Tumturia pejk um

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Tumturia Pejk üm I Algo finalizaba, refulgiendo lejos y profundo, el mar ya no emitía luz propia, su suspiro vasto aquietaba ahora al bullicio de las vidas nuevas. Inmerso en sí, el vientre del mundo regresaba a su sueño, desvaneciéndose lentamente en la primordial inconciencia. Nada de esto sabía Kanetss. En el rumor indistinto que se levantó los siguientes días de las tierras mas antiguas, en el creciente temor de los campesinos, en los crepúsculos fantásticos, germinaba un mundo diferente, y se desplegaban vírgenes e inocentes, extrañas leyes naturales. Nada de esto sabía Kanetss. Su conciencia había nacido súbitamente en el mundo, arrancándole un grito de dolor que no pareció detenerse nunca. Y un dolor aún mas atroz la recorría, pues Kanetss se formaba a si misma a partir de ácidos minerales y metales fluidos, pero se formaba hembra, agolpándose bajo miles de pasos de tierra y piedras, defendiéndose ya mismo, sin lograrlo, de la distancia que la llevaba lejos de él... -Algo está pasando allá abajo.- dice Poseg, alargándole el prisma a Pospem, que lo enfoca del modo correcto y ahoga un grito de sorpresa. - Si, es cierto.- observan desde un borde rocoso echados boca abajo, la planicie de arena molida millones de veces por el viento se extiende como un lago, casi completamente uniforme. Es Poseg quien ve la llanura como un lago, porque quiere ver lagos y los alucina de pura nostalgia adonde sea que mira. Pospem, mas práctico, ya habla de volver rápido. - No sabemos quiénes son, van a vernos, vamos, hay que avisar. Los caballos, apremiados sin castigo, deseosos de correr, pronto se comen el camino rumbo a Ilid, en el corazón de Tumturia Pejk. A los hermanos les resulta difícil hacerse entender, explicar lo que han visto a los primeros que salen a recibirlos, hace días que el horizonte se inflamó en extrañas llamaradas y un temblor profundo despertó y puso de pié a las gentes y los animales, desde entonces todo está en vilo, aunque todos se sobreponen y toman aire una vez mas, componen su sonrisa otra vez, observan el cielo y lo indagan. La música de los flautistas en tierra virgen, que siempre ha llegado suave y dulce a los oídos de la gente, hoy forma arcos de armonía mas rica, pero irreconocible, y eso atemoriza a los campesinos, a los pastores, a los arqueros. Pero Pospem se hace oír, describe como esas mujeres desnudas gritando, de piel blanca y furia arrasadora, se han abierto paso y surgido del suelo mismo. Algunos no le creen, pero la mayoría siente que es verdad y una nueva ola de frío los estremece.


II Kanetss vagaba en el desierto como todas las otras, sin razones para escoger un rumbo, los brazos en alto, gritando de dolor y rabia, erizada y refulgente, mientras el cielo enloquecía, lívido, y todos los colores de las cosas mutaban. La tensión creó un quiebre, finalmente, y un suspiro contenido en el aire, un inaudito cansancio. Se detuvieron, jadeando, y se vieron unas a otras, y luego, todas a una, giraron a ver mas allá, desde donde llegaban las voces y campanas, envueltos en una nube de polvo; los mugidos, los pastores humanos. Cruzando la ardiente lengua de tierra seca que separa las Tierras Tiernas de los suaves bosques de pino y gannie, Tumturia Pejk. Ellos nunca entendieron qué sucedía, hipnotizados por la visión de cientos de hermosas furias blancas y desnudas, la tribu resistió un momento, los mismos animales se aterraron y comenzaron una estampida, y ellas expresaron en una nueva forma su agonía, su desdicha, y cuando se hubieron comido hasta el último animal o persona, volvieron a mirarse y supieron hablar y vestirse con la piel fresca del rebaño, pues tuvieron pudor, y esto refinó su desidia y crueldad. III -Un Pretolko adulto corre mas rápido que un ser humano, y puede dar saltos de considerable distancia, se han visto ejemplares cruzando el Jabaji en plena época de lluvias, de un solo salto. El instructor se detiene a escuchar el rasgar de los estiletes en la cera, fuera hace un clima delicioso, el aire tibio mueve las hojas de los árboles en un susurro ocasional, hay unas pocas nubes altas que se enlentecen a toda velocidad, el sol es una presencia en cada cosa, arrulla y entibia plantas y animales, resplandece en el polen. - Aún así no son peligrosos para nosotros,- sonríe y observa divertido las caras de los estudiantes, todos tienen arraigados miedos populares, mitos sobre las selvas, cosas que ocuparían su lugar adecuado a través de la instrucción.- Los pretolkos sólo comen soor, y solo a los que se demoran demasiado cerca del suelo porque han perdido interés en este plano, no atacarían jamás a otros seres sino empujados por una inmensa necesidad. - ¿Es cierto que si uno se asusta cuando los ve ellos se vuelven invisibles?- era una pregunta que el instructor había estado esperando, y que obviamente todos querían hacer. - Bueno Lepens, son un poco difíciles de ver, y por un fenómeno que aún no conocemos bien, la respiración agitada que produce el miedo nos vuelve por completo incapaces de verlos. Nuevamente el instructor se pasea y espera. Sus estudiantes piensan y escriben. - Pero esto no los hace invisibles en realidad. Unraki Ed era un distraído, en cierta forma un misterio para sus vecinos, fuera de su notoria dedicación al estudio de otros misterios, y había discutido largamente en el spiralut sobre este tema; en su opinión, los pretolkos no probaban forzosamente la existencia de un plano tan oscuro y enervante como un infierno, capaz de organizar energía para crear vida ante los velos,


esto era una bestialidad, por el contrario, él sostenía acaloradamente un paradigma de multirealidad, donde fijar leyes generales se volvía una tarea absurda, inalcanzable, punto este que enfurecía a sus detractores y hacía vacilar a quienes lo apoyaban. La clase, expectante, aguarda con los estiletes cerca de la cera, Unraki regresa al momento presente y su voz vuelve a ocupar la sala, describe superficialmente el hábitat de los pretolkos, relacionado a las rutas de migración de los soor, pero ha perdido la concentración y la clase se da cuenta, algo no está bien. El instructor gira de pronto y vuelve a la ventana, se apoya y palidece. - Guarden sus tablillas, regresen ya mismo a sus hogares... Le responde la inquietud y el rozar de ropas, murmurando y alejándose por el pasillo de piedras amarillas. El tumulto y los gritos se oyen muy claramente ahora, Unraki corre al depósito y vuelve con un hacha, lamenta no disponer del tiempo suficiente para llegar a su cabaña por el arco, pero así como él, todos aquellos capaces de combatir han formado una línea de defensa desesperada. No están preparados para esto, esta es una mañana cualquiera en una bonita primavera perdida en largos remansos de paz. Las guerras son cuentos en la memoria de los viejos, Tumturia Pejk no es un imperio, no tiene enemigos, no tiene necesidades insatisfechas, el latido original aún puede escucharse en la soledad de inmensos territorios vírgenes. Unraki siente mucho miedo, le parece bien, lo contiene y se prepara para encauzarlo, en pocos segundos su miedo tomará el control y todo será un espanto, abrirse paso a través de la carne viva, parirse en un asesinato tras otro, gritar sin lucidez, sin alma, no habrá otro modo de salir de la pesadilla, ya no habrá para Unraki mas sol de primavera, no importa si sobrevive, porque las sicali están aquí, porque no hay vuelta atrás para demasiadas cosas. IV - No sabemos qué sucedió, al principio dudamos de las historias nuevas, que los refugiados traían a Tumturia Pejk, y contaban en los fogones. Luego eran demasiados y no hubiera sido prudente seguir dudando.- El viejo pastor pasea la mirada por cada rostro que danza en la luz naranja de las llamas. La noche es un abismo pavoroso, sin la dulzura de las flautas que nadie se explica cómo enmudecieron, sin el canto de búhos de estrella, sin aire tibio entre los árboles.- Mañana enfrentaremos a las sicali. Iremos todos, hasta el último niño y el último anciano. Deben descansar, no piensen en lo que se ha perdido, no recuerden a sus muertos, no lloren por lo que viene, estamos vivos, esa es una condición maravillosa. El campamento se repliega en si mismo. Extinto el fuego, acallados los murmullos, cualquiera pasaría a su lado sin adivinar que ahí duermen gentes de Tumturia. Se encuentran lejos de Ilid, lejos de los Árboles Tallados, y muy pocos arcos y lanzas se preparan al alba, cuando finalmente llega el momento de abandonar el valle oculto y poner rumbo al único, estrecho paso entre colinas, por donde van a llegar las sicali.


Cuando el anciano pastor se hizo cargo de conducir a su gente lejos de la vorágine de violencia, llevó consigo las siete semillas desconocidas, se hizo acompañar de los pájaros negros que aún no tienen nombre, y se encargó de lanzar al río su propio bastón de gannie, sabiendo que nunca mas conduciría los rebaños. Los pájaros tuvieron tanta curiosidad como él mismo, y lo que vieron y oyeron llenó de asombro al anciano. Estaba claro que los pretolkos ya no eran un asunto de simple discusión para los sabios. El desierto había sido la clave. La polaridad masculina de las sicali se había acumulado provocando tormentas terribles, y grandes lluvias barrían el paisaje una y otra vez. Atrapados bajo esa lluvia feroz, los pretolkos habían luchado con algo aún peor que ellos, algo pesadillesco que los pájaros negros no mencionaban, y los que sobrevivían mutaban en formas cada vez mas poderosas. Y luego estaban los kairitos, mariposas migratorias mas y mas brillantes cada generación. Unraki Ed había empezado a estudiar su comportamiento, resuelto a demostrar unos procesos absurdos que según el ocurrían al mojarlos. El siguiente spiralut prometía ser muy interesante. Pero nunca llegó. - Pastor, ahí están.- una niña tira de sus ropas y le señala el camino, él aparta sus recuerdos y mira... En tres columnas irregulares, las sicali se acercan. Todos han perdido a alguien por sus lanzas. Todos conocen el sabor seco del odio gracias a ellas, pero poco después de la invasión, la naturaleza ha enviado un flagelo todavía peor, multiplicándose sin cesar, atacando todo lo que ven, pretolkos imposibles, que son realmente invisibles, que saltan cientos de pasos. Pretolkos que han abandonado las rutas de migración de los soor y se comen cualquier cosa, a cualquier ser vivo que aliente y se mueva, incluso a las sicali. La distancia se acorta, el viejo pastor se adelanta, con las manos vacías, mientras a su espalda las personas tiemblan y cierran los ojos. No hay señales de tormenta ni electricidad, es muy extraño que las hembras sicali se acerquen a los humanos y sus machos permanezcan lejos, es inusual que no aprovechen la ventaja que les da su diferencia... Tampoco puede adivinarse la intención del anciano líder, que no pide protección y se acerca caminando con una simpleza llana. Y así tiene lugar ese extraño diálogo, ese inusual Pacto, que todos recordarían durante mucho tiempo, al otro lado de un mar de épocas. De ahora en mas, las sicali impedirán a sus machos acercarse a los hombres y mujeres, en un acto de sobrevivencia pura, uniendo fuerzas con los humanos, gigantes y lúdicos, porque algo devastador se acerca y acorrala a la vida misma, y todos los seres lo enfrentan como se enfrenta una catástrofe. Algo peor que los pretolkos, que la mayoría de las sicali no ha visto, algo de lo que humanos y duendes no escapan con vida nunca, salvo excepciones...


V Absurdamente, a los no-lúdicos a veces se les imponía la necesidad de concentrarse mucho, muchísimo, para poder captar claramente la presencia de duendes y elementales. Esto no era común. Nadie sabe si es consecuencia de la aparición de estos seres nuevos, ciertas historias hablaban de un recodo, una discontinuidad en el fluir del universo, pero se prestaba menos atención que nunca a estas cosas, la guerra era un imperativo. Su tensión creó nuevas situaciones en la mayoría de las mentes, y los gigantes y duendes, ninfas e innombrados de toda clase pronto se distanciaron del umbral de percepción de los seres humanos. Otras inteligencias mantenían la corporeidad con fuerza, con toda la fuerza que se había hecho necesaria para defenderse... Birbefukcháà era el nombre escalofriante. Antes nunca una imagen de tal horror había tomado forma y arrojado una sombra al suelo. Su sola presencia volvía locos de miedo a los animales, que luchaban con lo que fuese con tal de huir. Pocas personas hablaron alguna vez sobre su aspecto. Fue entonces que se escucharon nuevos rumores sobre Ekhíle, aquel excéntrico naturalista que se oponía incansablemente a Unraki Ed en cada spiralut, que siempre tenía algo que agregar, y que tantas veces había tenido razón. Su invención de un arco entre cristales que mantuvo a salvo la colina de Baörd durante tanto tiempo, si es que fue su invento, fue su triunfo mas celebrado. Pero ahora se decía que Ekhíle había llegado a algo extraordinario. Porque llevando las investigaciones de Unraki Ed mas allá de lo imaginable, había cultivado una nueva especie... Hubo quien afirmó que las semillas habían llegado a sus manos junto a aquella carga misteriosa en aquel cofre de metal extraño, pero era comprensible que tanta gente lo odiara, cuando no permitía el paso de sus congéneres al milagroso refugio que su meseta ofrecía. Todo ocurrió en el transcurso de una noche y un día. Una noche donde Ekhíle paseaba en su azotea, en su terraza inmensa, respirando hondo y mirando los valles incendiados allá abajo, algunos ardiendo ahora en un naranja hipnótico, ensuciando el borde azul de la vasta sombra del cielo. Se había quedado dormido, soñaba largamente en un confuso mundo de recuerdos alterados de su infancia, cabalgando a orillas del Jabaji, ya muy cerca de las Grandes Aguas, y alguien salía a la superficie y lo llamaba, alguien que él no podía ver claramente, excepto con el rabillo del ojo, y que parecía estar recubierto de escamas. Un nombre sonaba en su memoria; Akpallu. Este ser le entregaba una larga y fina daga, un estilete de puño diminuto, y le daba ciertas instrucciones, que Ekhíle no recordaba al despertar. Algún día alguien relatará cómo Ekhíle encontró el hondo túnel que partía de Baörd, como descifró los códigos que mostraban las piedras de edad remota, que ningún ser humano había tallado, y tal vez él mismo haya escrito sobre éstos sucesos y sepamos por fin de qué modo el naturalista trajo a la vida a la última esperanza, a la mixtura de plasma y reino vegetal, a la suprema gracia de los auténticos lúdicos... los primeros kajjn.


VI Poseg siempre tuvo un espíritu soñador y sensible, a diferencia de su hermano, era dado a fantasías y capaz de creer cualquier cosa, por eso Pospem tomaba sus dichos con prudencia, a fin de cuentas la historia que Poseg contaba sonaba muy absurda. No era posible que una batalla ocurriera en los cielos sobre Ilid, y no eran creíbles las lluvias de fuego ni la caída de vehículos de plasma, que no podían existir, porque ¿quién soportaría no ya tripular uno de estos fuegos, sino incluso mirarlo fijamente?. Los rostros de los pocos niños que se congregaban alrededor de su hermano daban cuenta de lo increíble de estos relatos... y sin embargo Poseg había cambiado. Su expresión opaca y dura, la ausencia de música en sus palabras, todo mostraba el rigor espeluznante de la guerra, todo hablaba de la muerte y el sufrimiento. Poseg ya no era un poeta que charlaba en los claros del bosque con los pequeños faunos, ya no se pasaba las noches en vela oyendo a los búhos de estrella, y sus palabras eran increíbles, pero serias. Además estaba en sus manos la espada de vairilo amarillo, una leyenda de sobrevivientes, gente que al huir de Ilid deliraron durante días enteros mientras los abandonaba la fiebre, y hablaron por primera vez de los Ansorios, mientras tuvieron memoria. Después vino el lívido sopor de la amnesia colectiva, donde algunos llegaron a olvidar sus propios nombres y los de sus padres, y no se volvió a pensar en eso. Pospem había tomado el mando cuando el Pastor desapareció, nadie recordaba el linaje de Umdulahejk, y la familia real era poco mas que un sueño, que no todos soñaban. Él se había convertido en la salida del infierno, porque había descubierto que el mundo no terminaba abruptamente como todos creían, sino que nuevos lugares esperaban silenciosos al bullicio de la vida humana. Animales que nunca habían visto a la gente, árboles y plantas que nadie conocía, nuevas montañas y valles se extendían en el horizonte, y Pospem había regresado pocos días antes, para conducir a los niños a estas tierras nuevas, darles nombre y comenzar de nuevo. Y ahora Poseg llegaba para animar a los jóvenes a una última batalla, a llamar cobardes a los que huían, estaba seguro y convencido de la victoria, porque Ekhíle estaba de su parte... - ¿Cómo crees que Ekhíle va a ayudar, Poseg? ¡reacciona!, el naturalista no ayudaría a nadie, ¿acaso no está a salvo de todo en su meseta?.- discute Pospem, sacudiendo a su hermano con desesperación. - Tiene un arma secreta, escucha, anoche uno solo de sus lúdicos se abrió paso hacia el desierto y llegó a las tierras tiernas, ¿comprendes?, uno solo. - Poseg, eso es imposible, la ruta hacia el desierto está llena de...- con un escalofrío, Pospem termina su frase.- birbefuckcháà - Lo sé, por eso creo que tenemos una oportunidad... VII El prisma rotó en manos del naturalista, enfocando la silueta del barco que se alejaba por el Jabaji. A sus espaldas, el cofre era una pregunta que el fino estilete respondería, ahora que estaba claro lo que debía hacerse. El patio interior de su morada florecía con cientos de arbustos de hojas diamantinas.


La inmensa urna de su laboratorio resplandecía en el fuego de miles de kairitos. Ekhíle cerró el techo y tapó las aberturas, trabajosamente empujó la urna palmo a palmo hasta situarla en el centro del patio. En silencio se despidió de su laboratorio, de los libros y rollos antiguos, de las sagas de reyes y príncipes de Tumturia que ya nadie recordaba. Abrió las mangueras, abrió la urna... En el puente de Baörd, Poseg aguardaba la señal para cubrir el arconador y suspender su energía. Con él estaban los últimos guerreros del viejo reino de Tumturia Pejk, las últimas flechas y hachas, a sus pies se extendía el mismísimo infierno, porque en el aire corrupto y denso de los valles pululaban los birbefuckcháà. Esperaron sin decir una palabra, apretando las empuñaduras de sus armas con fervor religioso...y su paciencia tuvo respuesta. Las puertas de la morada a sus espaldas se abrieron y una catarata de risas y gritos orgásmicos de hilaridad, un torrente azul y naranja, les pasó por encima. No consiguieron ver a ningún kajjn, sólo vieron una ola de alegría pura que barrió el mundo hasta donde alcanzaba la vista. Con silbidos y resoplares opacos, el enemigo se deshacía, sus figuras detestables querían defenderse pero explotaban sin más. Una música que algunos confundieron con las viejas flautas brotaba del centro de la batalla que ya no parecía un combate, sino un tornado. Terminó como una tormenta de primavera, dejando el aire limpio y abriendo paso a la luz del sol. Los hombres cruzaron el puente, y los kajjn frenaron al máximo sus movimientos, llegando a ser visibles. Su alta frecuencia destapaba los oídos, despejaba la visión, hacía sentir otra vez sensaciones olvidadas. Estos duendes azules no podían parar de festejar y reír, corrían imparables de acá para allá, repetían sus nombres y se ponían al servicio de los humanos, en una barahúnda que había borrado de las mentes en un momento todo sufrimiento y dolor. Contaban cosas que nadie entiende sobre los reinos tras los velos, hablaban desde las llamas de una conciencia mayor, cantaban la armonía límite... Pero nadie volvió a ver a Ekhíle ni a encontrar rastro alguno de su presencia, y cuando los hombres llegaron a la terraza, no hallaron tampoco el cofre ni el puñal. Hacía ya mucho tiempo que los sueños acosaban a Pospem. No se trataba simplemente de esa sensación de ser vigilados por ojos felinos, justo mas allá de la luz de las hogueras. Su preocupación al despertar lo hacía mirar atrás, al camino que se perdía entre cañadas y bosques, donde su hermano peleaba una guerra que él veía perdida. Algunas veces sentía el impulso de regresar, pero lo detenían los ojos suplicantes de los niños y mujeres; ellos dependían de su protección en esta tierra nueva, el mayor de los adolescentes todavía no podía tensar un arco... De ninguna manera, debía apartar sus pensamientos sombríos, había mucho que hacer, mucho que enseñar y aprender antes de que el tiempo endureciera sus miembros y cerrara sus ojos, antes de que lo llevara, como todo lo que vive en el mundo, al último viaje tras los velos... FIN


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