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Páramo El Verjón
Sidney López
Algunos estudiantes, egresados y profesores del colegio Gonzalo Arango de la localidad de Suba, pertenecientes al Laboratorio de Derechos Humanos y Ciudadanos, y su estrategia “La Grieta”, decidimos aventurarnos en una travesía: realizar una caminata, aproximadamente de cinco horas, por el Páramo “El Verjón”, ubicado entre Bogotá y Choachí; con una extensión de 10 kilómetros.
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Salimos del colegio aproximadamente a las 6:40 de la mañana, listos y emocionados por llegar pronto para emprender nuestro camino. Para llegar allí, atravesamos Bogotá de occidente a oriente, hasta estar a unos kilómetros de Choachí. Llegamos aproximadamente a las 9 de la mañana al páramo, dónde nos encontramos con un frío inigualable, pero también una ansiedad enorme por conocer. Paco, uno de los guías, para romper el hielo, soltó un chiste al saludarnos: “bueno, por favor, háganse cerca, y todos en bola”, a lo cual todos los asistentes quedamos atónitos y nos miramos entre sí para después Paco aclarar, “¡todos hagan una bola!”. Como dato curioso, antes de entrar al páramo, nuestros guías: Paco y Camila, se presentaron y nos enseñaron que para poder entrar debíamos pedirle permiso a los guardianes del páramo. El ejercicio consistió en recoger una piedra que nos llamara la atención, en un minuto, en silencio hablarle y decirles a los guardianes invisibles que nos dejaran entrar y nos cuidaran en el recorrido, para finalmente devolverles la piedra en una planta cercana.
La caminata inició, y a unos diez metros más o menos encontraron el primer frailejón, al cual llamaremos: Ernesto Pérez, como la canción. Paco nos enseñó qué existen más de 90 especies de frailejones y que Ernesto en particular era el conocido como frailejón orejas de Burro, ya que sus hojas son grandes y suaves. También nos comentó que “los abuelitos del páramo” crecen tan solo un centímetro al año. Más adelante encontramos un abejorro, Paco nos contó que en ese clima tan frío las abejas no podían vivir, pero que el abejorro en particular, sí lograba hacerlo.
A unos cuantos metros más, adentrados en el páramo, se empezaron a ver frailejones más seguido. En la mitad del recorrido, Paco nos dio la oportunidad de tomar un descanso y comer algo para recargar energías. Pero antes de hacerlo, explicó sobre la paepalanthus o roseta que se encontraba allí, la cual al espicharla con las palmas de las manos y especial cuidado, suelta un tipo de agua babosa que tiene algunas propiedades parecidas al del bloqueador solar. Nos explicó cómo hacerlo y nos invitó a intentarlo; luego de ello, a pesar del frío, todos se sentaron a descansar y a admirar sonrientes la inmensidad de montañas y neblina que los rodeaba. En medio de las onces, mona, uno de los caninos que nos acompañaron, por su historial de canequera, esperó a que una de las visitantes se distrajera y le “robó” la empanada que se estaba comiendo.
Pasados alrededor de unos 30 minutos, la caminata se retomó, a unos 10 metros aproximadamente se encontraba un lugar pantanoso por el que debíamos atravesar el páramo. Contrario a lo esperado, todos empezaron a quitarse los zapatos y medias para atravesar descalzos, logrando así, en mi opinión, una conexión más profunda con la naturaleza. A pesar de lo fría que estaba el agua, todos pasaron. Algunos se hundían al pisar mal, otros lograron salvarse de caer y mojarse totalmente, pero, eso sí, no se salvaron del disparo de las cámaras que las fotógrafas en formación estaban lanzando. Los gritos y risas se alzaron en el silencio del páramo. Al otro lado, nos esperaba Paco con una sonrisa en su rostro al haber logrado su cometido, algo que yo llamaría: una conexión pies-naturaleza.
Al salir ya no importaba si estábamos sucios o no, seguimos nuestro camino a pie “limpio”, logrando tal vez una mejor estabilidad o, por lo contrario, caer más rápido. Llegamos a un lugar bastante alto desde donde se veía una cantidad inigualable de frailejones que en esta ocasión sí se parecían a Ernesto Pérez, el de Señal Colombia. Llegamos entonces a una cascada: “la de la abuela”. Para llegar a ella debíamos bajar unas escaleras de metal, adentrarnos totalmente en el agua. Nos sorprendió que fuese mucho más frío de lo esperado. Pero, aun así, todos metieron los pies para sentir en ellos el correr del agua y limpiarse un poco. Uno de ellos, fue más arriesgado y sin importarle las posibles consecuencias, se metió totalmente en la cascada, no una vez sino tal vez, tres o cuatro. Quince minutos después reinició la caminata, pero está vez todos nos pusimos los zapatos para seguir.
Para salir de la cascada debíamos subir un poco en la montaña, oportunidad en la que algunos se cayeron y otros rieron. Ya no faltaba casi nada de recorrido, pero sí una experiencia final. Casi culminando el recorrido, Paco nos pidió que nos sentaremos y nos pusiéramos cómodos, cerramos los ojos y mediante ejercicios de respiración 3-6-9, nos relajamos y escuchamos la música que él iba a interpretar para nosotros. No solo se escuchaba la música, sino también el sonido del páramo: el viento chocando contra los árboles, las aves y, como no, los ladridos de mona. Se llegó a una conclusión interesante, nuestro cuerpo es el primer territorio que habitamos y al igual que lo cuidamos a él, debemos luchar por cuidar un territorio de naturaleza, como lo es el páramo. Saliendo del páramo muchos agradecieron a Paco y a Camila, agradecieron en español, otros en muysca y otros en muinane: mikuno. El broche de oro fue la esperada caída de una de las visitantes, y Paco fue protagonista en ello.