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Fernando-Alonso Ramírez @fernalonso

S

e cumplían los primeros partidos de la Selección Colombia de Fútbol en el Mundial de Brasil 2014 y había euforia en el país. Entonces me correspondió ir a Bogotá a escuchar a miembros del equipo negociador del Gobierno con las Farc sobre el proceso, del que siempre fui moderadamente pesimista. La reunión era con varios directores y editores de medios colombianos que, tras escuchar al alto comisionado de paz, Sergio Jaramillo, empezaron a cuestionar algunas cosas. Yo aproveché para echar mi perorata de siempre: que si quieren saber cómo es el postconflicto que vinieran a Caldas. Que si querían poner a prueba sus programas de restitución, de reparación, de formalización de la tierra, este pequeño departamento era el mejor laboratorio. Que aquí hubo una guerra muy intensa de menos de 15 años y llevaba ya un lustro sin casi presencia de grupos armados. Que aquí estuvieron nombres que de solo pronunciarlos daba miedo, pero que ahora había campesinos empobrecidos tratando de hacer país. Mi cuento insistía en que como pasaba en ese momento con el profesor José Pékerman, duramente criticado durante y después de la clasificación al Mundial, en ese momento gozaba de las mieles del triunfo porque mostraba resultados. Le perdonaron su secretismo excesivo, su casamiento con algunos jugadores que no rendían, su nepotismo en el cuerpo técnico. Cuando el equipo clasificó con suficiencia a la siguiente ronda del Mundial, las críticas se calmaron, el país se volcó a apoyarlo y hubo un espacio para tolerar los posibles errores que se pudieran presentar en cualquier cosa que no sea una ciencia exacta como el fútbol. Con esa cantinela quería yo convencer a Jaramillo de que había que mostrar resultados, y Caldas era una buena opción, hacer de nuestro departamento un laboratorio para el postconflicto. Él tomó nota. Vino luego la creación de la Oficina del Postconflicto, con alcance ministerial,

pero su titular ni se digna asomarse. Dejó plantadas a las víctimas de Pueblo Nuevo, Arboleda, Florencia que luchan por tener una carretera que los conecte con Medellín y La Dorada de forma más expedita. Hoy existe, pero un puente se cayó y está llena de baches. Nuestra realidad es que tenemos aún caminos de herradura en los que los campesinos se juegan la vida a diario en buses escalera y en camperos. Por eso, respuestas como las que encontró La Patria el día del plebiscito en Pueblo Nuevo: "Aquí nadie ha venido a ver cómo se recuperó la gente o si no mire la vía por la que llegó. Es pésima". Allá también ganó el No. No haber empezado a mostrar resultados en varias zonas en donde ya hay espacio para un postconflicto, una oficina sorda para poner en ejecución los acuerdos, unos campesinos que cada día se empobrecen más en zonas en donde antes de la guerra había al menos comida de sobra es la explicación del No. Claro, también las mentiras del Centro Democrático, que en aspectos de campaña negra bien podría apodarse centro demoníaco. También influyeron algunos pastores y sacerdotes que privilegian el pecado capital de la pereza para no leerse los acuerdos, a la virtud de salvar vidas, y la cantidad de feligreses y seguidores del No que votaron sin leer. Esto sin contar a los políticos de la coalición de Gobierno que acostumbrados a no trabajar, no hicieron absolutamente nada por el Sí. Estaban ocupados peleando puestos para repartirse la platica del postconflicto. A ellos se sumó, seguro, una minoría consciente que votó No porque se convenció de que no era el camino. Para esta minoría mis respetos. El Gobierno tiene que rectificar. Sacar la paz del discurso, de las mesas de una isla caribeña, de los actos simbólicos y traducirlos en carreteras, en proyectos productivos, en realidad. Traerlo a lugares en donde hoy no se vive el conflicto, pero siempre está allí el caldo de cultivo para que regrese la espiral de violencia. Para la muestra un botón. Tuvimos tres semanas de visita casi diaria de ministros a Caldas, a repetirse sobre las mismas promesas incumplidas de siempre. Desde el día del plebiscito ninguno ha asomado la cabeza por Caldas. Así no es, presidente, así no es. Pd. Esta explicación en nada me ayuda a superar la depresión postplebiscitaria que sufro desde hace dos semanas. Como leí en algún trino, una depresión estable y duradera.


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