EXIT #39 · El circo / The Circus

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can trabajos anteriores. Imágenes que son más autorretratos que nunca y, al mismo tiempo, no lo son en absoluto, porque detrás de esos exagerados maquillajes no está sólo ella sino que seguramente estamos todos, reflejados sobre la superficie brillante del cristal que cubre las fotografías. El artista como payaso siniestro y como bufón triste; nosotros como payasos siniestros y como bufones tristes. Pogo, el payaso, somos todos. Todos tenemos algo de Pogo, el payaso. “Me interesé por la idea del payaso en primer lugar porque hay una máscara, y se convierte en una idea abstracta de persona. Es por esta razón, porque los payasos son en cierto sentido abstractos, por lo que se hacen desconcertantes (…). Es difícil entrar en contacto con una idea o una abstracción. Y también, cuando se piensa en los payasos del vaudeville o del circo, hay bastante de crueldad y bajeza”, comentaba Bruce Nauman sobre el porqué de la aparición –lógica, como lo es en Sherman– de estos personajes en su trabajo. Una crueldad y una bajeza que se evidencian en la videoinstalación Clown Torture (1987). Los payasos sádicos que torturan con sus chillidos y sus aspavientos, más terroríficos que graciosos, al espectador cuando entra en la sala oscurecida, desorientándole, pero también los payasos torturados, los payasos castigados, los payasos condenados a reproducir en un bucle infinito esas bromas que son un éxito porque siempre suponen un fracaso. “No, no, no, no”, grita uno cada vez más alto desde un monitor. Otro intenta sujetar con un palo de escoba una pecera en un equilibrio imposible. Un tercero abre una puerta de la que le cae encima un cubo de agua una y otra vez. Y un cuarto recita: “Pete and Repeat were sitting on a fence. Pete fell off; who was left? Repeat. Pete and Repeat were sitting on a fence. Pete fell off, who was left?”, cambiando su expresión, pasando de la alegría al asco y, por último, al pánico ante lo infinito del relato. La repetición es uno de los recursos básicos de esas parodias de lo real que son siempre los números de payasos, como podrían considerarse parodias algunas de las obras fundamentales de Nauman de los sesenta que se basan también en esta estrategia, y que tienen bastante de monólogo de humorista. La de él caminando de una forma exagerada en torno a un cuadrado blanco dibujado en el suelo de su estudio (Walking in an

Exaggerated Manner Around the Perimeter of a Square, 1967-8) en un ir y venir que parece absurdo y que recuerda a otra actuación famosa, la de Jackson Pollock –melancólico pierrot lunar pero también temible asesino en serie, Jack “the Dripper”, le llamaron– en su granja de The Springs cruzando y descruzando las piernas mientras se inclinaba en una reverencia continua alrededor del lienzo tumbado como si pidiera perdón por el crimen que iba a cometer, el asesinato de la pintura como se entendía hasta ese momento. Un asesinato para el que había que “tener cojones”, ya lo decía Cézanne, o “tener pelotas”, como afirmaban los machotes de la Escuela de Nueva York cuando se reunían en el Cedar Bar. Había que pintar con dos pelotas, había que tener cojones para ser artista, un lugar común que Nauman, malabarista perverso, dejó en evidencia cuando sobre el mismo cuadro blanco, o uno parecido, de la acción anterior botó dos pelotas tratando de mantener ritmos constantes que finalmente se descontrolaban (Bouncing Balls Between the Floor and Ceiling with Changing Rhythms, 1967-8) o cuando grabó a cámara lenta un primer plano de su propia mano moviendo sus testículos (Bouncing Balls, 1969). La repetición, pero también la literalidad, hacer real lo figurado, son importantes en lo paródico. Autorretratarse como fuente (1967) escupiendo agua o, quizás, autorretratarse como urinario dejando que escape el agua, porque esa fuente del título reenvía directamente al ready-made de Duchamp (Fuente, 1917), aquél que también tenía mucho de chiste. Autorretratarse como payaso, aunque el actor sea otro, sentado en el retrete mientras una cámara graba, autorretratarse como Pogo, el payaso, en la cárcel, vigilado, porque Pogo, o Gacy, era también artista, pintaba mientras esperaba el cumplimiento de su sentencia en el corredor de la muerte. “La escena del payaso en el WC debe interpretarse (…) como una visión simbólica del desgarro del artista entre las necesidades privadas y las obligaciones públicas”, explica Nauman sobre otro de los vídeos de Clown Torture, el que proyectado tiene una presencia constante. De nuevo, los contrarios, lo privado y lo público, como antes lo familiar y lo extraño. Otra vez, el payaso siniestro. Ese payaso que da miedo porque somos todos. Sergio Rubira es profesor asociado de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid.

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