La congregación de los Muertos o el enigma de Emerenciano Guzmán

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SALVATIERRA, 1917 1 Emerenciano Guzmán respiró el aire suave, cálido, de la Salvatierra del mes de julio, con todo el esplendor de la luz del sol que ya se inclinaba y empezaba a sombrear los portales de la Plaza del Carmen, lugar donde se encontraba la cantina La Puerta del Sol. Montado en su caballo alazán, se perfilaba en la luminosidad de la tarde. Emerenciano había dejado su casa, en la contraesquina del convento de las Capuchinas, donde había comido con su familia: un caldo guanajuatense que consistía en carne de res deshebrada, tomate –el verde, con cáscara del mismo color- picado, ajo, cebolla y un poco de chile chipotle para afianzar el sabor y, al final, mientras seguía hirviendo, se le estrellaba un huevo que se revolvía y quedaba nadando convertido en trazas de clara de huevo y yema; frijoles refritos con queso y tortillas de maíz, gordas, hechas en casa; de postre, plátano macho frito también, espolvoreado con azúcar. Eran cinco niños y necesitaba desprenderse de la familia por un rato. Esperaba encontrarse con sus amigos Doroteo Espitia y Jesús Martínez para intercambiar algunas impresiones acerca del próximo gran acontecimiento: la nueva Constitución de Guanajuato. La política era el cuento de nunca acabar y había que estar ojo avizor para que no les comieran el mandado, o no se les fueran a ir las señales que pudieran surgir, se decía.

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