poseer conocimientos botánicos, climáticos, geográficos, proyectuales, visuales, urbanos, sociales, pero su característica radical es poder imaginar cómo será su obra dentro de uno, diez o cien años a medida que las plantas vayan creciendo: siempre distinta, de una manera a la mañana y de otra a la tarde, bajo un sol radiante o bajo un manto de nieve, con niños jugando, con adultos conversando, con ancianos leyendo, con movimiento y quietud. El paisajista debe imaginar cómo serán sus sombras, sus senderos cubiertos por hojas en el otoño o secos en el verano, si los pajaritos anidarán en los árboles, qué peces nadarán en sus lagos… infinitas combinaciones que nos brinda la naturaleza. Jules Charles Thays (París, 1849-Buenos Aires, 1934) iba a transformar las ciudades de nuestra región trayendo la revolución urbanística parisina del siglo XIX a través de los parques y jardines. No tuvo una educación

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Parque Lezama. Bifurcación de caminos delante del antiguo mirador (demolido en 1937). A la izquierda se observa la Casa Amarilla. Fotografía: Archivo General de la Nación. El ceibo, una de las especies que utilizaba Thays. Fotografía: Florencia Cesio.

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académica sino una instrucción práctica al lado de Édouard André, con quien trabajó por más de una década, secundándolo en la construcción de sus famosos jardines europeos. Fue por su recomendación que viajó a la Argentina para diseñar un parque en la ciudad de Córdoba. Ya volviendo a Francia, luego de finalizado aquel encargo, cambió de opinión y se afincó en Buenos Aires como Director de Paseos (1891-1913), no sin antes obtener el primer lugar en un concurso público organizado para ese fin a su pedido. Al adoptar a la Argentina como patria, tradujo su nombre como Cárlos. Su acción fue impresionante: el Jardinero Mayor de Buenos Aires fue arquitecto, paisajista, botánico, funcionario y varias cosas más; sus planos acuarelados también lo muestran como artista plástico. Un verdadero exponente de la generación de 1880. Concretó y remodeló la mayoría de los espacios verdes que hoy existen en Buenos Aires. Creó jardines en hospitales, regimientos y edificios públicos. Llevó el arbolado de alineación hasta los 150 mil ejemplares. Paralelamente proyectó los paseos principales en las ciudades de Córdoba, Mendoza, Paraná, Salta, Tucumán, Mar del Plata, e incursionó en Uruguay, Chile y Brasil. También realizó unos 50 parques de estancias y 40 jardines de residencias: los apellidos de sus dueños son una pintura de la sociedad argentina de su tiempo. Cambió así hábitos y costumbres, tanto públicas como privadas, de todos los niveles sociales. La acción de Thays excedió a la arquitectura paisajística para adentrarse en el urbanismo (barrio pintoresquista de Palermo Chico), en la protección del patrimonio natural (propuesta del primer Parque Nacional de Iguazú en 1902), en la producción (descubrió el proceso de germinación de la yerba mate, lo que permitió la extensión de los cultivos económicamente rentables), en la ciencia (por la formación del Jardín Botánico de Buenos Aires, entonces de primer nivel mundial y por el estudio de la flora sudamericana). En fin, un verdadero artista y científico, un ecologista de vanguardia. Fue también escritor (El Jardín Botánico de Buenos Aires, 1910) y periodista (redactor por diez años de la Revue Horticole, París). No olvidó sus lazos con Francia, efectuando varios viajes con el objeto de comprar obras de arte para el espacio público de Buenos Aires o para dar conferencias. Siempre fue una persona de buen humor y de gran modestia. Plasmó sus obras basado en la premisa de buscar la estética, la higiene y la recreación, entendida esta como igual para todos los ciudadanos. 74

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Estancia La Paz, Córdoba, un sector del parque en 2009. Fotografía: Marcelo Scarafía.

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Carlos Thays (derecha), su esposa y dos hijos (izquierda) en el Jardín Botánico, sede de la Dirección de Paseos y a la vez vivienda familiar. Gentileza: Familia Thays.

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Grupo de especies florales que utilizaba Thays. Fotografía: Florencia Cesio. Retrato de Carlos Thays. Óleo sobre tela, sin data. Gentileza: Familia Thays.

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Cultivador del estilo mixto, era el gran maestro de las curvas, aunque siempre incorporó rectas para balancearlas. Cada una de sus obras tiene un sello propio: kioscos, pabellones, jarrones, bancos, estatuas, escalinatas, farolas, canchas para diversos deportes, invernaderos, fuentes, estanques, piletas y lagos. Thays vino del hemisferio norte con un bagaje de obras hechas en un medio diferente y se dio cuenta prontamente que debía estudiar su nuevo hábitat. Realizó varias expediciones botánicas para conocer nuestra flora y fauna, estudió detalladamente nuestras ciudades y su gente y contextualizó su arte que hoy, justo a cien años de su jubilación como Director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires, nos sigue deleitando con escenarios gratos a nuestra cotidianeidad, a pesar de las brutales agresiones a las que este patrimonio único es sometido. ¿Alguno de nosotros podría pensar en nuestras ciudades argentinas sin color, sin vegetación, sin arboledas? Jean-Claude Nicolas Forestier —otro gran paisajista francés que trabajó en nuestro país— solía diferenciar la terre vivante de la terre morte. ¿Sin parques y plazas tendríamos ciudades muertas? Al menos, serían aglomerados más alienantes que los actuales, pues la naturaleza al alcance de la

La Plaza Congreso en 1916. Fotografía: Bourquin. Fototeca Biblioteca Nacional. Estanque del Jardín Botánico en 1999. Fotografía: François Deladerrière.

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mano nos proporciona un necesario equilibrio psicológico al recordarnos que nosotros somos también naturales. A través del año, Buenos Aires nos regala distintos colores y perfumes que brotan de árboles autóctonos de otras biotas argentinas aclimatadas por Thays a esta urbe: el lapacho en septiembre, el ceibo en octubre, el jacarandá en noviembre, la tipa en diciembre y luego el palo borracho por varios meses... Milagro de la naturaleza y de un artista como él. Como buen ambientalista, entendió que la flora es diversa y que su utilización debe incluir lo local y lo universal. Por eso mezcló y plantó tanto lo propio como lo ajeno. Thays tuvo, entre muchas otras aptitudes, la de pensar en el futuro, para los que vendríamos luego de él y que debemos retribuirle su legado conociendo y respetando su obra, lo que seguramente lo haría tan feliz como él nos hizo y nos hace a varias generaciones de argentinos.

cv Sonia Berjman Doctora en Historia y Teoría de las Artes (UBA) e Historia del Arte (Sorbona), becaria posdoctoral en Dumbarton Oaks Library (Universidad de Harvard). Miembro de honor del Comité de Paisajes Culturales ICOMOS. Sus estudios sobre la historia del paisaje fueron pioneros en nuestro país.

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