Procesos de experimentacion creativa

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II CAMPUS DE VERANO DE LAS ARTES DE GUÍA taller arte/empresa reciguía: ecodiseño y su aplicación a entornos locales

nuevas tendencias en el diseño

evolución de la cultura del diseño en el siglo xx ALFONSO RUIZ RALLO Profesor de Teoría del Diseño y Decano de BBAA. ULL

Nuestra relación con los objetos de uso cotidiano ha caracterizado las culturas de todas las civilizaciones desde sus inicios. La llegada de la industrialización supuso un cambio importante en este hecho: La fabricación en serie permitió que muchos individuos disfrutasen de objetos exactamente iguales, haciendo mucho más fácil el acceso a bienes que antes estaban exclusivamente en mano de las elites. También creó la necesidad de contar con diseñadores, que se convirtieron en los intérpretes de los intereses del público hacia la industria, sentando las bases de un nuevo comportamiento social respecto a una serie de cuestiones que, o habían estado tradicionalmente en manos de los artesanos o no habían estado al cargo de nadie sencillamente porque no existían. A lo largo del Siglo XX se fue consolidando este nuevo modo de entender el consumo y nuestra relación con los objetos. Naturalmente, esto era tan nuevo que tuvimos que aprenderlo todo: A elegir, a comparar y a adaptar los productos de la industria a nuestras ansias de ostentación, pero también a controlar las consecuencias inesperadas de todas esas novedades, que, sin darnos cuenta, estaban cambiando el planeta del mismo modo que nos habían cambiado a nosotros. En forma de conferencia, intentaré dar una visión general del proceso y repasar sus hechos más destacables.

La conciencia de progreso El hombre ha establecido desde siempre una relación especial con los objetos de uso cotidiano. Hicieron falta cien mil años para inventar la taza y dejar de beber en la palma de la mano. Sin embargo, se utilizó la ornamentación para decorarlas desde los primeros modelos, del mismo modo que la necesidad de adornarse el cuerpo nació mucho antes de la invención del vestido. La llegada de la industrialización supuso un cambio importante en este hecho: La fabricación en serie permitió que muchos individuos disfrutasen de objetos exactamente iguales, haciendo mucho más fácil el acceso a bienes que antes estaban exclusivamente en mano de las elites. Eran pequeños inventos que hacían grandes aportaciones a la vida cotidiana, desde el abrelatas hasta el tupperware. También se creó entonces la necesidad de contar con diseñadores, nuevos profesionales que se convirtieron en los intérpretes de los intereses del público hacia la industria, sentando las bases de un nuevo comportamiento social respecto a una serie de cuestiones que, o habían estado tradicionalmente en manos de los artesanos, o no habían estado al cargo de nadie sencillamente porque no existían. La idea de progreso nació en el Siglo XVI coincidiendo con el inicio de la ciencia moderna, cuando figuras como Galileo o Keppler revolucionaron la práctica científica. Las bases teóricas de ese cambio fueron sentadas por Francis Bacon: El Lord Canciller de Inglaterra supo asociar ciencia y política al orientar el conocimiento de la naturaleza a la finalidad del dominio de ésta por el hombre. La Nueva Atlántida, publicada en 1627 tras su muerte, describía una isla dedicada a la ciencia y a sus aplicaciones prácticas. La estrategia era comprenderla para saber dominarla. Bacon acuñó así la frase que marcaría el camino a seguir en el futuro por la ciencia y la industria: “saber es poder”. Ese concepto de utilidad de la ciencia que domina la naturaleza para nuestro beneficio fue apoyada por los filósofos de la ilustración,

que veían en esta idea la posibilidad de librarnos para siempre de catástrofes como el maremoto que en 1755 barrió la costa española y portuguesa desde Lisboa hasta Cádiz y costó entre 50.000 y 90.000 vidas sólo en Lisboa. Voltaire, Kant y Rousseau terciaron en la polémica sobre si el desastre había sido un castigo divino: era un desastre natural que demostraba la fragilidad humana ante la Naturaleza. La tarea del hombre moderno en adelante debía ser equilibrar la balanza. La herramienta, la ciencia poderosa que ya había entusiasmado a hombres como Bacon. El pensamiento entorno al poder liberador de la ciencia se consolidó en el Siglo XX, convirtiéndose en símbolo de sus tiempos, en el motor ideológico de la civilización industrial, que triunfó definitivamente, y de aquellas artes que se habían puesto a su servicio: la arquitectura y el diseño entendidas como artes benefactores. Consumo para todos Rápidamente, se pasó de una sociedad que ambicionaba acumular riqueza (dinero, tierras, poder) a otra que sustituía esa ambición por la de acumular bienes de consumo. El fruto de las fábricas se convirtió en el bien más preciado, y el público adoraba las novedades de la industria, que en el Siglo XX estaban al alcance de más individuos que ningún otro bien en la historia de la humanidad. El diseño, como disciplina, se ha ido especializando hasta convertirse en una amalgama de materias con aspectos comunes, pero que comparten intereses distintos. Para entenderlo, hay que definir dos temas previos: El papel del diseñador dentro de la profesión y sus ámbitos de actuación, porque precisamente en la confusión que existe sobre estas dos cuestiones, radica el desconocimiento de la actividad del diseño y la percepción negativa o alienada que se tiene sobre éste. Es preciso dejar claro de una vez por todas que el diseño no es una profesión individual, como parece derivarse de lo que nos cuenta el marketing. El diseño es una actividad de equipo (colaborativa) y ligada al proceso industrial. Contrariamente a lo que afirmaba Enric Satué a principios de los noventa, el diseñador no es un demiurgo. Es una pieza del engranaje industrial, un engranaje en el que, por supuesto, tienen cabida también los artistas, y, para dejarlo más claro, incluso aquellos artistas con alto nivel de individualismo o con tendencias egocéntricas, aunque el mero hecho de intervenir en el proceso no convierte a un individuo en “diseñador” de un determinado objeto. Como parte del proceso industrial, el diseño actúa como vínculo entre público e industria, supone siempre un trabajo de proyectación previo y está destinado a dar respuesta a toda una serie de problemas del proceso que requieren de esa proyectación previa y de una previsualización de los problemas. En determinados ámbitos de actuación, la industria produce objetos basados en una tradición ornamental milenaria, como los textiles, el diseño gráfico o el mobiliario y los objetos decorativos. Esta tradición permite una predisposición del público a aceptar la intervención subjetiva o formalista en un objeto, y de la industria para permitir que determinados individuos cobren protagonismo o adopten con cierta libertad premisas formalistas. 71


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