Dosier de prensa

Zanna Słoniowska (Lviv, 1978)
Ha sido la primera escritora en recibir el Znak Publishers’ Literary Prize. Una vidriera en Leópolis es el retrato de una ciudad cargada de pasado y de misterio, a través de un luminoso fresco familiar. La novela ha sido un auténtico fenómeno literario, celebrada por críticos y libreros, y cuenta con una larga lista de editores internacionales de prestigio.
EILEEN BATTERSBYEsta historia multigeneracional sobre una familia de mujeres en el oeste de Ucrania apela tanto al corazón como a la mente.Financial Times.
Las tensiones políticas siempre se han infiltrado en la vida de la joven narradora en este seductor debut sobre cuatro generaciones de mujeres en la ciudad de Leópolis, en el oeste de Ucrania. Incluso en el funeral de su madre, mientras la procesión que lleva el ataúd de Marianna, can tante de ópera y mártir nacionalista ucraniana, recorre las calles, prevalece el choque de cul turas: “Más o menos a la altura del Museo de Anatomía . . . la orquesta dejó de tocar a Chopin. Tampoco se oyeron las habituales marchas so viéticas. Resultó que los trompetistas tocaron el himno ucraniano prohibido Chervona Kalyna (El sauquillo rojo)”.
La historia ha desatado una sucesión de crue les trampas sobre los habitantes de esta ciudad, que en su día fue conocida como Lemberg, en el extremo norte del imperio austrohúngaro, y antes perteneció a Polonia. Reintegrada a la Polonia recién independizada después de la Pri mera Guerra Mundial, su nombre fue cambiado a Lwów. Ocupada por los soviéticos desde el estallido de la guerra en 1939, los alemanes la habían capturado en el verano de 1941, pero la mantuvieron solo hasta el verano de 1944, cuan do el Ejército Rojo entró. En los asentamientos de posguerra de 1945, el este de Polonia fue absorbido por la República Soviética de Ucra nia, tomando la versión rusa de su nombre, Lvov. Con el colapso de la Unión Soviética, Ucrania se independizó y esta ciudad tan disputada asumió su nombre ucraniano, Lviv.
Todavía consumida por los recuerdos de una madre escurridiza cuya fabulosa voz cantante parece residir dentro del cuerpo de la niña, la iró nica y simpática narradora veinteañera habita un mundo que permanece suspendido de manera desigual entre Rusia, Polonia y Ucrania. Aún más extraño, oscila entre las personalidades contras tantes de su madre y los inolvidables personajes respectivos de Aba, su abuela —una doctora que una vez quiso ser pintora, ahora derrotada y
aquejada de artritis— y la anciana bisabuela de la narradora, una cantante de ópera fallida, cuya vida ahora se reduce tristemente a amargos arre batos contra todos mientras acecha en su sucio dormitorio. Allí, reflexiona sobre las humillacio nes infligidas por un desagradecido y traicione ro amante mucho más joven que en tiempos de guerra se aprovechó de su devoción. Sostenida por una fuerte caracterización y un diálogo convincente, la vibrante historia de Slo niowska, fuertemente arraigada en la historia, la política y la identidad cultural, se cuenta a través de una voz conversacional que resuena con ver dadero afecto, algo de esperanza y mucho arre pentimiento.
La narradora, propensa a las migrañas, tenía solo 12 años cuando su madre fue asesinada por un disparo casual durante una marcha de protesta. Marianna era volátil, errática y dada a los grandes gestos. Su hija parece haber pasado su infancia como una admiradora desconcerta da. Esto se transmite brillantemente sin rastro de amargura.
La interacción entre cuatro generaciones de mujeres evoluciona con la comprensión gradual de ellas por parte del narrador. No sólo emerge la ciudad como un personaje más, desgarrada por las tradiciones en pugna, las lenguas y los idiomas impuestos, sino que está la casa en la que las mujeres son inquilinas. La hace especial una gran vidriera que domina el rellano y la vida cotidiana. Este ventanal, ahora vulnerable a todo movimiento y hundimiento, es un recordatorio del pasado. Todo esto se le explica a la narrado ra a medida que se acerca cada vez más al ator mentado escenógrafo y profesor universitario Mykolaj, que había sido el amante de su madre. Este hombre mayor casado, ahora desilusiona do, permanece atrapado en sus recuerdos de Marianna. […]
Hace unos años, después de dar una charla en una pequeña ciudad polaca, un hombre mayor se acer có a la mesa donde estaba sentada. “¿En qué idio ma sueña?”, me preguntó. “En todas las lenguas que hablo”, respondí con sinceridad (soy básicamente trilingüe). “Usted es una persona sin identidad”, res pondió con un ligero aire de condena. Sonreí. Su comentario no era inusual: había escu chado distintas versiones de lo mismo muchas ve ces en los años que pasaron desde que me mudé a Polonia. Al parecer, solo había una forma adecuada de ser polaco y solo una forma de pronunciar las pa labras polacas. Sin embargo, había algo que, como otros polacos criados con un estrecho sentido de la identidad nacional, no entendía. Yo soy de Ucrania y la identidad ucraniana es porosa, inclusiva, de múlti ples capas y, sobre todo, una obra en proceso. Si los polacos no lo sabían entonces, tendrán la opor tunidad de descubrirlo ahora. Más de un millón de ucranianos, bajo la brutal ofensiva de Rusia, han cru zado la frontera con Polonia. Esperando con sus hijos y parientes de edad avanzada en filas largas y lentas, se despidieron con lágrimas de sus esposos e hijos y entraron en una nueva vida. Es un vuelco trágico. Es distinto de mi experiencia, cuando hace casi 20 años dejé Ucrania no fue doloroso. No había guerra y no era refugiada. Me doy cuenta de la suerte que tengo. Pero sé lo que es dejar atrás tu hogar y tu país y empezar de nuevo. Y puedo decir que la salida, por
muy definitiva que parezca, nunca es para siem pre. Llevas ambas cosas dentro de ti, siempre. Son una presencia constante, a veces cerca, a veces lejos, y todo eso ilumina el camino hacia el futuro. Nací en Leópolis en 1978. Entonces, en la Unión Soviética, la ciudad había pertenecido a Polonia durante casi 400 años y había sido un lugar donde convivían polacos, ucranianos, judíos y armenios. En mi juventud, estaba impregnada de esta iden tidad fronteriza y me consideraba una persona que se encontraba en la intersección de culturas, sin estar nunca totalmente vinculada a una de ellas. Por eso, cuando cayó la Unión Soviética, no me interesó mucho el nuevo Estado ucraniano. En cambio, anhelaba ver París, Roma y Madrid, con sus iglesias y museos, aunque eso significara me dio pasar hambre, dormir en parques y pedir que gente que no conocía me llevara en su coche. Después de mis viajes, quise establecerme en al gún lugar y elegí Polonia, cumpliendo el sueño de mi abuela de vivir en el país. Ni siquiera lo llamé emigración; al fin y al cabo, mi ciudad natal solo estaba a unos 300 kilómetros de distancia. Pero después de que Polonia ingresó a la Unión Euro pea en 2004, la frontera entre los dos países, que antes era tan fácil de pasar, se llenó de alambre de púas. Para entrar en el país, los ucranianos te nían que esperar en una fila especial, mucho más larga que la de los ciudadanos de la UE.
Empecé a soñar con la abolición de la frontera. Si Ucrania formara parte de la Unión Europea, por ejemplo, podría volver a apreciar mi identidad fron teriza y las cosas podrían parecerse un poco a la Segunda República Polaca, el Estado de entre guerras en el que convivían polacos, ucranianos y otras nacionalidades. Por supuesto, no era idílico: el Estado polaco trataba con dureza a las minorías y los ucranianos que querían estudiar en su propia lengua o practicar su religión se enfrentaban a la opresión. Entre Ucrania y Polonia sigue habiendo muchas “zonas prohibidas”.
En aquel momento, no me consideraba realmente ucraniana. Era de Leópolis; hablaba ruso, polaco y ucraniano, y vivía en Polonia: eso me parecía sufi ciente. Pero mientras soñaba con la frontera que se interponía entre nosotros, en 2004 estalló en Ucra nia la Revolución Naranja, una serie de protestas que expresaban no solo la oposición de los ucrania nos a la corrupción, sino también, quizá más pro fundamente, sus anhelos europeos. En una mani festación de solidaridad en Cracovia, me encontré, por primera vez en mi vida, sosteniendo la bandera azul y amarilla. Fue la concepción de mi identidad ucraniana, dijo un amigo.
Durante la siguiente década, más o menos, no fue más allá. Tengo parientes y amigos en ambos lados de la frontera y con regularidad estuve aquí y allá. Seguía los acontecimientos en Ucrania a distan
cia, como si tuviera miedo de lo que podría resultar de una inmersión total. Conocí a algunos jóvenes ucranianos con formación y talento que intenta ron construir el nuevo país. Al cabo de un par de años estaban arruinados, agotados y amargamen te decepcionados por una corrupción que parecía inconquistable. En Polonia, mientras tanto, seguí construyendo mi vida. Me casé, tuve hijos y trabajé en mi primera novela, inspirada en parte por la co lorida revolución ucraniana. Entonces, otra revolución se extendió por las calles de Kiev. Con epicentro en Maidán, la plaza central de la ciudad, los manifestantes exigieron con valen tía que el gobierno revirtiera su decisión de aban donar un acuerdo de asociación con Europa y se comprometiera con una vía pro-Occidente. Duran te cinco días fatídicos de febrero de 2014, las cosas se tornaron violentas y algunos manifestantes pa cíficos —casi 100— fueron asesinados. Esto, que se conoció como la Revolución de la dignidad, dio origen a mi identidad ucraniana. Durante esos días empecé a considerarme ucraniana por primera vez.
Se me unieron cientos de miles de mis compatrio tas, que se trasladaron a Polonia tras las manifesta ciones y la anexión de Crimea por parte de Rusia. Taxistas, peluqueros, médicos y profesores empe zaron a hacer que el áspero susurro de la lengua polaca se volviera alargado y melodioso. Los tabúes históricos seguían ahí, pero también las relaciones
amorosas, los negocios y los niños ucranianos-po lacos recién nacidos. La estricta frontera de la UE seguía ahí, pero el espíritu de una renovada Segun da República Polaca también flotaba en el aire. Ahora, el mestizaje y la fusión de los dos países ha alcanzado nuevos niveles. Desde el primer día de la invasión rusa, mi celular ha sonado casi sin inte rrupción. Casi no había un amigo o conocido pola co que no expresara su solidaridad o no estuviera dispuesto a invitar a los refugiados a su casa, ni uno que no quisiera conducir, alimentar, curar, dar, apoyar. Ha sido una asombrosa avalancha de sen timientos de compañerismo. Fue como la fiebre de un nuevo amor: de pronto, las banderas ucranianas estaban por todas partes.
La frontera también ha cambiado. Ahora los ucra nianos pueden cruzar sin documentos, sin pruebas de covid. Pueden llevar a sus mascotas. Pueden hacer llamadas gratuitas y tener boletos de tren gratis. Cuando cruzan la frontera, todas las puertas de Polonia están abiertas para ellos. Los polacos in cluso han empezado a traducir sus dibujos anima dos al ucraniano, para ayudar a los niños refugiados a reírse y relajarse después de las noches que han pasado escuchando las sirenas que alertan sobre los ataques aéreos.
El propio significado de la palabra “ucraniano” está cambiando en Polonia. Antes contenía matices como, por ejemplo, “el oriental” o “el hombre del
pueblo” o incluso “hombre salvaje”. Ahora suena diferente. Cuando se pronuncia la palabra, oigo “el valiente guerrero” y “nuestro hermano”. Para los que dejan su vida atrás, bajo la presión de los bom bardeos y los ataques, un saludo fraternal parece precisamente lo más adecuado.
Zanna Słoniowska escribe maravillosamente, con empatía, sensibilidad y con un impacto político real.
OLGA TOKARCZUKPocas novelas cautivarán el corazón y la mente de los lectores con la destreza y la cohesión de esta novela, profundamente empática, que nos acerca a la tragedia de las vidas eclipsadas por la historia. Financial Times
Una soprano de la escritura. Livres-Hebdo
Un luminoso fresco familiar, una novela prodigiosa de resistencia y emancipación que defiende que ninguno de nosotros puede cerrar los ojos ante su pasado. Librairie Terre des Livres
Un relato tierno y amargo que retrata cuatro generaciones de mujeres en un país en constante conflicto. Arquitectura, despertar sentimental y político. Un bellísimo debut. Librairie Ars Una
Una apasionante saga contemporánea con el telón de fondo de una construcción: la de una joven de veinte años, la narradora. La de una ciudad, Lviv, y un país, Ucrania Librairie Le Comptoir des Lettres
Una visita guiada sin par a una ciudad simbólica de los cambios políticos europeos, una excepcional novela de tintes bulgakovianos L’Express
Una pequeña obra maestra histórica y poética. Lviv es un enigma, una fantasía: una ciudad cargada de memoria y de misterio, dividida entre el pasado y los cambios brutales de la Historia. Una ciudad en devenir, bella, frágil, y compleja Transfuge
Pocos autores consiguen entrelazar lo personal y lo político con tanta fuerza. Un relato esencial para nuestra época. Foyles bookshop
En el corazón de Leópolis hay una casa con una vidriera. En ella viven cuatro mujeres de la misma familia, que se quieren tanto como se pelean. Hasta que un día todo cambia: Marianna, célebre cantante de la ópera, recibe un disparo durante una protesta por la independencia de Ucrania. Su hija observa desde la ventana cómo el cortejo fúnebre se convierte en una manifestación. Esta es la historia del despertar emocional, sexual, artístico y político de una joven, en una ciudad cambiante, situada en una encrucijada de lenguas y de culturas.