La Biocultura en la hora del “Colapso Climático Mundial” Por: Rodrigo Ayala Biocultura es un concepto sencillo en su conceptualización, pero difícil de llevar a la práctica en el contexto actual. El programa Biocultura ejecutado en Bolivia en los últimos 14 años, ha desarrollado metodologías y herramientas para que los seres humanos podamos gestionar nuestros territorios en forma sostenible, en consonancia con nuestra “forma de ser” (nuestra cultura) y el entorno que nos rodea. Se rechaza la fragmentación del conocimiento moderno y se opta por una visión y prácticas integrales orientadas a la resiliencia social y a enfrentar los retos del cambio climático.
Con demasiada rapidez, las palabras de Antonio Guterrez, el secretario general de la ONU, se están haciendo realidad en la primavera boliviana. En un país caracterizado por la variedad de pisos ecológicos, el calor sofocante parece haberse apoderado de todos ellos sin hacer ninguna distinción. En la ciudad de “El Alto” situada a 4.000 metros de altura en pleno altiplano boliviano, la ola de calor obliga a sus habitantes a cambiar rápidamente sus costumbres en materia de vestimenta, en medio de la perplejidad generalizada. En los valles, el trópico y los bosques secos chaqueños, los “récords” en materia de calor se vencen casi todos los días, y en general los habitantes del país se preguntan “si la primavera esta así, ¿qué pasará cuando llegue el verano?”.
Para terminar de configurar este cuadro de matices apocalípticos, las ciudades se llenan del humo proveniente de los gigantescos incendios ocurridos en la amazonia y los ríos también rompen récords, pero en materia de déficit hídrico, lo cual ya ha provocado racionamientos de agua y alarmas en varias ciudades del país. Guterrez hizo noticia hace unas semanas cuando declaró que “el colapso climático ha comenzado” y que el clima “esta implosionando más rápido de lo que podemos hacer frente” (Infobae 12-11-2023). Esas declaraciones están acompañadas de datos concretos proporcionados por científicos de renombre “La estación junio-julio-agosto 2023, que corresponde al verano en el hemisferio norte, fue de lejos la más cálida jamás registrada en el mundo”, y “Teniendo en cuenta el calor en exceso en la superficie del océano, es probable que 2023 sea el año más cálido (...) que haya conocido la humanidad”. Las declaraciones mencionadas fueron titulares de medios de prensa por algunos días, pero nada hace pensar que motiven un cambio de rumbo real, que permita enfrentar o por lo menos matizar la amenaza climática. Se trata de una historia repetida; avisos de alarma, lanzadas por autoridades políticas o científicas, su corroboración por parte de la ciencia en la realidad, pero casi ningún efecto en las políticas reales de empresas y países. Frente a ellos quienes trabajamos relacionados a la temática; ambientalistas, promotores de proyectos de desarrollo, activistas, etc., sin duda nos preguntamos: ¿Qué podemos hacer al respecto?, ¿continuar pugnando para que la temática realmente entre en las políticas oficiales?, ¿lanzar insumos a la sociedad esperando que esta reaccione en determinado momento?, y en un escenario más pesimista ¿desarrollar “pistas” y “modelos” que puedan servir a la humanidad para reconstruirse después de que el “colapso” se haya desarrollado en toda su magnitud, como señala uno de mis colegas?.
UN “CONCEPTO SENCILLO” El programa “Biocultura” que se desarrolló en Bolivia en los últimos 14 años, y que ahora se ha organizado en una red de organizaciones denominada “Biocultura Bolivia”, a través de innumerables acciones, no renuncia a ninguna de las vías anteriormente mencionadas: quiere influir en la medida de sus posibilidades en los conductores de los distintos niveles estatales, quiere lanzar señales adecuadas a la sociedad y sobre todo, trabaja en los territorios desarrollando de manera creativa herramientas y métodos que contribuyan a lograr la resiliencia social, frente al desastre que ya hemos comenzado a sufrir. Modelos que en muchos casos sirven (o deberían servir), para su escalamiento en el conjunto de la sociedad, “pistas” que ojalá, con la premura necesaria, puedan servir para reconstruir un planeta que se viene deteriorando en forma cada vez más intensa. El concepto básico de la “Biocultura”, similar a otros que se han venido desarrollando en diversas latitudes, en realidad es sencillo; se basa en un sentido común ancestral: utilizar los recursos naturales en forma racional, acomodar ese uso a las “formas de ser” que tenemos los seres humanos, es decir las “culturas”, rescatar los conocimientos “endógenos” de cada territorio, dejando atrás esa visión homogeneizante, profundamente extractivista del “desarrollo” que la humanidad ha adoptado a escala universal en las últimas décadas.
Un concepto sencillo, sí, pero difícil de llevar a la práctica cuando en nuestros países imperan las visiones mecánicas, burocráticas, extractivistas y centralistas en la implementación de modelos y herramientas de desarrollo local. Uno de los rasgos centrales del conocimiento “moderno” es el de su enorme fragmentación; por ello es que puede hacer avances increíbles en rubros específicos (cierto tipo de tecnologías, por ejemplo), pero es totalmente estéril en la resolución de los problemas “globales”, los que tienen que ver con la supervivencia misma de la humanidad.
El programa Biocultura, ha trabajado desde la base, desarrollando una visión completamente distinta. Ha desarrollado una metodología holista para encarar el desarrollo de los territorios y por tanto su adaptación al cambio climático. Ha postulado que la “resiliencia” social no puede entenderse en forma separada y por eso se ha planteado desarrollar cuatro que convergen en una única mirada: una resiliencia económica, que debe garantizar las condiciones de vida de los habitantes del lugar, una resiliencia ambiental, que debe garantizar el uso sostenible de los recursos naturales, una resiliencia cultural, que debe integrar las matrices culturales nativas a los procesos de desarrollo mismos, y una resiliencia político institucional, en el entendido de que si no se garantiza un funcionamiento optimo y transparente de las entidades públicas, sociales y privadas, será imposible llevar esa mirada global a buen puerto.
ACTORES LOCALES FRENTE AL COLAPSO GLOBAL Otra de las características centrales del programa Biocultura ha sido la de trabajar fortaleciendo a actores locales: ongs y fundaciones, asociaciones de productores, organizaciones sociales, municipios, etc., en el entendido de que un desarrollo genuino, solo puede ser sostenible si es que es asumido y más aún “construido” en los mismos territorios, por el conjunto de actores, no solo por un segmento en particular. Si estamos de acuerdo en la máxima que dice que las personas hacemos mejor las cosas cuando estas corresponden a nuestra visión de la vida, es decir de nuestra “cultura”, entonces también debemos estar de acuerdo en que el desarrollo local no puede circunscribirse solamente al cumplimiento de determinados manuales elaborados en alguna oficina central.
El “desarrollo” implica un proceso creativo y uno de los principales méritos de Biocultura ha sido el de discutir, “reelaborar” las metodologías de desarrollo adaptándolas a los distintos contextos. Ese proceso también ha implicado una genuina “gestión del conocimiento” en la medida en que se han rescatado diversas expresiones del conocimiento local, y se las ha aplicado a metodologías correspondientes a lo que podríamos denominar el “conocimiento occidental”. De ahí que las experiencias del programa Biocultura hayan tenido el merito de ser sostenibles en la mayor parte de los casos: el fortalecimiento de las ferias rurales como instrumentos de dinamización de las economías locales, la reintroducción y producción de camélidos que cambió la matriz productiva (sustituyendo al ganado exógeno) en amplias zonas del país, el desarrollo de modelos de agrobiodiversidad sostenibles por si mismos, la gestión integral de las fuentes de agua, el turismo biocultural, etc. etc.
SIN DESTINO PREDETERMINADO No es extraño que en esta época en la que el colapso climático es tan notorio, se hagan cada vez más comunes las nociones de que la humanidad tiene una suerte de “destino predeterminado” que culminaría en su extinción. De ahí que también muchos sostengan, que la destrucción de la naturaleza es inevitable. El trabajo en los territorios, el esfuerzo por dar pasos que logren la resiliencia de los seres humanos va en el sentido opuesto. Es el esfuerzo por creer que es posible construir un mundo donde la naturaleza sea la pena trabajar para que esfuerzos como el del programa Biocultura, no solo subsistan, sino que además sigan dando frutos.
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respetada y los seres humanos vivan en forma digna. Y en ese sentido vale