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del 15 al 21 de septiembre de 2011 | contraloría | frente | 5

SOY UN FRACASADO

DIARIO LO MISMO por Pepe Casanova

casi casi El nuevo clóset por Alan Page Lo sorprendente de la vida en México durante “la guerra contra las drogas” es la sensación de una especie de consenso tácito sobre el hecho de que, como ciudadano, no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Se echan culpas (a Calderón, al narco, al norteamericano, al consumidor) o a lo mucho se marcha por la paz, pero pareciera que a lo que se limita la ciudadanía es a pedir, inculpar o dar su opinión, de lejitos. Parece que vivimos la guerra como si fuera ajena — Calderón contra el narco— y lo único que nos compete es la injusticia y el saldo de muertos. Esta falsa distancia es preocupante. Corre y corre tinta sobre cárteles, capos, marinos y masacres, pero hay un mutismo generalizado sobre la cultura de consumo que no puede ser más que sintomático. “Las drogas” son el nuevo clóset. De Madrid a Tlacotalpan se compran, se portan, se comen y ponen, en todos lados. Y si se considera nuestra relación total con los fármacos como suplemento —tafiles para tías

angustiadas, anfetaminas para niños distraídos— parece que hay un mundo entero metido en el baño, dosificándose. Tomemos la similitud con el clóset en serio por un momento. La multitud oculta de consumidores guarda un parecido crucial con los movimientos de los derechos civiles. En su inicio, a estos movimientos los constituyeron sujetos que estaban en todos lados, pero que no contaban. Era como si no existieran. Y para que estos sujetos lograran contar requirió de una valentía inusitada, ya que el poder responde a este deseo de inclusión con represión sanguinaria. Los propósitos de estas luchas siempre son, como mínimo, dos. El primero es político: tener derechos ante la ley. Pero el segundo tiene que ver con algo más escurridizo: el reconocimiento, la posibilidad de ser visible, libre de la segregación y la vergüenza. Entonces, ¿qué pasaría si pensamos en la posibilidad de drogarse como un derecho civil? En este momento, quizá todavía suene hasta obsceno. Los derechos civiles tienen que ver con la

dignidad y la necesidad: el derecho a existir sin miedo, a organizarse, a casarse. Pero el derecho a drogarse es de otro orden; del orden del goce. Y he aquí el impasse: sobre esto ni la ley, ni la sociedad civil tienen mucho qué decir. Todo mundo parece estar tranquilo con que los consumidores se escondan o permanezcan segregados. Lo complicado aquí es que los consumidores constituyen una cifra demográfica apabullante, pero no una comunidad ideológica (salvó, quizá, los consumidores de marihuana). Es dudoso que se dé una lucha por el derecho a drogarse, porque no hay un “nosotros” dispuesto a luchar. ¿Para qué, si se puede hacer a escondidas? Sin embargo, y mientras tanto, hay un discurso mediático masivo que incita al goce y lucra de él. Y hay un discurso mediático masivo que prohíbe y condena. Pero en cuanto al lugar social del goce, nadie sabe qué piensa y, como resultado, vivimos sin un consenso sobre lo que constituye el goce normativo, más allá de la pena.

fango INFANCIA ES DESTINO por Laureana Toledo Mi abuelo materno, Santiago Ramírez, escribió un libro en 1959 que a estas alturas resulta un poco naíf porque en el México en que vivimos hoy se han complejizado un poco los esquemas y las problemáticas, pero lo que en él se dice continúa bastante vigente. El libro es El Mexicano, psicología sus motivaciones. A grandes rasgos, lo que según él define el ser mexicano es el exceso de madre y la ausencia de padre. Es con la figura de la madre Guadalupe como estandarte que el cura Hidalgo se rebela ante esa autoridad paterna que eran los españoles y que hemos proyectado hacia lo externo, lo ausente, lo que no es propio, lo que nunca seremos. En las redes sociales se leen mensajes que nos incitan a no acudir a celebrar el 16 de Septiembre a los zócalos: dejad solos a los gobernantes. No es mala idea, pero no creo que una antimovilización pueda ser efectiva, a menos de que nadie, absolutamente nadie, acuda a los gritos de Independencia, cosa bastante improbable, porque tenemos la tendencia a celebrar lo que sea, incluso nuestra independencia. Esa gran ironía, porque me parece que no hay época menos independiente para este país, que este momento que vivimos.

De cualquier modo, deberíamos cuestionarnos qué es lo que realmente estamos celebrando y cómo es que lo estamos haciendo. México no es sus símbolos ni sus gobiernos. No es lo que la Secretaría de Turismo quiere venderle al extranjero. México no cabe en un eslogan. En muchos casos, México es un cúmulo de gente abatida, oprimida y desesperanzada, cuyas únicas salidas son el ejercicio desmedido del poder y/o la desaparición total: mismo esquema de siempre. (Ahora votemos todos por el PRI…). “En ocasiones repetimos para no recordar y en otras recordamos para no repetir”, dijo el abuelo Santiago. ¿Qué nos han enseñado el sicoanálisis y la historia? ¿Hay algo que aprender ahí? ¿Hay forma de romper el ciclo de abuso? Pareciera que estamos destinados a repetirnos, cual hijos de padres abusadores abusando de los propios, sin poder contener la rabia y la impotencia. Presiento que si este país sigue como hasta ahora, lo único que habrán de recordar nuestros hijos es dolor, miedo, violencia, impunidad y desconfianza. Y será lo que repetirán. Seguramente hay alguna forma en que podamos entender la diferencia entre unirnos y estereotiparnos. Hasta entonces, no me parece que haya nada que celebrar.

Querida computadora: Ese afán de no dejar pasar al prójimo en todas sus modalidades en esta ciudad. Osh, qué lata, diario le cambian algo al Facebook. Regrésenmelo como estaba. “Que no hay dinero”, dice alguien por los pasillos de la oficina. A mí ni me vean. Lo único que no soporto de la chica nueva es su tono de voz. Bajito y agudo. Lo gordo se quita, lo mamón no. Me sigue molestando el tobillo desde que me caí en esa zanja en el Vive Latino. ¡Te maldigo a ti y a Caifanes! Mátenme porque me muero. Recuerdo cuando me peinaba como Saúl, bueno, más bien era como Robert Smith. Tenía que despintarme en el auto la boca y los ojos saliendo de un bar al que le decíamos El Tutti antes de regresar a casa. Nos dejaban entrar con una cartilla falsa. Superfalsa. Falsísima. Ya no se usa eso, ¿o sí? Ya no se usa el beeper ni las videocaseteras tampoco. Se las llevó la modernidad, la era digital. Yo necesito modernizarme un poco. No sé, comprarme un iPod, saber cómo bajar canciones de Internet, comprar cosas y quemar canciones en un CD. ¿Me entiendes? Modernizarme en el sentido propio de la palabra. No en el que tú estás pensando. Modeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerno. Esto es el tiempo que aguanto diciendo “moderno” sin respirar: catorce segundos. Juraría que aguanto más pero no, no está nada fácil. He perdido la costumbre. ¿Las costumbres también pueden pasar de moda? Ojalá. Las tradiciones no, no deberían. Aunque yo digo que la tecnología está acabando con ellas y reinventando otras más. Una monja en la televisión y yo sigo teniendo frío. Cada día más nombres y caras desconocidas en mi chat. ¿Será hora de regresar al teléfono? Son las 7:25 de la noche. Hora de una cerveza y un tequila. Hoy voy a un bar que se llama Caradura. Toca Renoh, una banda que escuché en el radio y me gustó. Lo malo es que el lugar se encuentra ubicado justo en “La Costera”, así es como mis amigos y yo le decimos a esa calle llena de antros que está en la colonia Condesa, sobre Nuevo León para ser exactos. De pronto un día, sin saber en qué momento, ya era como Acapulco. En la Condesa pero en Acapulco. ¿Puedes creerlo? Y aún así hay gente que se quiere mudar para allá. Insisto: tengo frío. Insisto: no lo hagan. Ahora una mujer chichona con un escote amplio le habla a una señora con un huipil. Me encanta la posmodernidad de las novelas. De pronto sigo gente en Twitter que no sé por qué estoy siguiendo y que ni conozco ni quiero. Las borro. Hay que hacer limpieza de vez en cuando. Pienso mucho en la basura electrónica, es demasiada. ¿A dónde se irá? Fatiga crónica, digo que tengo fatiga crónica pero @losdelatarde no me creen, dicen que eso es algo inventado. Yo digo que es parte de la Generación X. Después del RAVE nada fue igual. ¡Yo qué culpa! Heme aquí, fumado, sentado, tratando de escribir alguna historia interesante al tiempo que le causo lástima a Douglas Coupland. Reality Bites me encantó desde la primera vez que la vi. ¿La recuerdas? Naaaaa, obvio no. Tienes mucha memoria pero no para recordar cosas como ésta. Computadora tonta. Y aquí entre nos, le robo los tafiles a mi madre. No te digo, tengo fatiga crónica. Yo no debería estar aquí ahora. ¡Salud! Lista de personas desconocidas en mi Facebook: Diana Craules / Caballo Negro / Bonny Gloria / Tía Meche Lee / Rosie Music (esta última tiene una bonita foto de perfil). P.D. Sigo sin visitar el Museo Memoria y Tolerancia.


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