Nicolás y el Pino del Jardin

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Era la primera mañana de primavera. Un tímido sol empezaba a levantarse en el horizonte, y junto a él, una agradable temperatura impregnaba el ambiente. Se percibía el olor mañanero del rocío. Las flores empezaban a germinar, decorando los pequeños jardines de la vecindad.

En una de sus calles, había una modesta casita pintada color pastel, que poseía el jardín más hermoso de la cuadra. En el centro, deslumbraba un robusto pino, muy alto y de una brillante tonalidad verde.

Nicolás, volaba muy deprisa. Hacía mucho que no estaba libre para volar a su antojo. Sus alitas comenzaron a cansarse. Así que decidió hacer una parada para reposar.

Vio a lo lejos un pino muy alto. Así que lo escogió para descansar en sus firmes ramas. La brisa temprana refrescaba su abundante plumaje. Desde lo alto, podía observar el hermoso paisaje que circundaba al vecindario.

A lo lejos se apreciaba un denso bosque, junto a un lago cristalino. También, se podía ver a lo lejos, los altos edificios de la ciudad. Además, observó la costa y su vasto océano, en el cual se reflejaba la luz madrugadora del sol.

Sumido en sus pensamientos, no se percató de la presencia de un gran pájaro negro que se posó tras él. Conjuntamente a éste, otros similares, pero de menor tamaño, se acercaron a Nicolás.

Escuchó una voz fuerte y tenebrosa que le dijo:

- No puedes estar aquí. ¡Vete!

Carmen Vega Barreto | Negociado Policía de PR *Certamen Literario 2022, finalista en la categoría de cuento

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Sorprendido, Nicolás contestó:

- Solo me he posado aquí para descansar. No busco problemas.

- ¡Este árbol nos pertenece y no aceptamos forasteros!

Las otras aves, empezaron a murmullar entre sí. Unos exclamaban: “Si, que se vaya”, otros decían: “es muy feo” y otros repetían muy bajo: “el árbol nos pertenece”.

El pájaro de gran tamaño le volvió a hablar. Está vez fue en un tono más fuerte y amenazante.

- ¡Lárgate! de lo contrario te irá muy mal.

- ¡Qué le pertenece! - exclamó Nicolás

Nicolás se disponía a decir algo, cuando el altanero abrió sus grandes alas, empujándolo al vacío. Al recibir el golpe tan súbitamente, perdió el equilibrio, cayendo de rama en rama hasta llegar al suelo.

Confundido y algo desorientado, se incorporó. Empezó a sacudir sus plumas de los rastros de pequeñas maderas, hojas y tierra que recibió tras los impactos de la caída.

Se percató que, desde las raíces del pino, alguien lo observaba con asombro. Seguido escuchó, una tímida voz que le hablaba.

- ¡Hola! ¿estás bien?

- Si, sobreviviré. - Respondió con resignación.

- Soy Arthur.

- ¡Mucho gusto! yo soy Nicolás.

Arthur se le acercó a Nicolás con mucha curiosidad. Lo observó mientras él acicalaba y acomodaba sus plumas. Apocadamente, le formuló una pregunta.

Tú no eres de por aquí cerca, ¿verdad?

Nicolás le contestó con un aire de melancolía, mientras señalaba a su alrededor.

No. Todo esto es nuevo para mí. Yo vivía en un hermoso bosque, muy lejos de la ciudad. Un humano me atrapó y me mantuvo en cautiverio en una jaula. Cuando ya no le causaba gracia, me liberó. Estuve volando sin rumbo hasta que me cansé y decidí posarme en las ramas de este hermoso pino. ¡vaya, que sorpresa me he llevado!

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Hubo un momento de silencio. Nicolás se percató que Arthur lo miraba con mucho detenimiento. Se raspó el cogote y le preguntó.

- Amigo, ¿Por qué llegaste a la conclusión de que no soy de aquí?

- Nunca había visto a un ave como tú. Tus plumas son abundantes y de brillante color. Anaranjado, negro y blanco. ¡Muy interesante!

Le causó algo de gracia la respuesta de Arthur.

Además, nadie tiene la osadía de posarse en la copa del pino. Está fuera de nuestro alcance. añadió Arthur.

¿Fuera de nuestro alcance? ¿a qué te refieres?

El rostro de Arthur se compungió. Mirando a ambos lados y susurrando le respondió.

- La copa del pino le pertenece a Goliath y sus cofrades.

Si. El no permite que otras aves visiten lo alto del pino. Para él, no somos merecedores de tal dádiva. Según él, no somos privilegiados. Sin importar que seamos de la misma especie. Los demás coexistimos en las ramas bajas del pino. Algunos tratamos de irnos a otros árboles, pero otras aves tampoco nos aceptan. ¡Es muy difícil! Somos muchos los que estamos así. Mendingando las pocas ramas que nos permiten.

¿Muchos? ¿Quiénes son “muchos”?

Arthur le hizo señas a Nicolás para que lo siguiera. Temía que alguien más escuchara la conversación. Fueron hasta la sombra de una trinitaria y Arthur cantó una corta melodía.

Por unos instantes no pasó nada. Nicolás observaba a Arthur y le pareció muy divertido su nuevo amigo. De repente aparecieron varias aves negras. Una tras otra, descendían y se posaban alrededor de ellos. Unas se mantenían algo alejadas. Otras se acercaban con asombro ante el foráneo y sus rasgos exóticos.

Amigos, les presento a Nicolás. Nicolás, ellos son: Mica, Macarena, Nandy, Ciro y Hermes. Los de allá, te los presentaré luego. Están algo tímidos. ¡Hola! Nicolás los saludó a todos con entusiasmo.

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Hubo un extraño silencio por unos instantes. Nicolás iba a formular una pregunta, cuando Arthur comenzaba a explicarle su desdicha y la de sus congéneres.

Comenzó narrándole como, cada uno de ellos, eran rechazados ante el criterio errado del auto proclamado líder. Para Goliath, ellos no componían nada en el ateneo. Sus seguidores, les hacia la existencia miserable, con comentarios hirientes y desprecios. Motivados, en su mayoría, por sus características físicas, entre otras peculiaridades. Algunos, convencidos de no ser merecedores del disfrute del hermoso pino, aceptaban su suerte y se mantenían en las ramas bajas. Aislados y olvidados.

Arthur era acosado por ser bajito, Nandy era rechazado por no emitir sonidos, Macarena por ser albina, Hermes vivía atormentado por tener alas asimétricas y Mica, irónicamente, por tener un hermoso plumaje. Nicolás quedó en silencio por largo rato. Los observaba con detenimiento. Todos se veían cansados, decaídos y descorazonados. Necesitaban motivación. Mucha motivación. Tendría que buscar la manera que, sus nuevos amigos, creyeran en sí mismos y en lo que serían capaces de lograr.

Les pregunto a todos, ¿en qué son buenos? ¿cuáles son sus habilidades?

Hubo un silencio quebrantado. Algunos se miraban entre si a reojo. Otros miraban al suelo y raspaban sus delgadas patitas en la tierra con disimulo. Hasta que Mica, interrumpió la embarazosa escena, con una voz dulce y tierna.

¡Yo puedo volar muy alto y ligero! Muy bien. le contestó Nicolás.

Entre los que se quedaron alejados, alguien dijo: “Yo sé recolectar semillas”. Otro le imitó: “yo aprendí con las abejas a polinizar”. Arthur añadió: “yo hago reír a los demás”.

Así, sucesivamente, todos manifestaron sus habilidades y conocimientos. Los ánimos empezaron a cambiar. Hubo sonrisas y regocijos. Los rostros antes apagados, ahora se veían iluminados. Unos a otros se comentaban: “¡No sabía eso de ti!”, “¡Eso es impresionante!”, “¿Me puedes enseñar hacer eso también?”.

Nicolás ingenió un plan. Cada uno pondría en práctica sus destrezas y compartirían sus erudiciones. Comenzaron desde las raíces del pino. Unos organizaban, otros limpiaban, algunos recolectaban útiles. Otras aves del pino se percataron del movimiento vanguardista. Unos se sintieron recelosos, mientras otros se animaron y se unieron a la caterva. Los recién llegados ayudaban a las aves más añosas y a las que tenían críos. Algunos se esmeraban a reciclar nidos y compartir provisiones. Poco a poco, la laboriosidad de la tropa empezó a notarse. Hasta los desconfiados empezaron a unirse y a cooperar en la faena.

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Los días pasaban y el grupo se extendía, poco a poco, por las ramas más altas del pino. Todos comenzaron a sentirse valiosos y a demostrar que juntos podían lograr tareas grandiosas y complejas. Los antes rechazados, habían logrado demostrar que ellos también eran importantes. Los demás los veían ahora con respeto y estima.

Una mañana, el líder, se percató de la poca presencia de sus partidarios en la copa del pino. Muy extrañado, le hizo señas a los pocos que se presentaron, para que se acercaran a él. Uno de ellos, se acercó muy nervioso y cabizbajo ante su presencia.

Con voz entrecortada, que denotaba temor, se dirigió a él.

Buen día Goliath, usted dirá.

¿Me podrías explicar si está pasando algo que yo, el líder de este pino, le convendría saber?

No sé señor, ¿A qué se refiere? le contestó casi tartamudeando.

Cada día que pasa, veo menos de ustedes conmigo. Me sospecho que, pasa algo y nadie ha sido lo suficientemente valiente para decírmelo. Así que, espero que ese valiente seas TU.

Señor Goliath, las cosas han cambiado últimamente en las ramas inferiores del pino.

¿Cambiado? ¿Cómo así? Explícame.

El pobre secuaz, sentía su garganta seca. Su respiración se aceleraba cada vez más. Se notaba su dificultad para emitir sus palabras.

- Todos se llevan bien. Cooperan entre sí. Hay armonía. El pino reboza de belleza. Posee ahora un ambiente positivo y de concordia.

¡Aja! y esto ¿A qué se debe?

- Seeeñor, ¿se acuerda del ave que usted empujo? ¿El forastero?

Si

Pues, él inició un movimiento, junto a los rechazados, y…ahora las cosas se han transformado. Gracias a él.

¡¿GRACIAS A ÉL?!, ¡Y USTEDES SIN DECÍRMELO!

Goliath, rápidamente inició el vuelvo. Voló varias veces alrededor del pino. Pudo observar a una muchedumbre diferente. Entre risas y melodías alegres, vio a los más fuertes ayudando a los más débiles. Notó que los críos eran instruidos al primer vuelo, no solo por sus madres sino también por Mica y Macarena. Se percató que, donde antes había hojas muertas y ramas caídas, ahora estaba limpias y recortadas. Distinguió entre la afluencia a varios de sus camaradas, repartiendo alimentos y agua a unos pocos de sus semejantes, los cuales se le imposibilitaba volar y buscarlos por sí mismos. Reconoció a varios que, el mismo, había expulsado del pino por ser diferentes.

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Por considerarlos feos, raros, gordos, lisiados y hasta por solo pensar que eran una amenaza para él, entre otras absurdas razones.

Desde lo alto, vio a Nicolás y se aventó hacia él.

Nicolás, que ya se había percatado que Goliath sobrevolaba como demente, esperó pacientemente el inevitable enfrentamiento.

Goliath esperaba que, al momento de su aterrizaje, todos corrieran despavoridos.

No fue así.

Era una escena épica. Parecía que el tiempo se detuvo en esos momentos. Nicolás se mantuvo firme ante la presencia de Goliath. Fueron muchos los que se posaron detrás de Nicolás, pero fueron más los que rodearon a Goliath.

Forastero, ¿pensaste que llegarías a mi territorio y triunfarías sobre mí? mientras reía a carcajadas, mira a tu alrededor, ¡estás vencido!

Nicolás no cedió su posición, ni por un momento, y con una gran sonrisa en su rostro le contestó. No están a tu alrededor por ti, ni están aquí por mí, sino por ellos mismos.

Mientras miraba a su alrededor, el rostro de Goliath comenzó a palidecer. Efectivamente, vio en sus miradas una seguridad que no había visto antes en ninguno de ellos. No era con aires de venganza ni de escarmiento, más bien era de reconocimiento.

Reconocieron que eran libres, únicos, valiosos. Que cada uno de ellos tenía un rol significativo en la avenencia del pino. Todos eran importantes y debían ser incluidos. No como Goliath les había hecho creer.

Goliath se sintió avergonzado, acorralado y temeroso. Decidió emprender el vuelo y salir huyendo. Nicolás se percató de sus intenciones.

No tienes por qué irte. También eres aceptado.

Así desfilaron los días. Los cuales se convirtieron en semanas y luego en meses, llegando a la tan anhelada época de verano.

Nicolás apreciaba con regocijo el pino desde la sombra de la trinitaria. Recordaba con humor cuando se posó en su copa por primera vez. Sus pensamientos fueron interrumpidos por, su ahora amigo, Goliath. Le traía nuevas noticias. Ya el refugio para las aves en cautiverio había sido terminado y recién tenían a un nuevo integrante.

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Con su amigo a su lado, miraba hacia lo alto. Su corazón estaba lleno de satisfacción. Eran una gran familia, donde todos sus miembros eran aceptados y respetados.

A pesar de ser diferentes, todos eran importantes y todos estaban incluidos.

Moraleja:

Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido excluidos, marginados o proscriptos. Debemos tener la gentileza, la empatía, la madures y el profesionalismo para aceptar a los demás con sus virtudes y diferencias, ya sean físicas, intelectuales, emocionales, espirituales o sociales. Todos merecemos ser aceptados y respetados. Todos tenemos derecho a ser reconocidos e incluidos. El cambio empieza por nosotros. Un ambiente de trabajo sano y totalmente libre de discrimen depende de cada uno de sus integrantes. Además, todos poseemos cualidades, destrezas y talentos que nos hacen únicos e importantes.

Yo puedo hacer cosas que tú no puedes, tú puedes hacer cosas que yo no puedo; juntos podemos hacer grandes cosas.” Madre Teresa de Calcuta

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