Procesos de experimentacion creativa

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cónyuges. Todas estas conductas son execrables, y las dos últimas, que hieren cuerpos o envenenan las relaciones de los niños con sus padres, son crueles además. Las ideas que nos hacemos de las cosas son modelos como dice Platón: a su luz percibimos la realidad, nos conducimos en ella y legislamos. Hoy las ideas sobre las relaciones afectivas están en proceso de construcción. Un orden milenario ha sido conmovido sin que otro nuevo haya terminado de cuajar, vivimos un momento de mutación y tránsito con respecto a los vínculos; los antiguos modelos están caducos pero los nuevos se están haciendo aún porque los cambios sociales no son instantáneos ni la realidad es matemática como le hubiera gustado a Platón. Unos voluntariamente y otros no, los cuerpos han perdido o multiplicado los papeles y funciones que tradicionalmente desempeñaban en virtud de sus genitales. La vida de muchos durante esta mutación es objetivamente difícil y desasosegante, y en este corrimiento de terrenos todos los ánimos están crispados. Para salir de esta situación hacia adelante -no hacia atrás, ya que el antiguo paradigma tampoco era satisfactorio y por eso no lo reprodujimos- hacen falta buenas ideas, ideas que nos hagan ver las cosas a la luz de la paz y la salud afectiva general. La ideología que al respecto estamos gestando y convirtiendo en oficial, de modo que aunque muchos no convienen con ella tampoco se deciden a contestarla, no es a mi entender muy acertada: la idea de discriminación positiva es contradictoria, la idea de violencia de género victimista, y la idea de género vuelve a dar relevancia social a los genitales en una democracia que consideramos universalmente deseable, donde las personas se conciben y definen en la constitución de sus ciudades como libres e iguales y no están abocadas ya a un destino en función de su biología3. Si el feminismo cambia el mundo para bien es porque constituye a una mujer como sujeto, porque exige que una mujer sea reconocida como sujeto y se comporte como tal, y “sujeto” significa individuo adulto, libre y activo en todas las facetas de la vida, con la responsabilidad y la zozobra que ello conlleva. Seguir haciendo de lo femenino -ahora llamado “género”- una condición social es permanecer anclado en un estado de cosas antiguo que, si bien aún perdura, sería deseable erradicar. Precisamente porque “género” es una nueva forma de nombrar lo antiguo, la ideología que designa así a las mujeres mantiene en ellas -sin darse cuenta y sin quererloel viejo estatuto de menores, al que añade el moderno estatuto de víctimas. Por eso desde esa ideología se hace una ley de género que sobreprotege a las hembras o infraprotege a los varones, como se quiera mirar, y una discriminación positiva que, teniendo como fin la igualdad de oportunidades, privilegia a las mujeres o excluye a los hombres, también como se quiera mirar. No existe violencia de género, lo que existe es vejación de cuerpos y un aparato judicial cuyo funcionamiento herrumbroso deja a las personas desamparadas ante otras que las amenazan, chantajean y hieren. El resto es estadística fruto del pasado y de los lastres que quedan del pasado: hay muchísimas más mujeres que hombres agredidas físicamente por su pareja o por amantes despechados porque antes las mujeres eran legalmente propiedad de los hombres, y muchos más hombres que mujeres sufren el chantaje de sus parejas con los niños porque su cuerpo y sus hijos eran los instrumentos de poder de los que una mujer disponía en el antiguo paradigma. Pero una mujer también es capaz de agredir físicamente a un hombre y de hecho lo hace, o de no contribuir a la manutención de sus hijos en la medida de su sueldo cuando la patria potestad la tiene el padre, al igual que un hombre es capaz de convertir a sus hijos en puñales contra la madre. La estadística respecto a estas conductas tiene los resultados que tiene a causa del pasado, no a causa de los genitales de la gente; por eso no están libres de daño las parejas de homosexuales y lesbianas, ni los niños que en el futuro estas parejas puedan adoptar o clonar. Utilizar ese pasado como referencia de las ideas con que analizar y tratar de solucionar la guerra que los ciudadanos se hacen movidos por el desamor es una torpeza. Estamos ante conductas dañinas que cualquiera puede protagonizar, no ante una cuestión de buenos y malos. Las mujeres no son por esencia víctimas de unos hombres esencialmente malos. Tampoco existe una discriminación que produzca igualdad, ni existen fuerzas militares de paz. Eso son contradicciones, disparates que la razón enseña a evitar. No nos igualamos tratándonos 104

desigualmente, ni las bombas propagan la democracia. Las ideas que producen igualdad ciudadana son las que nos conciben como socialmente iguales y engendran leyes que nos tratan igual y se aplican a todos por igual, con los mismos derechos, las mismas restricciones y los mismos castigos por su transgresión. Ese es el principio básico de la justicia en el ideal de la autonomía, y ese sí es un norte válido para orientarnos. Se legisla para los cuerpos en tanto ciudadanos. Legislar para las mujeres, para los hombres, para los homosexuales o para los negros es segregar, y el efecto de segregar es que la ley, que es lo que nos iguala, nos gobierna, nos ampara y sirve para vincularnos, en la práctica nos separa y enfrenta. El discurso de las diferencias y las llamadas políticas de la identidad nacieron como oposición al viejo paradigma y fueron vías para dignificar a los excluidos, pero sus efectos benéficos han concluido porque están generando nuevas formas de confinamiento y exclusión. En esta parte del mundo ya estamos todos orgullosos de ser lo que somos. Lo que ahora necesitamos es entendernos y dejarnos de heridas históricas, culpas históricas, agravios históricos, deudas históricas, víctimas históricas y verdugos históricos. Un palestino actual no tiene culpa ni deuda alguna con los judíos porque éstos vivieran históricamente en el éxodo y además sufrieran un exterminio, un varón actual no es responsable de que las mujeres hayan estado históricamente apartadas de la vida pública, ni los blancos de hoy tienen la culpa de que los negros fueran antaño sus esclavos, al igual que los comunistas de hoy no son los artífices de lo que los estalinistas hicieron con el pensamiento de Marx, ni los cristianos de hoy son culpables de la castración sexual que el cristianismo perpetró en nombre entre otras cosas del pensamiento de Platón. Es urgente que curemos el cuerpo social de la patología victimista que lo invade: dado que ser o haber sido víctima da derecho a indemnizaciones o ventajas, casi todo el mundo se cree víctima de algo y reclama compensaciones o un trato favorecedor por parte de la ley; y así, mientras a los presos políticos y sociales del fascismo se les indemniza, se sigue torturando en comisarías y cárceles a los presos de la democracia, y mientras a las mujeres se las discrimina positivamente se les sigue pagando menos que a un hombre por hacer el mismo trabajo, sin que la sociedad y su aparato judicial pongan el grito en el cielo. La justicia no es histórica, la única justicia es la actual y se ejerce sobre conductas, de las que los individuos que las manifiestan son responsables. La idea de justicia histórica produce nuevos privilegios y desigualdades, es decir, injusticias actuales y relaciones de desconfianza entre la gente. No hay individuos débiles y menores a causa de su identidad, sino situaciones de debilidad necesitadas de protección en las que cualquier individuo puede encontrarse, y el resto, como dijimos, es estadística. El pasado se conserva en la estadística, no lo conservemos además legislando por identidades biológicas o íntimas; recordemos a este respecto que si las parejas homosexuales pueden casarse es por la igualdad de los ciudadanos ante la ley, no por su condición de homosexuales. La idea que modela bien nuestra identidad, en la ciudad y en la convivencia erótica, es la de que somos adultos libres y educados. Para saber amarse o desamarse, ser hombre o mujer, tan importante en otros terrenos, es irrelevante. Para eso lo que cuenta es la dignidad propia y ajena, el respeto mutuo y la iniciación en las pasiones. Si no, con nombres nuevos para ideas antiguas, seguiremos revolcando nuestros cuerpos en una ciénaga por la que más nos valdría ser platónicos.

(1) En “El banquete” (2) Digo “popularmente” porque Platón nunca entendió por amor lo que nosotros entendemos por amor platónico (3) “Género” es una mala traducción del inglés “genre”. En la lengua española, “género” denota al género humano o a las personas gramaticales; las personas físicas tenemos sexo masculino o sexo femenino.


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